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AL DIVÁN INGRID PELICORI – Por Dra. Raquel Tesone / Rachel Revart

Fotos: Celeste Burgos

Ingrid Pelicori es actriz de teatro, cine, televisión y radio. Actualmente, protagoniza la obra de teatro “Carnada” bajo de dirección de Cintia Miraglia y en el teatro San Martín actúa en la obra de teatro “Ricardo III” bajo la dirección de Calixto Bieito.    Desde 1978 sostiene una ininterrumpida labor teatral. Participó en Teatro Abierto e integró el Elenco Estable del Teatro San Martín. Interpretó alrededor de setenta obras, entre ellas: Medida por medida de Shakespeare, Tres hermanas de Chejov, Peer Gynt de Ibsen, Decadencia de S. Berkoff, Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido de E. Jelinek, Pedir demasiado de G. Gambaro, El aire del río de C. Gorostiza, Las lágrimas de M. Tenconi Blanco.

En los últimos años protagonizó: Agamenón de Esquilo, Cae la noche tropical de M. Puig, Bergman y Liv de L. Droznes, La débil mental de A. Harwicz. El zoo de cristal de T. Williams, Sueño de dos de M. Saba, Yo, Fedra de A. F García,

Fue distinguida con los Premios Trinidad Guevara, María Guerrero, 5 veces el Premio ACE, dos veces el Premio Konex (destacada en la década 1991-2001 y 2011-2021).

En televisión participó, por ejemplo, en Alta Comedia, El Oro y el Barro, Vulnerables, Farsantes. En cine: Tiempo de Revancha, Temporal, El agujero en la pared, El astillero, entre otras.

Muy agradecida por recibirme en tu hogar. (Me siento en un sillón. Ingrid en el diván)

¿Hago diván? 

Como vos te sientas más cómoda. Sos psicóloga, somos colegas.

Sí, pero nunca ejercí. En realidad, primero empecé a estudiar teatro y a trabajar como actriz. Y después, mientras ya estaba trabajando como actriz, me puse a estudiar psicología en la UBA, y un día me recibí. Pero siempre seguí trabajando como actriz. 

¿Y tu profesión tiene relación con tu actuación?

Siempre me preguntan eso, pero en realidad la psicología a un actor le sirve… como le sirve todo, porque todo sirve para actuar, todo lo que estudiás, observás, todo lo que te pasa en la vida. Alguien dijo que actuar es dar testimonio de lo que uno ha vivido y comprendido. Y entonces todo lo que uno vive y comprende te ayuda a la actuación. Pero no uso la psicología puntualmente, no le hago el diagnóstico a los personajes, esas cosas no.

Tu composición de los personajes tienen gran profundidad, quizá tu inquietud y tu curiosidad por la psicología inciden también.

Suelo decir que la inquietud de base es la misma tanto para estudiar psicología como para ser actriz. El deseo de actuar y el deseo de ser psicóloga, ambos –para mí- se fundan en una gran curiosidad por el misterio de la condición humana. 

Muy interesante esto que decís, sí, pienso que sí, es el mismo deseo. 

Es el mismo deseo pero es muy diferente la práctica. Cuando me recibí de psicóloga, yo ya estaba muy jugada en mi camino como actriz. Y me di cuenta de que realmente lo que me gustaba era actuar. Pero en cuanto a la curiosidad de fondo, pienso que es la misma. Cuando yo estudiaba en la facultad, trabajaba como actriz. En esos años yo integraba el elenco estable del Teatro San Martín, (que hace muchos años que no existe más), que implicaba una vida ordenada para un actor: yo tenía todas las mañanas libres y también tenía los lunes libres, y entonces me ponía en esos horarios las materias. Es que me gustaba estudiar. Siempre fui muy estudiosa, y siempre tuve un gusto fuerte por el estudio, y por el estudio académico, un deseo de estudiar que no lo podía resignar así nomás. 

Ya eras buena estudiante en primaria y secundaria.

Sí, fui abanderada, y todas esas cosas, con promedio muy alto. Era disciplinada y tenía muy buena memoria. Pero sobre todo me resultaba fácil porque tenía un gran gusto por el estudio. 

¿Y tenías temor que la actuación te quite ese espacio de estudio también? 

Yo provengo de una familia de actores: mi padre era Ernesto Bianco -un gran actor, muy célebre- y la familia de mi madre también eran todos actores. Entonces, lo de actuar era algo que estaba ahí, algo muy familiar. Pero de chica nunca pensé que iba a querer ser actriz porque yo era una niña vergonzosa, estudiosa, tímida, no era la típica niña histriónica que en las familias de actores se dice, «Uy, mirá, va a ser actriz.» Y lo que ocurrió es que una prima, Ángeles Alonso, empezó a estudiar teatro, porque ella sí desde muy chica supo que quería ser actriz. De hecho, es actriz y vivió muchos años en México. Y ella empezó a tomar clases y fue ahí, cuando ella me contaba cómo eran las clases, que me dio ganas de probar. Fue esa curiosidad por las clases de teatro –y no la fantasía de subirme a un escenario- lo que me despertó el deseo de empezar. Como mi padre era un actor muy reconocido y muy popular, ese mundillo, ese universo, yo ya lo conocía, no era eso lo que me interesaba, o lo que me despertaba curiosidad. Eso estaba ahí. Mi mamá también era actriz pero dejó cuando yo era chica, y volvió a actuar cuando papá murió. Sus hermanos, mis tíos, también eran actores. Y papá y mamá justamente se conocieron en el Conservatorio. Papá era mayor que mamá, unos seis años, pero en el Conservatorio estaban a un año de diferencia porque mamá entró siendo muy jovencita, con la mínima edad, creo que eran 14 o 15 años, y papá entró con 20, que ya era grande para la época. Porque resulta que él primero había sido jugador de fútbol (risas), había jugado en la tercera de All Boys. Y tenía un amigo del barrio, cuyo padre era utilero en el teatro Marconi, entonces mi papá lo acompañaba a su amigo a llevarle la comida al padre, entre función y función. Y ahí mi papá vio lo que era el teatro, y se fascinó. Y eso lo impulsó a ser actor. Es un raro oficio, siempre me asombra mucho la gente (como mi papá) que decide ser actor sin tener una familia de actores, porque pienso que a mí no se me hubiera ocurrido nunca si no hubiera tenido esta familia. La primera obra que hice la estrené en enero de 1978. Mi papá no llegó a verme actuar, murió el 2 de octubre de 1977, cuando yo tenía 20 años. 

Tu papá supo que eras actriz.

Sí, yo venía hacía rato estudiando teatro, hacía 4 años…. Y había hecho una pequeña obra infantil, pero en un verano, y papá no estaba. Igual nadie en mi casa estaba contento con esa decisión mía (risas). Y recién en el 78 empecé a estudiar psicología en la facultad. Desde unos años antes, yo venía haciendo la escuela de Psicología Social de Pichón Riviére y otros grupos de estudio de epistemología. En esas épocas todo era una exploración alrededor de mi deseo.  … Y justo estrené esa primera obra después de la muerte de papá. Él tuvo una muerte súbita, del corazón, a los 55 años, en la cúspide de su popularidad, con una versión de Cyrano, que estaba haciendo, que fue apoteósica. Y yo, que empezaba a actuar, al principio ocultaba que era su hija (risas). Había mucha sensibilidad con su inesperada muerte, y de pronto aparecía la hija. Era muy fuerte ser la hija de Ernesto Bianco. Era mucha presión, y a mí me gusta hacer todo despacio, tranquila.  

El peso de tener que estar a la altura.

Claro. Un peso y una expectativa. Y encima yo no sabía si realmente quería ser actriz porque no tenía una vocación clara y precoz, como te conté de mi prima. Lo mío fue más bien: pruebo, a ver qué onda. Y la verdad, tengo que decir que me empezó a ir bien rápido, antes de que yo pudiera asumir cabalmente mi propio deseo. Porque enseguida me llamaron para dar una prueba en el Teatro San Martín, que me resistí, que sí, que no, y al final la di, y quedé en el elenco estable. Y mientras tanto yo iba haciendo la facultad, en todo ese tiempo.

Me pregunto si lo que te costaba asumir era que podías estar no solo a la altura, sino superar a tu papá en alguna medida a través de lo que el legado de él, tu madre y tu familia. Poder dudar de tu deseo por estar encarnado en vos de una manera más inconsciente, hacerlo más consciente.

Lo que pasa, lo más llamativo, es que yo había llegado hasta mi adolescencia sin la menor noción de que tenía ese deseo. 

Y tampoco en tu familia daban apoyo a esta moción.

Porque el que es actor, sabe que es un camino espinoso, y piensa que si el hijo también va a ir por ahí, se mete en una complicadísima (risas) y que puede ser frustrante y puede ser incierto. Y como yo era una alumna muy buena, que venía muy enfilada para otra cosa, me decían, “pará, sí vos tenías la vida más segura en otra dirección”. Pero no se pudo evitar. Y mi hermana, 10 años menor que yo, también es actriz, directora, docente, dramaturga, una teatrera completa. Con ella hacemos una obra sobre nuestra familia, que se llama “Papá Bianco y Los Alonso”, es un biodrama que escribimos, dirigimos y actuamos, y lo hacemos con nuestra prima Ángeles y un actor invitado. También hicimos una película documental sobre la familia, que se va a estrenar pronto. Y además escribimos un libro sobre papá, que te lo puedo regalar, lo tengo acá.

Un gran honor. Agradecida, podré conocerte más aún. Me encantará leerlo y reseñarlo también. 

Lo publicó el Instituto Nacional de Teatro. Por suerte, porque se editaron 2500 ejemplares que son de distribución gratuita, y además se puede bajar de la página del INT y leerlo online.  Lo escribimos entre las dos, mi hermana y yo, allí reconstruimos la historia de papá, y además hicimos como 40 reportajes a personas que trabajaron con papá para que nos hablaran de él: desde Soriano y Satur a los más jóvenes como Darín o como Óscar Martínez y el Puma Goity que fueron inspirados por papá en su deseo de ser actores. La obra “Papá Bianco y los Alonso” la hacemos siempre con un actor invitado que le pone la voz a un reportaje de papá. Y últimamente lo estuvimos haciendo con el Puma Goity, que siempre expresa su gran admiración por papá. Así que bueno, en los últimos años estuvimos con mi hermana reconstruyendo la historia familiar. Mamá murió en el 2018 y fue a partir de ahí que encontramos en su casa una gran cantidad de carpetas con reportajes a toda la familia, y decidimos hacer algo con todo ese material. Mi hermana, Irina, tenía 10 años cuando murió papá, así que pudo tenerlo muy poco tiempo, y encontrar todos esos reportajes, era muy fuerte.

Y parece que quedaron envueltas en lo actoral, ¿no? 

(Sonríe con ternura)  Es que es muy lindo. Irina estudió teatro desde chica, pero después tuvo una etapa en la que no quería saber nada con eso. Ingresó en la facultad de diseño gráfico, hizo un poco de filosofía y después volvió a estudiar teatro, y también dio vueltas, y vueltas… Pero, como ella dice en nuestra obra: “es que no te podés escapar”.

Y es natural, no lo tenés que estudiar. Como bien dijiste es como algo que ya viene dado, ¿no? Aunque sabemos que cada obra implica un esfuerzo, pero no se nota ese esfuerzo al verte actuar, uno te cree enseguida.

Me interesa el asunto del esfuerzo. Mirá, cuando yo estudiaba en la facultad, sabía qué había que hacer para dar bien un examen: estudiar y punto. Sabía qué esfuerzo hacer. Pero no sabía (no sé, no se sabe) qué hay que hacer para hacer bien un personaje. Entonces, me gusta esa libertad, esa tarea misteriosa que no depende del esfuerzo. Yo soy una persona que sé hacer esfuerzos, pero es un saber que me puede volver esclava de mí misma.

Sos muy exigente de alguna manera. 

 (risas). Me gusta esa definición del obsesivo que dice que es el único dueño de su propia esclavitud. Tiene un dominio… pero finalmente es una esclavitud. Y entonces, actuar se me aparece como sumergirme en algo donde yo no sé qué esfuerzo hacer, porque no depende de eso… ese misterio me resulta muy atractivo, muy hermoso. El no saber y poder ir a un lugar más misterioso, dejarme atravesar por algo que no sabía, permitir que brote algo, que yo no puedo más que “regarlo”, pero que no sé cómo hacerlo florecer.

Es muy poético lo que estás diciendo, la pérdida de la idea de control, como cuando estás en escena y aunque te sepas el mismo guión, no sabes cómo va a ser la función cada vez. Se aprende a poder tolerar un nivel de incertidumbre total, que el público sea copado o no, etc. y hay una serie de factores del convivio teatral hace que todo sea muy inédito, ¿no?

Es tolerar la incertidumbre, y también honrarla. Muchas veces he pensado qué me pasaba a mí con la psicología y con el teatro, desde dónde me vinculé con estos dos aspectos Y me parece que cuando estudiaba psicología yo tenía un gran deseo de entender algo (o todo) de la condición humana. En cambio, actuar es ponerle el cuerpo al misterio y celebrar lo incomprensible.

Como psicoanalista hubieras sido muy buena porque hay que saber aceptar lo que no se sabe.  Ese lugar del supuesto saber. «Esto no lo sé, habrá que explorar.» 

Sí, sí, el que sabe es el paciente, entonces también uno tiene que bancar el no saber. Exacto. Pero vos hablás de la práctica del psicoanalista, y yo hablaba de ese deseo de comprender todo desde el estudio. 

Serías una genial investigadora.

Lo de genial es mucho decir (risas).

Y terminaste siendo una genial actriz que hace una investigación inconsciente de sus personajes dentro de ese misterio que los habita y que aparece como algo mucho más visceral. 

El misterio, eso me gusta. Pienso, por ejemplo, que hay ciertos personajes que uno justamente podría querer “entenderlos”, “definirlos”, para después actuar lo que había definido. Y eso sería una actuación que yo llamaría, no sé, “diagnosticadora”.  Como si uno dijera “yo sé cómo es, entonces lo hago”. Y a mí me pasa al revés, me interesa ir a un lugar donde no sé cómo es este personaje, honrar el misterio que todo personaje es, y convocar a mi propio misterio. Me acuerdo de una obra en particular que se llamaba “Grande y Pequeño”, mi personaje era una mujer que quería desesperadamente que todos la quisieran y entonces se metía en unos líos amorosos espantosos. Y uno podría decir: «bueno, le pasa tal y cual cosa», encerrarla en un diagnóstico. Pero lo que me interesa a mí con los personajes es escuchar siempre lo que están hablando de la condición humana, quizás amplificado, pero que son aspectos que todos tenemos o podemos conocer. Y que eso hable, me hable a mí en lo que yo sé de eso sin saber que lo sé. Hacer que el personaje sea el modo en que yo ponga en acción algo que no sé qué sé. Algo profundo de la condición humana. 

¿Allí se expresa la verdad de tu actuación? Escuché a María Onetto o a Meryl Streep decir que todos podemos ser actores porque siempre podemos encontrar algo de los personajes que nos represente en alguna medida.

Y cuando uno va en busca de eso adentro, cuando uno deja resonar en uno mismo, en el propio misterio, el misterio del personaje, algo empieza a tomar forma. Una vez me pasó una cosa muy graciosa. Tengo un amigo de la primaria, de toda la vida, que es médico homeópata y él me recomendó a su homeópata capo, y su homeópata capo, unicista, me daba siempre un medicamento: tomé phosphorus y después calcárea carbónica. Y una vuelta, yo estaba ensayando El zoo de cristal, (ahora hago la madre pero en esa época hacía el personaje de la hija) y entonces el médico capo me da pulsatilla. Y mi amigo, que me conoce mucho y desde la infancia, me dice: «¿Cómo? Qué raro. ¿Vos pulsatila?» Entonces le pregunto “¿Por qué? ¿Cómo es pulsatilla?” Y empieza a describir exactamente el personaje que yo estaba ensayando. ¡Qué increíble! Era el medicamento que le correspondía a mi personaje, que era Laurita Winfield: muy vulnerable, muy frágil. Y por eso digo: el personaje activa lo que uno tiene de eso en algún lugar y de algún modo. O sea, yo interpreto el personaje, pero el personaje también me interpreta a mí. 

¿Y este tema lo trataste psicoanalíticamente o en alguna terapia? 

Yo hice terapia desde muy joven, hice terapia muchos años, y de distintos tipos: hice diván, hice grupo, hice con un terapeuta junguiano, diferentes cosas. Ahora hace tiempo que no hago. También cuando estudiaba psicología, lo consideraba necesario. Y en esos tiempos, analizarse era tener 3 sesiones por semana, mínimo 2. Y a mí me tocó la época del furor de Lacan, hacíamos grupos de estudio por fuera de la facultad porque en ese momento Lacan no había entrado en la academia, era “el saber maravilloso que se aprendida por fuera, con los iniciados”.

Y esa exploración de tu propio recorrido de análisis, ¿te pudo ayudar a aceptar que sos pulsatilla, por ejemplo, que tenés un aspecto vulnerable?

Yo siempre me sentí muy vulnerable, pero me doy cuenta de que no lo parezco tanto. Por ejemplo por cómo me ve este amigo de la primaria, hicimos toda la primaria juntos y seguimos siendo amigos. Y él se asombra de que yo pueda ser pulsatila.  No porque yo lo oculte. Tal vez solo lo tenga en sombra. Es algo que me gusta pensar desde la astrología. Tengo una amiga que fue compañera mía de la facultad y después se dedicó a la astrología, y me decía que para la astrología uno se identifica con algunos personajes internos, son energías que uno tiene, pero uno tiene otras energías, que son propias, pero que uno no las tiene tan a mano.  Actuar es también traer esos otros personajes internos, que son energías de uno, pero que no están en el recorte que uno hizo para funcionar en el mundo. Están en sombra. Son el extraño que somos.

La sombra me inquietó y me interesó siempre. Eso seguramente me llevó a analizarme tempranamente. Mi primera consulta la hice a los 17 años. En ese momento me impulsó más bien una problemática adolescente, temas amorosos, temas vocacionales. 

Ya había un deseo de explorarte.

Sí, es que me interesan los misterios, y el primer misterio es uno mismo. 

¿Sentís que todavía falta conocer más a Ingrid?

Posiblemente, sí, creo que es infinito, lo que no tengo ya es la urgencia de seguir en esa dirección, haciendo terapia. 

O tal vez ya lo estás haciendo sola. Como dice Freud, el análisis es interminable, uno incorpora el dispositivo y se sigue analizando sin el psicólogo. 

Si, en cuanto al funcionamiento psíquico sí, es interminable. Pero me acepto como misterio. Un misterio que no solo quiero soportar, sino celebrar, honrarlo.

¿Hay algún personaje que te permite más celebrar ese misterio? 

Me cuesta muchísimo decir eso porque cada personaje me aportó en muchos niveles, desde lo más personal hasta en las gratificaciones al hacerlo, al placer de hacerlo: por mis compañeros, por la obra, por el momento, por el público…. Son tantas las cosas que entran en juego. La mayor parte del tiempo disfruto mucho de mi trabajo. Eso fue algo que aprendí. Al principio me auto criticaba demasiado, dudaba de si quería o podía ser actriz. Fue cuando estuve en paz con el placer de actuar, que decidí que no iba a ser psicóloga sino actriz.

Cuando dejaste de juzgar a Ingrid como actriz y empezaste a jugar con ese deseo y a ver qué te pasa.

Hubo una conjunción de cosas. Justo después de que me recibí en la Facultad, pasé un año (todo 1985) en Francia. Yo estaba en el elenco estable del Teatro San Martín y fue como una licencia. Me fui porque quien era en ese momento mi pareja (entre 1980 y 1990), que es sociólogo, fue a hacer un posgrado. Y a mí me gustó la idea de abrir mi mundo, de ver qué onda, y me fui a Francia sin plan. Y esa estadía en París, entre muchas cosas, me permitió asumir más claramente mi deseo de ser actriz. Me ayudó la distancia de todo, de mi familia, de mi trabajo. En Buenos Aires yo trabajaba de actriz. Entonces, frente a la duda vocacional, también eso es una respuesta, decir, “este es mi trabajo”. En Francia, en ese vacío que me provoqué, hice montones de cursos, hice de todo, cursos de actuación en técnicas que acá no había –después fueron llegando, porque acá llega todo-. Iba decidiendo en el momento lo que quería hacer. Iba a escucharlo a Jacques Alain Miller a la Facultad, porque allá ibas a la facultad, te metías y escuchabas, o sea, estaba abierto. Y fue también en París que hice la única cosa parecida a trabajar de psicóloga. Había un psicoanalista argentino que trabajaba allá en un Hospital de día con psicóticos y me convocó para hacer un trabajo de facilitadora en las improvisaciones que él les hacía hacer a los pacientes.

Un trabajo que juntaste las dos cosas.

Sí, pero yo no estaba en rol psicóloga. 

Pudiste probar lo que es trabajar desde la clínica con pacientes y darte cuenta de que te gustaba más la actuación. Y tal vez tenés los talentos para todo eso. 

No sé el talento, pero me di cuenta de que no tenía el deseo de trabajar en la clínica con pacientes. Diría mi amiga astróloga que soy capricorniana, pero tengo luna en Géminis. Necesito jugar, tengo un gran deseo de variedad. Y eso te lo da la actuación por excelencia. Termina una obra y empieza otra, otros mundos, otros temas, otro juego. Me gusta hacer siempre cosas diferentes. 

Abordas con hondura el tema de lo femenino.

Me toca inevitablemente porque soy mujer. Y me importa que las obras que hago digan algo, puede ser por ese lado, o por una resonancia más social.

Es que también el lugar de lo femenino en lo social  fue cambiando, y vos sos un exponente de personajes que fueron portavoz de diversos tipos de mujeres que nos formularon interrogantes.

Si, por ejemplo, de la obra “Carnada”, que estoy haciendo ahora, lo que me interesó es la ambigüedad. Mi personaje es la mujer de un abusador, y uno no termina de saber hasta qué punto ella sabe, no sabe, sabe pero no sabe, no sabe que sabe, qué cosas van pasando entre su saber y su no saber. “Ya lo sé, pero aun así”… o sea, hay un intento, un esfuercito de no saber. Pero no la creo una cómplice abierta. hay un no saber también, Me gusta explorar eso. Porque el tema de los abusos es un tema que se ha frecuentado en la ficción, pero es menos frecuentado este aspecto, el lado de la mujer que vive con él, con un abusador… un hombre que con ella es divino, amoroso ¿Y cómo es eso? ¿Es posible no darse cuenta? ¿Se paga un precio?

¿Es posible preparar y morder la carnada?

A mí me gustaba que estuviera la pregunta. Dar vueltas alrededor de la pregunta. En la obra, ella pasa por distintas cosas, y en algún momento parece que comprende el horror que es su marido, cuando las visitantes lo desenmascaran. Pero rápidamente vuelve a cerrar esa ventana, a negar, como una supervivencia.

O ante tanto dolor… por el reconocimiento de lo que duele de ese otro. 

Claro. Lo mismo sucede con las esposas, los hijos de genocidas. Son experiencias muy extremas. Por eso lo que me gusta de “Carnada” es que no simplifica este asunto, no lo reduce. Y en ese sentido es incómoda.

¿Y el papel de madre de Ricardo III (Joaquín Furriel)? 

Ricardo III es una experiencia muy particular, con un director español, Calixto Bieito, que vive en Suiza y es una estrella internacional, incluso de la ópera. Y pone cinco óperas por año por todo el mundo y obras teatrales. Él vino acá, tomó audiciones y eligió el elenco. Hasta casi el comienzo de los ensayos no sabíamos qué roles teníamos. Porque él lo fue armando con un criterio muy particular. Yo soy la madre de Ricardo III y de sus hermanos, que fueron víctimas de Ricardo III. Es un espectáculo muy visual, muy imaginativo y muy disruptivo. Y también muy coral, salvo en el rol de Joaquín, que lleva en sus hombros toda la obra. Es una experiencia interesante con un director súper diferente a todos los que conocí. Y está muy bueno porque tenemos funciones durante 2 meses y medio acá, y después haremos una gira por España. 

¿Te gusta viajar? 

No, porque tengo miedo a los aviones (risas). No me gusta viajar. Pero me gusta haber viajado. O sea, me gusta cuando vuelvo, cuando estoy en tierra firme, en mi tierra. Es decir, los viajes me gustan como recuerdo. Pero me tocó bastante viajar trabajando. Me tocaron, por ejemplo, giras con el Teatro San Martín, una de dos meses por toda Latinoamérica, una por España de tres meses, entre otras. Ahora hace tiempo que no viajaba. Así que me parece una experiencia distinta, estaremos hasta el 14 de septiembre acá, en el Teatro San Martín. Y luego la gira hasta fin de octubre. Al volver de España, retomo las funciones de “Yo, Fedra” y de “El zoo de cristal”, espectáculos que vengo haciendo desde hace algún tiempo. Del director de Ricardo III, me resultó muy interesante su imaginación, la libertad con la que él imagina, su audacia, su impunidad, su manera de pensar cómo resolver las situaciones. Me gustó presenciarlo, verlo funcionar.

¿Y ser la mamá de  Ricardo III y trabajar con Joaquín?

Es duro ser la madre de Ricardo III. Presenciar lo que su vientre engendró. Pero Joaquín es un amor. Y aparte es muy trabajador, da todo, le tengo muchísimo respeto. Tiene la ambición del gran teatro, que muchas veces los actores muy populares o que tienen mucha entrada en lo audiovisual como él, por ahí no la tienen, y él tiene ese deseo. Él ha trabajado con Alfredo Alcón, hizo grandes clásicos, como Hamlet, La vida es sueño. Y realmente tiene una entrega impresionante.

Y vos sos más apasionada por el teatro que por la televisión. Si bien en la televisión has descollado siempre en todo lo que haces.

Sí, yo soy del teatro, pero algunos trabajos en televisión, algunos personajes que me tocaron en Polka, en Vulnerables y Farsantes eran muy buenos, y se trabajaba bien. También pude vivir una época anterior que yo valoro mucho, por ejemplo las  Alta comedia, donde se ensayaba bastante y había excelentes directores de televisión como María Herminia Avellaneda. O también El oro y el barro, con Solá y Grandinetti, dirigida por Diana Álvarez. Lindas experiencias. Pero yo soy un bicho de teatro. Es mi territorio. Y no es por prejuicio con la televisión. Yo me crié escuchando las críticas que recibió mi padre en su época. Él era un actor muy reconocido en teatro, muy prestigioso, y cuando empezó a hacer televisión y sobre todo programas cómicos, lo cuestionaron muchísimo. Pero eso lo volvió muy popular. Ahora ya no se tiene ese prejuicio. La televisión era una gran fuente de trabajo. Y una gran vidriera. Pero yo realmente nunca tuve el deseo de la popularidad. 

¿Y cómo fue tu relación con tu viejo y con tu mamá? 

Con mi mamá pasé por muchas etapas porque murió a meses de cumplir los 90, y estuvo totalmente desmemoriada los últimos largos años. Entonces, al final yo era más su madre que su hija. Ella era muy amorosa pero también muy exigente. Mi papá no tenía esa exigencia. Era mi madre la que se ocupaba de mandarnos al mejor colegio y a estudiar baile, guitarra, idiomas. Era exigente, y también muy estimulante. Me siento muy agradecida por eso. Lo que no me gustaba era que ella se mostraba orgullosa de mí… en realidad de ella. Tenía ese costado conmigo de lucirse, sobre todo con mis éxitos escolares. Eso me irritaba. Pero ella era una persona muy amorosa y una madre muy divina, al mismo tiempo.  No era de agarrarte, no era posesiva. Creo que de verdad quería sobre todo que mi hermana y yo fuéramos felices. A veces pienso que me fui un año y pico a Francia, mi mamá ya era viuda, y ella estaba llena de alegría de que yo me fuera. Veo amigos míos, que se les van los hijos y se desesperan. Y mi vieja estaba re contenta de que me fuera. Y de paso me vino a visitar. Hablo de mamá y me viene una frase que digo en una obra: “Mamá fue algo bueno que nos tocó”.

¿Y con tu hermana?

Con mi hermana fue muy amorosa también pero creo que no tan exigente. Eso lo tuvo más conmigo, que fui hija única durante diez años. Mi hermana ya estuvo más liberada de eso.  Pero muy pronto mamá quedó viuda. Ella tenía 49 años cuando murió papá y en realidad no superó nunca esa pérdida. Nunca tuvo otra pareja. Pasó años deprimida y angustiada. Entonces los amigos la empujaron a que volviera actuar. Ella había dejado cuando yo era chica, pero “seguía actuando” a través de papá, porque él estudiaba la letra con ella, preparaba con ella los personajes. Mi mamá siempre era la novia de mi papá. Era una relación muy fuerte, de mucho amor y mucha unión. Y en casa, si bien mi mamá era muy madre, todo el asunto de madrugar, cocinar, etc, toda esa parte más cotidiana de ser madre, la hacía mi abuela. Ella, la mamá de papá, vivió siempre con nosotros. 

¿Y vos sos parecida a tu abuela?

No sé, en algo tal vez… todos vamos agarrando un cachito de cada uno. En la obra “Cae la noche tropical”, yo hago una mujer de 81 años y, cuando ensayaba, me puse a observar viejas para inspirarme. Pero de pronto, empiezo a ver que lo que me aparece en los ensayos, es más bien mi abuela, su comportamiento, su modo de hablar, y sin que yo lo hubiera pensado o decidido. (risas). Ella era muy personaje. No, no sé si me parezco tanto. Era hija de italianos y tenía esa cosa de que podía reír y llorar en una misma frase, Todo en un segundo, un drama y una tragedia y una comedia, muy pícara y con mucho sentido del humor. Pero tuvo una vida dura, se quedó viuda muy joven y al poco tiempo murió su otro hijo. Entonces quedó sola. Y cuando mamá y papá se casaron, se fueron a vivir con ella. Y la abuela se quedó para siempre viviendo con nosotros. Incluso ella lo sobrevivió a papá, y después siguió viviendo con mamá. Bueno, por supuesto, la muerte de papá fue para toda la familia una gran tragedia. Además fue algo muy abrupto, un infarto mientras dormía la siesta. Yo estaba en casa y de pronto oigo a mi mamá que empieza a llamarlo a papá a los gritos. Y él no se despertaba. No se despertó. Por suerte no estaba en casa mi hermana, que tenía 10 años. Estaba con una amiguita en el mismo edificio, en otro piso. Y para mí, que tenía 20 años, también fue un golpe muy fuerte. Yo lo veía como un padre imponente, indestructible. Y también un poco enigmático. Tal vez porque lo veía actuar y espiaba esos otros rostros, que también eran suyos, esas otras posibilidades de su ser que aparecían, como capas de alguien que yo no podía terminar de capturar.

Para un hijo ver actuar a sus padres en distintos roles, debe ser fuerte.

En todo caso para mí fue como ser testigo muy tempranamente de que uno no sabe quién es, que se puede ser de muchos modos y que no se sabe cómo se es. Que nunca terminás de saber quién sos. Entonces, yo espiaba a mi padre en sus actuaciones, y eso tal vez me daba una información sobre él que yo no tenía. 

Y eso te llevó a que te pase lo mismo cuando actúas vos, tener una información sobre  algo que no sabías de vos. Que tenés que hurgar en algo, en tu abuela que apareció de golpe y vos creías que tal vez no tenías nada de tu abuela. Eso te abre otra dimensión.

Actuar es abrirse a algo, dejarse atravesar por algo, y permitir que algo se exprese, aun sin saber qué es. Algo florece, y los extraños que nos habitan, vienen a la luz y se expresan.

Como todo lo que tenés en tu casa que se expresa, el piano, tus muebles, ese cuadro de tango. 

Ese cuadro es un dibujo de un amigo mío, ex compañero del colegio secundario, (tengo amigos de todas las etapas de la vida), él hizo una exposición con dibujos de las distintas milongas, imágenes de bailarines, y situaciones. Y este cuadro, que me gusta mucho, me lo regaló. Además, tengo un vínculo fuerte con el tango, tengo mi costado de milonguera, he pasado muchas horas en las pistas. Me gusta mucho ese otro universo, bien diverso. Y sobre todo en aquellas épocas de mi frenesí milonguero, a fines de los 90, en que todavía te encontrabas a los de la vieja guardia, y una mezcla de ex delincuentes, o personajes muy marginales, con intelectuales y profesionales de todo tipo.

De explorar esos universos y estos personajes has aprendido para ser la actriz que sos. Ya es la hora. Gracias por este recibimiento.

DEL OTRO LADO DEL DIVÁN:

Ingrid fue desplegando con delicadeza, elegancia y ternura silenciosa distintas capas de sí misma. Su inteligencia aguda no se exhibe, sino que se revela. Su hogar refleja su mundo interno pleno de una calidez inherente a su personalidad y que me envuelve en una forma sensible de intimidad compartida.  

El deseo de Ingrid por comprender la condición humana se articula en múltiples registros que lejos de contradecirse, se espejan. La escena, el psicoanálisis, el tango, los vínculos, la memoria cabalgan al unísono y le ofrecen un modo singular de habitarse, de encontrarse y de perderse. Ella no representa personajes, se deja atravesar por ellos. No busca capturar su sentido, sino dejar que lo Inconsciente emerja. Esto se hace posible por su sensibilidad y porque Ingrid ha transitado un profundo camino de análisis que la ha dotado de una notable capacidad para escucharse desde sus propias profundidades. Y en el teatro encontró ese espacio potencial donde puede desplegarse sin someterse a los ideales ni a la demanda externa. Juega con lo más genuino de sí misma, su actuación no está anticipada por el juicio ni por la corrección. El escenario como lugar intermediario entre el mundo interno y el externo, le permite una forma vital de autenticidad. No busca representar, sino alojar lo enigmático, lo que no se sabe. Desde esta perspectiva, podríamos leer su elección del teatro como una manifestación de lo inconsciente. Es una decisión nacida del deseo y no plenamente advertida por el yo. La muerte súbita de su padre, es un acontecimiento traumático que irrumpe en un momento fundante, y encuentra en la escena una vía de elaboración posible. El duelo se vuelve acto creador, como el germen de una identificación amorosa con ese padre tan presente en su ausencia.

En este trayecto, logra desprenderse de la exigencia de la madre para abrevar de su costado amoroso, ese que la estimula a estudiar. La disciplina, la seguridad del saber académico, le permitió controlar algo del caos vital que el arte no garantiza. Al decidirse por la actuación, suelta amarras para sumergirse en la libertad más radical donde el misterio se expresa.

La relación con su hermana Irina abre otra dimensión condensando muchas facetas del amor, como la creación y la memoria compartida. Con ella escribe, actúa, recupera la historia de su familia en una obra, en un libro y una película. Juntas, transforman el duelo en legado, la pérdida en presencia, el pasado en escena viva. Ese lazo fraterno es otro espacio de elaboración y de transmisión. Y en ese entramado de mujeres —madre, hermana, abuela— Ingrid reconoce su linaje. Y ahí también aparece el tango, ese otro universo donde el cuerpo, el margen, la música y la danza se abrazan en una escena íntima y social, donde se juega el otro costado de su subjetividad. El tango, como el análisis y como el teatro, es también una forma de estar con otro sin certezas, sin garantías, pero con una verdad que se arriesga en el cuerpo.

Ingrid deja huella. Con la precisión de su decir, con una sonrisa dulce y una profundidad sin solemnidad. Habla del dolor con una gratitud serena, sin dramatismos y del placer, sin alardes. Su presencia abre espacios al otro, no como concesión, sino como gesto fundante.

Nos invita a pensar que tanto el análisis como el arte no consisten en saber lo que se busca, sino en disponerse a ser encontrados por lo que no sabíamos que nos habitaba. El misterio de lo humano se revela cuando se lo respeta. Ingrid, con su modo de ser, estar y actuar, lo celebra, lo honra y lo deja hablar a través de ella. Y, quizás, lo más bello del encuentro fue eso que no se pudo nombrar del todo: el resplandor de su propio misterio.

Como decía Nietzsche: “Hay que tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella danzante.” Ingrid es esa estrella que danza en la penumbra de su propio misterio, iluminando lo invisible con su presencia única.

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