Ser testigos de la intimidad, escuchar confesiones, miedos y deseos, ser mirados a los ojos. “Manuelita” enternece e incomoda, porque nombra todo lo que no se nombra: hacerse la paja entre amigos en la adolescencia, insultar con “puto” sin saber todavía lo que significa, no saber qué hacer con lo que soy y con lo que me pasa (no saber quién soy ni qué me pasa).
Ese momento de la vida en que la confusión y el enamoramiento son una misma cosa, en que lo social impone formas fijas, transmitidas por generaciones anteriores, y todo es tan nuevo y a la vez tan claro que es imposible escapar. Lo íntimo ocurre entre el chivo de la cancha y la humedad de los cuerpos, entre el dolor de un insulto y lo que pasa dentro de la carpa, entre la simpleza de las acciones y lo que pasa por detrás.
Un beso en la boca en medio de alentar a Boca, un mejor amigo que deja de serlo, la liberación de la fiesta que no es el final sino un nuevo comienzo. La obra no tiene una lógica de bien o mal ni resuelve con un final feliz y cerrado, sino que ahonda en la complejidad y contradicción de la vida con una simpleza entrañable. Los actores se divierten, se aman, se odian, bailan, lloran, y con sus palabras cercanas te transportan a la escuela, al club, a la casa, con una escenografía tan simple como metafórica: el alambrado de una cancha de fútbol, que encierra, pero deja ver.

La relación entre el fútbol y la homosexualidad es un gran análisis de la masculinidad. «Gana el que la mete y pierde el que se la meten» es solo una de las declaraciones que hablan del homoerotismo en el deporte y la obsesión por insultar con puto, trolo, maricón, que esconde un miedo enorme de los varones a ser tildados de putos y, por consecuencia, el deseo imposible de estar con un varón. En el contexto del fútbol, la necesidad extrema de los varones por el contacto físico evidencia una falta: el varón no puede mostrar afecto por otro varón porque “es re puto”. La obra trabaja estas ideas en los profundos miedos del protagonista, un chico al que le encantaría que no le pase lo que le pasa y que solo quisiera “ser normal”.
Todos nos sentimos solos y perdidos en algún momento de la adolescencia. Por eso entendemos al protagonista cuando siente que nadie lo entiende y tiene sueños que escribe. Unas palabras en una proyección construyen un segundo relato que dialoga con el primero, permitiendo al espectador una asociación libre que teje y multiplica redes de sentido.
“Manuelita” es un viaje de autodescubrimiento en contra de un mundo injusto e insensible, que busca imponer lo normal como lo único posible. La obra contesta como Susy Shock en su poema “Yo, monstruo mío”: “reivindico mi derecho a ser un monstruo / y que otros sean lo Normal”. Entre el miedo y el orgullo de ser puto, logra “incomodar con nuestras palabras, con nuestros cuerpos, con nuestros gestos, con nuestra ternura, con nuestros gritos y con nuestros silencios. (…) Para detener la máquina del disciplinamiento, para inducir un pequeño temblor” (página 33 del libro “Borrador para un abecedario del desacato”, de Vir Cano).

Una obra indispensable en este momento histórico. Una obra para recuperar la sensibilidad por el otro.
Domingos a las 19hs en el Cultural Morán
Ig @manuelitaobra
