
Fotos : Alma.dale
Cuando el escenario se convierte en un cabaret existencial donde Freud baila con Tita Merello, no queda más que rendirse al glitter.
En VedettChongas, el vedetismo se encarna, se suda y se goza. Cuerpos no hegemónicos, tetas falsas, culos verdaderos, pelucas y peinados delirantes y strep tease plenos de creatividad.
Con la exuberante entrada triunfal de Fedra Dasso, cantando en portugués con su cuerpo casi al desnudo y sus plumas flameando entre las mesas del Galpón de Guevara, se abre este espectáculo sin telón. Hay irrupción y con eso estalla desde el principio.



Cuerpos sexys y fuera de lo común rompen con la belleza tradicional y brillan con purpurina, sin dar lecciones ni discursos inclusivos. A puro glamour sucio, hacen política a taco alto. Su travestismo es una trinchera estética, una estrategia de supervivencia y provocación.
Las VedettChongas suben al escenario, se sientan en tu mesa, te clavan la mirada y te invitan a tomar mate… servido por una Argentina con la bombilla entre las tetas. Así, sin metáforas.
Bajo la dirección de Annanda Samarine, la escena no propone una actuación en el sentido convencional ya que charlan con el público, desafían la cuarta pared y desarman el artificio teatral con cada acting. No deja lugar para quienes intentan gozar sádicamente con vernos tristes y domesticados, ni para la obediencia binaria, nada de esto tiene entrada en esta función. Realiza una escena donde dice lo suyo sobre los hombres… inflando uno. Y entre purpurinas y tacones, Annanda Samarine irrumpe vestida de largo cual Virgen y sorprende elevando su voz soprano.



VedettChongas hace contracultura con una carcajada drag, un playback descomunal y una coreografía que mezcla trauma infantil con reggaetón callejero. No es el cabaret para tolerar la angustia: es el que despierta la libido para ir contra la guerra y a favor de la pulsión de vida. Y eso se celebra.
Los cuerpos que habitan este aquelarre performático no son los que suelen vestir los afiches de danza contemporánea con fondos blancos y nombres en minúscula. Acá hay tetas falsas, bultos sospechosos, pelos verdaderos, pelucas despampanantes, panzas, culos inmensos, cicatrices y caderas que desafían toda concepción de belleza a lo barby. La belleza no tiene cabida en la corección de lo erótico, más bien en hay deseo en carne viva, con uñas esculpidas.
Y si hablamos de deseo, el striptease de Fedra Dasso merece una ovación de pie, con abanico y gritos incluidos. Su performance desarma, prenda por prenda, el mandato de lo que “debería” ser sexy. Lo suyo es un arte explosivo e inédito, donde el cuerpo se ofrece (sin ser mercancía) a la mirada del espectador que queda cautivo de una fuerza que hace reír, llorar y excitarse (y todo al mismo tiempo). Fedra no seduce, más bien hipnotiza; y cuando se da vuelta, el tiempo se quiebra y una parte del mundo se desploma, rendida ante la potencia indómita de su estilo único e irrepetible.



Otra aparición antológica es la de “Argentina” de Canela Scandal, personificada como una “matria” sensual, desgastada y escandalosa que, entre tetas, bandera y mate nos dice más de nuestro país que cualquier discurso político. Con sus enormes tetas que son una provocación en sí mismas, imposibles de ignorar, roba suspiros con diplomacia travesti. Esa Argentina no te pide que llores por ella: te con-vida patria y mate desde su escote.
Y de pronto, entra un chico con bandoneón en mano, y detrás aparece Tita cantando y el aire se corta. Allí no hay parodia, hay memoria, cada palabra de “Se dice de mí” retumba como manifiesto. Max Regueiro no imita a Tita, la convoca y la reinventa como ícono queer, sin pedir licencia al tango ni al machismo que lo acuna. Una aparición que logra conmover con una canción que escuchamos mil veces, pero que aquí se vuelve arma cargada de historia, rabia y ternura. Y el público le pide más, y lo da todo.
Otra mención para el ingenio de Ludmila Fincic quien aparece con Freud con su máscara en su rostro como posado en su cuerpo que lo parodia, devolviéndonos al padre del psicoanálisis … pero con delineador y la argentinidad al palo.
Al final, otra performance destacable de diosa que baila al borde del abismo sobre tacones imposibles y se contorsiona como si el esqueleto fuera opcional transformándose en una serpiente de fuego y dejándonos en estado de fascinación.


Este desfile de subjetividades transgresoras nos muestra que el síntoma no es el cuerpo disidente, sino la parte del mundo que no puede tolerarlo. Si Lacan decía que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, VedettChongas responde:
“Sí, pero el nuestro está subtitulado en lunfardo y cantado con descontrol anárquico.”
El público ríe, algunos se incomodan, otros se identifican (aunque no quieran), y sale con la sensación de haber sido testigo de un cabaret argento que te libera de los prejuicios. No sólo despliegan su propio ser, sino que invitan a la audiencia a soltar sus propias cadenas.
VedettChongas no No es cabaret para tapar la angustia. Es placer escénico contra la guerra. Tampoco es un espectáculo para mirar con distancia crítica. Es una fiesta de furia travesti, una obra de arte que mezclando risas, traumas argentos con pestañas postizas y nos invita a deconstruirnos con portaligas, tangas y medias de red.

Esta obra demuestra que El inconsciente también se calza tacos, se pinta los labios y te lanza un guiño mientras te roba el significante. A veces, la verdad irrumpe con peluca y actitud de diva incendiaria, y nos arrastra a cantar a gritos “Estáis descontrolada”, esa canción donde el cuerpo de Fedra Dasso prende fuego el escenario y nos deja el Eros tan ardiendo que ni bomberos ni escapatorias nos salvan. ¡Afortunadamente!