Por Julián Infante
Hay eventos familiares que reúnen a la familia y acontecimientos familiares a los que siempre falta alguien, pero a un velorio asisten, hasta los ausentes.
“Tres hermanos” – con sus respectivas familias – se encuentran en el funeral de su padre. Muerto el muerto, toca decidir qué hacer con los bienes del finado. Como suele pasar, “los hermanos sean unidos, porque esta es la ley primera” (al decir del gaucho Martín Fierro de José Hernández), hasta que hay plata de por medio. Entonces, es así como por dinero, los hermanos se tornan enemigos, se atacan sin compasión y se desean lo peor. Y eso es precisamente lo que pasa en esta obra. Salen a la luz secretos del fallecido padre. Secretos que hacen bascular a sus hijos del amor al odio, tanto entre ellos como hacia el fiambre. El más terrible de los secretos, es que no son sólo son tres los hermanos. Existe en otras latitudes del país quien porta la misma sangre que ellos. ¡Ahora habrá que ver qué hacer con la repartija!
La nieta del finado, por su lado, no quiere saber más de discordias y peleas entre los seres que deberían amarse y, entre lágrimas, nos deja una hermosa enseñanza de amor y esperanza.
Una pieza teatral que nos lleva a pensar sobre las cuestiones familiares y todo aquello que moviliza la pérdida de uno de sus miembros.