MALDITO DESIERTO – Dirección Bernardita Epelbaum – Por Sebastian Levin

Una ronda de susurros sobre las películas que las hicieron llorar, movimientos repentinos coordinados, pelos que actúan y bailan, tiempo a cada cosa que deviene en otra. La intimidad que genera «Maldito desierto» habita sobre un silencio cargado y liviano a la vez. ¿Cómo hablar de la tristeza? Esta obra de danza-teatro explora, con mucho juego, distintas expresiones -delirantes, rítmicas, cotidianas, corporales, imposibles- de las cosas que nos pasan.

De la quietud a la locura máxima, la obra sorprende. Puede cambiar con calma de un estadío a otro o zambullirse inesperadamente en otra realidad en la que los pelos largos son los protagonistas y se mueven con su propia lógica. Las corporalidades y movimientos recuerdan a Pina Bausch. Las luces rojas y verdes crean atmósferas surrealistas. La repetición no estanca: acumula y deviene en cosas nuevas. Las actrices/bailarinas son individualidades y colectivo al mismo tiempo.

La obra desarma, en sus coreografías, el concepto de coreografía. Es poética, conmovedora; las actrices/bailarinas atraen con su presencia, miran al público a los ojos, narran. Con un gran sentido del humor, las intérpretes juegan, juegan y juegan. En la escena de la traducción, la seriedad de la traductora en contraste con la mujer que habla inglés con acento exagerado, genera que la risa sea inevitable. Las cowboy y sus movimientos juegan con ese género y blanquean su propio absurdo. El canto, hermosísimo, queda resonando en el cuerpo y en la sala de Casa Teatro Estudio.

La potencia de los cuerpos es explorada sin pudor ni piedad. Con sutilezas, humor, reflexiones y simpleza y profundidad al mismo tiempo, la obra es juego, ternura y amistad de los más puros, de los que tanta falta hacen hoy en día.