
Druk narra la historia de cuatro profesores de secundaria, interpretados con solidez por Carlos Portaluppi (Nicolás), Pablo Echarri (Martin), Juan Gil Navarro (Tommy) y Oski Núñez (Peter), bajo la dirección del reconocido Javier Daulte.
Todo comienza con el cumpleaños de Nicolás, que funciona como un pretexto para que este grupo de amigos se reúna fuera del ámbito escolar y compartan un “recreo” en sus vidas rutinarias. En esa noche inicial, se hace evidente que cada uno de ellos atraviesa una crisis personal que inevitablemente impacta en lo profesional. Algunos se sienten estancados, otros aburridos; todos, en mayor o menor medida, desmotivados. Sin embargo, este malestar no se expresa de manera abierta. Como suele ocurrir entre varones, impera un pacto tácito de silencio que dificulta mostrarse vulnerables.

Pero a medida que los brindis avanzan y el alcohol comienza a fluir, lo que estaba reprimido empieza a aflorar: frustraciones familiares, decepciones laborales, sensación de vacío. En medio de esa catarsis compartida, surge la idea de realizar un “experimento” basado en una teoría real que sostiene que mantener un nivel constante de alcohol en sangre (0,05%) mejora la creatividad, la seguridad y el rendimiento. El objetivo es claro: revitalizar sus vínculos laborales, afectivos y sociales.
Este recurso narrativo es una metáfora potente: el alcohol representa aquello que depositamos en el afuera con la esperanza de encontrar alivio —puede ser una droga, una red social, una relación adictiva— sin necesidad de transitar un proceso interno. La ansiedad por generar un cambio inmediato, sin elaborar el conflicto que subyace, es uno de los rasgos más marcados de nuestra época.
Sigmund Freud señalaba que lo que define al ser humano es el deseo: deseamos porque algo nos falta. El verdadero problema aparece cuando ese deseo se apaga, cuando nada nos motiva, cuando nos sentimos anestesiados. Eso es exactamente lo que les ocurre a estos personajes. Y en cada uno de ellos podemos reconocer síntomas muy actuales: especialmente, la anhedonia, esa sensación postpandémica de “todo me da paja”.

En un primer momento, el experimento parece dar resultado: se sienten más entusiasmados, seguros, conectados con sus alumnos, sus familias, y consigo mismos. Pero la obra deja en claro que este efecto no proviene tanto del alcohol como de otra cosa: el encuentro, el lazo entre ellos, la posibilidad de abrirse, de mostrarse sin caretas, de compartir risas, lágrimas, dudas y esperanzas. Es en esa fraternidad donde empiezan a vislumbrar algo parecido a la felicidad.
Sin embargo, a medida que el experimento avanza, el límite se desdibuja y el juego se transforma en un descenso. Lo que comenzó como una búsqueda de vitalidad, se convierte en una caída libre. El alcohol, que operaba como vía de escape, termina intensificando los conflictos en lugar de resolverlos. Porque, como bien sabemos, no existen soluciones mágicas.
Martin, quien al principio se muestra más reticente, es quizá quien más se transforma. El alcohol le permite relajarse, romper con el mandato del “deber ser” y reconectar con sus emociones y deseos. Recupera su lugar frente a sus alumnos y, en especial, frente a su esposa, con quien se sentía invisibilizado. La bebida parecería actuar como formación sustitutiva del deseo reprimido, y le permite restituir una imagen más vital de sí mismo. Es por un lado, una defensa ante el displacer psíquico, pero también una dosis de alchol en Maritin opera como un revelador de verdades internas.
La puesta en escena es impactante: la escenografía y la iluminación moderna acompañan cada escena con fluidez, sin cortes abruptos, y una musicalización precisa le da ritmo a la obra.
Uno de los recursos más interesantes son los monólogos en los que cada personaje se dirige directamente al público, como si fuéramos sus alumnos. Estos momentos revelan la evolución interna de cada uno. Nicolás logra salir de su letargo, se siente líder por primera vez. Su potente discurso cuestiona el sistema educativo y lo conecta con su deseo de enseñar. Peter profesor de música, logra sostener y renovar su ideal pedagógico, transmitiendo emoción y sentido. Tommy en cambio, deja entrever una desesperanza más profunda. Su vínculo con el alcohol se vuelve dependiente y su vacío existencial se intensifica. Martin en su clase sobre líderes políticos, empieza con datos históricos pero se deja llevar por una pasión que renace. Recupera la capacidad de conmover y conectar, demostrando que es posible volver a sentir entusiasmo cuando uno logra estar presente.

En definitiva, estos monólogos funcionan como pequeñas lecciones de vida. Nos recuerdan que el crecimiento personal nunca ocurre en soledad. Todos estamos atravesados por los otros. En ese aula simbólica que es el escenario, los espectadores también nos convertimos en alumnos. Y, al final, sentimos que hemos sido aprobados por una enseñanza tan simple como profunda: que para recuperar el deseo perdido, no hay atajo. Hay que animarse a sentir, a fallar, a buscarse con y en otros… y por qué no en esta obra de teatro.