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FRANKENSTEIN: HOMENAJE DE GUILLERMO DEL TORO AL PADRE – Por Dra. Raquel Tesone

Sí, hay spoilers. Y también hay citas textuales de Guillermo del Toro usadas con fines estrictamente analíticos y poéticamente irresponsables, para analizar las reflexiones de Del Toro sobre su Frankenstein.

Si seguís leyendo, aceptás que tu Inconsciente pueda sentirse interpelado, emocionado… o ligeramente revolucionado.

Y quizá, después de esto, te vayas corriendo —o flotando en tu propio delirio cinematográfico— a ver esta joya en Netflix… si es que no la viste ya, claro. Y si la viste, tal vez tu deseo te empuje a revisitarla.

“El otro no es el otro: el otro eres tú. No hay yo y el otro, sino nosotros.” (Guillermo del Toro)

·”El conocimiento de tu propia oscuridad es el mejor mètodo para hacer frente a las tinieblas de otras personas”  (Carl Jung)

“Este proyecto (Frankenstein) lo perseguí… porque deseaba con todas mis fuerzas que fuera una historia sobre un padre y un hijo, sobre mi padre y yo.” (Guillermo del Toro)


“Lo que el padre calla, el hijo habla”. (Nietzsche, Friedrich)

Todos hablamos de Frankenstein como si fuera una historia de monstruos. Pero Guillermo del Toro dice algo más profundo: el monstruo está dentro. El monstruo es lo que nos habita. Y es en esta toma de consciencia, en esta singular mirada de Frankenstein que, como él mismo afirma, hace un homenaje a su padre.

Aquí empieza el juego de espejos que Del Toro propone sin decirlo, ya que la identidad se forma con la mirada de quienes nos han criado. La criatura no ve su propio reflejo sino la imagen quebrada del creador. Y el creador ve en su monstruo aquello fragmentado de sí mismo que nunca pudo tolerar. Frankenstein, como nombre sin nombre, funciona como ese espejo que devuelve lo que Víktor no quiere mirar.

Cuando el padre calla, el hijo inventa. Fantasea. Y aparece el espejo: creador y criatura. Padre e hijo. Lo rechazado… retorna. Y lo que no se elabora, se repite. No hay monstruo sin padre. No hay sombra sin historia.

En la película de Del Toro, esa sombra toma forma desde el origen. El padre de Viktor, no es el padre político de la novela de Mary Shelley, sino un médico que pierde a su esposa durante el parto del hijo menor. Para Viktor, esa escena queda como trauma fundante por la sensación de que su padre dejó morir a su madre para salvar al bebé. Ama profundamente a su hermano, pero vive con ese hueco, con esa pregunta sin respuesta. Crece intentando ocupar el lugar del padre, aprendiendo a curar, a “salvar”, mientras carga el peso de aquello que nadie pudo proteger. Cae el padre como Ideal y el duelo de la madre es una herida sangrante (el director la representa con el color rojo asi como elige cada uno de los colores para representar las emociones de cada personaje y de sus ambientaciones).

Del Toro nos muestra que la obsesión de Viktor no es crear vida, sino vencer a la muerte (de su madre). Es por eso que cuando Frankenstein le pide que cree a una compañera, se rehúsa. Armar con huesos y retazos la ilusión de un regreso imposible.

En la novela original, la criatura mata por venganza, asesina al hermano de Viktor, a su amigo Henry y a Elizabeth en la noche de bodas. Pero Del Toro tuerce ese destino, la criatura mata para defenderse, lo que implica otro posicionamiento ético. Elizabeth muere porque se interpone entre Viktor y Frankestein, intentando protegerlo como quien abraza a un niño vulnerable. Y el disparo de Viktor dirigido al monstruo, la atraviesa a ella. Así Viktor repite, sin quererlo, el gesto de su padre: perder a la mujer que ama en nombre de otra cosa. Una herida heredada que insiste.

Otra diferencia crucial es que en la novela, la criatura es elocuente, domina el francés, lee en latín y griego, reflexiona sobre su existencia. En cambio, en la película, el monstruo aprende lento, como un niño que solo sabe nombrar a quienes lo sostienen: “Viktor.. padre”. “Elizabeth… madre”. Dos nombres esenciales, como si en ellos se jugara su identidad entera.

Y cuando descubre que su cuerpo está hecho de partes sueltas, irrumpe el dolor de la fragmentación, y se da cuenta que uno es pedazos ajenos que se vuelven propios. La identidad, como la vida misma, siempre es un collage. Por eso el monstruo no tiene nombre, y solo porta el apellido del creador: Frankenstein. La omisión es un acto simbólico. Es hijo de un deseo fallido, no de una palabra que lo sostenga.

Lo más aterrador… es reconocerse en lo que se crea. 

El perdón es mirar al monstruo de frente, no es matar al monstruo ni expulsarlo. Es dejar de dañarse pudiendo mirarlo, nombrarlo, reconocer que nació del abandono, del fracaso, del padre real o simbólico.

El perdón es mirar al monstruo de frente y ver que porta nuestra misma herida.

Y en esa lectura, la criatura de Del Toro deja de ser un monstruo para convertirse en la imagen especular del hijo herido, el que busca al padre para saber quién es. Un espejo invertido que refleja la pregunta esencial: “¿Por qué me creaste así?”

El perdón —como dice Del Toro— libera al que hirió y al que carga con la herida. Al perdonarlo, dejamos de hacernos daño y de lastimar a otros, y la cadena se rompe. Lo heredado deja de repetirse y se transforma. Y recién ahí, de su sombra, la luz vuelve a nacer.

El monstruo no nace del mal. Nace del abandono. Nace del padre que crea y luego desaparece. Crecemos con la sombra. La escondemos. La odiamos. La tememos. Pero el verdadero poder no es destruirla.

El monstruo perdona al padre antes de morir, y ese perdón no es borrar la herida. El verdadero perdón, es un acto hecho de memoria y no de olvido que consiste en no repetir el daño recibido. Es elegir no encarnar lo monstruoso que el creador proyectó en él. Es una decisión ética: no replicar lo que lo quebró, no transformarse en la sombra que lo engendró.

En el libro de Mary Shelley, en cambio, la criatura desea morir en el fuego, un gesto de autodestrucción nacido de la culpa y de la imposibilidad de integrar la sombra.
 

Del Toro reescribe: donde había exterminio, propone elaboración. Y donde Shelley cierra con tragedia, Del Toro abre la puerta a la esperanza de un duelo posible. Para lo cual, fue necesario el reencuentro con la historia familiar, clave para la construcción simbólica de su versión de Frankenstein. “Mi padre fue secuestrado en el 98, y cuando regresó, no habló de eso … Antes de su muerte le dije: ‘Tenemos que sentarnos y tienes que contarme qué pasó’ Eso fue muy importante para mí para entender al hombre”. Porque la angustia de aquello que no se pone en palabras ocupa el silencio. Aquí Del Toro elabora con su Frankenstein su trauma: lo no dicho del padre se volvió sombra del hijo.

“El rencor toma a dos prisioneros; el perdón libera a dos personas”. Nos enseña que odio es una cadena invisible que une al hijo con el padre en la compulsión a la repetición.

“Existe una dualidad entre creador y criatura. Un juego de espejos: paternidades imperfectas, hijos imperfectos.”  El monstruo encarna lo que no puede nombrar.

“El monstruo soy yo” afirma Del Toro quien reconoce en el creador y la criatura un vínculo fallido: un padre que no nombra, un hijo que no es mirado. La sombra que rechazamos regresa como figura monstruosa. El enemigo no es la criatura, sino la negación de nuestra propia sombra.

“Con los años descubrí que también podía fallar como mi padre falló conmigo.” La paternidad devuelve el espejo: aquello no elaborado insiste, retorna, busca reparación.

No hay monstruo sin creador.

Y el perdón no es decir “te perdono”. Es no actuar el daño recibido. No encarnar el monstruo.

Del Toro lo dice así: “Si la hubiera hecho antes de los 40 años la historia la habría hecho sobre mi padre porque yo habría sido un hijo … en lugar de hacer la película como realmente merece: la de un padre que decidió dejar de ser hijo y convertirse en padre.”  El autor revela que -si bien a los 11 años soñó con filmar su Frankenstein -solo cuando pudo devenir padre pudo también dejar su lugar de “hijo”, y ahí empezó la verdadera elaboración. Como Víktor, Guillermo del Toro también tuvo que mirarse en el espejo y decir:  “Yo también puedo fallar.”

La criatura representa esa verdad simple y brutal: el hijo no necesita perfección. Necesita presencia, ser mirado y ser escuchado. 

“Lo que nos hace humanos es la capacidad de perdonar, aceptar y comprender al otro.” “El monstruo soy yo. Mis criaturas son distintas versiones de mí mismo en diferentes etapas de mi vida”. “En esta historia, el espejo es doble: también me veo en Víctor.” El Frankenstein de Del Toro, retrata la maldad en el dolor que causamos sin mirar al otro (y nos causamos). La verdadera redención es reconocer la sombra.

“Dios crea el mundo y el diablo le pone los nombres. El problema no es lo que somos, sino cómo nos nombran.” Y ahí vuelve el punto crucial: la criatura sin nombre. Esa omisión funda la tragedia de sòlo ser la continuidad de un apellido, un mero reflejo distorsionado del deseo del otro.

Mary Shelley escribió el castigo. Del Toro filma la curación en la construcción de la identidad.

Frankenstein, entonces, es, como dice Del Toro,“la biografía de la humanidad hecha de familias rotas”. Es la posibilidad de mirar la herida sin negarla y decirse con honestidad: “esto me constituye, de aquí vengo”.

Porque, al final, el monstruo no es aquello que odiamos afuera. Es lo que no pudimos nombrar adentro. Y acaso por esto, Guillermo del Toro necesito bautizar con el nombre Adam a su “hijo” simbolico.

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