¿Quién es Molly Bloom? Además de ser cantante y esposa del protagonista del Ulises de James Joyce y, como tal, una especie de Penélope, sin miga de castidad, y que lo único que teje es su romance con Boylan, su mánager. Y mientras tanto, Leopold Bloom (“Poldy”) transcurre su épica de un solo día, a sabiendas de este enredo amoroso, navegando por las calles de Dublín, en una odisea urbana a la que ha sido arrojado por Molly, que espera a su amante.
Hacia el final de ese día lleno de encuentros y reflexiones, Leopold Bloom dormirá, pero Molly será presa del insomnio que la desencadenará, la soltará, se derramará como una fuente de agua que se rompe; la abrirá como un surco la tierra, para recibir el placer, la semilla, y ser impronta en el mundo: un acto de afirmación del deseo, de su sexualidad, de sus opiniones que empieza por el adverbio afirmativo “sí”, y termina con el mismo adverbio. “To let your hair down”, expresión femenina inglesa para un “decirlo todo” parece ser el axioma que lleva Molly Bloom como bandera, mientras atraviesa esa noche liberadora, en la que cuestiona al matrimonio, a la iglesia y se burla de las convenciones sociales.
Molly recuerda a sus amantes -que no fueron todos los que imagina su marido-, entre los que se encuentra el propio Leopold, su Poldy, que es el verdaderamente amado, lo que no impide el recuerdo procaz y a la vez poético, de la protagonista.
Esta versión ha sido traducida por su protagonista Cristina Banegas y Laura Fryd, dando como resultado un texto que pone en valor lo revolucionario de su sintaxis, de sus ideas y de una belleza inusual para la primera parte del siglo XX.
En sus palabras, Banegas dirá que “la estructura del monólogo, las ocho oraciones, sin signos de puntuación, la extraordinaria afirmación que hace Molly exige una enunciación en velocidad” Si no es en velocidad, ¿cómo traducir el pensamiento, el fluir de la conciencia a la voz hablada? Y la velocidad implica vértigo, precisión, es como hacer surf en ese río de palabras.
Es un viaje vertiginoso que requiere la puesta en boca en un cuerpo parlante. Y Banegas lo encarna y nos regala una Molly Bloom que transpira deseo por todos los poros de su piel, atraviesa su vestimenta, y la redes-cubre. La libido desenfrenada circula en una deriva de palabras que logran hacer carnadura en los espectadores. Molly habla en primera persona liberando sus fantasías sexuales más íntimas, que en sus diferentes formas, nos dicen mucho de las feminidades. Obra escrita en 1992 y por un hombre, un gran escritor es quien entroniza a Molly en el lugar de la heroína, en tanto cuestiona el lugar establecido para las mujeres de la época victoriana. Y desde esta perspectiva, aborda la singularidad de una mujer desde la mirada de dos hombres, el marido y quien lo crea: James Joyce. En este soliloquio se condensa el misterio que Freud no pudo develar durante todos los años de investigación al preguntarse qué quiere una mujer. Joyce en esta obra asoma una posible respuesta y es que una mujer, desea ser sujeto deseante de sus propias fantasías (lo contrario a ser objeto de deseo de un hombre), sería algo más cercano a ser causa de deseo: objeto petit “a” de Lacan. Por lo cual, la mujer deviene un enigma cuyo enunciado puede empezar con un ”si”y terminar con otro «si», en tanto el hombre sepa sostener su propio fantasear, su erotismo y su jugueteo seductor. El “si” del final abre las puertas del deseo femenino en todas sus modalidades, portando los secretos de los sueños de las mujeres en nuestras noches de insomnio.
Un espectáculo conmovedor donde los espectadores nos encontramos instalados en ese espacio íntimo con una puesta en escena donde sólo se luce el cuerpo de una mujer y su sombra proyectada en la pared. Un cuerpo que refracta un flujo de impresiones y sensaciones intensas en su profundo monólogo (o diálogo con los hombres a los que interpela).
Banegas en su interpretación se revela como la actriz que siempre se autoriza y nunca se privó de hacer su mejor versión de sus personajes, dando vida a “su” Molly, con gracia y originalidad. Por momentos, nos sorprende la manera en que se enfrenta a sí misma acariciando su cuerpo sexuado con soltura, naturalidad y absoluto placer. Es la Molly Bloom creada por Joyce y re-creada por Banegas y Baleiro. Vale saber que el apellido « Blum » es de origen judio y la palabra inglesa “bloom” significa florecer, y estas dos mujeres consiguen que aflore y se resignifique este personaje de la ficción de Joyce.
“Molly canta, recuerda fragmentos de canciones, se emociona, se ríe, se erotiza, se enoja”. “Molly es la música de la cabeza de una mujer” – escribe Banegas. Y esa música estuvo a cargo de la dirección de Carmen Baliero, dirigiendo una partitura que fueron construyendo a fuerza de sensibilidad y talento.
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