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NUESTRO INOLVIDABLE ERNESTO BIANCO de Ingrid Pelicori e Irina Alonso- PATRIMONIO DEL TEATRO Y LA CULTURA ARGENTINA – Por Raquel Tesone / Rachel Revart


 

Estoy profundamente agradecida a Ingrid Pelicori por haberme regalado este libro que me dio tanto placer y tanto orgullo por saber que Argentina está signada por el aporte invaluable de este gran artista: Ernesto Bianco. Su vida parece tejida con hilos invisibles que unen lo más esencial de nuestra cultura. Su huella no es sólo profesional: es emocional, ética y estética. El libro “Nuestro inolvidable Ernesto Bianco”, escrito por sus hijas Irina Alonso e Ingrid Pelicori, y publicado por el Instituto Nacional del Teatro en el centenario de su nacimiento (1922–1977), trasciende la biografía tradicional. Es una ofrenda de amor, un reconocimiento merecido y un testimonio que conmueve. Y además, es de distribución gratuita, puede descargarse desde el sitio https://inteatro.ar, y que pueda acceder todo el mundo es otro tributo merecido para este actor.

La obra reúne fotografías, recortes, entrevistas y testimonios profundamente emotivos de colegas como Oscar Martínez, Ricardo Darín y Gabriel Goity, entre otros. La imagen de Bianco se arma entre documentos y recuerdos personales, dejando ver su costado de artista plástico, un actor brillante, un hombre de convicciones, y una presencia remarcable tanto en la escena como fuera de ella.

Bianco se destacó tanto en el teatro (Cyrano, El Amasijo, El Hombre de la Mancha o Boeing-Boeing… entre muchas más),  como en televisión y cine (su trayectoria resumida está al final de la página 153 a la 172, un recorrido como pocos actores en el mundo). Se formó en el Conservatorio Nacional bajo la dirección de Antonio Cunill Cabanellas, ejerció como director artístico de Canal 7 y lideró el sindicato de actores, defendiendo los derechos laborales con pasión. No sólo peleó por la dignidad de su profesión, sino que, como muchos de sus compañeros relatan, era alguien que se hacía valer en todo sentido: con coraje, con talento, con una nobleza que lo volvía insuperable.

Escuchar sus palabras en algunas entrevistas me emocionó hasta las lágrimas. Era un hombre de carácter, pero también de una generosidad luminosa. Todos lo describen como alguien que no permitía que sus compañeros pagarán en la mesa, que cuidaba a los suyos y que enfrentaba las injusticias con entereza.

Nuestro inolvidable Ernesto Bianco es mucho más que un libro. Es una voz que resurge desde la memoria cultural argentina para recordarnos quiénes fuimos, quiénes somos y qué artistas tuvimos la fortuna de tener. Esta obra se despliega como un altar íntimo y público a la vez, donde conviven el padre tierno y el actor imponente. Un actor que nunca aceptó las etiquetas ni las presiones de su tiempo, desafiando lo establecido, creando y transformando la concepción de lo actoral. 

Fue castigado por no encasillarse, por atreverse a ser múltiple en un país duro con quienes no entran en moldes y, sobre todo, donde la envidia (tan argenta) alimentada de la prensa amarillista, pega fuerte a las figuras que quiebran paradigmas y que llegan a alcanzar el éxito. Pero Bianco rompió con todo y fue la encarnación viva de que el verdadero talento no pide permiso.

Murió en 1977, en plena dictadura militar, un contexto donde el miedo, la censura y el silenciamiento no solo afectaban la vida política sino también el pulso íntimo de los artistas. Es probable que ese clima opresivo, sumado a la presión de una crítica teatral de élite que no admitía que un actor consagrado en el drama pudiera ser también un cómico popular, haya golpeado su corazón. El conflicto que parecía latente era el de un hombre consciente de su multiplicidad, a quien querían reducir a un único género. Y Bianco era un artista que jamás hubiera traicionado su esencia.

Este libro nos devuelve su voz, su mirada, sus gestos. Nos muestra al hombre que amaba a su esposa, su compañera y coach, cuidaba a su familia y encendía la alegría en los camarines, alzando la voz frente a lo injusto sin perder la ternura. El enfoque del libro es doble: histórico y sentimental. Por un lado, presenta una estructura cronológica con anexos que detallan exhaustivamente los trabajos de Bianco en cada medio; por otro, incluye recuerdos íntimos que las autoras utilizan como puentes sensibles para reconstruir al hombre detrás del actor.

El volumen cierra con dos poemas originales —uno de Carlos Carella y otro de Lucho Schwartzman— y con cartas y evocaciones personales de Irina e Ingrid. Palabras que no sólo reconstruyen una vida, la hacen revivir. Leerlo es un ejercicio de memoria activa y gratitud hacia quien forma parte del corazón mismo de nuestra cultura. Un actor inmenso que supo unir lo privado y lo colectivo, la belleza del decir y la valentía del actuar.

No sólo es una figura del espectáculo que dejó huella, sino alguien que encarnó, con su arte, un modo de habitar el mundo y, sobre todo, una Argentina convulsionada dejando su paso grabado en el entramado simbólico de la sociedad. Bianco es una inscripción en nuestra memoria colectiva, parte viva de todo lo que, en lo humano y lo artístico, nos constituye y nos eleva.

Me quedé con el deseo profundo de sentarlo “Al diván” y dejarme atravesar por su mirada penetrante, su sentido del humor y esa firmeza que no necesitaba imponerse con arrogancia. En mi escena imaginaria, lo escucho en mi consultorio, con su voz inconfundible, cargada de pasión y verdad, contándome —furioso pero lúcido— su enfrentamiento con una prensa que lo trató con injusticia, y cómo, cansado de ser observado con lupa, llegó a golpear a un crítico.

Analizar con él cómo atravesaba aquel contexto político y cultural tan intenso, y cómo, en medio de eso, se entregaba cada noche a Cyrano, una obra que le demandaba un compromiso emocional y físico gigantesco, hubiera sido un desafío fascinante. Tal vez hubiéramos pensado juntos en la posibilidad de tomarse un respiro, cuando su dolor en el pecho le dió una señal de un corazón golpeado,  y él sólo se permitió dejar una función, y darle más descanso a su cuerpo antes de volver a dejarlo todo en el escenario. Pero entonces me pregunto: ¿puede un actor con esa pasión no dejar la vida en cada función? Quizás en esa tensión entre el amor por la profesión y el amor por la vida, se encontraba su verdadera batalla.

Sus hijas, Ingrid Pelicori e Irina Alonso con treinta años de trayectoria, son el legado vivo de esa llama: Ingridm una actriz extraordinaria que honra a su padre en cada gesto, en cada palabra, en cada silencio. Y a ella, sí la llevé “Al diván”. Desde lo más hondo de mi gratitud, quiero agradecerle que me haya confiado su historia más íntima, percibiendo que yo recibiría esta obra con la emoción latiendo en cada palabra.

AQUI ESTA CYBERINCONSCIENTES EL LINK DE DESCARGA GRATUITA O ÑLECTURA DIGITAL:

https://inteatro.ar/editorial/nuestro-inolvidable-ernesto-bianco/

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