
Shamrock es un trébol de tres hojas. En la cultura irlandesa, y de acuerdo con la leyenda referida por Wikipedia, ésta frágil plantita fue utilizada por el misionero San Patricio para ilustrar la Trinidad durante la cristianización de la isla en el siglo V. A partir del siglo XVIII fue adoptado como símbolo del nacionalismo irlandés.
Según esto, Shamrock es un significante dado por su autora, Brenda Howlin, a esta obra teatral, ya que concentra todo el sentido que a poco de iniciar su desarrollo en escena podemos advertir: inmigrantes irlandeses que llegan a Argentina con la melancolía del desarraigo de su isla tan amada y golpeada por el hambre, seres provenientes de un seno nacional marcado por el catolicismo y por una educación muy represiva, más vinculada a lo religioso que a la época, aun siendo ésta bastante severa. Llegan sin nada: Mary, la hija de una familia numerosa enviada como “un paquete” a cumplir con un casamiento arreglado con Dido, un irlandés ya instalado previamente en nuestro país, que ha tenido tiempo de involucrarse con una argentina, Rita, funcionando este hecho como un disparador para que Mary se pregunte por qué debería cumplir con el mandato de su familia, que se desentendió de ella, y avizorando otro futuro posible de independencia.

Así van apareciendo nuestros personajes; Patrick, un irlandés inocente y tan virgen como Mary que está en el puerto esperando a la novia que no llega pero que en cambio envía su adiós definitivo a través de Mary que, a su vez, deberá encontrarse con su novio Dido que no fue y que es bien conocido por Patrick como un seductor que ya le robó a su exnovia, Rita. Estas almas irlandesas lejos del hogar son reunidas por la esperanza primero y el desencanto después, y comienzan a desplegarse en escena dibujando una filigrana graciosa y llena de encanto entre versos -a veces forzados en su rima con picardía e intención-, una jeringonza irlandesa-porteño-decimonónica-lunfarda actual, tremendamente expresiva, con rupturas de sentido y temporalidad que obligan a un distanciamiento brechtiano y logran que adoremos a los personajes sin identificarnos con ninguno de sus disparatados derroteros.
Ale Gigena, Caro Setton, Justina Grande y Pablo Kusnetzoff, componen una verdadera cofradía de seres que transforman el desencanto en ilusión y los sueños en la realidad, sin circunspección de ningún tipo, sino con la alegría de los que desafían los reveses de la vida.
El dispositivo escénico es todo un hallazgo de sencillez y creatividad que pone a los personajes a jugar en ámbitos tan queridos y conocidos por todos como el Café Tortoni, la Confitería Las Violetas y -para los nietos de inmigrantes como yo-, el Hotel de Los Inmigrantes.

Una historia redonda y contada en un formato lúdico que, en algunos momentos, recuerda al cine mudo, más el histrionismo de los actores, la ductilidad física, la música irlandesa de fondo y algún tanguito, terminan de redondear una noche de teatro alegre y tremendamente estimulante.
Los viernes, 21 hs. en Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556.