
«Je voulais une comédie, pas un manifeste politique. J’ai pris beaucoup de précautions, j’ai rencontré des personnes concernées pour m’assurer que le propos était juste.» (“Quería una comedia, no un panfleto político. Tomé muchas precauciones, conocí a personas implicadas para asegurarme de que el enfoque fuera justo.”) Jade-Rose Parker
Cuando el teatro se vuelve espejo del Inconsciente colectivo, es una gran celebración.
La versión argentina de Drôle de genre nos regala una experiencia teatral tan divertida como profunda. Con una dupla deslumbrante: Jorge Marrale y Moria Casán brillando como una pareja con treinta años de historia, y acompañados por Paula Cohan (la hija en la ficción) y Ariel Peréz de María (el novio de ella), elenco destacable. Bajo la dirección precisa y sensible de Nelson Valente, la puesta en escena nos hace atravesar emociones y risas con el particular humor francés de la autora Jade-Rose Parker, que logra combinar elegancia, agudeza y comicidad sin caer en clichés.
Esta obra no solo entretiene, además, nos confronta con preguntas íntimas sobre lo que somos, lo que creemos ser y lo que el otro representa para nosotros. Cada escena es una invitación a reflexionar sobre los conflictos familiares y de identidad con una mirada original, respetuosa y, sobre todo, humana, con diálogos rítmicos, profundos y desopilantes al mismo tiempo.
El núcleo de esta obra se anuda en un punto incómodo y fascinante donde se rompen las certezas. ¿Qué pasa cuando alguien cercano cambia y ya no responde a la imagen que teníamos de él o ella? ¿Qué parte de nuestra identidad se tambalea cuando el otro se transforma?
En apariencia, los personajes muestran una actitud «open mind», moderna, comprensiva. Pero a medida que avanza la historia, se revelan los mecanismos inconscientes que sostienen sus ideas sobre el amor, la pareja y el género. Lo que parecía convicciones sólidas, se empieza a desarmar y surgen los interrogantes: ¿Hasta qué punto nuestra forma de amar es un reflejo de lo que deseamos… o de lo que tememos? ¿Amamos realmente al otro o amamos la imagen que construimos de él?
El personaje de Marrale representa esa masculinidad tradicional que empieza a crujir frente a un cambio que no puede controlar. Y la Casán, con su carisma y potencia escénica, encarna a quien se anima a vivir una verdad propia, incluso si eso implica sacudir los vínculos más íntimos. Como diría Lacan, la identidad es una ficción sostenida por el deseo del Otro y por aquello que el lenguaje nos permite nombrar. Entonces, ¿quién soy yo si el otro cambia y si ya no representa la proyección de mi fantasía? ¿Qué queda de mí cuando lo que creía estable se vuelve incierto?
La complicidad entre Marrale y Casán es clave: sus miradas, sus silencios, sus risas compartidas —que a veces parecen surgir incluso fuera de personaje— contagian al público. Nos hacen sentir parte de esa historia. El humor funciona como llave que abre la puerta al Inconsciente, y entre carcajadas, se cuela una revelación profunda.
Cabe destacar que la elección de La One Moria Casán no sólo como la multifacética actriz sino como figura pública, marcada por su apoyo histórico a la comunidad LGBTIQ+, a lo largo de su carrera, cobra un valor simbólico en este rol. Su presencia disruptiva y su libertad expresiva hacen que este personaje que interpreta con maestría actoral a una mujer trans. cobre una fuerza especial. Al lado de Marrale, actor de enorme trayectoria y compromiso social, logran que el texto revele un «subtexto» aún más potente. No se trata solo de contar la historia de una persona que transita un cambio de género sino que efecto produce en su entorno. Se trata de interpelarnos: ¿Qué significa hoy ser un hombre o ser una mujer? ¿Hasta qué punto el género es deseo, elección, destino, construcción social, lenguaje, política y/o goce?
El teatro como espacio de verdad se torna en espejo liberador. Una obra sin juicios, prejuicios, moralejas, ni libelo identitario, el recorrido de la subjetividad de cada protagonista consigue que nos interroguemos: ¿Quién soy cuando el otro deja de ser quien creía que era?

La escenografía acompaña con realismo y belleza esa vida cotidiana que se pone en crisis. El movimiento de los actores en escena es natural, fluido. La casa donde transcurre la obra nos resulta familiar, y eso refuerza el efecto de identificación con lo que vemos: podríamos ser nosotros, podría ser nuestra familia. Las alianzas que basculan y pasan de madre a hija, contra el padre y se intercambian según toque el narcisismo de cada miembro de la familia, hablan por sí mismas de un fenómeno inherente a las familias, todo esto transcurre en situaciones desopilantes y con una dinámica que festejamos con aplausos.
Jade-Rose Parker, autora cisgénero, se inspiró en una historia real para escribir esta obra y consultó a personas trans durante su proceso creativo. Su mirada, sensible y empática, le permitió tratar la temática con profundidad, sin caer en lugares comunes. Su mensaje es claro: respetar al otro, aceptar lo distinto, entender que la identidad no es algo fijo ni dado, sino algo que se construye —y a veces se reconstruye— a lo largo de la vida.
El humor abre la puerta a lo Inconsciente, y entre risas y silencios cargados, nos enfrentamos a cuestionar las certezas, a pensar que implica una relación de amor más allá del género. El juego de equívocos, las tensiones, los malentendidos entre los personajes funcionan como una metáfora perfecta de los tropiezos que tenemos al intentar comprendernos. Escuchar antes de hablar, sin juzgar, puede ser una forma de amar, nos dice la obra, y quizás ahí esté la verdadera ética del vínculo.
Cuestión de género no da respuestas cerradas, y sobre todo, afortunadamente, no define la identidad. Los actores juegan con el imaginario de los espectadores, para abrir preguntas sobre aquello que damos en llamar identidad y que la obra lo re-presenta como una construcción simbólica atravesada por el lenguaje y la sociedad en que vivimos. Y lo problematiza: ¿Qué apuntalamiento tiene mi identidad si se desarma el mundo simbólico donde se asienta? ¿Cuánto de lo que llamamos amor es también una forma de sostenernos a nosotros mismos?

Y en ese espacio —el del no saber, el del desconcierto— aparece el teatro en su mejor versión: como espejo, como refugio, como provocación y puesta en cuestionamiento.
