
“Mentiras de papel” es la historia de una mujer llamada Ana que vive en una casa con su hija Carmen y su mucama Sonia. Su condición de “viuda”, su buen posicionamiento económico y ser madre de una sola mujer no son situaciones que la hagan sentir “completa” y “plena” por lo que decide comprar una niña a la que cría como una nieta y la llama Inés. Pese a ser una historia que transcurre en el año 1960, a mí, personalmente -e imagino que a muchos de los espectadores también -, me retrotrajo a la oscura época de nuestra historia que sucedió durante la última dictadura militar en nuestro país (1976-1983). Puntualmente a la apropiación de niños de forma ilegal que tuvo lugar durante los años de tortura y secuestro sistemático de personas en los centros clandestinos de detención.
Ana es el sujeto apropiador (se apropia de una niña a la que se le ocultan sus orígenes, su verdadera identidad) y, tomando el pensamiento que expone Eduardo Pavlovsky en Potestad (1985), se insinúa que la mujer se autopercibe como alguien exento de todo mal ideológico que cuida, protege y ama aun cuando ese amor surge de la negación de la verdad del otro, es decir, de la anulación del otro. Hannah Arendt también reflexionó sobre esta nefasta conducta que llamó “banalidad del mal”: se marginaliza a los victimarios de su inmoral posición por considerar que su accionar no es violento, sino, por el contrario, se inscribe dentro de una supuesta normalidad. En este caso, se produce una doble banalización de lo terrible. Por un lado, se desestima el deseo de la hija mediante una imposición —“tené una hija, de lo contrario la adopto”—; por otro, se mercantiliza la vida al comprar una niña como si se tratara de un obsequio navideño.

En esta obra el refugio figura como un espacio de poder y violencia silenciosa denotando una contradicción con la etimología de la palabra (del latín “refugium” que a su vez deriva del verbo “refugere”. Re –“hacia atrás”, “de nuevo”; Fugere –“huir”, “escapar”). Tras veinte años de ocultamientos y de una atmósfera hostil, Inés se marcha de la casa a cambio de una suma de dinero significativa que recibe de Carmen. Este hecho puede interpretarse como una huida de la mentira que impregna el espacio metafísico del lugar. El refugio, en este caso, no está en la casa, está fuera de ella, y el “afuera” puede ser concebido como el lugar de la verdad. Ella se marcha sin culpa alguna y Ana, cuando lo supo, no intenta encontrarla, solo se ahoga en la pena y el dolor que le causa perder lo que tanto anheló. Una vez más, retomando el análisis de Pavlovsky (1985), este dramatismo podría leerse como una sutil e invertida metáfora de la impotencia colectiva frente a la tragedia histórica que las atrocidades del Terrorismo de Estado generaron en quienes quedaron esperando.
La hija de Ana no tolera ver a su madre en ese estado de agonía permanente, de deseo desesperado por el regreso de su “nieta”. Es tal el remordimiento de Carmen que opta por seguir ampliando la enredada ficción en la que están inmersas escribiéndole cartas a Ana como si fueran de Inés. En ellas se describen relatos que simulan una vida gozosa y exenta de peligros.
La historia continúa con más inventos que tejen la trama, como la aparición de una joven (Laura) contratada por Carmen para hacerse pasar por Inés, y continuamente, las mentiras forman un desfile por el escenario ficcional (la obra instaura otro escenario invisible: aquel que pertenece al mundo de la ficción y que se sostiene por el pacto de verosimilitud entre escena y público).
El verdadero conflicto de la obra no parece estar en la revelación de la mentira, sino en el modo en el que el silencio se hereda. En “Mentiras de papel”, el silencio no protege: organiza la vida de los personajes y delimita lo que puede -y no puede- ser nombrado.

Roland Barthes lo formula así El silencio también forma parte del discurso. Y yo lo formulo de esta manera: los silencios pueden ser el entramado de un psiquismo que solo quiere recibir verdad.
Actrices: Norma Cagna (Ana); Silvia Lage (Carmen); Sandra Sosa Álvarez (Sonia); Lourdes Spinosa (Inés); Brenda Pisani (Laura)