AL DIVAN/CINE/TEATRO/TELEVISIÓN

AL DIVÁN MIGUEL ANGEL SOLA – Por Dra. Raquel Tesone

Uno de los mejores y más prestigiosos actores argentinos de renombre internacional, premiado por sus numerosas y célebres interpretaciones en cine, teatro y televisión, aceptó la experiencia de ir Al diván, diciéndome simplemente: “no me des ninguna consigna, sorpréndeme”.

TIN_4297Fotos: Martín Rivas

Instalaciones: Bar Peugeot Lounge

Peinados y Maquillaje: Johana Herrera

Indumentaria y Calzados: Tango Imagen

 

Me gustaría que me cuentes por qué viniste a esta consulta.

Vine por curiosidad, me presto por curiosidad. Trabajo por ganas y, a veces, por dinero, para vivir; pero la curiosidad es siempre el motor. Paula vino muy bien de la entrevista que le hiciste.

   ¿Te analizás?

Me encuentro con el doctor Gustavo Lipovetzky, Director General del Proyecto SUMA, que me ayudó mucho frenando mi angustia y mi ansiedad ante tanto cambio que me era imposible elaborar. Es a quien me gusta consultar, me siento cuidado por él, aunque mis horarios no me permitan verlo tanto como quisiera.

¿Y antes te analizaste?

En otra época tenía encuentros y charlas con Marcos Leinn, psicólogo, de origen austriaco, muy joven e inteligente. Fue el primero en abrirme las puertas a conocerme y aceptarme. Hablábamos de todo un poco, sabía mucho de todo, hasta de mecánica de motos, pero, paralela y sutilmente, me orientaba para que pudiera encontrarme a mí mismo… No exactamente “encontrarme”, sino aceptarme, aceptar quién era. Me ayudó, fundamentalmente a cambiar una actitud. Y pegué un cambio.

¿No te encontrabas o no te aceptabas?

En todo momento sé quién soy, pero, en ocasiones, he querido ser otro. He admirado ejemplos de vida a ese punto, y he querido ser parte de ese ejemplo, queriendo ser otro. Supongo que es así como crecemos, ¿no? Pero me ha pasado puntualmente, en unos pocos momentos de mi vida. Entre ellos: Marcos mismo. Después, asumí que todo lo que otro exprese, todo lo que otro escriba o diga, al entrar en mí y aceptarlo, me pertenece. Si yo logro congeniar con una misma corriente de pensamiento y de sentimiento, como no tengo compartimentos estancos, la tomo a préstamo. Muchas de ellas habitan en mí desde que tengo conocimiento. Otras son “peajes” para cruzar un tramo de la vida. Creo que las ideas portan sentimientos y los sentimientos, ideas. No padezco la dispersión de un hombre dividido en dos: la razón por un lado y el sentir por otro, como si fueran  seres irreconciliables. Todo camina en un mismo terreno. No separo el trabajo de la vida, como si fuesen cosas diferentes. Todo es parte de mi vida, de lo que soy, de cómo pienso, siento, hago y digo. Y así vivo. El problema que tenía antes, era que creía que el arte que elegí no dejaba que me enamorara. No me enamoraba. Me gustaban mucho las mujeres, pero no me enamoraba. Tenía muchas relaciones, y muy buenas, pero no llegaba a integrarlas en un todo.  Algo fallaba. Estaba entregado a ser actor. Pensé que podía ser miedo, y a raíz de eso fui a ver a Marcos.

¿Y qué te daba miedo?

El amor que te radiografía. Como los indios ante las fotos, temía que me robaran el alma. Y pasó mucho tiempo hasta que me enamoré como debía enamorarme… Lo defino clarito: yo sé que estoy enamorado cuando apuro el paso para ir a encontrarme con ella; esté cansado, esté con un pinzamiento en el ciático, esté agobiado por cosas de diferente índole, aún sabiendo que es para darme un palo, mi velocidad es diferente. Me pasaba un poco si iba a tener sexo. Concluida la intensidad del momento, durara lo que durara, la ilusión se iba y quedaba mi actor reprochándome el tiempo robado. Ahora es al revés. Pero, sí, respecto a lo sexual, apuraba el paso (risas). Para irme luego del sexo, también (risas). Con Marcos, descubrí que me estaba perdiendo “algo importante” de la vida de las mujeres. No sabía qué, exactamente… Me gustaban mucho, sí. Después aprendí a quererlas.

¿Se aprende el amor?

(Silencio) No es que aprendas por experiencia. Aprendés a sentir qué es amor y qué no. Entonces empecé a cuidar el amor que crecía, como querrías que te quisieran y cómo querrías que cuidaran tu amor. En la obra «El diario de Adán y Eva», por ejemplo, existe una coincidencia en el amor y una conciencia plena del amor. Cerca, o separados por miles de kilómetros de distancia, la historia es de a dos. Todo ocurre en un estudio de radio, y mucho tiempo después, en ese mismo estudio, mi personaje se reencuentra con ese amor, en otra forma de amor, no igual, pero del mismo fondo. El eterno fondo que habita en uno desde que pega la primera bocanada de aire, y da el primer grito de ayuda. Uno aprende a darse cuenta, aprende a sentir, dentro de la coraza que se va formando, voluntaria o involuntariamente, para poder vivir todos los días, y empieza a intuir que se está vivo gracias al amor. Pero para eso hay que vencer el miedo. El miedo es un tsunami, que, a veces, ayuda para ir a tiempo a un médico, pero, por lo general, el miedo te carga de enfermedades, de exclusiones, de espectros, que nunca llegás a vivir, padeciendo sin haber sufrido la causa, aunque nunca te roce siquiera. El miedo les da vida para acercarte a la muerte… (Silencio) Mi mamá murió de cáncer en mis brazos… Yo tenía veinte años… Era una mujer hermosa que murió con treinta y ocho kilos, consumida, aterrada, dolorida hasta la desesperanza; y yo, por supuesto, de ahí en más, tuve el mismo cáncer que nunca se manifestó en mi cuerpo. Viví con ese miedo al cáncer hasta los cincuenta y tres años…

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¿Ella murió a esa edad?

Sí. Pasé esa edad y el temor, que iba y venía con la misma fuerza, desapareció. No podía contarle a nadie ese miedo. El mecanismo era de la misma naturaleza que el ocultamiento o la negación que los míos tuvieron ante la enfermedad de mi madre. De eso no se habla. Esa palabra no se nombra. Eran otras épocas, pero quien las vivió, sabe que la reacción ante el cáncer era esa en casi toda la sociedad. Lo fui elaborando solo, pero no pude vencerlo hasta que pasé la edad que se llevó a mi madre. Esos treinta años los viví soportando un miedo atroz a tener encima lo que no se manifestó en mi organismo. Qué se le va a hacer, a veces se vive atormentado por cosas que no te ocurren. Atormentado por ciertas imágenes que la imaginación da por ciertas.

Es muy fuerte esa imagen de una madre que se muere así en tus brazos…

En los sesenta y cinco años de mi vida, vi muchas formas de morir, artísticas y no artísticas, entonces, ¿por qué quedarme con esa imagen y no con cualquiera de las otras?

No es que debes quedarte con esa imagen, pero fue tu madre y tu primer amor, amor que perdiste antes de entrar en tu adultez, y eso es traumático, por eso da miedo. ¿Pensás que pudo marcarte en el temor a amar y a perder al ser amado?

Puede ser, claro… Fue una desaparición paulatina, sufrida durante un año largo, con médicos que decían no encontrar la razón a tanto sufrimiento. Llegaron a hacer intervenir a la parte psiquiátrica, porque ella se quejaba de dolores que no tenían fundamento para la ciencia anatómica. Fue muy duro verla degradarse e irse… Tanto, que borré de mis recuerdos la imagen de mi madre en movimiento. La recuerdo en fotos siempre, en blanco y negro. Su voz, a veces. Y recuerdo, sí, las caricias de sus uñas, rascándome la espalda, y su pelo, que me permitía enredar a gusto… Pero me refería a la cantidad de miedos que uno acumula y no suceden, y que te desquician. Ahora, bien, no fue sólo esa acumulación de miedos, esa bolsa de basura que uno va juntando y cargando lo que hacía que no me enamorara, había más… Me tocó vivir una época muy repugnante del país, y, con mi forma de ser… Soy tranquilo e hipersensible, y el contacto con la realidad me ponía muy violento en defensa propia. Y como no tengo nada de político, la vida se me hacía brava.

¿Y, actuar, es un refugio de ese contacto con la realidad?

Es parte de la verdad, como lo es la realidad.

¿Esa construcción de tus personajes sería como otra realidad?

Es otra parte de ese todo que es la verdad, que es lo que perseguimos los actores.

¿Cómo es la arquitectura con la que vas construyendo y edificando tus personajes?

No tengo la menor idea (risas). Lo que sé, sí, es que leo el libro en silencio absoluto, sin emitir ningún tipo de sonido, para no interferir en la voz ni el oído del personaje. En esa primera lectura me entran todas las emociones y todas las ideas que habitan en cada palabra.

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¿Tus emociones serían los ladrillos de esa construcción?

Sí, pero, lo que prima en mí es la intuición, esa antigua forma de presentir más rápido. La cabeza me va a otra velocidad. Agarro el libro, no emito ningún sonido, voy leyendo las palabras y voy encontrando los caminos de esas palabras para construir el personaje. Dejando mojones virtuales. Tengo que hacerlo de una lectura completa. Si no puedo, si me interrumpo, ya sé que no es para mí. No es un ejercicio intelectual, la mente cotidiana se aquieta y abre la compuerta a eso que yo llamo intuición, pero que podría también llamar sacacorchos, si no fuera ese otro el nombre, da lo mismo. Después dejo que se licúe todo solo, leo una vez más el libro, también en silencio, por si quedara paja del trigo por separar.  A partir de ahí, lo leo dos o tres veces más, haciendo disparates, y el libro queda dentro. Y lo que se va por donde vino, es aquello que no le sirve al personaje. Él decide, no yo. Lo acepto así y lo único que puedo hacer es ponerme detrás de él, evitando taparlo con mi personalidad. Gracias a eso no me van a ver hacer un personaje igual a otro. Jamás me van a ver hacer un trabajo repetido. Porque los personajes piensan diferente, tienen cadencias diferentes, tienen actitudes diferentes, y formas de expresarse en la vida que les toca vivir. Y tienen ese tiempo y nada más, para expresarse. Una vez fuera del escenario, no me acuerdo de nada. Es más, antes del aplauso ya no me acuerdo de nada. Queda mi vida, un pesar infinito y ganas de dormir o de hacer el amor para sentirme.  

Vos dijiste que querías ser otro, ¿te das el gusto de ser otro en la actuación?

Pero no soy otro. Yo sigo siendo el mismo en una especie de trance. Construyo desde el personaje. Él es el que tiene que contar su historia, yo no tengo ninguna obligación de contar la mía, ni derecho a hacerlo.

¡Sos un medium!

¡Noooo…! Lo que sucede es que mi tarea es retirarme lo más posible, no invadir los sectores de esa vida. Sólo darle con la mayor generosidad posible un hábitat, mi cuerpo, con las limitaciones que tiene, para poder expresarse, para poder ser eso que él me pide.

Esto de prestarle tu cuerpo, es parte de esa construcción importante en tus trabajos. Sos un actor que tiene un manejo corporal impresionante y que expresa mucho con el cuerpo.

Suena raro, pero, cuando estoy arriba del escenario, estoy al mismo tiempo, en la platea observando, escuchando. Necesito guiar la tarea de ese personaje. Obro como el director quiere, con mi acuerdo y el del ser que encarno. Es difícil de explicar, porque, físicamente, no estoy en la platea… Estamos hablando de la construcción del personaje y de mi “librito” personal, el que me pertenece. Creo que de esto cada uno sabe un poco, y cuenta lo que aprendió en la misma tarea de años y años por diferentes huellas. Es difícil, porque no es un proceso consciente en el momento de hacerlo.

¿Es inconsciente?

Sí. La incorporación consciente abarca el período de preparación. Me llega un todo muy particular en esa primera lectura silenciosa. Luego, el devenir de ensayos, me van ofreciendo un enorme arsenal de posibilidades, y el consciente dice sí o no. Pero el total del asunto no es un proceso voluntario. Es como manejar un coche. Yo vivía en Pilar y, en cada viaje, al mismo tiempo que manejaba, componía canciones, iba haciendo poemas o solucionando problemas que la cotidianeidad me presentaba. Nunca causé un accidente. Recordaba haber salido, pero al tiempo, empecé a preguntarme: ¿cómo fue que llegué hasta acá, si lo único que puse para llegar fue voluntad? ¿En qué lugar está esa conciencia? La atención a la ruta,  era independiente al dilema que el pasado, presente y futuro le planteaban al que “estando, no estaba” íntegramente ahí, conduciendo el coche. Estaba en el aquí y ahora, sin estar. En ese entonces, era parte de una banda musical: «La típica en ascenso», y,  desde el momento que subía al coche, arrancaba, primera, segunda, tercera, cuarta, “me olvidaba” de estar, estando ahí, ya que mi atención estaba puesta en la diversión de crear. La ruta es la misma, dice la experiencia. Sólo cambia lo que pasa en ella, su movimiento constante. Ese tipo de atención, es la que me lleva en el escenario. Trabajo con una triple conciencia. Por ejemplo, este personaje que hago tiene un tic que le hace agitar monocordemente la pierna derecha durante el tiempo que está en la obra, sin parar jamás, y, al mismo tiempo, expresar pensamientos y sentimientos que no tienen que ver con el ritmo de la pierna, esperando el momento justo de colar una emoción que acaricie el corazón del público y descartando la nauseabunda realidad que nos venden como única verdad de esta vida. A la vez, el personaje, tiene que estar “pescando”, en el texto, palabras que son puro amor y poesía vertidas en un lenguaje que el público acepte como el único posible, sin ser el cotidiano. Y complementando el brillante trabajo de la responsable del otro cincuenta por ciento de lo que en la obra sucede, que, además es la persona que Solá ama, tanto como su personaje al de ella, de una forma muy diferente a la actuada; mientras respeta “tempos” que no tienen que ver con los de esa pierna que jamás para. Y todo esto, soportando a los indolentes come pochoclos, que siempre se hacen notar en la platea, dejando sus celulares encendidos (a pesar de habérseles pedido más de una vez que los callen), y que, en su afán de “comunicarse”, llegan a contestar whatsapps con las pantallas alumbrando sus fantasmagóricas caras. A veces explota una lámpara, a veces se mete la policía por los micrófonos, a veces se cae un bolso, desparramando todo eso que llevan las mujeres sin saberlo, objetos y atención. Pero, hay que seguir como si sólo existiera el escenario, lo que ocurre ahí arriba. La razón del escenario es el equilibrio, y lo único que importa es que nadie escape al cuento que estamos contándole.

En ese triple desdoblamiento, es como si funcionaras siendo varias personas…

Personas, que, para que el personaje no se escape aterrado, tienen que estar en todo lo que ocurre, arriba y abajo del escenario, a los costados, afuera en la calle, si hay ruidos, pero sin estar… Teníamos a Guerrin pegados, al costado izquierdo del escenario del Apolo,  amasando y golpeando la masa de sus exquisitas pizzas, y a los fuegos artificiales con los que Susana Giménez festejaba el sinnúmero de espectadores  que iban a verla, arruinándonos la comunión de todos, en los pasajes más emotivos y esenciales de la obra. Está el personaje que siente y teje la trama de relación con el otro, que, a su vez,  tiene que contar también su historia al mundo. Está el actor/persona, que se encarga del público, para que el personaje, que debe contar su vida en esa hora y media, pueda hacerlo. Los diferencio con claridad, porque es mi única manera de lograr que, en ese tiempo, la gente esté entregándose emocionalmente junto a su historia personal, e identificándose, aún en situaciones que, aparentemente, no vivió, pero que sí vivió. Soy también ese tercero que está sentado en la platea, que no critica -no soy de criticar ni a mí ni a nadie-, sólo guía, va previendo el devenir, y dictando: ¡ahora!, por lo bajo, ¡ahora!, y el de arriba lo hace. No soy de verme en el monitor cuando grabo o filmo, porque sé lo que hice, y sé lo que debería verse de eso que hice. Pocas veces no coinciden ambas cosas, porque la sensibilidad del director y de los cámaras y del iluminador, debe ser la mía. Otros actores, van a verse tras la grabación de una escena, y aprenden mucho de ese verse. Yo no. Sé que cuando algo mío me gusta, al verlo repetido, empieza a formarme una especie de tic, que es casi un auto plagio, que se irá repitiendo en todo lo que haga. En una época, me encantaban las mujeres, pero no llegaba a quererlas. Eso mismo pasa con ciertos actores, creo. No quieren, demasiado, a sus personajes, se quieren a sí mismos.

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Como si se vieran en un espejo sin ver el personaje.

Es sufrir o reír sin singularidad. Sufrir y reír “en general”. La misma ecuación para diferentes problemas a resolver. Yo no soy un actor presentativo, soy un actor representativo. Puedo tomar filmografía de muchos considerados grandes actores, cortar un plano, y meterlo en otra cualquiera de sus películas, sin alterarlas. O cortar treinta escenas de los diferentes personajes que alguien, con esa metodología personalista encara, y, llámense en diferentes pelis o series: Pedro, Julio, Leonardo, Martín, Pablo o Santiago, constatar que todos ellos encienden un cigarrillo siempre de la misma manera, y aspiran el humo igual, e igualmente lo expulsan, y giran igual, y miran igual a Lucía, a la montaña, al globo zonda, a la orca asesina, o a la uña encarnada. Apartado amor: hay que mirar de una manera; casillero seducción: hay que hacer determinado gesto, acompañado de determinada intención en los ojos; cajita de la ternura: como lo hice la otra vez, así de fácil; casillero grito: el mismo para todos los pobres personajes que los sufren. Especialidad llanto: ¡cómo siento, Dios mío, el pueblo me quiere! ¡El rating me dice que sí! Yo pertenezco a la otra clase de actores, no populares, retorcidos, pesados, densos, que no concebimos la actuación naturalista como factótum de nada. No servimos para estar al servicio de “lo seguro”, “lo aparente”, lo “como si…”, lo “resultón”. No quiero para mí esa forma de actuar. No estoy juzgando a otros, y, aunque lo haga, no es mi intención, porque todos los que hacemos esto, lo queremos hacer lo mejor posible de acuerdo a lo que cada uno entiende qué es la actuación. Pero me hace daño en ciertos casos, la mentira, el abuso y la publicidad paga que los encumbra por diez minutos o de por vida. Esa tercera persona, la de la platea, me impide hacer de mí con otra “supuesta” cara de mi personalidad. ¿Cómo puede hacer este hombre, que está a mi cargo, para despertar tal cosa, en este momento, en el espectador? Sean diez, cien, o mil en la sala. Mi actor-personaje, desde el escenario, lo está observando a su vez, ahí, en la platea y lo ve reírse o sufrir; conmovido por la conciencia de lo que ocurrirá y ocurre, porque un segundo antes lo que ve le suscitó curiosidad, que luego se convirtió en sorpresa, en consonancia al estímulo anterior. Lo veo, no con mis ojos de ver, aceptando o rechazando el hacer inmediato de mi personaje, por momentos. Él va guiando el mecanismo de cómo expresar su verdad; mi limitada capacidad cruza límites gracias a las leves sensaciones que me transmite… ¿El personaje admite eso? Pruebo. Si el personaje lo rechaza, no lo obligo, no lo violo, no soy abusador. Él es el importante, no las tres voluntades en sociedad que soy. Si me rechaza lo que le ofrezco, lo que interpreto que debe hacer para contar lo que le pasa, no sirve y no insisto, aunque mi ego se frustre. No hay tiempo para atender egos. Sigo. No me importa el camino que mi ego cree correcto, si no es el que el personaje quiere transitar. Tengo que aceptar al personaje para llegar a la posibilidad que me da. Ejemplo: una obra como «El diario de Adán y Eva» la hice tres mil veces, y hacer tres mil veces una obra, significa romper tres mil veces una experiencia para practicar la siguiente.

Cada vez que salís a escena ¿es ir reconstruyendo?

Construyendo. Cuando acaba una función, dejé una  casa hecha a demoler en sueños. El terreno está limpio y no puedo hacer otra casa igual en el mismo lugar que la anterior ocupó. La obra no va a ser la misma, aunque afecte emocionalmente de la misma manera. Yo elimino de mi alma la estructura que armé. No hago copia ni la guardo en “Archivos”. Te hablo así, tratando de dar nombre a lo innombrable, porque me estás pidiendo abordar un tema muy difícil de explicar. Por eso no enseño y no soy maestro de nada.

Y acaso esto, ¿se puede enseñar?

Yo creo que nada puedo enseñar, pero creo que todo se puede aprender. Uno puede hacer construcciones, fórmulas, pero ¿esas son las adecuadas para otra persona que tiene otro espíritu y otra sensibilidad? No se trata de distribuir aspirinas. A mí me gusta charlar con los chicos, pero creo que siempre se van con las manos vacías. Ardiendo, pero vacías (risas). Y es bárbaro que se vayan con las manos vacías porque no roban nada. En seis meses, algo de lo que dije les estará caminando por dentro y podrán hacer, con eso “raro” que les conté, su experiencia, no la mía.

Esto reafirma lo trabajado en tu primera consulta: sabés que no podés ser otro del que sos, y ese mismo respeto vale con el otro y con tus personajes.

Sé cuando el personaje me rechaza. Y no es lindo. No sé obedecer ni mandar… (Silencio) Creo que ese maldito cuento de mando y obediencia en el que estamos inmersos, es una prueba más de que los experimentos nazis sobreviven al tiempo. No los inventaron ellos, pero son los más cercanos en haberlos probado de forma masiva. La cuestión es probar hasta qué punto la gente tiene la espalda de goma, “genuflexa”, y hasta dónde se dobla. Y si se rompe, se tira y que pase el siguiente… Eso no voy a hacerlo con mis personajes. Ejemplo: El personaje que hago en televisión es una hiena (risas), un “apenas persona”. Una tira es todos los días, doce horas de trabajo diario, durante mucho tiempo. A todo lo que damos todos. En esas horas, tenés que acertar o acertar, a un promedio de diez o doce secuencias seguidas. Significa mucha responsabilidad, salud y capacidad de juego. Y hacerlo creyendo que “esa” es la única verdad, imposible de hacer de otra manera que la elegida. ¿Dónde se corrobora? En la actitud de tus antagonistas. Mi manera de componer no varía en tele, teatro o cine. Poseo una técnica que va más allá de lo que te cuento, que no conozco en su totalidad, pero acepto en su singularidad, para que se haga cargo. Entonces, ¿cuál es mi mérito como artista? (Silencio) Mi mérito… está en no ser el anterior, ni el que vendrá luego. Sino en ser eso que me toca ser. Mi mérito está en ser actor que juega a ser otro, respetando el juego de otros actores que son otros personajes. Y en el antes y después como persona. Si tengo algún talento, no soy dueño de él, sino su portador.

¿El aceptarte como sos, es parte de esta elaboración y de esta aceptación de tus personajes?

Creo que sí, porque, como persona yo los juzgo por sus valores coincidentes, o no, con los míos. Pero no los juzgo en mi actuación. Son lo que son y tengo que asumirlos tal cual son. Es el recorte de vida que me toca encarnar en ese instante. Por eso, en cuanto noto una falla en la narrativa, me doy cuenta, en lo grueso o en lo sutil, y lo dejo claro, mejorándola. Quizás porque me han visto crear tan distintos personajes de la nada, con poco más que el texto para percibirlo, me lo permiten. Me respetan. No copio, nunca copié. No voy a copiar.

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Si vas a representar un loco, ¿no vas a un psiquiátrico a observar al loco?

Yo no, está bien para quienes lo hacen, pero no para mí. Hay actores que se van a observar al loco, y se quedan haciendo el loco toda la vida (risas), o que para hacer un boxeador se operan hasta el culo, y no les importa en qué medida pueda afectarles, en nombre de los diez minutos de gloria. El actor tiene que cuidarse mucho el cuerpo y en esta profesión es difícil cuidarse el cuerpo. Yo aprendí a cuidarlo tarde; era una bestia y tenía una energía brutal y creía que eso era por siempre. Desde los treinta años hasta ahora, no sé lo que es trabajar sin dolor. Tengo cuatro protusiones en las cervicales, dos en las lumbares y el nervio ciático aplastado. Todo por trabajar sin conocer mi cuerpo y su valor. Luego, un accidente por culpa de una ola gigantesca como una pared, me dejó con un primer diagnóstico de tretaplejia, del que salí a los tres días y medio de pensar en cómo evitarle a los míos la carga. Sufro parestesias en manos y pies, reaprendí a caminar, y a mover las manos, tengo problemas de equilibrio y, aunque sigo recuperándome, hay terminaciones nerviosas que están muertas. Cuatro años después un síncope vaso vagal me dejó con ciento cincuenta puntos fuera y dentro de la boca, me rompí la mandíbula, huesos, paladar, dientes… Tuve que aprender a hablar de nuevo… Luego, el mango rotador del hombro roto, que durante un año me trataron por una supuesta tendinitis, resultó estar roto. Estaba haciendo teatro y llenábamos todos los días. No quería dejar, pero no encontraba posición para dormir. Me descubrieron el problema, porque mi cuerpo, aún agotado, engaña, y me operé. Ahí paré. Pero debía seguir, porque el techo y la comida no se pagan solos. Ni los colegios, ni la luz, ni el agua, ni los libros, ni la ropa, ni los pequeños gustos de los hijos…

Pero evidentemente cuando actuás no se notan tus dolencias, ¿A los personajes no les duele nada?

No, ellos no tienen los males que yo porto, el dolor está en mí. Puedo dejar de actuar, pero el personaje no tiene por qué cargar con mis penalidades, ni yo con las de él. Me pasaron demasiadas cosas, muchas de ellas feas. No puedo decir que no viví. Pensá que me fui de acá a los 50 años, con toda mi vida armada en Buenos Aires. Yo viajaba solamente para ir a Festivales, por la ilusión de representar a Argentina, o para filmar, no soy viajero por “curiosidad”, soy un viajero de trabajo. Me fui a un país que tiene nuestra misma lengua pero con la que no expresamos las mismas cosas, y empecé otra vez. Y lo logré. Me hice un lugar de respeto, de prestigio, repetí el mismo camino, pero ya viejo, con un cuerpo lastimado que se acomodaba a todo. En España me trataron muy bien. Después estalló la crisis y el trabajo fue menguando y la continuidad de mi trabajo se fue discontinuando. Al separarme, de esto hace más de cuatro años, me quedé sin la productora, entre otras cosas, y a partir de ahí tuve que depender de una raza aparte: los empresarios. Fue muy duro, hay muchos manejos en el medio, que, ni aprendí ni me interesa aprender. Ya te dije que no soy político, por lo tanto, carezco de astucia. Sólo presumo de inteligencia, pero no basta… Y otra vez a empezar de cero, contando conmigo, que a esa altura ya no sabía si era algo a favor o en contra. Pensé que se terminaba todo, pero, la vida te da sorpresas: al año me enamoré de Paula. Y a empezar de nuevo a los sesenta y tres.

¡Y esta vez, no te dio miedo!

No me dio tiempo a pensarlo. ¿Sabés lo que es sacarte la lotería? Al principio me dio pena que una chica tan joven se fijara en algo tan gastado como yo. Además, siempre fui intolerante en relación a tipos mayores con chicas de la mitad de la edad. Me parecían vampiros con guita, y, ellas, de rumbo torcido. Parejas anti-natura, como esas bolsas que cuelgan reemplazando a un ano. Me sigue resonando que no es equilibrado, ni justo para el joven de los dos. Mi vida tiene mucho más pasado que futuro, y, cuando pienso en la cortedad del camino… Pero, ella, lo hizo natural. Y me dio una hija. ¿Te sacaste alguna vez el Loto?

¿Y cuando pensás en el amor, el argumento intelectual de la cortedad del tiempo, ¿sigue siendo válido?

Sí, porque si Paula me hubiera enamorado a los cuarenta años, se habría divertido mucho más (risas). Me gustaría tener menos edad para disfrutar de esto mucho más y más plenamente. Es parte de esa realidad que no existe en el calendario, pero sí existe en mi verdad diaria. La amo y no me la pienso perder. Me gusta toda y de todas las maneras. Y mientras ella me ame, tengo que creer en la generosidad con la que la vida me trata.

El direY tenés que creer porque la verdad es que te volviste a enamorar.

Si, aunque soy muy niño, porque me pasa de todo, mi adulto sabe que hay fecha de caducidad, no precisa, a sellar en algún lugar y fecha. Y, que, un día, todo cambia. Los mejores momentos y los peores. Venía de un pasado del que me desperté con una ducha helada, con dos hijas que ya no tenía conmigo, en un país ajeno a mí, sin mis amigos ni mi hermana, fuera del contexto conocido, con una merma de trabajo por la crisis, sin techo… Un 24 de diciembre me fui con todos mis papeles. Mis mayores tienen, diecinueve una y quince la otra. Las dos son adolescentes hermosas, inteligentes y buenas personas. La mayor, nacida acá, viene en quince días. Con Paula tengo una hija de dos años, que es un bichito maravilloso, hermosa, inteligente y buena persona. Llevo cinco mudanzas en tres años, sin parar de trabajar, o de querer hacerlo… Necesito descanso. Tengo presente lo que era mi vigor físico y lo extraño. Esa realidad del espejo está muy presente. Por suerte, a medida que ganamos años, perdemos vista y eso hace que no veamos muchos detalles “estéticos” que no queremos ver. Fui a ver al doctor Lipovetzky por todos estos brutos cambios y me ayudó mucho. Igual, estando enamorado… (Silencio). La vida no da tregua, muda de piel. Mientras me elija, mientras me quiera como ella me quiere, mientras la pueda espiar con la luz del celular -para lo único que sirve el celular-, cuando duerme a mi lado, mientras lo que nos impulsen sean las ganas de estar con el otro, los fantasmas del futuro, ni rondan ni lastiman. No pensé que me volvería a enamorar. Hasta me había comprado un símil al catre de San Martín (risas).

No lo pensaste porque parece instalarse dentro tuyo, una sensación de desamparo que podría originarse por la muerte de tu madre y por quedarte con un padre preocupado por el dinero…

Si, algo de desamparo siento. Yo remo en dulce de leche todo el tiempo, como dice mi amigo-hermano Manuel González Gil (risas). Soy un bicho raro, pero no me arrepiento, no he estafado al público y creo haber logrado que sientan cierto respeto por mí, por mi forma de actuar…

Y de ser, ya que en vos es lo mismo, no estás dividido.

Pero a ellos sólo les doy mi trabajo. Que disculpen las imperfecciones. Los persas dejaban en todas las alfombras, un error de punto, y ésa era la constancia para que el comprador no creyera que había sido hecha por los dioses (risas), a eso aspiro. No tengo abuela, si me lo vas a preguntar…

Esta entrevista apunta a trabajar sobre ese “error” que hace a tu humanidad y a la vez, te hace ser la persona y el artista que sos, y quizás sea por eso, que actuás como los dioses. Gracias por este encuentro.

Gracias a vos.

Del otro lado del diván:

Así como a Miguel Ángel le sucede con los libros, yo, necesité leer varias veces la entrevista para que – como él dice – se “licúe” en mí. Así es como pude decantar la complejidad de un discurso que tiene el mismo efecto hipnótico que él genera arriba del escenario. No hay divisiones en él porque se mueve en un mismo territorio sumergiendo al otro en su “ola”, en ese universo multidimensional de pensamientos espiralados. Miguel Ángel pareciera tener un “ángel” que le da libre acceso a su Inconsciente donde las palabras se anudan en un subtexto casi onírico haciendo entrar en una especie de “trance” a su interlocutor. ¿Será esa triple consciencia que él gesta en su actuación, la que pone en juego en la conexión con el otro? Hasta su decir pausado y sus silencios prolongados se hacen “escuchar” con intensidad promoviendo un estado de expectación que anticipa y asegura que el devenir de su discurrir contendrá un alto grado de sagacidad, ya que relanza las cuestiones analizándolas sin dobleces. Con una inmensa profundidad, logra problematizar cada una de sus ideas articulándolas con sus emociones con una lucidez asombrosa. De manera transparente, se deja “radiografiar”, y se entrega a la experiencia confiando en su intuición y pone “el cuerpo” en todo lo que expresa. Atravesó varios tsunamis: el cáncer y la muerte de su madre, sus miedos, el exilio que significó la pérdida obligada y traumática de su Tierra Madre, sus accidentes y secuelas físicas, la separación, las  mudanzas…. Parece rehacerse a partir de “demoler los sueños”  y reinventando su vida de la misma manera con que él renueva sus personajes en escena. De ahí el milagro por el cual su cuerpo “encarna” su trauma, al tiempo que lo elabora, pudiendo sanarse de tantos padecimientos. Es un ser hipersensible y es un gran autodidacta que aprende de sí y de sus vivencias. Se construye con cada experiencia, y lo mismo hace en su dominio actoral. Pidió ayuda y se aceptó, asumió y venció los miedos que el trauma de la muerte de su madre provocó, desencadenando intensos tormentos. Me pregunto si una parte de Miguel Ángel partió con su madre (como si le hubiese “robado el alma”) ¿Es que la actuación ha sido su forma de resucitarla y retenerla? Indudablemente, actuar le ha permitido poder transitar el duelo de su madre. La actuación para él es una construcción constante (“una casa hecha para demoler en sueños” para luego hacer otra, que no será nunca igual), como la  retranscripción de una nueva vivencia que se amarra a la palabra.

Con sus psicólogos pareciera haber una búsqueda de protección y de identificación paternal (hablar de motos y “sutilmente” ayudarlo a aceptar a ser él y no otro, o bien, “frenar” la angustia ante los cambios), hablan de un tipo particular de transferencia paterna).

Miguel Ángel sabe escuchar la mulitvocalidad de la polifonía de sus voces y porta el talento de aprender de sí y de sus personajes. Hoy está reaprendiendo a volver a amar y ser amado, y a poder sentir que “se está vivo gracias al amor”.

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