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Carnet de voyage: Las Grutas – Por Raquel Tesone 

Fui hace muchos años a Las Grutas que queda en la Provincia de Río Negro, Golfo de San Matías, norte de la Patagonia y me quedaron los mejores recuerdos de un lugar paradisíaco al que me prometí volver. Volver tal como dice el tango: “vuelvo al Sur como se vuelve siempre al amor”. Las Grutas es un lugar mágico y onírico. Se desea volver como añoramos volver a dormir para instalarnos en un sueño que nos ofrece bellas imágenes que irradian una comunión de paz con la naturaleza.  

Y volví en medio de esta pandemia. Febrero 2021. Alojándome en el mejor lugar: el departamento de Rodrigo Yaltone. La playa más alejada del centro y con menos concurrencia de gente está enfrente justo de su casa, y es la más bella. Con una vista estratégica del mar al estar situado en un primer piso. Se visualiza el movimiento de las olas y se duerme acunado por el sonido del mar y del viento que te arrulla. Cocina con todos sus accesorios, muebles, colchones, todo a estrenar y su living y los dos dormitorios muy luminosos. Impecable. 

Comencemos primero por el  viaje y cómo llegué a Las Grutas. Viajé en el micro Vía Bariloche que no respeta ningún protocolo e iba a tope, todo completo, exponiendo a sus choferes a que pidan ticket y DNI de los pasajeros. Cuando le pregunté al chofer el por qué de esta situación y por qué siendo tan oneroso el pasaje, no nos dieron ni un juguito ni un sándwich y tuvimos mucho tiempo sin tomar ni agua hasta la primer parada, me contestó: “billetera, mata protocolo”. Eso sí, a la vuelta, después de más 14 horas de viaje (por agregar más paradas para desinfectar y tener tiempo de comprar una colación), hay que cumplir en pasar una larga cola para hisoparse… Pero Las Grutas vale estos inconvenientes del viaje y más. Aunque los 1000 kilómetros, si se parte desde Buenos Aires, bien se pueden hacer en automóvil e ir parando en la costa para descansar. 

Ya en mis recuerdos estaba la belleza de sus playas abiertas y sus atardeceres con la marea baja y la restinga reflejando el sol o las nubes, llueve muy poco y tiene un microclima ideal. La playa está rodeada de altos acantilados con grandes cuevas donde te podes proteger del sol y sacar unas fotos exóticas. La magia está en apreciar la marea que baja y sube cada seis horas y va transformando el paisaje, el mar parece otro, más lejano o más cercano, según cómo esté la marea, cambian los colores y la misma playa a la que fuiste a la mañana, ya no es la misma a la tarde. La posibilidad de contar con un departamento frente al mar, permite que te puedas ir a almorzar y/o dormir una siesta. Es muy grato desayunar y almorzar con vista al mar, aunque hubo días que no he vuelto al departamento hasta las 20 h donde aún está la luz de día. 

Caminar por sus playas, disfrutar de un buen libro mirando el mar, y sobre todo, nadar o dejar que las olas te acunen o te arrollen, es un placer infinito. Como si esto fuera poco, cuando la marea baja, se arman unos piletones de agua de mar. El agua del mar es cálida porque según dicen sus habitantes, la restinga al bajar la marea, absorbe el calor del sol y calienta el agua cuando la marea va subiendo, además, porque es un Golfo recorrido por corrientes que vienen de Brasil. Y ciertamente, es la playa con el mar más cálido de toda la costa argentina. 

Los guardavidas te avisan con mucha cordialidad si la marea sube o baja, y al entrar al mar, el agua es tan cristalina que uno puede ver sus pies en transparencia. Un día me dejé la sandalia en una de las playas y los guardavidas me la rescataron, cuando fui a buscarlas, estaban en la casilla de ellos. 

Otro de los fenómenos curiosos y fascinantes de destacar son la cantidad de  perros que viven en la playa. Ellos forman parte del paisaje, ninguno busca dueño, están muy bien cuidados y alimentados por la misma gente de Las Grutas. Eso es un observable porque los perros pueden aceptar un mimo, pero no piden comida, no te siguen para ser adoptados y luego, preguntando, me confirmaron que efectivamente, no se adaptan a ser adoptados y alejados de la playa. Allí tienen su mundo y juegan entre ellos, la mayoría son perros de raza, y son además, castrados por un grupo de habitantes del Las Grutas que se solidarizan con esta causa. Una rareza más que extraordinaria. 

La soledad en este paraíso procura una serenidad interior profunda mayor a la que suelo sentir habitualmente. Leí casi un libro diario mirando y luego, sumergiéndome en el mar con un placer inmenso y leí algunos de los libros que durante el año no tuve el tiempo de devorarlos a ese ritmo. Pero claro, en el ambiente del tango, siempre está el deseo de contactar con la gente que ama la danza. Y en los últimos días, aprecié además, de esta grata compañía. y me sorprendí nuevamente, por los habitantes de Las Grutas. Arranca con la bienvenida que me dio Azul Villar al recibirme en su bella casa con un espacio para bailar y un patio con sillones muy bien decorado con bohemia tanguera. Llevé un vino que fue aplaudido. Azul es profesora de tango y da clases de canto. Canta y baila maravillosamente. Bailé tango con cada uno del grupo, unas diez personas y enseguida la danza te hace entrar en conexión. Charlamos, me reí, y me sentí como en casa. 

Débora Sansó Neculman es la profe de tango del grupo, es una apasionada que expande su saber en ese grupo, y bailar con ella es un placer. Tiene un local de indumentaria, sahumerios, tecitos en el centro que se llama “Amar el mar”. Su padre tiene otro local muy copado con una variedad impresionante de dulces, tés, conservas, alfajores y demases: “Mucho gusto Patagonia”. Te atienden muy cordialmente y te querés comprar todo.  El centro de Las Grutas tiene de todo: excelentes restaurantes, bares, negocios de todo tipo con todo lo que se te ocurra, los alfajores Punta Barranco que son una delicia, los chocolates El Turista, tés y dulces con frutos del sur que son exquisitos y todo tipo de locales de electrónica. Un centro con todos los chiches y sin edificios altos. Y como si esto fuera poco, hay un Casino y todo. 

A partir de esa milonga casera, las cruzaba en la playa y compartimos momentos y conversaciones donde la espiritualidad estaba muy presente. 

Con Marisa Paoloni nos reímos muchísimo relatando su historia de vida como si fuera un stand up, una mujer sumamente interesante  con la que me sentí como si fuera amiga de toda la vida. Propuso una cena en su casa, donde conocí a Nora Testa y a Natalia González que conformaban junto a Marisa el grupo de “Las nómades de Villa Longa”, todas nacidas en ese pueblo, y cruzándose en Las Grutas. Natalia es viajera, cocinera, administradora de propiedades y una mujer dispuesta a trabajar en lo que surja, vivió en Brasil y le encanta hacer viajes y tener nuevas experiencias. Marisa es jubilada docente y actualmente es masajista. Tiene un gabinete de masajes muy bien instalado en su casa donde además de los mejores masajes descontracturantes, uno puede encontrar un refugio de relax. Estudiosa de la  reflexología y de métodos preventivos para curar enfermedades. Su casa está decorada con mucha bohemia, genera alegre y es colorida como es ella, un ser de una calidad y una calidez humana inigualable.

Con Nora charlé mucho sobre su vida en la playa y me contó cómo llegó ser especialista en Braian Gym y de qué se trataba, su entusiasmo me contagió y me dio deseos de tomar un curso para aprender un método que me dé otras herramientas para utilizar con mis pacientes. Además, Nora es profesora de ritmos latinos. Están pergeñando un proyecto con su amiga Marisa para realizar en Puerto Madryn ya que tienen una amistad de muchos años y un cúmulo de afinidades en sus saberes. Recién me mandaron un mensaje contándome que están felices porque ya eligieron el lugar donde pondrán el consultorio a una cuadra del mar. 

Seres especiales del Sur… Las Grutas, un paraíso del que nunca deseas partir y al que siempre querrás volver.

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