
Escribo esta nota tras varios días de haber visto la obra y de aquí extraigo mi primera reflexión: es una obra que habla del tiempo y que necesita del tiempo para hablar-nos. De a momentos, algún pasaje impreciso me recorre. ¿Cómo no identificarse en esas intimidades cotidianas si es que alguna vez se tuvo la suerte de amar y la desgracia de tener el corazón roto? ¿Quién necesita de grandes palabras si basta con decir, con el mismo hecho de querer decir, o de querer oler al ser amado para saber-se ya tomado por esa fuerza que une los cuerpos? ¿Por ese espacio de intimidad en el que la palabra toma significado?
“Si Dalmaro hablara de todo eso – le gustaría que por lo menos alguien lo escuchara”
¿Tendrá sentido hacer una breve sinopsis que relate el tema, la estructura formal o el orden cronológico de la narración que, por cierto, ¿no lo hay? ¿O esto ya ha sido dicho? Cabría mencionar con respecto al tema que un grupo de jóvenes amigxs aborda el (¿des?) amor y sus vicisitudes en una cotidianidad nueva, lejana a aquella moral originaria de nuestro teatro nacional en la cual el tema de la clase social, la familia o el matrimonio eran las mediaciones en las que se debatía el sujeto. Un amor a la medida del hoy, lejos de las instituciones y cerca de lo sensible. Una narración que funciona como la memoria, desordenada, caótica. Una poesía que esquiva la grandilocuencia y no por eso evade lo profundo.
“El cielo – perfectamente – podría ser una ventana – tan inmensa – que no llegamos a verle los bordes”
Si la condición de la posmodernidad es disolver todos los límites de las grandes narrativas, entonces cabría preguntarse por lo inevitable antropológico: ¿Cómo resiste el amor y la amistad entre las ruinas de todo lo que creímos allá por la infancia iba a ser nuestra adultez? ¿En qué se transforma el amor cuando todo lo que queda es la ausencia y el recuerdo? ¿Cómo reafirmamos nuestra existencia desde los proyectos que no llegaron a ser? ¿Podemos todavía soñar otras utopías, creer en el bien universal, en la justicia poética-divina? ¿Habrá algún planeta que gire a nuestro favor? ¿Tendrá la naturaleza propósitos indescifrables? ¿Existirá alguna religión que cuadre conmigo? “¿Quién conoce a alguien – que conozca a alguien – que cree en Dios?”

Tal vez, quizás, podría ser que una mañana despertemos y las palabras que dijimos, que pensamos, que escribimos y que tanto quisimos decir, ya no tengan el mismo sentido que en ese otro tiempo perdido allá no tan lejos. Quizás, tal vez, algún día todo ese pasado pesado que portaba tanta-tanta carga trágica sea un motivo de risas, o mejor aún, inclusive o en lugar de esto, un escalón-dolor más en la tormentosa construcción nuestra identidad. El Fénix siempre retorna para elevarnos y salir de las profundidades más oscuras. Es que nadie nos asegura que la vida transcurrirá sin esos momentos en los que perdemos todo lo que más amamos. En los que descubrimos que algo en eso se rompió y nunca ni nada ni nadie podrá repararlo. En ese tiempo transcurre este ¿relato? que desde la cotidianeidad de ese pulso que invita a compartir la vida con el ser amado indaga en eso más simple y bello que tenemos. Su aroma me recuerda a un poema de Sabines que dice así:
“Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”,“¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”. Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”).”
Jaime Sabines – Espero curarme de ti.
“Las palabras – cuentan con la particularidad – de poder hacer posible – lo imposible”.

Bien sabemos que existen medicinas para el alma, así como para el cuerpo. Que también podríamos decir que alma-cuerpo son una misma cosa y no. Que hemos abolido esas antiguas dualidades y que no. Si algo se puede decir a ciencia cierta es que la palabra tiene el poder de derretir el yunque del duelo y de volverlo más liviano. De este modo, nos podemos introducir en esta historia que, mediante lo absurdo, lo cómico y la multiplicidad de juegos de diversos lenguajes combinados aborda un tema que tanto cuesta transitar. Un viaje al centro de la tierra en búsqueda de un Calamar o la metáfora de aquella persona que partió en la búsqueda de lo que había en el fondo del laberinto sin ningún hilo que asegurara su vuelta. Así, dialogando con sombras que no sabemos si escuchan o no, elabora nuestro personaje esta ausencia, este quedarse sin esa mirada que aseguraba la ternura del mundo contra todo mal.
Fotos: Facundo Suarez
Fotos del flyer: Mora Garzón
Nota escrita por: Manuel Larrabure