Alejandro Pascolini, psicólogo, acompañante terapéutico, acaba de publicar su libro “Huellas, silencios horizontes”. Una introducción crítica a la función del acompañante terapéutico.
Por Luciana Burotto
¿Cómo fue tu primer acompañamiento terapéutico (AT)?
Fue con el caso de una mujer que salía de una internación. Ella tenía el objetivo de tener un acompañamiento para poder volver a vivir en su casa con su marido, pero su marido tenía un amante y era una situación complicada. Al dejar de estar internada y pasar a vivir en su casa, cambiaba el lugar de uno y del otro. Y como el marido era quien pagaba el acompañamiento, al tener una amante, dio por terminado con el tratamiento de su mujer.
Muchas veces en los acompañamientos privados, cuando paga la familia, hay un poder de decisión sobre el tratamiento. ¿Viviste situaciones en que la familia limite tu trabajo?
Hay dos niveles: la familia y el acompañado. Puede ser que la familia quiera que la persona pase más tiempo fuera de su casa. Ahí hay un pedido explícito de la familia. Y por otro lado, tenemos la demanda directa del paciente, que puede ser que te contrate porque se siente solo en determinados momentos de la semana o en determinadas horas, o por otros motivos.
Cuando se comienza a trabajar con el paciente, uno puede empezar a notar que hay otra problemática de fondo, sobre todo con aquello que tiene que ver con lo que hace sufrir al paciente. Ese sufrimiento, no necesariamente tiene que ver con el pedido que hace la familia aunque puede coincidir en algunos puntos y, a veces, es totalmente lo contrario. En ocasiones, la familia te pide algo que justamente no tiene nada que ver con el padecimiento del paciente. Por ejemplo, hay un tema con el tiempo en los acompañamientos terapéuticos, se piensa mucho en el tiempo que te contratan. Este encuadre muchas veces está supeditado a lo que dice la familia, o la obra social, y esto es en relación a lo que te pueden pagar, o a lo que esté estipulado por la institución. Ese es el tiempo que te pueden pagar, pero puede ser que el paciente necesite más o menos tiempo, entonces, en lo referente al tiempo en particular, no siempre hay coincidencias. No es lo mismo el tiempo que ayudaría al paciente nuestro trabajo en relación a su problemática que el tiempo de los honorarios. Puede pasar inclusive que te contraten por cinco horas para trabajar con un paciente, y por ahí el trabajo requerido es de una hora y cualquier tipo de forzamiento es contraproducente. Así como puede suceder al revés, te contratan por pocas horas y sería convenientes más horas para que esta persona pueda mejorar. Por ejemplo, en el ámbito de consultorio, Lacan dice que los 55 minutos que había propuesto Freud para trabajar, fue conveniente para Freud, no es que debía que ser así para todos; sin embargo, sus discípulos lo tomaron literalmente como un estándar. Entonces, todos atendían 55 minutos y no más. Este fue uno de los motivos por el que Lacan es expulsado de la Asociación Psicoanalítica. En realidad, lo rajaron por otro motivo, pero este fue uno. Después, hubo otro estándar dentro de la corriente lacaniana, no de todos los seguidores de Lacan, pero una mayoría atendía sólo 5 minutos. Ya no 55, sino 5 minutos y entonces la cuestión es, no atender por estándar, o por lo que te pagan o bien, por la experiencia de otro, ya sea Freud, Lacan o quien sea, sino atender según el tiempo requerido de cada paciente.
Entonces hay que tener en cuenta la demanda real del paciente, ¿no?
Claro. Los tiempos en un tratamiento o acompañamiento están vinculados a los tiempos de la palabra. Entonces en función de esa lógica de la palabra no se puede tomar tanto en cuenta la lógica del reloj cronológico o del sentido común del tiempo que estamos con el paciente; ya que puede coincidir pero son otros los tiempos. Por ejemplo, me contratan por dos horas y media, y había días en los que el paciente quería salir y utilizar todo ese tiempo, y en otras ocasiones, quería volver antes. Si uno no da ese lugar porque me están pagando por más tiempo, siendo la necesidad de quien me pagaba de que el paciente esté fuera de su casa para hacer sus cosas, por una cuestión práctica “necesito que se vaya un rato”; y en ese caso, si yo no acentuó una táctica y una estrategia terapéutica, estoy forzando la situación y no respetando el tiempo del paciente. El tiempo tiene que estar relacionado a una táctica y una estrategia, una política donde esté en juego la verdad del paciente en relación al tiempo del acompañamiento.
¿Y cuáles serían esas diferentes tácticas y estrategias?
Depende de cada caso. Para mí el principal aporte del psicoanálisis lacaniano es la noción de que la existencia humana es efecto del lenguaje y no al revés. Por más que esta idea choque con el sentido común (el menos común de los sentidos), mi punto de partida para pensar la clínica es que la existencia no es primera y luego vendría el lenguaje a querer describirla, interpretarla, enumerarla, etc., sino que el lenguaje precede a lo existente y por ende lo que existe es efecto de él. Desde este punto de partida, para orientarme en la labor cotidiana, entiendo los elementos constitutivos del lenguaje y sus combinaciones como aquello que da marco al posicionamiento táctico y estratégico en cada caso. Estos elementos constitutivos se denominan significantes y en su articulación crean sentido, crean realidades… Insisto, no describen “lo que es” sino que lo hacen acontecer.
¿Cómo definís a los significantes?
Son unidades de lenguaje que dependen de una operación de lectura tanto del analista (o acompañante) como de la aceptación del paciente de esa operación. Mediante una ubicación en el texto de lo que se subrayaría como relevante se establece esa unidad (que puede ser una palabra, dos palabras o una alocución mucho más prologada) y se la intenta poner en relación con otro significante, producto también de una operación de lectura, es decir de una actividad del acompañante y no de una mera “contemplación de los hechos”. Ahora, sabemos que “cada significante en tanto tal no significa nada”, sintagma que se repite en el ámbito lacaniano pero del que muchas veces no se extraen, creo yo, las mejores consecuencias clínicas. ¿Y porque te digo esto? Porque si trabajamos con el lenguaje, entonces, con el significante y por consiguiente con el concepto de que cada significante sólo adquiere significación en su combinación con otros, y no en sí mismos, podemos estar advertidos respecto a no tomar, por ejemplo algunos significantes en boga, tales como: adicción, anorexia, psicosis, neurosis etc. Es decir, no tomarlos con una significación que le estaría anexada necesariamente sino que nos invitaría a poder pensarlos – si los tomamos como tales – en relación con otros. Si un paciente nos dice “soy adicto”, ese “soy adicto” en tanto tal y como canónicamente se repite, no significa nada. Por eso la cuestión táctica en principio podría ser preguntarle a qué le llama “adicto”, adicto a qué; o bien, qué dificultad está en juego con ese primer elemento. ¿Por qué me parece necesaria esta aclaración? Porque de esta manera se puede, nada más y nada menos, trabajar con la menor carga de prejuicios posibles, no “enchufándole” al caso nuestras propias creencias, prejuicios y limitaciones teóricas. Esta modalidad nos invita a dejar en suspenso “lo que quiere decir” quien nos habla, a la espera de una lectura más ajustada a su padecer.
¿Y qué otra cuestión es importante a tener en cuenta en el acompañamiento?
He notado con mucha asiduidad, y esto tiene para mí una relación íntima con lo anterior, que se tiende a trabajar de manera casi obstinada en lo que sería “lo mejor” para el paciente: su salud, el cambio de sus hábitos, su buena conducta, su equilibrio etc. Nada me parece más anti- psicoanalítico que creer que se sabe lo que es mejor para el otro. Creemos que sabemos porque no pensamos y no pensamos porque no podemos leer más allá de nuestros preconceptos. Por eso cuando el acompañamiento se transforma en un fracaso, se suele pensar que existe algo en el paciente que se resiste al bienestar y al equilibrio. Por supuesto, si pensamos que el desequilibrado es el otro, nos situamos ante ese otro como quienes detentaríamos ese equilibrio y unidad anhelados, sino ¿desde dónde evaluaríamos ese “desajuste”? Pero me pregunto por qué Lacan insistió con el hecho de que la resistencia es del analista. ¿Esto es un aforismo que tenemos que repetir? O como te decía antes, sería más fructífero poder desplegar y compartir entre colegas la implicancia de esta aseveración repetida por Lacan con acertada obstinación. Si la resistencia es del analista y pensamos al sujeto como se entiende habitualmente, como alguien separado, distinto a nosotros, con su propio mundo interno, no tenderemos más fácilmente a pensar que si no avanza un tratamiento es su responsabilidad, la de ese goce íntimo que lo habita y que no quiere resignar. En cambio, si pensamos que el sujeto es lo que un significante representa para otro significante, y especialmente, si es entre significantes que se enmarca una escena diseñada en el marco de un tratamiento, nos vemos así más implicados en el cuestionamiento de nuestras intervenciones bajo esta concepción.
Por eso necesitas trabajar la concepción de sujeto…
Me parece muy necesario dar cuenta de la significación que le da Lacan al concepto de sujeto. Para él, y de forma reiterada, articulada y contextualizada, el concepto de sujeto es entendido como asunto o tema, es decir, el tema o asunto que es marco del padecimiento del caso del que se trata y no la persona-individuo que demanda nuestra función. Cabe aclarar, que en la lengua francesa, sujeto (“sujet” en francés) significa tanto sujeto, como tema. ¿Cuál es la potencia en diferenciar sujeto como tema, de sujeto como “la persona” que está frente a nosotros? En el primer caso, si el sujeto es el tema del que se trata, no hay implicación yóica (y menos superyoica) del padecer al paciente. Desde este punto de vista, no se le endilga al paciente “que sufre porque goza con eso”, o que es “manipulador” etc., sino que se intenta pensar de manera lógica. La única manera de dar cuenta de la imposibilidad de una lógica, es decir de lo real, es dando cuenta de la lógica que enmarca esa imposibilidad, la resolución posible (aunque no suene muy lacaniano) de su padecer. No existe operación que engrose más al yo, que insistir en que lo que a uno le pasa es obra de lo que uno hace, cuestión que entre otras cosas, obstaculiza seriamente la posibilidad de pensar en términos de una construcción en lazo social del padecimiento. Renglón seguido, esto es funcional al individualismo imperante y a la ilusión de que el Otro, en tanto sede de la verdad y el deseo, no existe. Además, tanto se trate de psicosis, neurosis, debilidad mental, etc., el legado de Lacan, ¿no da cuenta de que el inconsciente es el discurso del Otro? El goce es goce del Otro, el deseo es deseo del Otro. Entonces, ¿el yo es otro? ¿son meras frases poéticas? ¿O acaso podemos pensar la verdad en juego en el padecer con algo que está fuera del eje de la responsabilidad yoica (no hay otra responsabilidad que la del yo) y, cuestionar lo que tanto se insiste con “responsabilidad subjetiva”, concepto respetable pero que no fue nunca sostenido por Lacan, aunque sí por casi todos sus comentadores?
¿Y qué línea deberían seguir los A.T.?
No sé si deberían seguir una línea, pero si yo trabajo con las implicancias que tiene para mí aquella expresión de Lacan “sumisión incondicional a la posición subjetiva del paciente”. Es decir, es necesario, imprescindible, adquirir saber. Te diría más es vergonzoso no hacerlo, pero ese saber tiene que estar al servicio de poder dar cuenta de la lógica que está en juego en cada caso y de la operación pertinente para resolverlo dentro de lo posible, y no para forzar lo que estudiamos alguna vez (aunque se estudia cada vez menos) en nuestros casilleros mentales. Ni nuestro saber ni nuestra moral… Te cuento un caso que está en el libro: una vez un psicólogo me dijo delante de un paciente con síndrome de Down que tendría que dejar de ver a su novia porque si la seguía viendo terminarían teniendo relaciones sexuales; eso para él sería algo negativo, ¿te das cuenta? Este es un caso más entre varios donde hay imposiciones morales que nos impiden pensar.
Podría ser interesante pensar el concepto de demanda en articulación a la función del acompañamiento terapéutico.
La demanda implica un pedido que es, como todo pedido, imposible (no difícil) de satisfacer en forma absoluta. De todas maneras, no se trabaja de otra manera que con la demanda como brújula de las intervenciones del acompañante. Ahora, la demanda es un pedido que, como te decía, es imposible de colmar y reviste la cualidad de que aquello que se pide no es directamente explicitado. En acompañamiento, hay que poder leer que es lo que se está demandando-pidiendo sin saber y, poder pensar acerca de ese asunto sin satisfacerlo ni rechazarlo para que sea el punto de partida de la interrogación en la relación entre acompañante y paciente.
Muchas gracias por este encuentro.
que se debe tener en cuenta a la hora de la practica
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