
Dos tiempos, unidos por un mismo escenario: el Café Central.
1913 y 1933, Viena.
El Café Central es el punto de reunión y de encuentro de la comunidad intelectual, artística y política europea; es un espacio para hablar de arte, de la situación del mundo, del advenimiento de las guerras.
Esta pieza escrita por Mario Diament y dirigida por Daniel Marcove -que ya nos deslumbraran hace un tiempo corto con El cazador y el buen nazi– retoma aquí algo de la “cocina” de lo más rancio de la sociedad, a través del relato de quien fuera el maître del lugar, el excelente actor, premiado por esta actuación, Marcos Woinski.

Todo sucede un día en 1913 y un día, 20 años después. El lugar ha visto transitar a los exilados Stalin y Trotsky, y a este último jugar al ajedrez con el psicoanalista Adler; al Mariscal Tito, al pintor exitoso y luego en decadencia Oskar Kokoschka, con sus amores furtivos con Alma Mahler, la viuda del músico; al escritor Stefan Zweig, al filósofo del lenguaje Wittgenstein, al mismísimo Sigmund Freud, y hasta al jovencísimo Adolf Hitler, vendiendo sus pinturas.
Pero esta obra no habla de las teorías sino que muestra la cotidianidad de una parte de la sociedad que advertía el peligro de un mundo intolerante, con lideres dispuestos a todo, a la vez que se sostenía, tal vez para sobrevivir, en las cosas que sabían hacer: psicoanalizar, escribir, leer, pintar, pensar la revolución. El ambiente de cotilleo es infaltable en estos encuentros, pero nuestro mozo le imprime una veta histórica, dramática y risueña a la vez, para hacerlo más tolerable.

La dirección -excelente- y los actores logran transmitir la potencia de una historia que se resignifica en términos actuales: todo vuelve, todo retorna, pero transformado, y, como sociedad, debemos hacernos cargo de nuestras posiciones en un mundo en el que las pujas parecen binarias, pero se entraman y se superponen: la salvación individual, lo colectivo, el enriquecimiento de unos pocos, la distribución de los recursos, el arte burgués, entre otras cuestiones.
¿Qué podemos ver o presagiar como sociedad?
En algún momento, alguien dice que los poderosos lo son porque sacan ventaja de todo cuanto pueden y que son buitres cobardes porque viven rapiñando, alimentándose de los restos.
Cuando sobrevuela la muerte, el racismo, la injusticia, las masacres y el horror vale preguntarnos, pues, qué nos queda.
En un mundo cambiante, en el peor de los panoramas, aún permanecen las lealtades, las amistades y la creatividad.

Y la ciencia y el arte, desde su más profundo compromiso político y ético, siempre. La historia, lo que devendrá y sus convulsiones. De eso se trata Café Central.
¡Viva el teatro!
Café Central
Teatro El Tinglado. Mario Bravo 948, Caba
Funciones: sábados a las 20 y domingos a las 18
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