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DEXTER MORGAN: el problema moral – Por Lic. Manuel Larrabure (en Netflix)

El problema de Dexter es la relación entre justicia y violencia. ¿Qué diferencia a ambas? La justicia es una forma de violencia contenida, regulada por el pacto social. Pero cuando alguien, como Dexter, decide ejercer violencia por fuera de ese pacto, lo pone en crisis. Se convierte en juez, jurado y verdugo. 

Dexter castiga a criminales que el sistema judicial no ha podido condenar. Trabaja como forense en la policía, pero de noche se vuelve cazador. Dexter sí disfruta matar, pero ese placer está atravesado por un vínculo más profundo: matar es también un modo de estar con su padre, de ser como él quería que fuera. El código que hereda no sólo organiza su impulso, sino que lo convierte en un legado afectivo. En cada asesinato, Dexter no sólo satisface un deseo, sino que honra una relación, reproduce una enseñanza, y recrea la escena primitiva del pacto con su padre.

La paradoja de hacer justicia por mano propia.

La justicia por mano propia encierra una paradoja inquietante: quien la ejerce afirma actuar por el bien, pero para lograrlo comete el mismo acto que pretende castigar. Se coloca por encima de los demás, fuera del pacto civilizatorio, sin controles ni límites. Se autoriza a sí mismo una excepción que ninguna comunidad le ha otorgado, y en ese gesto, pone en crisis no solo la legalidad, sino el corazón mismo de lo común.

¿Quién decide quién merece morir? ¿En qué momento el deseo de justicia se transforma en tentación de venganza y luego en goce? Dexter no solo mata con método y ceremonia, sino que lo hace convencido de estar llamado a ello. Actúa como si él mismo fuera el sistema: no busca justicia en nombre del Estado, sino que se cree Estado y Ley.

Como Batman, Dexter arrastra un trauma de origen: presenció el asesinato de su madre. Ese mismo mecanismo aparece en la violencia política. Estado, grupos armados o insurgentes: todos construyen un enemigo, acumulan agravios y usan un pasado doloroso para justificar la fuerza extrema.

Anomia y soledad

Pero detrás de la violencia de Dexter hay otro drama, uno más íntimo y existencial. Él no es normal, lo sabe y lo sufre. No puede amar verdaderamente; vive tras una máscara que lo convierte en impostor. La figura de padre, de pareja o de hermano le sirve para habitar el mundo, pero bajo esa fachada no hay paz, hay soledad.

Y es esa condena la que sostiene su impulso: Dexter no eligió este destino, pero lo obedece. Matar le produce placer, sí, pero ese placer está íntimamente ligado a un mandato emocional: hacerlo es estar con su padre, ser el hijo que Harry esperaba. El código que hereda no solo canaliza su impulso, sino que lo convierte en un legado afectivo. En el fondo, es una moral privatizada y secreta, disfrazada de destino.

Dexter no siente culpa como el neurótico; no reprime ni se atormenta. Él actúa, se siente limpio, incluso heroico. Pero lo que experimenta no es culpa, sino una forma de extrañamiento: sabe que no es como los demás, se reconoce como impostor. Y bajo esa apariencia de certeza, late una pregunta ineludible: ¿puede alguien que vive fuera de la ley ser, en verdad, justo? ¿O es sólo un criminal con buena coartada?

La verdadera sentencia no proviene de un tribunal, sino de la soledad: quien se erige como verdugo pierde la pertenencia y queda esclavo de su propio acto. No es la prisión lo que lo condena, sino el vacío de estar alejado de la comunidad que afirma proteger. Esa orfandad es su auténtica pena.


Manuel Larrabure es Licenciado en Artes por la UBA y docente de Arte y Teatro en la escuela pública del conurbano bonaerense. Podés encontrarlo en Instagram como @manula.ok.

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