
Lázaro Droznes escribe un libro armado con las cartas que, imagina, pudieron haber cruzado Ingmar y Liv a lo largo de cuarenta y dos años y Leonor Manso teje su puesta en el cuerpo y la voz de los protagonistas, interpretados con sensibilidad, gracia y agudeza por Ingrid Pelicori y Osmar Núñez.
La obra comienza con la carta de Liv abandonando la Isla de Farö, dejando a Ingmar y yéndose con Linn, la hija de ambos.
A partir de allí intercambiarán correspondencia que irá evolucionando desde la rabia y los reproches de Liv -a los que Bergman responde con dolor y arrepentimiento-, hacia las experiencias compartidas, las historias, las películas, el aprendizaje sensible y luminoso en el transcurrir de esas dos vidas ligadas por el arte.
En ese recorrido, los espectadores que hemos cultivado el cine de Bergman y de Ullmann descubrimos ciertas y nuevas claves que echan otra luz a obras ya visitadas.

En un discurrir que habla de sus marcas infantiles como hijo de un pastor luterano que lo educó en el temor al pecado y a su consecuente castigo, a su fuga a través del cine y la presencia constante de la angustia existencial como respuesta al vacío del hombre si es que no hubiera en realidad un Dios, Bergman habla de su necesidad profunda de amor y posesión, de la insatisfacción por no obtenerlo y del alivio que el cine y el teatro proporcionan a esta herida.
Y Liv, por fin alejada del rencor, comienza a entenderlo y a verse en esa búsqueda. Se puede reconocer como ella misma y darse cuenta -para siempre-, que Ingmar con su cámara logró que ella se viera realmente a sí misma, lejos de su introversión y de esas maneras de ocultarse hasta de sí que tenía.
Liv transformó todo lo tortuoso de esa relación en una búsqueda apasionada de su propia voz y de sus intereses más profundos, desarrollando parte de su carrera en EE.UU, e implicándose en causas humanitarias como Embajadora de Buena Voluntad de UNICEF y presidiendo la Comisión de Mujeres Refugiadas.
En esta magnifica puesta, Leonor Manso prescinde de todo lo accesorio, conduciéndonos a través del tumulto de la realidad por el camino que las almas de estos dos artistas dejaron trazado, con recuerdos que iluminan sus rincones más oscuros, con la ternura y el amor creciente que logra transformar una pasión amorosa en pasión artística, en búsqueda, en compañerismo, para terminar en amistad incondicional.
Sólo cinco años convivieron como pareja, pero durante cuarenta años compartieron reflexiones, trabajo y un afecto indestructible.

Dejo para Uds. las palabras de Ingmar, ya cerca de su final: “Agradezco los días en que no pasó nada y las noches sin insomnio. Y la alegría siempre. Y reír mucho, que es totalmente necesario y lo único que se puede hacer”.
Los miércoles 5, 12 y 19/11 – 20 hs en Hasta Trilce, Maza 177