
Fotografías: Mauricio Cáceres
EL INCONSCIENTE se fecundó en el año 2013 dentro de una de las bellas salas del Teatro Nacional Cervantes, por obra del azar (o de la causalidad, efecto de atracción de lo Inconsciente). Hoy, ocho años después nos vuelve a dar la bienvenida, nos abre sus puertas y nos permite celebrar nuestro reencuentro (por fin, presencial) en ese icónico y (para nosotros) simbólico espacio de gestación de nuestro proyecto.
Volvimos con todo y esta vez para presenciar “Teoría King Kong” (2006) de la escritora francesa Virginie Despentes. No es sólo uno de los grandes libros de referencia del feminismo y de la teoría de género, sino que es una precursora de un movimiento que destaca la singularidad de la posición femenina y feminista en tanto sujeto deseante. Se trata de un ensayo narrado en primera persona por la autora que, sin censura, relata las experiencias de su propia vida, -lo cual tiene un valor agregado., abordando a partir de su autobiografía, temas como la prostitución, la violación, la represión del deseo, la maternidad y la pornografía. Un texto que derrumba el principio patriarcal de la sociedad actual, exponiendo y desnudando su intimidad sin tapujos, para lograrlo.

El Cervantes decidió traer ésta obra que tuvimos la grata oportunidad de presenciar en París y ahora está en la cartelera de Buenos Aires, y con una gran astucia, la obra fue dividida en cuatro partes y con magníficas actrices: María Onetto, Cecilia Roth, Rita Cortese y Muriel Santa Ana, y a cargo de Alejandro Maci que coordinó y adaptó la obra. Si bien la obra está fragmentada en cuatro partes, cada pieza toma una perspectiva diferente y en paralelo se trata de cuatro interpelaciones independientes. EL INCONSCIENTE estuvo presente en dos de estas obras por suspensiones de funciones que lamentablemente, a causa de esta pandemia, alteraron nuestro cronograma de coberturas.

Chica King Kong
Dirigida de manera magistral por Mariana Obersztern, y protagonizada por una actriz descomunal: Muriel Santa Ana. “Chica King Kong” plantea una manera de deconstruir la idea de un modelo de cuerpo hegemónico, un estereotipo con determinadas maneras de verse y mostrarse ante la sociedad.
Muriel aparece en escena con un perfil tímido, cauto, sigilosa. En una escenografía donde parece haber acontecido un tsunami: sillas dadas vuelta, restos de papeles, mesas patas para arriba… Podríamos suponer que el mismo King Kong estuvo ahí. Y esta puesta en sí misma, ¿no es acaso un guiño que quiere darnos la directora de movida?

Santa Ana recorre todo el espacio escénico visible y lo hace suyo. A medida que la pieza transcurre la vemos militar estos temas con un ímpetu más fuerte, ya no tímidamente sino que a medida que transcurre la obra comienza a erosionar la carnadura de su personaje. Las luces del teatro se van apagando poco a poco hasta que la obra llega a su fin. Muriel Santa Ana en un atril y con libro en mano manifiesta textual las palabras de Virginie Despentes: “…escribo desde la fealdad y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal cogidas, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del mercado de la buena chica pero también para los hombres que no tienen ganas de proteger, para los que querrían hacerlo pero no saben cómo, los que no son ambiciosos, ni competitivos, ni la tienen grande. (…) Como chica soy más bien King Kong que Kate Moss” La fuerza escénica de esta actriz combinada con palabras que componen una figurablidad muy potente, interpela y hace temblar las premisas de la cultura patriarcal desde el momento que hace inclusiva a las mujeres excluidas de este sistema. En esta jugada magistral, pone en valor a estas mujeres para quienes dedica su libro, así como hace inclusivo a los hombres que quedan relegados por no adaptarse al prototipo del macho alfa, y desde esa convocatoria, los invita a ser parte indispensable de esta revolución.

Esta obra hace una verdadera ruptura del paradigma de “chica ideal” impuesto por la sociedad patriarcal capitalista que encorseta los cuerpos de las mujeres en tanto no permite que se expresen como sujetos deseantes como el cuerpo de los hombres, aquellos que no sólo buscan un objeto de deseo en las mujeres. Pulveriza a cada uno de los medios y herramientas, prácticas sociales, dispositivos y discursos de los que se vale el poder patriarcal para reducir los cuerpos a pura máquina: objetos de consumo del mercado. Despentes y esta obra reasignan el poder del deseo al cuerpo femenino para hacer ruptura con el cuerpo esculpido por la imagen del estereotipo sociocultural, tal como lo hace desde otra perspectiva, el psicoanálisis.

Imposible violar a esta mujer llena de vicios
Con un punk furioso al estilo concierto, irrumpe en escena la galardonada Cecilia Roth de la mano de Andrea Garrote (directora de teatro, actriz y dramaturga). Luego de ésa intro metalera, toma asiento en una gran mesa alargada con sillas vacías con muchas botellas de agua asemejando a las mesas de las salas de conferencias. Y al comienzo se presta al silencio para abordar el tema principal de la obra: la violación. Mirando a su público, y en tono doctoral, habla de este tema y cada tanto, se cuela otra escena donde está sentada frente a su computadora y Cecilia se manifiesta en primera persona encarnando a Virginie Despentes. Allí la proyección de videos borrosos como invocando sus recuerdos de la escena traumática de la violación sufrida y su voz en off mientras escribe en su teclado los pensamientos que le vienen a su mente, nos ubica a esta mujer en el lugar de una escritora que ha podido hacer un trabajo profundo de elaboración psíquica para poder llegar a compartir las huellas indelebles que deja ese trauma. Un dolor desgarrador. Sin embargo, se la ve más que entera: absolutamente íntegra. Y al observarla con detenimiento, nos hace una invitación a los espectadores a sostener una especie de charla sumamente íntima y nos confiesa con cierto dejo de indignación social, que el hecho de la violación en un principio fue negado por ella misma. Despentes hace de esta suerte de confesión, no un pecado, sino todo lo contrario, realiza un análisis sobre cómo la sociedad confina a las mujeres a no poder siquiera poder pensar la violación y ponerla en palabras. ¿Cómo decir: “fui violada” si la palabra “violación” en sí es tabú? La autora señala que “es lo peor que te puede pasar pero es medio tu culpa”. Ese sentimiento de culpa y vergüenza que inunda a la protagonista nos hace formularnos: ¿Qué clase de sociedad normalizaba tales hechos aberrantes? Si, la nuestra. Así lo denuncia Despentes: “Desde el punto de vista de los agresores, se las arreglan para creer que si ellas sobreviven es que la cosa no les disgustaba tanto (…) Pero, ¿Cómo explicar que nunca oigamos al adversario: “fulanito ha violado a fulanita, en tales circunstancias”? Porque los hombres siguen haciendo lo que las mujeres han aprendido a hacer durante siglos: llamarlo de otro modo, adornarlo, darle la vuelta, sobre todo no llamarlo nunca por su nombre, no utilizar nunca la palabra para describir lo que han hecho. Se han “pasado un poco”, ella estaba “un poco borracha” o bien era una ninfómana que hacía como si no quisiera: pero si ha ocurrido es que, en realidad, la chica consentía. Que haga falta pegarla, amenazarla, agarrarla entre varios para obligarla y que llore antes, después y durante, eso no cambia nada; en la mayoría de los casos, el violador se las arregla con su conciencia: no ha sido una violación, era una puta que no se asume y a la que él ha sabido convencer”.
Cuestiona el lugar del sufrimiento en que se condena a la mujer sin aprender a poder defenderse frente a la violencia: “las mujeres siente aún la necesidad de afirmar: la violencia no es una solución. Por tanto, el día que los hombres tengan miedo de que les laceren la verga a golpe de cúter cuando acosen a una chica, seguro que de repente sabrán controlar mejor sus pasiones “masculinas” y comprender lo que quiere decir “no”(…) Estoy furiosa contra una sociedad que me ha educado sin enseñarme nunca a golpear a un hombre si me abre las piernas a la fuerza, mientras que esa misma sociedad, me ha inculcado la idea de que la violación es un crimen horrible del que no debería reponerme. (…) Es sorprendente que en 2006, mientras que todo el mundo se pasea con minúsculos ordenadores portátiles, con cámaras de fotos, teléfonos, agendas y aparatos de música en el bolsillo, no exista todavía un solo objeto que podamos meternos en la concha cuando salimos a dar una vuelta y que cortaría en pedazos la pija del primer idiota que quisiera entrar sin permiso”.
La otra cuestión que aborda a modo de confesión es el fantasma de la violación y también, a modo de confesión (siempre utilizando la típica ironía del humor francés), dice haber tenido la fantasía de ser violada. Y se indigna de haberla tenido. En éste manifiesto, pone en cuestión esta fantasía como construcción social del machismo que promueve en las mujeres hasta el goce allí donde se aloja el horror. En este punto el tema del masoquismo femenino, se torna como efecto del imaginario cultural de una sociedad construida bajo el poder hegemónico de una mentalidad machista que nos atraviesa sin siquiera darnos cuenta. La violación tal como lo concibe Despentes en esta precisa y aguda definición es un “programa político preciso: esqueleto del capitalismo, es la representación cruda y directa del ejercicio del poder. La violación designa un dominante y organiza las leyes del juego para permitirle ejercer su poder sin restricción alguna. Robar, arrancar, engañar, imponer, para que su voluntad se ejerza sin obstáculos y que goce de su brutalidad, sin que su contrincante pueda manifestar resistencia. Gozar de placer al anular al otro, al exterminar su palabra, su voluntad, su integridad. La violación es la guerra civil, la organización política a través de la cual un sexo declara a otro: yo tomo todos los derechos sobre tu persona, te fuerzo a sentirte inferior, culpable y degradada”.
Este programa político que modeliza nuestros psiquismos se está deconstruyendo gracias a escritoras y obras como éstas que dan visibilidad y pone en palabras aquellos discursos que naturalizamos sin cuestionar.
(La traducción es nuestra)