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FRITZL AGONISTA: Emilio García Wehbi y la representación de la violencia – Por Lic. Manuel Larrabure

FOTOGRAFÍAS: MAILEN RODRÍGUEZ


“El horror está en mi corazón: yo soy la máquina que recuerda”
Heine Muller

“Ser hospitalario es dejar que el huésped, que el extranjero, se convierta en dueño de la casa”
Jaques Derrida

-Pero Hitler amaba a sus perros.
-No, tu no sabes qué es el amor.

Para comenzar y poner en contexto la obra, es necesario aclarar que está inspirada en un hecho atroz cometido a lo largo de 24 años (1984-2008) en Amstetten, Suiza. El perpetrador de esta calamidad fue Josef Fritzl, quien sometió a su hija al encierro en un sótano privado de luz, y a quien abusó sexualmente quien sabe cuantas veces, lo que derivó en siete hijos-nietos, que tambièn vivìan encerrados en ese sótano. El hecho salió a la luz cuando uno de estos hijos-nietos enfermó gravemente, y el padre-abuelo de la criatura lo llevó a una guardia. Los médicos al notar que estaba indocumentado, pidieron por ver a la madre del niño, a lo que Fritzl accedió. Una vez en el hospital, la madre contó a los médicos del secuestro y abuso al que había sido sometida. A partir de ese momento, Fritzl quedó apresado y comienzan a vivir en libertad las víctimas de este calvario. A su vez, la obra toca otro caso que es el de Natasha Kampucsh, también en Suiza, también secuestrada y abusada a lo largo de ocho años.



Resulta difícil aproximarse a hablar sobre estos temas, sobre estas experiencias, sobre el privilegio de poder presenciar y vivir encuentros (Convivio; Dubatti) como el que anoche me sucedió junto a mi compañera. Como así también, hacer públicas estas palabras y reflexiones a partir del ingreso en el mundo poético de García Wehbi tan magistralmente interpretado por su (“su”) actriz Elvira Tanferna. Ya genera extrañamiento este posesivo “su” porque la obra hace temblar el problema de la posesión en un vínculo, esta apropiación del cuerpo del Otro hasta el extremo, como es el tema que se deriva del caso que elige el autor para hablar sobre las tres patas que recorren su obra. En palabras de él mismo, que por su generosidad pudimos escuchar en un conversatorio post-representación que completa a la obra, Wehbi nos contó que “la muerte, la violencia y los cuerpos” son los tres núcleos temáticos que recorren sus más de 80 obras que ha elaborado a lo largo de toda su carrera como artista. 

“Son las obsesiones, las propias neurosis de cada uno” (Wehbi) lo que está en la génesis de una extensa poética que se despliega frente a nuestros ojos desconcertados ante tanta potencia de significado. Es que uno no llega a poder acomodarse, cuando ya el espacio, los cuerpos y los signos dispuestos comienzan a generar resonancias, a multiplicar sentidos. Y es con poco que el Teatro puede desplegarse. Es el arte más barato de todos, pienso. Una lámpara, un poco de tierra, una linterna, el autor, el público y el intérprete. Vamos hacia un teatro pobre (Grotowski) de alto calibre. Abróchense los cinturones, mis queridos.. 

Se me anuda una contradicción y pienso en Emilio escribiendo, en Emilio leyendo tragedias griegas, en Elvira recitando texto, en Elvira transformándose de un personaje a otro, en la tierra como un símbolo, en la jaula con un huevo adentro sobre el que Elvira ensaya sus monólogos, en el miedo cuando la luz se apaga, en lo siniestro. Pienso a su vez, en Pompeyo encarnando siete personajes Shakespereanos como una obra paradigmática que abrió la posibilidad en este tiempo post-pandemia de trabajar sobre el cuerpo del actor varios personajes, varias posesiones, encarnaciones de un cuerpo habitado (Habitación Macbeth). Pienso en Lars Von Trier, en su película “Breaking the Waves” y cómo Beth dialoga con Dios y cambia su voz, es poseída por uno y por otro, por su parte sumisa que llamamos “Yo” y por un Dios “severo” que responde. Pienso en el Trauma y cómo se fragmenta la identidad: ¿Es el padre, es ella, es el padre en ella? ¿Es que su identidad ya no tiene asidero? Intuyo que la violencia en el cuerpo genera disociaciones del Yo y que este asunto està muy bien trabajado en la obra. Pienso en la severidad de los padres, en la eterna lucha de los padres contra los hijos, que ya en el “Tiestes y Atreo” que Whebi presentaba en el Cervantes se configuraba como una reiteración metafísica que todas las generaciones han de encarnar por los siglos de los siglos, bajo distintas máscaras. Pienso en la violencia como una fuerza que se intenta esconder en el sótano, como una olla a presión siempre a punto de estallar. 

El autor dice “Lo que estaba en el sótano, ahora está a plena luz del día. El sótano emergió a la superficie” por eso cree que está obra es actual, y la saca de su archivo, escrita hace doce años y la trae hoy a nuestro presente. Coincido con el autor en que vivimos tiempos violentos, lo percibo en el tránsito, en las escuelas donde trabajo dando clases de teatro cuando mis alumnos han perdido la intermediación del signo y lo único que queda ahí es la violencia del cuerpo, de unos contra otros. Aunque a su vez, la violencia en la adolescencia también es usada como un signo de exhibición de una masculinidad que no posee demasiado repertorio, y puede elegir entre muy pocas opciones para demostrarse ante el entorno. Así como los algoritmos son reiterativos y gozamos en su repetición, asì encuentro a mis adolescentes dìa a dìa en el conurbano, asediados por un mundo en el que la pertenencia a su aldea les ofrece el consumo, la criminalidad y la capacidad de violencia como vehìculos para ser en el mundo.

Pienso en el arte como el vehículo por excelencia para desactivarla, para sublimarla, para transformarla en lo que no es, para alquimizar y hacer oro desde el barro. ¿Pero no será demasiado pedirle al arte? El autor nos responde que el no piensa en el público ni en el mensaje que está dando porque eso lo limitaría en su acto creativo. Que él crea “sin tener en cuenta las consecuencias” de lo que su obra pueda generar en el espectador ya que el público es para él una entelequia, un concepto vago compuesto por diversidades de personas que interpretarán a su propio modo. Entonces, no es que el autor se proponga una reflexión unívoca con respecto a la violencia sino que lo que lo mueve es generar disenso: elevar a la potencia la multiplicación del sentido. “Escribo, luego soy” formulo como anatema en mi cuaderno. 

Quien pensará en los públicos gestión cultural, a quien el artista ve como el encargado por excelencia de esta mediación simbólica entre su obra y el mundo, y sobre el que tiene la sospecha de que no están haciendo bien su trabajo en la actualidad. 

Noticias de ayer: Extra! Extra!

Pero en este caso es preciso, no es necesario recurrir a la Tragedia porque la realidad siempre se adelanta a la ficción. Porque el horror existe, porque está existiendo ahora mismo, porque los límites de la perversión humana son in-imaginables. 

El caso de por sí es estremecedor. Me pregunto cómo será la vida de los sobrevivientes, como queda una psique humana luego de tanta violencia. Cómo es posible seguir viviendo luego de eso. O en eso. Como dice Primo Levi en “Si esto es un hombre: “Sucede fácilmente, a quien ha perdido todo, perderse a sí mismo”. ¿Podemos pensar en una reconstrucción de la identidad y de la dignidad para quienes pasaron por algo así? No sé si podamos pensarlo, lo que sí podemos es desearlo. 

Cómo decía Serge Daney cuando hablaba de las imágenes de los cuerpos en los campos de concentración Nazi mostradas por Alain Resnais en Noche y Niebla: “Yo nunca estableceré muy bien la diferencia entre lo bello y lo justo.” 

Me pregunto qué es lo que nos acerca a mirar como por una mirilla estos casos, si es nuestra perversidad o nuestro sentido moral, o si es necesario trazar un dualismo entre estos dos aspectos de nuestra identidad. ¿Es a través del conocimiento de lo más desgarrador que uno se torna más sensible, más humano? Tengo la certeza de que sí. Pero no lo sé. 

Pero aquí aparecen los modos de representación, y hay modos y modos de acercarse a esto y creo que tanto Whebi como Elvira Tanferna saben respetar ese límite de lo ominoso para volverlo poesía sin caer en la banalidad de lo literal, sin embellecer lo más oscuro. 

Para un crítico de arte resulta imposible no recordar el artículo publicado en «Cahiers du cinema” acerca del travelling de Kapó. Pontecorvo ha pasado a la inmortalidad por ser el anti-ejemplo en este tema. Su estetización del horror y la mirada de Jaques Rivette en su famoso artículo acerca “De la abyección” educaron a una generación entera. Whebi se acerca lateralmente al horror, sin mostrar al objeto en sí, mirándolo desde una distancia poética, pasándolo por el filtro de la tragedia griega y de su lenguaje que combina lo mundano con lo abstracto y lo visceral. 

Y por supuesto, lo más terrible siempre ocurre “fuera de escena”. Así como Edipo ya en Sófocles debía arrancarse los ojos fuera del alcance de la mirada del espectador, así como el horror en el Sitio ESMA es más profundo en la sala Capuchita,  la cual está vedada al acceso de los espectadores y por esto estremece, así como la bruja de Blair Witch no aparece nunca en cámara, así también en Fritz Agonista el espanto más se evoca pero no puede verse directamente a la cara, porque sería rebajarlo. Y no es que uno vaya a convertirse en estatua de sal al mirar atrás, es màs bien que lo horroroso requiere del mismo Aura del que hablaba Benjamin en su famoso texto “la obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica”. El espanto debe estar cubierto por un velo de distancia al que sólo pueda accederse si el espectador paga el costo de completarlo con su imaginación. 

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.

Empiezo a encontrar lugares poéticos, puertas mágicas a otros-mundos que se alejan de la mundanidad cotidiana. Llego a la Sala “Silencio” de Negras entre el ruido de la ciudad, entre la hostilidad que caracteriza a los conductores porteños, que no por subir a un auto cambian de cualidad moral. El tránsito es un ejemplo más del Cambalache Discepoliano en el que vivimos, que, como una espiral descendente y Dantesca, entramos como sociedad hace tiempo, o desde siempre. Pero, me resigno a creer que todo está perdido. 

Abrimos la puerta de la sala, tocamos el timbre con vergüenza por llegar 8 minutos tarde al sagrado Ritual del teatro, donde gente que no nos conoce igualmente nos espera y pasamos a este mundo distinto. Con otra temporalidad, con otra cualidad comunicativa. Y no quiero idealizar, no todo teatro tiene que ser así, pero en Fritz agonista sentí la Hospitalidad. La energía de la bienvenida en eso que llamamos arte y que nos une en calidad de amantes de las metáforas, en este mundo con un “lenguaje cada vez más devaluado”, en el que brotan como semillas de post-pandemia mundos que se resisten a la alienación y al aislamiento. 

Siento que es posible reconstruir una sociedad que se pierde en la Anomia, en la falta de Ley, de una ley que dé sentido de pertenencia y que pueda romper el individualismo mercantil. Y quizás incluso, no sea el Estado y su aparato burocràtico quien nos vaya a salvar de esto, sino estas micro comunidades utópicas, en la que Wehbi nos sirve una copa de vino, nos comparte su palabra, su visión con la que se puede estar de acuerdo o no pero el intercambio y la conversación estàn garantizados. Hay apertura a las preguntas, al diálogo. Nos sienta en círculo a compartir como espectadores, a completar la obra de arte entre todxs y a continuar un linaje en el que nos inicia. Hace poco leí en un post de IG (no todo es basura) que el arte es un espacio Hiper-Inclusivo. Y coincido. La obra de Whebi, incluído el conversatorio o gracias a él, lo son.

Dios nos cría, pero no es el viento quien nos amontona. A los sensibles, a los colgados, a los señalados en la secundaria, a las ovejas negras y sobre todo raras, a quienes nunca percibimos como un elogio el calificativo de “normal”, a los que requerimos de un sentido de comunidad, de un abrazo simbólico, de un Padre que es ley y a la vez otorga libertad. Que posea ternura y compasión, y que, sobre todo, no destruya a sus hijos violando no solo su cuerpo sino la ley primordial del Incesto. 

Wehbi es todo lo que el monstruo de Amstetem no es, es un artista político que inaugura una comunidad en cada encuentro, que toma una responsabilidad histórica acorde a su lugar en el mundo de la cultura. 

Me voy agradecido, inspirado, con ganas de volver y de seguir viendo sus obras.


Ficha técnico artística

Autoría:

Emilio García Wehbi

Intérpretes:

Elvira Tanferna

Voz en Off:

Mariano Sayavedra

Diseño sonoro:

Marcelo Martinez

Diseño De Iluminación:

Martín Antuña

Asistencia artística:

Martín Antuña

Puesta en escena:

Emilio García Wehbi

Dirección:

Emilio García Wehbi

Agradecemos a Nora Lezano por la autoría de las fotografías, tomadas sin permiso por el mero mecanismo de copiar y pegar. Esperamos no se ofenda por este mínimo homenaje. La fuente de la cual proviene y a la cual recomendamos ir para continuar leyendo acerca de esta obra es:

https://www.anred.org/aunque-lo-peor-haya-pasado/

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