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EL ETERNAUTA de Héctor Oesterheld- Dir. Bruno Stagnaro – Por Dra. Raquel Tesone / R. Revart

“Nadie es la patria pero todos lo somos” – Jorge Luis Borges

Esta frase de Borges  podría ser acertadamente el corazón de El Eternauta,  emblemático cómic argentino creado por Héctor Oesterheld en 1957, y transformado en serie de Netflix por Bruno Stagnaro. Aunque cuenta una historia situada en Argentina en que una nieve mortal cae sobre Buenos Aires, con barrios, calles y personajes locales, es una superproducción que ha cautivado al público argentino, y que, sorpresivamente logró posicionarse como la serie de Netflix más vista en el mundo entero. 

Stagnaro realizó una adaptación con notable arte cinematográfico al contexto contemporáneo dejando intacto el núcleo ético existencial de su autor.  ¿Cómo puede ser que una historia con guiños locales, tan ligada a un país, emocione y haya atravesado corazones de personas de países lejanos y de distintas culturas? Pienso que El eternauta nos habla de algo universal: el miedo a quedarnos solos, a la destrucción, a perder los seres queridos y la confianza en nosotros mismos, aquellos que deberían protegernos. Esta amenaza invisible es algo que todos en cualquier lugar del mundo, sentimos después de la pandemia.

Como decía el psicoanalista Didier Anzieu con su concepto de resonancia fantasmática, hay historias que activan algo que está en el trasfondo de todos, un miedo compartido, una fantasía en común. Eso sucede cuando los fantasmas individuales encuentran eco en los otros y crean una suerte de fantasía grupal compartida que enriquece y expande la experiencia. El eternauta es uno de esos relatos que hace tomar conciencia al Inconsciente colectivo. Es una metáfora de un trauma común: la amenaza de extinción, la descomposición del lazo social, la incertidumbre y la falta de credibilidad en las estructuras de poder que nosotros mismos hemos fabricado. La enorme repercusión de la serie, además de por su elevado nivel artístico, da muestras de su capacidad de poner en escena los dilemas y paradojas fundantes de la subjetividad contemporánea. ¿Cuál es el lugar que se le otorga al otro en nuestra supervivencia? ¿Qué ética es posible cuando el mundo colapsa?

Freud, en Psicología de las masas y análisis del Yo (1921), plantea que ante situaciones traumáticas, “el individuo tiende a ceder su yo crítico en favor de un ideal común o un líder”, encontrando en la figura del líder un refugio y una fantasía mesiánicaSin embargo, Ricardo Darín, protagonista de la historia -interpreta con  honda humanidad y sagacidad actoral al personaje Juan Salvo- que responde al héroe tradicional. No tiene poderes ni certezas, su liderazgo es desde la vulnerabilidad compartida y no desde un alarde de omnipotencia o desde un lugar de dominación. Es una versión encriptada de Oesterheld, autor de la historieta en 1957, vivió esa lucha en carne propia para profundizar en la serie. Fue secuestrado y desaparecido en 1977 junto a sus cuatro hijas, Diana, Beatriz, Estela y Marina, dos de ellas embarazadas, y dos de sus yernos durante la dictadura cívico-militar argentina. Pasó de ser un escritor muy exitoso a ser militante en una organización política clandestina, luchando por sus ideales, lo que lo llevó a perderlo todo. Esto imprime un carácter profético a su obra. Como si hubiese anticipado en la ficción el horror que le aguardaba en lo real. Héctor Germán Oesterheld Puyol: geólogo, periodista, guionista, dibujante, escritor, divulgador científico y un visionario, su biografía encarna el final trágico de una ética que nos dejó un legado al costo de un sacrificio personal y familiar. 

Hay un testimonio estremecedor de un compañero suyo en el centro de tortura y exterminio donde estuvo detenido. El testimonio del  psicólogo Eduardo Arias ante la Comisión Nacional de Desaparición de Personas que realizó el informe “Nunca más” da cuenta de esto: Permanecimos juntos mucho tiempo. Uno de los recuerdos más inolvidables de Héctor, se refiere a la Nochebuena del 77. Los guardianes nos dieron permiso para sacarnos la capucha y para fumar un cigarrillo. Nos permitieron hablar entre nosotros cinco minutos. Entonces él dijo que por ser el preso más viejo de todos los precios quería saludar uno por uno a todos los que estábamos allí. Nunca olvidaré aquel último su apretón de manos. Tenía sesenta años cuando sucedieron estos hechos. Su estado físico era muy, muy penoso”. Ese gesto de humanidad, en el horror más inefable, se refleja en la actuación de Ricardo Darín. Su luz de esperanza está puesta en el apuntalamiento que brinda lo grupal para poder sobrevivir.  En el capítulo donde Salvo se enfrenta a la imagen de él rodeado de prisioneros bajo el control de los invasores, se refleja la impotencia de Juan Salvo mirando a sus compañeros, con el mismo gesto de solidaridad que tenía Oesterheld en sus últimos días, saludando con dignidad aún sintiéndose vencido. 

En el primer capítulo en la escena que Salvo descubre el tren lleno de gente que le ruega que lo ayude y él sabe que en ese momento no tiene nada por hacer ya que él está aún en shock, aparece nuevamente la impotencia. Luego, es interesante que los personajes se muestran reactivos a unirse, aunque están enfrentando la muerte. A medida que confían más en las habilidades de los otros y en sus experiencias personales, Salvo siendo ex-combatiente de Malvinas, retoma fuerza cuando la esperanza surge del apoyo del grupo para poder sobrevivir. Juan Salvo es un hombre tan desesperado como el resto que se destaca por fundamentar sus acciones en una lucha que trasciende lo personal para abrazar a los otros. Stagnaro traduce ese mensaje potente con una sensibilidad que toma forma cinematográfica: aunque Darín captura la cámara y es una figura fuerte, su personaje Juan Salvo no es todopoderoso. Es uno más, con miedos y dudas, y su liderazgo es desde el vínculo y nunca desde la imposición. En la puesta en escena Stagnaro evita toda jerarquía actoral. Cada personaje tiene su peso y su espesor, su importancia. No hay personajes secundarios descartables. No solo es una mirada desde lo estético, sino una posición política en absoluta coherencia con las ideas del autor. Esto nos dice: todos somos protagonistas de esta lucha colectiva porque nuestro Planeta no desaparezca y por no repetir las tragedias del pasado.. Es otro acierto que produce esta gran repercusión mundial que enorgullece a los argentinos, y que interpela al mundo: la salvación es colectiva o no será. 

La fragmentación del lazo social y los efectos de un trauma colectivo, se anticipa a través de su pluma a una tragedia que lo tocó de cerca a su autor, en el plano personal y familiar. El malestar cultural y social, el avasallamiento de los derechos humanos, y la lucha por que una subjetividad ética sea posible en contextos de violencia, es el nudo principal de la serie. Porque nos habla de la Argentina de hoy, la nieve letal que aísla es una metáfora de nuestra desconexión post pandemia, de habernos acostumbrados a vivir detrás de las pantallas hasta en los encuentros que en su mayoría son virtuales, desconfiados y aislados. 

El eternauta no es solo una alegoría de un mundo que se derrumba de manera catastrófica, es una advertencia frente a la narrativa destructiva del individualismo y la robotización del sujeto. Esa nieve letal, congela cuerpos pero también silencia la puesta en palabras, daña los vínculos y desencadena una psicosis colectiva. Y es allí donde el contacto con los otros, envueltos en la desesperación, se transforma en lucha por resistir psíquica, social y políticamente.

Esta serie al igual que el cómic de Oesterheld y el dibujante Solano López, nos permite articular la relación entre subjetividad, política, ética y represión y advertirnos que la esperanza solo se construye en comunidad, en comunión con los grupos y volviendo a confiar en el otro. La adaptación de Stagnaro respeta este mensaje del cómic.

 La adhesión de Oesterheld en los años 70 a la militancia de los Montoneros, implicó la renuncia al circuito de las editoriales comerciales: ese compromiso ético fue al costo de un terrible sacrificio siendo arrasado en sus vínculos más íntimos. Su esposa Elsa Sanchez (1925-2015), la única sobreviviente de la familia dijo: “cómo iba a imaginar que mi marido iba a terminar así en un país supuestamente democrático, con un marido que era un escritor envidiado y festejado por todo el mundo”, fue integrante de Abuelas de Plaza de Mayo y habiendo perdido once miembros de su familia, siguió en la lucha hasta su muerte sin poder recuperar a sus nietos. La dictadura argentina (1976 a 1983) no sólo aniquiló cuerpos. Operó sobre el campo simbólico, eliminó al sujeto intentando borrar El Inconsciente colectivo, suspendió el nombre, borrando los rituales del duelo. Como un acto de forclusión del sujeto donde la figura del “desaparecido” reverbera en las mentes más que como un muerto, como un signo tachado. Su presencia, la búsqueda de la aparición de los desaparecidos, insiste como retorno del trauma. Y es allí donde El Eternauta adquiere una crucial potencia, al poner en escena lo innombrable, nos permite nombrarlo. La ficción actúa como un dispositivo de elaboración colectiva. 

Provoca dolor ver que la serie en Argentina,  genere  divisiones. Algunos la sienten como una obra política que “toma partido” y la rechazan. Pero afuera en países que no tienen ni idea de nuestra grietas, la serie es la más vista. Eso dice mucho sobre nosotros, a veces nos cuesta aceptar que algo propio sea valorado afuera. Es como si provoca orgullo y envidia al mismo tiempo. Una idiosincrasia donde reina el binarismo que involucra la política, el fútbol y hasta la música (Astor Piazzola no es tango, Tanghetto tampoco actualmente por ser tan reconocido internacionalmente, aunque hace muy poco le otorgaron un galardón en la Legislatura Porteña como orquesta destacada de la Ciudad de Buenos Aires) ¿Me pregunto si será una suerte de mezcla de creernos los mejores del mundo y al mismo tiempo, la envidia por los logros y el suceso de nuestra originalidad? ¡Cómo si fuera que una parte de los argentinos se enorgullece y otra la castiga sádicamente por “traición a la patria” si el éxito se expande en otras culturas! Pero más allá de estas cuestiones argentas, la serie cumple una función muy importante, nos recuerda un pasado que se intenta enterrar mostrando que las heridas de la dictadura siguen sangrando. De hecho, desde que salió la serie las Abuelas de plaza de Mayo recibieron siete veces más consultas. Y renace la esperanza de que los nietos de las hijas embarazadas de Oesterheld vean la serie y puedan preguntarse quienes son para recuperar su identidad. El anhelo de restitución, esta necesidad de revelar la verdad, devuelve a la serie una función ética: reparar el tejido desgarrado de la memoria, porque el enemigo siempre está adentro en tanto no enfrentemos su sombra. Eso se vislumbra en la última parte de la serie cuando los personajes reconstruyen la confianza en ellos, la cámara enfoca a un grupo sentadas alrededor de la mesa, como un ritual de resistencia grupal. Una clara referencia a la solidaridad.

Y más allá del éxito comercial, lo más importante que puede dejar El Eternauta es abrir interrogantes, recuperar las huellas de la memoria y reparar el tejido social. Porque como decía Freud (1920): sino recordamos el trauma, lo repetimos. En esa repetición se abre la reelaboración y una nueva inscripción. El retorno de lo reprimido y los duelos no concluídos que nos dejan los “desaparecidos” marcando la aberración que puede alcanzar la deshumanización y naturalización de los secuestros, torturas y crímenes de la dictadura, hace que la serie El Eternauta funcione en el campo simbólico dando voz a lo que se intenta acallar. Freud nos enseñó que uno de los mecanismos de defensa frente al trauma es la identificación con el agresor y en efecto, aun hay visos de negacionismo de los crímenes cometidos en la dictadura. Si la defensa contra el dolor es la alienación social donde se repiten discursos de otros para no pensar lo siniestro (Piera Aulagnier), la repetición seguirá insistiendo para elaborar el trauma.  Entonces, en vez de quedarnos bajo la nieve intentando congelar el dolor, la serie nos propone inventar otra forma de estar juntos. 

El destino trágico del autor y sus allegados, el mensaje que Bruno Stagnaro destaca en su adaptación con arte, en tiempos donde resurgen en el mundo los discursos de odio y la amenaza de nuevas guerras, apagones de electricidad en algunos países de Europa, transforma a esta serie en una reflexión aguda del sujeto en nuestro momento histórico / social y en un acto de resistencia. 

Apaguemos los celulares. Reconstruyamos el lazo social. Quizá como Juan Salvo, todavía estaremos a tiempo si lo hacemos juntos.

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