Okasan significa en japonés “mamá”, pero no una mamá a secas, sino que refiere a
una mamá sagrada, no desde lo religioso, pero sí, en cierta medida, a este lugar de
culto que una madre amerita desde su propia mirada.
Así, una mujer, magistralmente interpretada por Carola Reyna, como siempre, viaja a
Japón por primera vez para ver a su hijo de 21 años que ha emigrado, para luego
escribir una novela.
El reencuentro tan ansiado será, entonces, un viaje a lo desconocido: la cultura nueva,
los paisajes casi mágicos, el espacio habitado ahora por su hijo, ya otro.
Esta obra, basada en el texto homónimo de Mori Ponsowy, es de una sencillez bella y
profunda, en donde todo está amorosamente alineado y construido, desde la
iluminación hasta el vestuario.

La conjunción entre Ponsowy, Herrera Nóbile y Reyna aborda con una exquisita
sutileza la pregunta acerca de lo materno. ¿Cómo es ser madre de un hijo que emigra?
Resulta interesante la perspectiva desde la cual se indaga, que, lejos de las
culpabilizaciones “occidentalizadas” puede tomar la alegría por educar a alguien que
toma decisiones y la tristeza que las acompaña, sin dejar de armar esa historia vincular.
La extrañeza, el esfuerzo por comprender se entretejen en una idea que retorna: ¿Qué
relación hay entre el extrañar y el amor materno filial? Queda claro que este amor no es
natural, pero puede convertirse en sublime -en la mejor acepción del término- cuando la
madre ya es Okasan.
En un momento la madre dice: “ No hacia falta hablar. En ese silencio nos
entendíamos”. Cartas, mensajes y miradas. Expectativas, recuerdos.
Es en este sentido que se configura una escritura, un relato, una narración desde la
que se da existencia al otro. Con respeto como base de la mutualidad. Con silencios,
que a veces gritan.
Teatro El Picadero
Pje Enrique Santos Discepolo 1857, Caba