El inconsciente se hizo presente en el teatro Picadero para ser una pared más de las cuatro que rodean a una costurera de los años ‘50, interpretada por la maravillosa Maria Merlino, que debe tomar la decisión más difícil de su vida en un exquisito texto de Santiago Loza y dirigida por Diego Lerman.
Nos situamos en un taller de costura barrial, carente de ventanas, una lámpara, una máquina de coser y un maniquí. En la oscuridad escuchamos la voz de la costurera interpretando una canción de Libertad Lamarque, su ídolo máximo.
Como todo artesano nos invita a hacer un recorrido por sus manos y su talento, modesta, poco risueña, con un sentido del orden y la minuciosidad únicos. No es por nada que la misma Libertad, su deidad, le encarga un vestido hecho a medida.
Tras recibir algunas marcaciones por parte de su “modelo”, la costurera ensimismada interpreta más números musicales para exorcizar tremendo frenesí.
Eva Perón irrumpe sorpresivamente en el atelier y tras un breve recorrido queda encantada con la prenda que estaba elaborando para Libertad y se la encarga para ella, yéndose de manera veloz, dejándole a la costurera sus medidas y en medio del embrollo más grande y angustiante de su vida. ¿A quién debe entregarle el vestido la costurera? ¿Qué ocurre cuando alguien debe tomar una decisión forzada a sabiendas que la misma será siempre un error fatal?
“Si le entrego este vestido a Libertad será mi perdición, si se lo doy a Evita estaré maldita por los siglos de los siglos” manifiesta la costurera y se encomienda a encontrar todas las respuestas en las prendas que la rodean, mimetizándose con ellas como si fueran sus propia piel, su corazón, sus venas. Empoderada la costurera, toma la decisión final.