
Fotografías: Celeste Burgos
Miguel Valdivieso (@mikivaldi) Bailarín y coreógrafo boliviano, nacido en Turrialba (Cartago, Costa Rica). Inició su formación artística en el Instituto Eduardo Laredo (Cochabamba, Bolivia). Estudió en el Taller de Danza del Teatro Gral. San Martín (Complejo Teatral de Buenos Aires) y en la Universidad Nacional de las Artes (Licenciatura en Composición Coreográfica mención Danza-Teatro). Se destacó como performer en «Fuck me» de Marina Otero realizando múltiples giras por escenarios internacionales, entre ellos: Zürcher Theater Spektakel, La Bâtie Genève, Spring Utrecht, FITEI Porto, Teatro Colón Bogotá, Théâtre de la Ville Paris, De Singel Antwerp, Onassis Stegi Atenas, CPH Stage, HAU Berlin, ImPulsTanz Vienna, CC de Belém Lisboa.
En 2023 estrenó su unipersonal «Cómo puedo desear tanto esto» en el Centro Cultural 25 de Mayo (Buenos Aires, Argentina) con el apoyo de varias instituciones artísticas locales y reestreno en Área 623 (2025)
Su trabajo «Latina Bausch» fue premiado por la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires y por el Premio Plurinacional Eduardo Abaroa (Bolivia). En 2024 se presentó como work in process en Dança à Deriva (Brasil) y actualmente en Fundación Cazadores (2025).Próximamente se desarrollará en Centro Nave (Chile), Rosas-PARTS Residencies (Bélgica) y Frankfurt LAB (Alemania).
«No es tener sexo lo que cuenta, sino tener deseo. Hay demasiada gente que tiene sexo sin deseo (…) Yo he sabido desde niña que el universo de la sexualidad era fabuloso, enorme. Y mi vida no ha hecho sino confirmarlo. Me interesa lo que se encuentra en el origen del erotismo, el deseo. Lo que no se puede, y quizás no se debe, apaciguar con el sexo. El deseo es una actividad latente y en eso se parece a la escritura: se desea como se escribe, siempre». Marguerite Duras, Entrevista en Le Nouvel Observateur, 14 de noviembre de 1986
Bienvenido al consultorio. ¿Es la primera vez que consultas?
Cuando era muy pequeño, tenía 9 años y pienso que quería llamar la atención de mi mamá. En realidad le dije a mi mamá que no dormía, dormía poco y creo que capaz que estaba más relacionado con algo con ser gay. Estaba empezando a bailar, creo que bailar me ayudó a tener sueño, poder dormir. Bailar me ha centrado… Y me saca también. Lo digo en mi obra “Cómo puedo desear tanto esto” donde vuelco un montón de cosas muy autobiográficas y otras que me invento de mí. Hay muchas partes que son quizás de otras personas… En el 2018 me infecté de VIH y me dije, «quiero hacer esto solo”. Y como digo en la obra, a partir del VIH, fue un año diarrea, te juro, yo comía cualquier cosa, todo lo que comía pasaba, estaba flaquísima. En ese momento estaba en la Compañía de Danza de la UNA y estábamos trabajando con dos propuestas muy fuertes a nivel de resistencia. Yo baile en las dos. Lo loco es que igual bailo, sí, siempre con las rodillas rotas, pero siempre bailando. De hecho, ese año me rompí más las rodillas que antes, imaginate con Pablo Rotemberg y tan desnutrido (risas) loy había que tirarse al piso, todo eso y con la directora Roxana Grinstein quien me sacó aparte del ensayo y me dijo, «Che, vos estás bien? estrenamos esto si querés, pero después no vuelvas hasta que no te mejores y empieces tu tratamiento”. Es que no estaba tomando la medicación tipo hasta mitad de año cuando yo ya lo supe en marzo. Pero porque había tomado la medicación y ahí empezó la diarrea, pero creo que no fue la medicación, fue no aceptar mi posición en el mundo. La medicación quizás, pero tipo tomé dos y pensaba, no, esto es un montón. Y capaz que también era eso, pero después seguí con diarrea y sin seguir tomando la medicación. Eso es lo que era raro.
Necesitabas largar una mierda muy grande, Miguel. Literal. ¿Y qué sería eso que tenías que soltar?
Yo creo que la vergüenza. Vergüenza de fallar, de sentirte no perfecta de cierta manera, ya ese ideal, lo superé.
Ser La Barbie, así como comienza tu obra con ese ideal en la pantalla.
Si, pero sentía más algo de la incapacidad, como una mujer infértil que quiere tener un hijo, y empatizo mucho con ese discurso cuando lo veo en el cine y yo me siento así, como querer tener algo y no poder. Es tener algo y no hacerte cargo. Pero de cierta manera es renunciar a una normalidad. En la serie “Sexo en la ciudad”, Charlotte adopta una perra que conoció en el parque. Y creo que ese capítulo me marcó bastante. Es rarísimo que esté hablando de esto. Había una señora que tenía perros de competición, y a esta perra la paseaba y no la quería tanto porque no era ganadora. Tenía una patita chueca, una cosa así. Y Charlotte estaba lidiando con su infertilidad. Y ella lloraba, y pensaba en la perrita que no había ganado y lloraba y yo lloraba más. Y la adopta al final. Eso me conmovió, ese capítulo es hermoso.
Vos te sentís así pero en tu obra representás a mujeres “empoderadas”. Latina Bausch, por ejemplo.
Está inspirada en mi abuela materna, ese es otro tema, tenía esclerosis múltiple, yo nunca la vi caminar. Nosotros estábamos en Costa Rica en ese momento que le apareció la enfermedad porque mi mamá tenía una beca, y volvimos a Bolivia. Mi abuela vivió en mi casa. Ella tenía su lugar en casa con enfermeras, con todo…Vivió así hasta hace unos años que murió mientras yo vivía acá. Fue muy aliviante cuando se murió, no te voy a mentir. Lo peor es que a ella la fé la mantenía viva pero sufrían los demás, sí. Es un horror pero a la vez comprendo, qué sé yo. A ella le encantaba bailar antes de tener esta media muerte. Ella era muy bailarina, se vestía loca en las reuniones familiares y entraba bailando. El chal que uso en la obra era de mi bisabuela Rosalía, la mamá de Gladys, que enfermó de esclerosis múltiple medio año antes de mi nacimiento, en el 96 aproximadamente. Yo pasaba mucho tiempo con ella, viendo la tele y cosas así. Mis dos abuelas fueron las primeras en llevarme al travestismo de base. Mi abuela paterna no vivía en la casa, nos veíamos solo los fines de semana. Pero igual, las dos me compraban Barbies a escondidas, y llegué a tener toda una colección de Barbies a ocultas. Hubo un episodio sobre las Barbies. En dos o tres ocasiones, amigos, primos en cumples, las descubrieron y obviamente se burlaron, eso estaba en el menú.
Tu espectáculo empieza con el video de la Barbie bailando y vos imitando su baile. Me parece sanador exponerte sin vergüenza, al desnudo.
Si. Eso intenté. Y sí, me funcionó así, totalmente.
Es que no es lo mismo llamar la atención con la enfermedad como fue a los 9 años. Esta cuestión de las enfermedades, data de tu abuela. Estas decidido a no victimizarte ni ser atraído desde el sufrimiento, sino deseando. Tu obra habla mucho de ese deseo, unir partes tuyas, pero desde el lado de la pulsión de vida. Inclusive en tu nueva obra Latina Bausch, el deseo es incorporar a tu abuela pero en la etapa que no la conociste, antes de la enfermedad, la bailarina que deseaba ser.
Sí, de hecho pienso mucho en eso… sí, sobre todo en esta nueva obra. Latina es esa energía ancestral de vida. También trabajé con algo de mi abuelo. Mi único abuelo (el paterno) porque el otro, lo conocí hasta los 2 años y no tuve ningún vínculo con el abuelo materno, era alcohólico, y después se murió, pero ni lo vi, vivía en otro departamento (otra provincia), no lo conocí realmente. Mi abuela materna, Gladys, estaba divorciada, se divorció cuando mi mamá tenía 17. Era una mujer emancipada, esa es mi abuela, yo la amo (en tono de mucha admiración). Eso genera dudas sobre la religión que después adoptó, yo dudo mucho que era tan cristiana en la previa a la enfermedad. Quizá se volvió más cristiana para tener esperanza. Estas abuelas me hacían ropita para las Barbies y me veían a mí feliz, veían mi deseo, incluso la que está viva ahora, mi abuela paterna, y sigue siendo muy religiosa. Y hace poco murió mi abuelo paterno que era un tipo muy importante en la Universidad, desarrolló las facultades, era docente, todo el mundo lo adoraba, era Leo. Salía a la calle y se encontraba con todos.
Vos tenés dentro esa seducción de él
Puede ser, era un ser increíble. En lo blanco me parezco a mi abuela paterna, el pelo viene de ella y a mi mamá y a mi abuela materna en algo de la cara. En Latina Bausch, empiezo a bailar unas canciones de una poetisa y cantante que a mí me encanta, que me hacía mucho recordar el tono de voz y la forma de pronunciar de mi abuelo. Entonces, cuando mi abuelo murió yo estaba lejos, y yo solo pensaba que quería escucharle la voz. Entonces en un ensayo me puse esa música y bailé, y así nació la obra en realidad, de la ancestralidad de muchos lugares. Y me copó mucho el material, tenía mucha potencia.
Una obra de homenaje a ese abuelo también y una forma de elaborar ese duelo.
Sí, o sea, aparece eso, sí.
Y la voz de tu abuelo, ¿a qué te resuena?
A Cochabamba, la verdad, que es de donde voy, digo, de donde vengo.
De donde voy y a donde vengo…
Es mi lugar… si es las dos cosas, claro. Aunque me cueste aceptarlo. Siento que igual no pasa nada ahí. Pero me siento yo mismo cuando estoy ahí. Esta cantante tiene una forma de pronunciar bastante a lo quechua, y todavía necesito escuchar esa voz. Sí. Todavía. Y de hecho, por eso la bailo. La cantante se llama Matilde Casazola, es de la misma época de mi abuelo. Los zurdos se juntaban, y ella era una de ellos y él era uno de ellos, o sea, se conocían. Me obsesioné mucho con ella, con encontrarla para hablar de mi obra. Y la busqué, tengo el contacto, pero nunca le hablé. Porque me dije que es como hablar con mi abuela, pero no es mi abuela, prefiero romantizarla del todo. Preferí no ir a verla…
Y no has hablado de tu padre.
Mi papá me ha rechazado un montón de veces por ser homosexual y cuando tuve VIH le bajó info, como si se dio cuenta que ah, este chico se puede morir, lo puedo amar un poco. Entró en esa. Igual nada, siempre discutimos. Tenemos razonamientos y concepciones de la vida muy distintas. Aprendimos a llevarnos bien igual por el bien de todos.
Aquí hay algo que elaborar. Pregunto: ¿hasta qué punto el jugueteo con la muerte, con la enfermedad, con el VIH, podría ser una manera de decir, este chico se está por morir, hay que prestarle atención. Y es como si te sintieras fallado para ese padre por tu sexualidad. Rescatar la voz de tu abuelo para colmar esa falta de papá, es una manera de no enfermarse.
Un reabuelo, sí. Bueno, he sobrevivido mucho en la danza por mi cuerpo, con mi identidad nunca encajé porque nunca quise bailar de hombre con las Compañías, como te conté.
Y ¿qué sería bailar de hombre?
Levantar a la mina y ponerte pantalones en vez de pollera.
Entonces, bailas de mujer, y sacas la vergüenza de tu cuerpo. Lo podes mostrar al desnudo, y que no estás fallado, ni sos infértil. En tu obra es como si dijeras: «Aquí estoy, muestro todo y deseo todo.» Y como deseo me falta porque, para desear tanto, hay que ser consciente de lo que nos falta. Y así poder seguir deseando.
Totalmente.
Eso está más del lado de la pulsión de vida, y no un demanda de atención a través de enfermarte.
Más o menos, ¿no? Un poco llama la atención porque hablo de eso quizás (risas)
Si, pero está puesto en una escena, no en pasar al acto de destruirte o de no tomar una medicación o de no comer. Esta es la gran diferencia. Inclusive en la parte que te mirás al espejo y te pegas en tu rostro.
Si, de auto odio. No quererme.
Pero también hay un espejo donde estás buscando la mirada del otro. A alguien que te mire, también tu público. Y que piense que estás haciendo, porque estás agarrando una soga… Esa soga se transforma en un objeto teatral en ese video. Atraer a tu padre y a tu abuelo desde el arte y la vida. Y por otro lado, honar el amor de esas mujeres que te aman, tu madre y tus abuelas. Ahí está la seducción de tu abuelo paterno con ellas.
Mis vínculos sociales son casi todos mujeres. Hasta cierta edad ni siquiera hablaba con hombres, o sea, aprendí a relacionarme con los hombres los pasados 10 años.
Estás muy identificado con ese abuelo, y no lo perdiste del todo porque está adentro pero hay que transmutarlo, lo mismo que a tu abuela en la danza, y no en la inmovilidad.
Sí, y Latina Bausch también tiene que ver con bailarla a ella. Intento eso en esta obra y también bailar como mi mamá. Mi mamá es también muy bailarina, desaforada. Mi mamá siempre me aceptó y le encanta bailar, y bailo por ella casi. Empecé en un colegio donde había música, danza, teatro y estaban mis tíos que eran músicos enseñando y yo fui a música y terminé en la danza por suerte. Y de ahí no paré más, yo quería bailar todo el día y mi mamá me llevaba a bailar todo el día.
Has armado ese rompecabezas de tu identidad con quienes te han marcado, y también con el espejo de los espectadores que te devuelven ese otro espejo que te rescata. Espero que mi mirada te refracte algo de tu autenticidad. Gracias por venir al consultorio.
DEL OTRO LADO DEL DIVÁN:
Miguel conmueve tanto cuando habla como cuando baila. Incluso sus silencios son significativos. Sus palabras y su danza resuenan como poesía escrita con el cuerpo. Su manera de transitar el dolor es, paradójicamente, absoluta vitalidad.
Su capacidad para transformar la vergüenza en escena, la enfermedad en movimiento y la falta en deseo es pura creatividad. Me provoca deseo de protegerlo y una inmensa ternura ese enorme valor que implica poner el cuerpo, literalmente desnudo en el escenario y simbólicamente durante nuestro encuentro que deja en confidencialidad lo no autorizado para publicar.
En ese rompecabezas donde se identifica de manera múltiple con su madre, su abuela materna y su abuelo paterno, Miguel crea su propia identidad que deviene arte. Así como se identifica con los artistas que admira, su arte no es copia. Su arte reapropia. Y en esa reapropiación hay algo casi alquímico. Miguel toma materiales que vienen de otrxs y los vuelve propios, desde una verdad escandalosamente íntima. Como si ingresara en la piel de Pina Bausch, de su abuela, de su madre y en su abuelo. No para imitarlos, sino para reexistir desde cada uno de ellxs. Hay en su danza y en su discurso un intento por recomponer la trama identitaria con esos retazos: los de la infancia, los de la sangre, los del deseo, los del duelo, y de esas Barbies escondidas que las abuelas le regalaban como un gesto de autorización y reconocimiento de un deseo no dicho. Que Miguel las escondiera, es un acto cargado de múltiples capas de sentido inconsciente. Escondía lo que no encajaba en él respecto a los mandatos de género, las expectativas familiares y sociales. La Barbie, representa el significante del deseo prohibido, de la belleza femenina idealizada así como de la fragilidad que implica ser diferente en un entorno donde ese deseo puede ser sancionado. Esconder las Barbies, significa esconder aquello que no tenía un lugar posible para ser mostrado sin generar rechazo, crítica, vergüenza o culpa. Las Barbies como objeto transicional en el sentido winnicottiano, es soporte del juego, del deseo, del ensayo identitario, a su vez, es una carga de conflicto: lo que se desea y lo que no se puede mostrar, espejo y prisión, portador de un cuerpo perfecto, manipulable, estilizado que convive con la imposibilidad real de encarnar ese ideal. Pero lo escondido no desaparece, reaparece y retorna desde lo Inconsciente, en su arte y en la puesta en escena del propio cuerpo. Lo que antes escondía, lo exhibe en su obra, lo que en su pasado lo avergonzaba, hoy lo corporiza, es potencia creadora, lenguaje poético y reconfiguración de las categorías binarias impuestas. En “Cómo puedo desear tanto esto”, alcanza su máxima potencia cuando encarna, en su propio cuerpo, la disolución de las fronteras de género: desnudo, con su barba y su cabello largo, sus genitales expuestos, vestido de mujer y danzando con una libertad que desafía cualquier molde identitario. Su cuerpo es como un arma poética que danza con la sensualidad, la fragilidad y la osadía de lo femenino. Su presencia destroza el tejido de las ficciones identitarias, destruye todo mandato de lo que ‘debería ser’ y nos enfrenta, sin anestesia, a la belleza salvaje de lo que escapa a toda categoría.
Durante la “sesión”, además afloran dos vertientes pulsionales: la pulsión de muerte en su forma más cruda —el dejar de comer, el no tomar la medicación,— y la pulsión de vida, expresada en su voluntad de crear, de transformar, de bailar a pesar de todo. Lo notable es que no se trata de una lucha de opuestos, sino de una intrincación. Y en ese recorrido, está aprendiendo a desintricar esa fusión mortífera para permitir que su vida respire.
Sus obras son actos de sublimación visceral en estado puro. Hace con su historia algo más que una catarsis, crea un lenguaje poético para construir un Yo que in-corpora sus sombras.
“Latina Bausch” no es solo un homenaje a su abuela, es una forma de darle movimiento a su inmovilidad, a lo que ella ya no pudo en un gesto amoroso. En su cuerpo, Miguel danza los deseos truncos de sus ancestras, sin caer en la repetición de sus destinos. Honra, sin quedar atrapado.
Si la enfermedad fue alguna vez una vía de demanda de amor, hoy el arte posibilita otra escena, quien no hace síntoma, sino quien desea tanto. La diferencia, como le señalé, es que el deseo ya no pasa por el sacrificio de la salud, sino por el acto de crear. De exhibirse, no como alguien que falla, sino como alguien que se construye en el interjuego entre la falta y el deseo.
Como una mujer infértil que desea un hijo, Miguel se adopta con cada una de sus obras que son hijas de su deseo. Bailar desnudo es poder quitarle el último velo a la vergüenza. Mostrar el cuerpo es mostrar la verdad del ser invocando una mirada distinta, la del público como testigo de un re-conocimiento.
Ojalá esta devolución pueda ser un espejo más (entre tantos) en el que Miguel se mire sin definirse por una falla, sino por una construcción. Una obra que nunca se termina, pero que vale por cada intento.
Gracias por confiar en mí y en el Inconsciente Miguel.
Y gracias por no dejar de bailar.


