
A*-florar: dejar-se ser la flor. (traducción libre)
“La pareja ha muerto, pero aún vivimos sobre sus ruinas.”
Pablo Farneda
No sé si este ensayo será breve o extenso, lo único que sé es que me llevó más tiempo del previsto escribirlo y quizá sea por lo que río hace si es que se puede decir con palabras lo inaprensible de este accionar. Me refiero al acto de dejarse interpelar por eso otro que Badieu llamó lo imprevisible del acontecimiento, el no-saber frente a lo que genera un saber-sobre-sí. En ese lugar donde se inscribe el cuerpo, donde lo propio existe y es propiciado. El encuentro con la sombra, diría Jung.
Nadie se baña dos veces en el mismo río decía Heráclito. Es así como en esta historia, la muerte del padre y le herencia que deja juegan un rol crucial en la trama de la personaje que va hacia su origen a reelaborar su identidad. Cabe remarcar que es una herencia negativa, es decir, una deuda imposible de pagar. Se establece una topología clásica en las narrativas nacionales: el pueblo entraña la infancia y los afectos primarios por contraposición a la ciudad que se presenta como el lugar hacia donde la personaje partió en busca de un reconocimiento que se trocó en alienación. Esto configura una espacialidad simbólica que podemos rastrear en la mitología tanguera heredada a las películas del primer cine industrial nacional en donde funcionaba la antinomia entre el centro y el barrio, siendo el centro el lugar de la perdición (caída cristiana en el pecado de la vanidad) frente a los valores tradicionales de la familia y a la pobreza digna del barrio que moralizaba la precariedad.
Entonces, la muchachita que se alejó del pueblo vuelve siendo una “mujer” según las exigencias sociales de la modernidad cristiana y del patriarcado: tener marido, tener hijx, tener una profesión, tener reconocimiento, tener dinero, tener… y al mismo tiempo, el síntoma que acarrea esta alienación en el “tener” (¿lo fálico?) es una gran angustia y desorientación de su lugar en el mundo y en la red afectiva en la que se encuentra. Su característica (yeite) es andar caminando sobre cáscaras de huevos, y a cada paso, pidiendo perdón y permiso. La respuesta del pueblo, que la observa sin comprender el defasaje entre la imagen que tienen sobre ella y la que ella tiene sobre sí misma marca el rumbo del viaje de autodescubrimiento. La anagnórisis: ser porosa a la mirada del pueblo para poder contemplarse bajo una nueva luz. Y para esto necesitará desatar la furia (ate) contra la mirada de la ciudad que la ha debilitado.
La deuda que le hereda el padre la sitúa en un lugar de vulnerabilidad en la que depende del accionar de otro que la ayude. Se presentan como alternativa dos posturas: su marido que la destrata y le impone que resuelva el asunto sola y por el otro lado, un escribano local quien fuera su amor inconcluso de adolescencia que la ayuda a aliviar el peso de esta exigencia a pesar de que esto implique un riesgo para su propia profesión. Trasgredir la ley y arriesgarse a perder su matrícula: el propio nombre.
Pero a diferencia del paradigma identitario nacional clásico, la pieza no resuelve el conflicto estableciendo una teleología del amor romántico por medio del final feliz en la consecución de la pareja que operaba como la mediación a la estructura simbólica del sistema social. El tema gira, en cambio, en torno al desdoblamiento subjetivo particular lo cual se metaforiza en el recurso de representar al personaje a través de dos actrices (más potente al ser hermanas y tan similares en su aspecto y gestos) que al final se unen. No es que se deje de lado el tema del amor, sino más bien, que se lo coloque en otro lugar en torno a la construcción de la identidad, quitándole su centralidad. No es un solipsismo ni un elogio a la autonomía caprichoso, los vínculos afectivos tienen una función: ayudar en la reconstrucción de sí a partir del vacío de referencias que genera la muerte del padre.
Llamaré giro narrativo hacia la posmodernidad el abandono del paradigma del amor romántico en las narrativas literarias, del teatro, de la danza y del cine que sostenían al ideal de familia como unidad mínima de subjetivación de una era que ha entrado en su definitivo ocaso. Sujeto y objeto son la misma persona en dos instancias cualitativas distintas que culminan cuando se da la identidad entre ambos. Un saber-hacer con su propio conflicto que conduce al fin de la historia.
Se recomienda la lectura de AL DIVÁN WILLIAM PROCIUK con Dra. Raquel Tesone / @rachelrevart :
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Autoría: María Marull, Paula Marull
Actúan: María Marull, Paula Marull, William Prociuk, Monica Raiola, Mariano Saborido, Debora Zanolli
Diseño de vestuario: Jam Monti
Diseño de escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez
Música original: Antonio Tarragó Ros