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CHAU BUENOS AIRES – Dirección: Germán Kral – Por Dra. Raquel Tesone / Rachel Revart

Intento, en la medida de lo posible, no dejarme contaminar por la mirada de los otros y sentir que al momento de ir a cubrir un espectáculo, no cargo pre-juicio alguno. Por lo cual, voy en una posición que aprendí de colocarme en mi lugar de analista: sin crítica alguna, preparada solo para que el otro me atraviese y conectarme desde mis emociones para dejarme sorprender por lo que surja en ese «entre dos». Entre “Chau Buenos Aires” y yo, no existió ese espacio, porque tomé en plena pandemia una entrevista a mi queridísimo y admirado Rafael Spregelburd quien siempre está dispuesto para ser acribillado a preguntas para generar un nuevo trabajo de pensamiento y es aquel que siempre logra reformular mis interrogantes y problematizarlos más aún. Confieso que en ese momento, estaba muy interesada por su visión sobre la pandemia y por abordarla desde la complejidad de su mirada, que por una película que ni sabía a ciencia cierta cuándo siquiera iba a terminar de rodarse, por todo el trabajo y los protocolos que implicaba filmar en esas condiciones, y menos que menos, se conocía fecha de cuando iba a estar en cartel. Llegó ese momento. Y al fin se estrenó después de más de dos años, casi tres de ser filmada.

Obviamente, reflotó en mi todo lo charlado con Rafael en este intercambio, y ya mi expectativa es generalmente inconmensurable cuando él actúa porque yo le digo que todo lo que toca lo convierte en oro, y es así, no he visto una película que él actúe que no haya sido o bien premiada o calificada como “muy buena” para arriba. Aquí les dejo el debate para que sigan el hilo de qué me sucedió al ya ir a ver “Chau Buenos Aires” con todo lo que hablamos con él dando vueltas en mi cabeza al sacar mi entrada.

Si ya lo leyeron, podrán imaginar con la vara alta que fui a verla y qué es lo que ocurrió: superó ampliamente todas mis ilusiones, y puedo afirmar que es una de las mejores películas que ví este año (aclaró que aún no fui a ver El Villano de Luis Ziembrowski, cubierta en una nota de Rafael para Perfil que no solo despertó mi interés en verla, sino que además me conmovió cada una de sus palabras). 

Hay muchos motivos por los cuales esta película la considero de una excelencia superlativa. Empecemos por el elenco de primera línea que ya brinda garantía de calidad: Diego Cremonesi, Marina Belatti, Carlos Portaluppi, Manuel Vicente, Mario Alarcón, Rafael Spregelburd (quien gracias a esta película aprendió a tocar el contrabajo), ver a estas bestias de la cámara capturados en sus miradas cómplices y en sus mínimos gestos, es un placer tan inmenso que quisiéramos una parte dos, o hacer de esta película una serie bien argenta con esa banda y estos actores que logran una sincronicidad total en sus interpretaciones. Es que otro acierto es haber creado personajes entrañables que, juntos son un verdadero canto a la amistad, y al estilo de vínculo típicamente argentino. Y por si esto fuera poco, haciendo una análisis más fino de este grupo, podríamos decir que cada protagonista de esta banda de músicos de tango y del under tanguero con aspiraciones de llegar a algo más, re-presenta un pedacito de la cultura argentina, y del universo del tango que es emblemático de la argentinidad. 

Empecemos por uno de los protagonistas. Diego Cremonesi interpreta magistralmente a un bandoneonista con su nostalgia de un país que parecía brindarle un sustento, como tener una zapatería con local propio que ya tiene que cerrar porque no la puede seguir sosteniendo. Y resignarse inevitablemente con la tristeza de vislumbrar sus sueños hechos pedazos inserto en un país que atraviesa la crisis del 2001. Rememorar esta época y hacerlo con humor, es otra característica de la película que la hace exquisita y muy inteligente, y tal como dice Rafael es una “rareza” que con esta temática se haga una comedia romántica dentro del mundo del tango, que nos identifica tanto como argentinos. Y más aún, poder verla a la luz de la crisis actual de Argentina (con muchos de los políticos que siguen detentando el poder hoy), es un llamado a la reflexión y a estar atentos a saber que son los mismos quienes siguen despojando al país de todo lo valioso que poseemos: clase media, arte y artistas que dan todo, un pueblo cada vez más castigado y con menos esperanzas… Sin embargo, la película es tan profunda que salimos con renovadas esperanzas en nosotros mismos Aunque es muy intenso el golpe al corazón que nos provoca la impresionante actuación de  Manuel Vicente en su rol del violinista de la banda que no cede ante sus principios políticos. Y nos deja la pregunta sobre si los artistas deben pasar hambre frente a poder ser contrarados por los poderosos de turno o mantenerse en el circuito off como muestra de su dignidad y su resistencia, o bien, el arte debe ser sostenido no sólo para poder sobrevivir y sustentarse sino para seguir nutriendo, ayudando a tomar consciencia y ser el refugio de quienes más sufren y pueden sentir alivio ante tanto dolor al escuchar un tango (o ver esta película u otra en la TV). Es notable sobre todo este abordaje a partir del mundo tanguero, que sabemos quienes pertenecemos a ese universo, que siempre es más valorado en el extranjero, los argentinos honestos y prodigiosos por su arte y que suelen tener mayores oportunidades en el exterior que en su propio país. De hecho, la mayoría de los músicos y bailarines de tango, hacen giras para luego poder volver y vivir el resto del tiempo en Argentina. 

Otro aspecto de la argentinidad, está en la otra protagonista dupla de Cremonesi, la excelsa Marina Belatti, que brilla en su rol de aprendiz de taxista, mujer argentina luchadora que es sostén de su hijo sordo y que putea a todo quien puede quererla pasar por su condición de mujer. Un homenaje a muchas mujeres independientes que logran a los empujones defender sus derechos, aunque a veces se le vaya la mano… Y lo interpreta con una comicidad y al mismo tiempo, una hondura psicológica de alto vuelo actoral.  

EL personaje de Carlos Portaluppi, un pianista que es ludópata que sabe que si derrapa y se la juega demás, siempre habrá algún amigo que le de refugio y un amor que lo vuelva a sostener.

Mario Alarcón es el cantante de la orquesta de tango, transmite toda esa melancolía de lo que ya no fue y de quien ya no cree ni en su país ni en lo que podría ser, pero que se levanta gracias a sus amigos y al tango que no le dan lugar a caer en esa depresión. 

Rafael Spregelburd con su personaje del mecánico que toca el contrabajo, (que sólo con el instrumento el personaje tiene un margen de seriedad), tiene un rol muy complejo. Lo identificamos muy rápidamente como aquel que tiene un taller mecánico y es inimputable:  cobra por adelantado, te patea con los tiempos para entregarte el auto, es ladrón, mujeriego, traidor, irresponsable, intenta con la chica de su mejor amigo, y hay mucho más en lo que esconde que en  las cartas que muestra. Podríamos decir que encarna al “chanta argento”, el que uno quisiera sacar de su vida pero no puede porque al mismo tiempo es querible y seductor. Difícil papel, y está muy bien logrado, porque logra empatía en el espectador brillando en todo su esplendor. Y hace que nos quedemos con ganas de verlo en más escenas junto a este grupo. 

Otro detalle no menor: no hay roles secundarios porque todos se destacan en todas las escenas, como por ejemplo, Luis Ziembrowski que se come la pantalla en cada una de sus apariciones. 

Un efecto muy interesante que recabe post función con algunos espectadores, ha sido el amor a lo más esencial de la argentinidad: el amor a esta tierra, hacia los vínculos afectivos y familiares, hacia la noche porteña y la pasión por el tango como elemento icónico de nuestro ser argentino. Tuve una charla con uno de los espectadores que salió muy conmovido, contando que había decidido irse a vivir al extranjero y que después de ver esta película, cambió radicalmente su decisión y no dirá: Chau Buenos Aires porque sabe que ese “algo” que tenemos los argentinos, hace que una gran mayoría retorne o desee retornar,  pese a que la situación económica y social pueda ser insuperable en calidad de vida comparativamente, ese “algo” que de manera impecable se traslada a imágenes, encuadres de los “boliches” de tango, y al lunfardo, un guión muy argento con un lenguaje poético por los tangos que acompañan la película, con diálogos muy locales, muy bien ambientada en su época, reflejada toda esa amalgama indecible que hace a la esencia argentina y que se extraña al estar fuera del país. 

Podría escribir un artículo psicoanalítico entero solamente del análisis del grupo de la banda y además de su eximio director exiliado en Munich Germán Kral, pero esta interpretación sobre las motivaciones que el director refracta en la pantalla, ya lo hizo Rafael en el reportaje que les compartí. Puedo agregar que además lleva la “batuta” en cada escena y en todos los aspectos costumbristas de la escenografía, y es un director que sabe llegar a movilizar emociones universales con una temática de la cultura argentina.

Prefiero cerrar mi nota con las preguntas que Spregelburd se formuló para sintetizar las cuestiones que hacen resonancia al salir de la sala: ¿Dónde quiero ser? No simplemente dónde quiero estar, sino “ser”. ¿Qué cosas temo perder al partir? ¿Quién seré cuando parta?”

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