Texto y fotos: Mariano Barrientos
Por segundo año consecutivo “el inconsciente” regresa a la esotérica ciudad de las góndolas para hacerse presente una vez más en el evento de arte contemporáneo más importante de Europa. Christine Macel, directora del Centre Pompidou Paris, es la curadora encargada de este año y “Arte Viva Arte” es la consigna.
Delante el Arsenal comienza nuestra ansiada visita donde la curadora nos aclara que “Viva Arte Viva” es una bienal hecha con los artistas, de los artistas y para los artistas, con lo cual (y muy a la francesa), divide los pabellones en nueve poéticos capítulos. El inconsciente opta por tres.
El primer pabellón es la tierra, donde sobresalen críticas sobre el medio ambiente en la actualidad con alusiones y llamados de consciencia al mundo entero. Entre los artistas más destacados se encuentran el argentino Nicolas Garcia Uriburu con un trabajo que tuvo lugar algunos años atrás en el Malba donde el artista “pinta” de verde las aguas del Riachuelo, de Venecia y del Sena de París.
El pabellón de las tradiciones es el más bello estéticamente hablando ya que reúne costumbres de diferentes partes del mundo con simples objetos, generando una especie de “souvernir fetiche”, tal es el caso del artista de Camboya, Sopheap Pich que crea su propio alfabeto con tinta y rollos de madera, de una belleza extraordinaria.
El tercer pabellón que destacamos, es el de los chamanes, donde el brasilero Ernesto Neto nos invita a ingresar en una carpa de relax y fiesta, dándonos la posibilitad de tocar el tambor y sonar las maracas en un espacio donde la única consigna es entrar al espacio descalzo para sentir la tierra y el aroma del amazonas.
A la hora de visitar los jardines, la consigna resalta aún con mayor magnitud, al margen de que “Viva Arte Viva” pueda interpretarse de mil maneras. Tal es el caso, por ejemplo, del pabellón de Francia donde Xavier Veilha quien monta un verdadero estudio de grabación, con músicos e instrumentos, dándole al público la oportunidad de vivir el proceso de la creación de un disco.
Alemania decide optar por la performance, llevándose el Premio León al mejor pabellón. Corea nos invita a bailar en su bello espacio melancólico dedicado a los años ochenta donde la consiga es bailar en una habitación de humo como en una disco. Canadá, con una poesía magistral, nos muestra qué sucede cuando un espacio físico es destruido y cuán bello puede ser recomenzar desde cero. Es muy ecléctico lo que se vive entrando a cada país, pero aunque las culturas sean diferentes, la consigna se mantiene intacta.
Hay tanto para descubrir e interrogarse que no alcanzarían las horas ni las palabras para describir el verdadero impacto que engendra esta muestra. Esta Bienal es más disfrutable que la que cubrimos en el año 2015, porque está destinada al presente, al momento, al hoy.
El trabajo excepcional de la curadora nos obliga a respetarlo al pie de la letra sin resistencia posible, ya que desde que pusimos un pie en la entrada y hasta que nuestra partida, nuestros sentidos no dejaron de estar más vivos que nunca, y ese efecto de placer y de movilización de las emociones, el Inconsciente, lo agradece.