La voz de “Claudia” irrumpe desde el hall del teatro y LAURA MANZINI aparece, tal como nos tiene acostumbrados, histriónica, profesional,  perfecta en cada gesto y dueña del escenario. En la historia nos encontramos con el interior de muchos de nosotros y la soledad; una soledad que nos acerca peligrosamente, con una comicidad exquisita, a nuestras frustraciones más grandes.

Esa representación de la mente de “Claudia” está magníficamente encarnada por MAX ACAVALLO, que pone oficio y excelencia en cada nota, cada palabra, cada personaje.

La vorágine de la mente de “Claudia” nos acerca a este mundo posmoderno, sin lugar para los afectos desinteresados, con la violencia contenida (y muchas veces explícita….¿quién no tuvo un día de furia?) con la que vivimos todos los días, haciéndolo a través de un humor desgarrador.

La escenografía funcional, la coreografía acertadísima de DIEGO BROS, el vestuario fresco y correctísimo y las voces…¡Y las voces! Es un placer escuchar a Laura y a Max diciendo y cantando los textos.

Toda la obra sobrevuela una realidad cruel que se vé reflejada en las letras de las canciones y en las logradas actuaciones.

Sólo el final nos dejó con ganas de más, con ganas de una canción dolorosamente brillante, con ganas de un final. Un párrafo aparte para el director EMILIANO SAMAR.

Un trabajo quirúrgico de emociones, situaciones y climas tragicómicos que, sólo un profesional como Samar podría lograr. En definitiva: una experiencia distinta de un pequeño gran musical que nos llega al alma y que nos hace pensar, enseguida, en alguien que conocemos, y que reconocemos como irremediablemente solo.