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POTESTAD de Tato Pavlovsky – La Zona Gris en la Obra de Norman Briski – Por Lic. Manuel Larrabure


«Naturalmente, podría suicidarme lanzándome contra la alambrada de espino; esto siempre cabe hacerlo. Pero quiero vivir. Tal vez suceda un milagro y nos liberen. Y entonces me vengaré, y contaré a todo el mundo lo que ha pasado aquí dentro.»

«Algunos de mis amigos, amigos muy queridos, no hablan nunca de Auschwitz (…) Otras personas, en cambio, hablan de Auschwitz incesantemente, y yo soy uno de ellos.» — Primo Levi

La obra de Norman Briski se adentra en una temática compleja, explorando cómo se inscribe en el sujeto una moral ideológica que puede llegar a justificar atrocidades. Este enfoque, vinculado con la biopolítica, resuena con el concepto de la «banalidad del mal», desarrollado por Hannah Arendt en su análisis del juicio a Adolf Eichmann. Eichmann, responsable de la logística del Holocausto, fue capturado en Argentina y juzgado en Israel por genocidio y crímenes contra la humanidad. Durante su juicio, se defendió argumentando que solo seguía órdenes bajo el Führerprinzip (Principio del líder), despojándose así de la responsabilidad ética de sus acciones. Este concepto tiene un eco particular en la historia argentina, especialmente en lo que se refiere a la «Obediencia debida».

Un tipo común: Reflexiones sobre la banalidad del mal

Arendt, al observar a Eichmann durante el juicio, esperaba encontrarse con un monstruo, pero en su lugar se topó con un burócrata común, interesado principalmente en su ascenso profesional. Este individuo, lejos de ser un fanático antisemita, actuaba según lo que consideraba «sentido común», bajo la impunidad de sentirse parte del «rebaño». Era un hombre ordinario en un contexto extraordinario, donde las normas morales se desmoronaban y se sustituían por el principio de autoridad.

Este análisis nos alerta sobre lo lejos que puede llegar el mal cuando uno abandona su capacidad reflexiva y se deja llevar por las circunstancias. En palabras de Giorgio Agamben: «todos los metales en los que hemos fundido nuestros conceptos de ética y responsabilidad sucumben cuando nos proponemos demostrarlos después de Auschwitz». En esta «zona gris» de la que habla Primo Levi, es donde se inscribe la obra de Briski: una exploración de la indefinición entre el bien y el mal, entre culpables e inocentes, entre responsables y obedientes.

La interpretación de Norman Briski

Aunque la concepción filosófica de la culpa y responsabilidad en crímenes de lesa humanidad ha sido ampliamente explorada por Arendt, es interesante considerar cómo Norman Briski aborda estos temas desde su perspectiva artística. En una próxima entrevista, profundizaremos en su visión sobre los hechos y cómo utiliza la obra de arte para comunicarse con la sociedad.

En la puesta en escena de Briski, observamos elecciones que, aunque modifican elementos del texto original de Pavlovsky, no alteran el sentido general de la obra. Estas decisiones dejan espacio a la interpretación del espectador y permiten a Briski ofrecer su visión personal, elaborando el dolor de nuestra historia reciente.

El Gestus y la identidad de clase

Un concepto clave en la obra es el Gestus, un término brechtiano que permite entender la condición de clase del sujeto y su posición respecto a las dinámicas sociales. En la obra, esto se refleja en la importancia que el personaje otorga a cuestiones como «la posición corporal», un detalle aparentemente trivial que revela su necesidad de reafirmar su masculinidad y su estatus a través de la mirada de su esposa. Este deseo de validación por parte del otro complejiza la trama, especialmente en el contexto del robo del «hijo», que más adelante adquiere un simbolismo fálico.

El personaje, atrapado en su posición de clase y en una lógica comparativa de identidad, se muestra como un esclavo de las expectativas sociales y económicas. La vestimenta y el deporte que practica (en la obra original de Tato jugaba rugby, aquí juega golf) también lo encasillan dentro de una aspiración de pertenencia a una clase social específica. Estas elecciones escénicas refuerzan la idea de que su identidad está definida por su comparación con los demás, lo que lo lleva a justificar actos atroces bajo la lógica del Führerprinzip.

«Un tipo bien es un tipo bien»: La moral pequeño-burguesa

Entre comparaciones y tautologías razona el personaje en su intento de validación y de “crecer” a toda costa. El «tipo bien» que roba al hijo no pertenece a la clase alta, es un profesional que ejerce la medicina y se encuentra en una escena del crimen y puede actuar con impunidad, legitimado por el fuera de la ley que establece el gobierno de facto. Por el contrario, la familia de origen de los padres de la niña robada sí pertenece a la clase alta. Esta contradicción también se refleja en la película «Los rubios» de Albertina Carri, que muestra cómo muchos de los «jóvenes idealistas» que luchaban por la revolución provenían de la clase alta y eran percibidos en los barrios populares como miembros de otra clase, tanto cultural como económica.

En palabras de Pier Paolo Pasolini, luego de la represión policial a los jóvenes del 68’ de PCI: «en Valle Giulia, ayer, hemos tenido un fragmento de lucha de clase: y ustedes, amigos (aunque de la parte de la razón) eran los ricos, mientras que los policías (que estaban de la parte equivocada) eran los pobres». Este conflicto de clases, aunque no es el único tema de la obra, aporta una capa adicional de complejidad a la interpretación de los personajes y sus motivaciones.

El robo de niños y la dictadura militar: Un análisis final

Sin embargo, no podemos quedarnos solo en la psicología del criminal cuando este se encuentra protegido por un sistema que avala los mecanismos más violentos para llevar a cabo sus fines. La obra de Briski nos invita a reflexionar sobre el robo de niños durante la dictadura militar, un crimen avalado por un Estado de excepción dictatorial. La figura del «tipo común», plagado de debilidades, que comete un crimen bajo la protección de este sistema, nos deja con preguntas abiertas sobre el bien y el mal, lo perdonable y lo excomulgable.

La complejidad de la obra provoca una reflexión continua y el deseo de seguir estudiando el tema. Dejo aquí estas reflexiones, conscientes de que podrían extenderse, pero respetando los límites de esta nota periodística. Recomiendo encarecidamente ver la obra en el Teatro Calibán.

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