Por dónde empezar… Tiene tantos planos para abordar esta gran obra del eximio director Szuchmacher que, desde donde se la mire, no podríamos dar relevancia en este análisis a nada en especial, más bien poner énfasis en todo el conjunto de sus dimensiones teatrales desarrolladas en sus más exquisitos detalles. La excelente traducción de Lautaro Vilo, (una de las más fieles a su autor y la versión que él mismo realizó junto a Rubén Szuchmacher) hacen que esta obra monumental resulte tan interesante como el libro, y su dirección es impecable ya que todo está dotado de tanta excelencia y todo, absolutamente todo, hace homenaje a William Shakespeare; pienso que si el autor podría ver esta genial adaptación teatral, no dudo que pensaría que es la que más se ajusta al espíritu de su pluma. Empezando por Hamlet, su protagonista, encarnado (y nunca mejor dicho: en-carnado) por Joaquín Furriel, quien pone el cuerpo al punto de llegar a tocar el alma de Hamlet. Tanto es así que, durante los monólogos, los espectadores en la sala permanecíamos inmóviles como estatuas. Como atornillados al asiento, la mayoría vimos salir de la sala a muy pocos en los dos intervalos de diez minutos -ya que se trata de una obra de tres horas de duración-, y al terminar, los asistentes continuamos un rato más en nuestras butacas luego de las aplausos cerrados y ovaciones, como si no quisiéramos que finalice. Furriel se apropió del espacio escénico con una potencia impresionante y una destreza actoral única para la composición de su rol; no olvidemos que se trata de uno de los parlamentos que se consideran más complejos de interpretar ya que contiene monólogos de una extraordinaria poesía plena de metáforas y metonimias. El protagonista consiguió desplegar sus dotes artísticas a niveles siderales y transportar al público a otro plano. Es una de las actuaciones, sin lugar a dudas más sublimes, que se haya visto de Hamlet. Joaquín Furriel hace honor al personaje y honra la obra de Shakespeare. Aparece un Hamlet en toda su complejidad psicológica, por momentos, “haciéndose el loco”, y en otros, aferrándose sobre todo a su amigo Horacio y a quienes vieron como él, el fantasma del padre, y en aquellos que podían confiar en que él no estaba verdaderamente loco. El hecho de mostrar desde la primera escena que él no era el único que vio el fantasma del padre, es la demostración de Shakespeare que Hamlet no era loco pero sí quien abanderaba la denuncia de la locura familiar. Intentando vengar el asesinato de su padre a manos de su tío, el hermano de su padre a fin de usurparle el lugar del Rey y quedarse además con su madre, la Reina, Hamlet es el chivo expiatorio de un complicado entramado familiar. Y aquí está la sabiduría del autor y de esta obra, ¿será que el cuerdo es el que miente, traiciona vilmente y llega al crimen por ambición de poder?
Leal al humor inglés y a la ironía que caracteriza la escritura aguda y punzante de Shakespeare, quien escribía a pedido de la reina y conocía a fondo los entretelones de la monarquía, Hamlet representa un alegato contra la hipocresía, la corrupción, la impunidad del poder y las intrigas palaciegas que se urdían en la corte. La descomunal puesta en escena con una escenografía impactante de los años ’20, se ajusta con más tono a nuestra época y nos reenvía a las tramas del poder político actual donde el texto de Hamlet adquiere una vigencia total, existiendo múltiples guiños cómplices con los espectadores quienes, en algunas escenas se desatan carcajadas por el toque de humor con que se abordan las cuestiones políticas.
Hamlet es un príncipe que no se calla, y su deseo de matar a quien ocupa el lugar de su padre y lo traiciona, se transfiere hacia Polonio, el “asesor” del Rey, y además otro padre, y un padre que ejerce un poder omnímodo sobre su hija logrando impedir que crezca el amor entre ella y el príncipe. En todas las obras de Shakespeare se destaca a las mujeres como poderosas y de hecho son las reinas las que tienen el poder en Inglaterra, pero Ofelia, hija de Polonio, está interpretada con una rebeldía inusitada por Belén Blanco que no es lo propio del personaje, debido a que es una figura femenina sometida a su padre y a su hermano Laertes, quien rivaliza con Hamlet por el amor de Ofelia. De hecho, es quien termina forjando junto al Rey un plan macabro para asesinar a Hamlet. En todo el texto de Ofelia, hay demostraciones de absoluta obediencia, ella está sumisa y rendida frente al discurso de su padre y su hermano que logran convencerla de renunciar a su amor por Hamlet. Como si fuera un objeto de pertenencia de ellos, Ofelia asume ese lugar con un genuino acatamiento, al punto de traicionar a Hamlet, y dejar que su tío y hermano escuchen su conversación privada. Razón por la cual, Ofelia se inserta para Hamlet por carácter transitivo, en el lugar de Gertrudis, su madre y, por efecto de transferencia, se gana un monólogo final donde Hamlet le confiesa que “antes” la amo, pero ya no la ama, y la manda al convento. Esto mismo le ocurrió con su madre, el amor se tornó en odio a causa del engaño, hay un “antes” de la traición irreductible que destruyó el respeto que prodigaba a su madre. Ofelia lo termina traicionando sobre todo porque duda de Hamlet, no cree en él, para ella Hamlet es loco: loco de amor o loco por el duelo, pero no pone jamás en tela de juicio su locura. El deseo de probar la locura por parte de la corte era necesario para esconder el crimen de su padre a manos de su tío y la complicidad inconsciente de su madre que se casa con el hermano de su marido luego de pasar tan sólo dos meses de su muerte; y como remarca Hamlet, este dato temporal, habla de la connivencia entre ellos.
Retomando el deseo inconsciente de matar a Polonio, notamos, por un lado, que es la representación del padre y del tío al mismo tiempo, y a la vez, quien le privó del amor de Ofelia. El significante “rata” (creyó que era una rata cuando Polonio lo espiaba, y creyendo que mataba a la rata lo mató a él) sumado a “Ratonera”, título de la obra que Hamlet pone es escena para “mostrar” el crimen de su padre y ver la reacción del Rey, remite a un encadenamiento significante de las intrigas políticas dentro de la corte y se anuda con “gato”, otro significante que circula en algunas escenas.
Es interesante que Hamlet use el teatro como elemento catártico para hacer hablar a su tío, y cómo Shakespeare concebía lo teatral y a los actores como quienes ponen en juego lo Inconsciente. ¿Acaso, es el loco quien -al decir de Lacan-, logra que a partir de la ficción, hable la verdad? La indagación sobre la verdad es la brújula que lo guía, y el inscribir una escena dentro de la escena, para des-cubrir esa “otra escena” oculta (la del envenenamiento de su padre), dice mucho acerca de la función del teatro en la elaboración de conflictos psíquicos. Confrontarse con una verdad que lo desgarra, es causa de un intenso sufrimiento. “El lecho incestuoso” en el seno familiar está vinculado a la perversión del poder que conlleva al crimen de su padre. Hamlet lo sabe a nivel Inconsciente y el fantasma de su padre lo ronda con el mandato de vengarlo, sin embargo, en lugar de vengar la muerte de su padre, Hamlet intenta teatralmente elaborar su duelo: “un infame asesina a su padre, y yo, su único hijo, envió al cielo a ese mismo villano. No, que eso sería premio y salario, no venganza”. Y hace acallar su saber. “Mi lengua debe reprimirse”, se dice, para no desatar la tragedia que se torna inevitable.
“Morir, dormir, dormir… ¡Soñar, tal vez! ¡Qué difícil! En el sueño de la muerte, ¿qué sueños sobrevendrán cuando despojados de ataduras naturales encontremos la paz?” . Parecería que la única opción para su padecimiento es la muerte. “Ser o no ser”: imposible ser quien es cuando se lo acusa de ser loco y no poder ser quien es con su verdad; y no ser, es estar muerto en vida. Quién puede formularse esta cuestión ontológica es un ser que se pudo enfrentar a sí mismo, ¿eso es un loco?
La extraordinaria interpretación de Claudio, Rey de Dinamarca a cargo de Luis Ziembroski, refleja con maestría cómo se revela al mismo tiempo que esconde sus deseos de poder, y cómo el poder es más fuerte que su sentimiento de culpa. Esta suerte de ambigüedad que habita al personaje de Ziembroski, cobra una dimensión enorme y le otorga una calidad siniestra y un matiz muy humano a la vez. Además, Polonio lo acompaña con una impecable composición de excepción realizada por Claudio Da Passano, resaltando su absoluta obsecuencia hacia la figura del Rey que hace soltar carcajadas en el público, así como la actuación desopilante y extravagante de Lalo Rotaverría al interpretar al “actor – reina” en la escena de “La Ratonera”. Estos tres actores junto a la avasalladora figura de Joaquín Furriel son muy destacables, acompañados de un elenco que mantiene el alto nivel actoral durante toda la obra.
Una de las mejores versiones de Hamlet que he visto hasta ahora. ¡Chapeau!