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Claudio César y Gisele Cornejo: Tango Vivo Barcelona – Por Flavia Mercier

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Una función bella

Por Flavia Mercier

Y aquí estamos, otra vez en Tango Vivo Barcelona, asistiendo a otra función de este maravilloso ciclo de conciertos de tango, en los que hemos disfrutado con los mejores músicos y cantantes de tango. Hoy, otra vez sala llena, lo que, sin ser novedoso, no deja de sorprenderme. Me sorprende la magia del tango y su potencia para con-mover, para mover-con “algo” que no sabemos muy bien lo que es.

Disfrutaremos esta noche de dos artistas para enamorarse como ellos se enamoraron de la música, del arte y del tango. Claudio César, virtuoso guitarrista, compositor y letrista, primero de rock, luego con su propia banda de blues, durante más de 10 años, hasta que llegó el tango. Hoy gran promotor del tango en Barcelona organiza junto a Toni Barber la Milonga de La Yapa; junto a Fernando Corrado, Arrabal Milonga; junto a Claudio Frost, la Milonga del Pipa y junto a Toni Barber y Alfonso Ferrer, el Festival Internacional de Sitges, primer festival europeo de tango en este formato de clases y milongas más tango-playa; y que acaba de cumplir 25 años. Gisele Cornejo, actriz de teatro social, cantante y clown, versátil como pocos, capaz de brillar como artista callejera o con su propio espectáculo de teatro musical: “El lugar donde crecen los diamantes”. Con ambos conversaremos, entre otras cosas, sobre cómo les asombra a los argentinos, encontrarse con una comunidad tanguera en Barcelona, mayoritariamente catalana, capaz de sostener hasta dos milongas casi todas las noches de la semana, y un número constante de dos a tres conciertos de tango por fin de semana, a los que asiste gente que no es del mundo tanguero, pero le place sus canciones. ¿Será la música, será la conexión, será el abrazo, como destaca nuestra directora en su nota sobre “El tango y su relación con lo inconsciente”? ¿Dónde está la magia?

¿Y si fuera la musicalidad? Aquella cualidad de la música que se relaciona con lo bello, con la potencia de belleza que la música alberga.

El tono de la música y de la voz en el tango, esa sonoridad que la singulariza, da cuenta de un desgarro. Un desgarro que todo sujeto conoce. Desgarro que abre nuestra “hiancia” dejando a flor de piel un grito que emana de nuestra herida más profunda, aquella que nos constituye como un sujeto en búsqueda siempre de un Otro perdido. Y en medio de ese grito, un abrazo viene a rodear el vacío del que el grito emerge, y creemos que somos uno con el otro.  “Todo hace signo de amor en la milonga”, me dijo una vez una gran milonguera y psicoanalista.  “Pero nada lo es”, me dijo también. Es un engaño bello, y como tal nos protege del vacío de nosotros mismos.

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Dijo Lacan una vez, “¿Qué es pues ese prójimo que resuena en la fórmula del evangelio ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’? ¿Dónde atraparlo? ¿Dónde hay, fuera de este centro de mí mismo que no puedo amar, algo que me sea más próximo? Y al explicar las palabras de un viejo rey,  dijo: “… haz anillo de ese hueco, de ese vacío que hay en ti. No hay prójimo salvo ese hueco mismo que está en ti, el vacío de ti mismo.”

Lacan nos enseñó que lo bello, o la belleza, tiene una doble función: hacer de barrera al vacío más absoluto y a la vez, de señuelo. Y es esa suerte de anzuelo el que enlaza el deseo del sujeto ante aquel artista que le des-lumbra.  El brillo de lo bello dice Lacan. Y es así, como esta historia comienza cuando una chispa de lo brillante deslumbró y dio a luz a un sujeto artista en nuestros invitados…

¿Cómo empezó el romance de cada uno con la música?

CC: Mi romance con la música empieza a partir de que estoy por entrar al secundario. Antes mi vida era fútbol y poco más. Pero me pasó que al estar terminando la primaria se juntaban todos los compañeros y cantaban todos abrazados “Te encontraré una mañana…”; y cantaban todos menos yo. Evidentemente me estaba perdiendo algo. Termina la primaria, comienza la secundaria y llega la primera fiesta de la primavera, nos vamos todos a un club, y dos compañeros míos tocaban la guitarra y me enamoré de la guitarra. ¡Quiero tocar la guitarra! (Su relato me remitió a “El grito” de Munch. El grito representa lo que me es más íntimo, dice Lacan, y como tal sólo puedo reconocerlo cuando emerge en el afuera).  

Y me acuerdo que le pedí a mi novia su guitarra y me fui a casa de un amigo que tenía todas las revistas Canta Rock y estuve toda la noche viendo cómo poner los dedos.

¿Autodidacta?

CC: Sí, por lo menos los primeros 6, 7 u 8 años fui autodidacta. Y me transformé en el guitarrista de la escuela. No había fiesta, asalto, o encuentro, en el que yo no tocara la guitarra. Terminé el secundario, seguí tocando la guitarra, armé mis primeros grupos. Y cuando ya estaba convencido que era el súper guitarrista conocí un profesor de guitarra, y me di cuenta de que no sabía nada (risas). A partir de ahí, sentí una especie de fanatismo y no paré de estudiar. Yo ya trabajaba, tenía plata, y en un momento llegué a ir a cuatro profesores de guitarra a la vez. Una cosa de obsesión.

 

¿Y en tu caso Gisele?

GC: En mi casa había mucha música, rock, Hendrix, Creedence, los Beatles, los Doors, Sumo, yo crecí escuchando Sumo… Y a mí me gustaba el tango. Yo a los 8 años canté para la escuela “Melodía de arrabal”. Hasta que un día, ya adolescente, conocí a Tita (Merello) y me encantó. Tenía un casette que me habían grabado con un montón de temas de Tita y lo escuchaba siempre. Y mi viejo me decía: “¿Y por qué te gusta tanto el tango?” Y yo decía: “No sé, a mí me encanta”. Me encantaba también el Polaco Goyeneche. A veces en casa, cuando hacían zapping en la tele, yo veía que estaba El Polaco, y empezaba a decir: “Dejá, dejá”, para que no cambiarán el canal. Luego durante un tiempo me dediqué más al teatro. Entre los 13, 14 años, comencé a ir con diferentes maestros en el Sant Martín, después fui al Rojas, y después fui con distintos maestros, cuatro años con uno, cinco años con otro, toda la vida estudiando teatro. Luego estuve 10 años en un grupo independiente de teatro con el que hacíamos mucho teatro social. Siempre hice mucho teatro social, político. Hasta que llegué a Barcelona y acá actuando como artista callejera con un amigo argentino y músico, con un repertorio de tango, de repente, “algo” empezó a pasar. Y empezaron a contratarnos en la calle. Venía gente y nos decía: “vengan a la milonga”, “vengan a un evento que estamos organizando”,…, y vimos que había “algo” que funcionaba(“Algo”…  ¿Qué es ese “algo”, una cosa, “la cosa”, que toma forma bella con el arte? Ese es el punto donde se verifica la función de lo bello, lo brillante de la belleza como anzuelo, tironeando del sujeto, enlazando su deseo. Y el arte o la obra artística como lo que detiene al que pasa, para que no pase de largo…)

Gisele, ¿Qué reflexión te merece lo que está pasando en Buenos Aires con el arte callejero?

GC: El arte siempre estuvo perseguido en realidad. Bueno, quizás ahora hay una mayor persecución de todo y está como más extremado. Pero Buenos Aires tiene para mí esa capacidad de resurgir. Nosotros pertenecemos a uno de esos grupos de teatro post-Cromañón. Vimos cómo se cerraban muchos espacios, vimos muchos grupos caer, muchas bandas de música, porque no podían tocar en ningún lugar, no había lugar para actuar, y nosotros fuimos de los grupos que resistimos.  

¿Cómo es esa capacidad de resurgir? ¿Cómo la nombrarías? ¿Qué crees que es lo que se resista a pesar de todo y hace que se pueda llegar a resurgir?

GC: La creatividad. En Argentina hay un nivel de creatividad por la que con dos o tres cosas nos armamos algo para sobrevivir. Es decir, buscamos una manera creativa de buscarle la gracia a la vida, a pesar de las adversidades. Esa creatividad es una de las cosas que más valoro, que más admiro de los argentinos. Cómo la gente, cómo los artistas argentinos, son capaces de seguir haciendo arte a pesar de todas las trabas, y un arte de un nivel inigualable. Nosotros ensayábamos en un espacio recuperado en el que hasta el techo armamos. Y no veíamos un mango, pero aún así ensayábamos hasta tres veces por semana. Era puro amor al arte. Amor al arte y a lo que el arte te daba, espiritualmente, en esa situación.

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¿Y cómo fue el encuentro con Claudio? (se miran con complicidad)

GC: Y también sentimos que había “algo” que funcionaba…

Y vos Claudio, ¿cómo te metiste en el tango?

CC: Yo soy de cuna tanguera, mis viejos eran tangueros, mis tíos, todos… el tango es algo que siempre se respiró en mi casa. (En sus palabras corroboro que la música como atmósfera provoca un afecto alegre, que tal como nombraba Spinoza es aquello que afectandonos nos impulsa a la multiplicación en acto de nuestra potencia).

¿Pero cuando fue ese momento de “click”, en el que “algo” se encendió en vos respecto al tango?

CC: Lo que ocurrió es que un día voy a ver a Goyeneche al teatro y me encuentro con dos “desconocidos” que ahora son muy conocidos: Esteban Morgado y Adriana Varela. (Claudio no lo cuenta, pero me consta que durante muchos años fue discípulo de Esteban Morgado)

Tremendos “des-conocidos”… (risas)

CC: Sí… En aquel momento eran teloneros de los teloneros. Pero yo cuando los escuché, y en especial escuché como él tocaba la guitarra yo dije: ¡Yo quiero hacer eso! (Otra vez aparece el grito. Porque el encuentro con lo bello puede alumbrar el hallazgo del propio deseo)

¿Cuál fue el momento más duro de sus carreras? ¿Pensaron en alguna ocasión dejar?

CC: Yo tuve un momento bisagra que fue cuando vine a vivir a acá (Barcelona). Venía porque habíamos sido contratados con la cantante con la que en aquel entonces me presentaba por medio de una compañía discográfica, para hacer una gira por Suecia, Holanda y Francia. De golpe se rompe esa relación y me quedo sin nada. Sin gira, sin cantante, estaba en un lugar en el que sólo llevaba 2 meses, conocía pocas personas, no tenía mi gente. Y fue un momento en el que yo me pregunté “¿Y ahora qué hago?” Pero siempre lo tuve claro. Me quedé como descolocado, pero siempre teniendo claro que iba a seguir por el mismo camino. Yo sabía desde la secundaria que iba a hacer algo con la música y con lo social. En aquel tiempo yo dije: o soy musicoterapeuta o soy un cantante de rock, o soy profesor de música… Siempre lo tuve claro. Y la verdad es que tampoco sé hacer otra cosa… (Risas).

GC: Para mí siempre el arte fue la balsa que me sostuvo en los momentos más duros. De hecho el momento en que armamos el grupo de teatro independiente fue un momento muy duro. Había muerto mi papá y habían pasado muchas otras cosas muy difíciles.  El arte fue lo que me dio la fuerza para seguir.

(El arte como lo que evita el hundimiento del sujeto. Por eso en tiempos de des-esperanza, en los que todo parece perdido, el arte ayuda a soportar una espera añadiéndole lo que la transforma en espera-anza).

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Para ir terminando, quería preguntarles qué recomendación le darían a algún pibe o a alguna piba que se quiera meter en “esto” del arte.

GC: ¡Qué lo haga! (Risas)

CC: Sí, con todos los altibajos que tiene, la verdad es que lo seguimos eligiendo. ¡Qué lo haga! Mientras lo haga con amor. Cuando uno le pone mucho amor a las cosas, las cosas funcionan.

GC: Para mí un consejo también sería dejar de lado las expectativas que te vienen de fuera y conectar internamente con lo que a vos te mueve(lo que con-mueve, mueve). No perder nunca la visión del artista, de “lo” artístico; es decir, por qué estás haciendo lo que estás haciendo, por qué cantás esto, por qué expresás esto… Estar en conexión con tu interior. (Otra vez el grito.  El cantante prestando su voz al artista que le habita, para, en un grito cantado, un grito bello, poder dejar emerger lo que le es más íntimo). Esta conexión con el propio artista puede perderse con la visión del afuera, de los otros, y ahí entramos es un terreno muy duro porque va a haber gente a la que le va a encantar lo que hacés y otros a los que no le va a gustar nada. Pero si vos lo hacés por lo que a vos te mueve, porque te produce la alquimia de una transformación y la expansión de tu corazón, ya está, para vos ya está.

(Y sí, ya está. Es el acto como corte con todo lo muerto y abriendo un campo de creación.) Gracias por este reportaje.

Y así, yo misma enlazada por la musicalidad del concierto y la resonancia de esta bella conversación, me siento inspirada a escribir de la función del arte y de lo bello.

Lo bello con su brillo hace de señuelo a modo de enigma, de lo que no se puede terminar de ver. Y mejor así dice Lacan, el brillo vela el vacío absoluto, ese en el que el deseo más intenso habita, pero también en el que el sujeto se precipita.

Lo brillante es señal de alerta de lo que oculta. Produce como efecto una detención del empuje a lo mortífero o mortificante. Eso que deslumbra produce un placer que por definición es calma y quietud; y allí donde nos paramos en esa suerte de serenidad, no seguimos hacia un más allá que no es más que repetición mortificante que eternamente falla en recuperar lo perdido.

Lo brillante puede velar también el vacío cuando éste fascina invitando al precipicio. Puede acallar lo que aturde para abrir paso a una escucha, puede hacer de velo para lo que horroriza, y provocar una mirada. En ese punto lo bello hace de barrera a la caída y al hundimiento o la zozobra. Por eso el arte tiene una función ética en lo político y no sólo estética.  

El arte permite además darle forma a ese vacío, cómo da forma el alfarero al vacío que acoge con el vaso que fabrica. Una forma bella que da soporte a una mirada. Y así, con ese objeto bello, con la obra artística, se pone coto a lo que hasta ahora era pura acechanza, permitiendo interponer una distancia de seguridad entre ese vacío y el sujeto; y así hacer que, para este sujeto, una satisfacción sea posible, en términos del placer que la belleza le provoca. Por eso el arte es terapéutico y en ese punto el artista aventaja al analista, les desbroza el camino, como dice Lacan con Freud, porque sabe trabajar con el vacío.

El encuentro con lo bello puede entonces producir el hallazgo del propio deseo, ese que se alumbra con el puro deseo que pulsa en el vacío en su estado más salvaje. Y la obra que de él sobreviene, le permite alcanzar una inmortalidad simbólica al artista, dejar un nombre en el lenguaje, y en ese punto el brillo de lo bello es promesa de infinito.

Lo bello hace a la vez de señal y de señuelo de un más allá en que lo eterno y lo infinito se dan cita. Un más allá en el que el brillo de la belleza hace de barrera para un sujeto que se precipita hacia lo que le mortifica en un eterno retorno. Pero también un más allá en el que lo brillante de la belleza emana vestigios de inmortalidad que el sujeto conquista en cada acto en que algo nuevo crea, y con eso él se re-crea, divertido con lo diverso que se multiplica hasta el infinito.

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