
La Sala Luisa Vehil del Teatro Cervantes se convierte en una pieza del Hotel Gondolin en la que Lorena nos invita a entrar desde el momento que abre la puerta de su habitación de manera intempestiva -con fondo de música de cumbia que viene de la habitación vecina-, y nos hace parte de una situación inesperada para ella (o quizá esperable, tratándose de una historia de amor entre una mujer travesti y su odontólogo). Lorena logra mantener un suspenso durante toda la obra y nos conmueve hablando en voz alta como para ordenar lo ocurrido en un repentino instante aterrador donde experimentó un suceso violento, y nos envuelve con un relato que toca sentimientos de una gran hondura psicológica. Encarnada con una gran potencia, fina sensibilidad y maestría actoral por Payuca, y con toques de sutil humor tortonesiano, logra hacernos ingresar en su pieza que tiene todo lo que habla de su personaje Lorena y además, de la Argentina (una escenografía cargada de fotos de Jesús, Maradona, peluches, imanes de todo tipo pegados en la heladera, una lámpara china roja arriba de una cama cucheta, papel higiénico colgado, una botella de vodka, y demás elementos mezclados de forma discepoliana, digamos: la Biblia y el calefón). Y lo que es más atrayente de esta interpretación es que Payuca, nos hace entrar de lleno en el mundo interno de Lorena, lo que implica un intenso compromiso emocional donde su cuerpo se va destartalándose, en la medida que su nivel etílico aumenta, y consigue un despliegue en el espacio escénico que hace que cada objeto de la escenografía excelentemente pensada, cobre más valor haciendo que transitemos desde la risa al desconcierto y a la expectativa de qué sucedió antes de abrir esa puerta, y que los espectadores quedemos atentos al desenlace final.

Basada en el testimonio de una de las protagonistas del libro Reunión: Cuatro Legendarias en el Hotel Gondolín, habla de las mujeres que habitaron en este emblemático hotel de Villa Crespo, que para la comunidad travesti trans ofició como un apuntalamiento social. Lorena además de contarnos su historia de amor, nos dice mucho acerca de la estigmatización que sufren las mujeres travestis trans en Argentina. El personaje de “La negra» que solo la podemos imaginar a través del diálogo que Lorena tiene con esta amiga a través de su celular, representa un afecto incondicional, un canto a la amistad y al espíritu de grupo de los espacios que no sólo son un refugio sino un contenedor defensivo frente a la agresión social.
Desde mi lugar de especialista en psicoanálisis grupal (diplomada en el postgrado de tres años en la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de grupo), rescaté el concepto de identidad de pertenencia, que fundamenta cómo las agrupaciones travestis trans que van por la misma senda de los movimientos feministas, pueden aportar una salida a la marginalidad y dar visibilidad, como estas obras de teatro al sufrimiento ocasionado por el estigma que pesa sobre las mujeres y la desvalorización de las diversas maneras de expresar las feminidades. Daría para escribir un artículo aparte, pero quiero señalar que este ciclo que comenzó con la historia de Daniela Ruiz, “Divina”, son una manera de mostrar estas siniestras realidades y la hipocresía a la que se condena a las personas que se enamoran de una travesti trans. En ese sentido, Lorena es un unipersonal muy interesante por abrirse a las cosas del querer, que si bien siempre es una cuestión peculiar y reveladora de cualquier vínculo, lo es más aún cuando la mirada de los otros frente a una relación que no entra en la heternorma, digita lo que aparece como diferente de manera represora y discriminatoria.

La obra escrita por Felicitas Kamien y Federico Liss, es un monólogo de alta complejidad, porque tanto habla del amor como del odio, su contracara, y de cómo el odio social y la constante exclusión, puede atravesar las almas de los amantes con efectos muy destructivos. Destacable la mano de la directora Kamien en poder llegar a involucrar al espectador y dejarnos dentro de esa habitación sintiendo cada una de los cambios emocionales de este personaje: miedo, terror, amor, ternura, rabia, displacer por llegar a llevar una vida de recepcionista del odontólogo que en el intento de legitimarla, la empuja a una exposición intolerable. La prostitución como destino, como condena, aparece además, como lugar de encuentro grupal y de aprobación. Interesante esta visión que hace cómlice a una sociedad cínica que confina en los márgenes lo reprimido de las sexualidades.
Si bien Payuca va por su cuarta obra estrenada en teatros oficiales (protagonista de Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina en el Teatro San Martín, Julio César de Shakespeare con Muscari en el Teatro del Plata, y Su nombre significa mujer de Paola Lusardi en el Teatro San Martín); que el Teatro Nacional Cervantes de lugar a presentar obras donde se narra estas historias y que seas interpretadas por actrices de alto vuelo (que son travestis trans pero que pueden realizar todo tipo de papeles, de hombres y mujeres con alta calidad teatral), representa un apoyo desde el arte y la cultura argentina a los logros en materia jurídica y social que ha alcanzado las luchas de las comunidades trans por una sociedad donde el maltrato y la estigmatización se termine.
La obra es una apertura a identificarnos con lo que tenemos en común dentro de la diversidad: las emociones.
Gracias Lorena / Payuca y Teatro Nacional Cervantes por hacernos sentir que la inclusión no es sólo una palabra que está a la moda, sino una realidad que se gesta desde las prácticas y los dispositivos socio-culturales, confrontando al público presente que conmovido te aplaude de pie.
