Fotos: G. Gorrini/M.Cáceres

Esta obra de teatro es una obra imprescindible y fundamental en nuestra actualidad en tanto nos procura visibilizar los efectos de la fragmentación del lazo social. Habla de una sociedad donde la ley ha sido puesta en jaque y permanece desdibujada, y no sólo nos hace partícipes de la conflictiva de una familia disfuncional al poner el foco en ese microcosmos, Veronese nos habla de una las consecuencias más siniestras de la ausencia de ley: la violencia en sus diferentes niveles de expresión abarcando desde el maltrato psicológico hasta la perversión.
La obra comienza con la llegada de un amigo de la pareja, Tono y Berta, quién hace su aparición después de veinte años de ausencia de manera extraña, atado y encapuchado. Este amigo que, en principio no se comprende porqué está allí, será tratado por la pareja y por la hija adolescente, como un mueble o un adorno más de esa precaria casa en la que habitan estos tres seres. El amigo es símbolo de una ausencia que marcó a esta familia atravesada por su falta de límites. Parecen ignorarlo porque nunca estuvo presente más que como un misterioso fantasma, al igual que una valija hecha para nunca ser usada pero que está allí figurando los abandonos cristalizados y las amenazas de separación. Una separación que nunca termina de concretarse y sólo queda en amenazas, coronadas por los juegos de poder que se renuevan en un círculo vicioso a repetición.
Como espectador uno respira el encierro de esa familia que parece querer usar puertas que no ofrecen ninguna salida en un intento fallido de escapar de la reclusión mental en la que están inmersos.
En una consulta con la Dra. Mariana Puche, abogada especialista en Violencia, Abuso y Maltrato infantil de GCBA, quien recomienda la obra en su equipo porque la considera una herramienta de capacitación para los integrantes del Poder Judicial. «Es una obra que nos da a conocer la modalidad de funcionamiento de este tipo de violencia invisible y naturalizada, en un contexto determinado, dentro de cuatro paredes, casos que aumentan día a día. Y agrega que «en esta familia disfuncional se naturaliza, invisibiliza y se niega tanto el maltrato como el abuso sexual infantil. No hay victimas ni victimarios, es la pareja victimal entre los adultos, y aquí la joven adolescente es la única víctima real que creció en la certeza de que su «padre» posee todo derecho sobre la misma, considerándola, desde muy pequeña, como un objeto de su pertenencia”.
La interpretación de Luis Ziembroski es brillante, utilizando grandes recursos que explota al máximo Daniel Veronese : el interjuego de miradas, los manoseos furtivos y el manejo de un discurso que exhibe y enfatiza su lugar de poder. A su vez, allí donde parece someterse y perder poder, es donde más se evidencia una de las estrategias para retomar el poder con mayor impunidad. “No somos animales”, dice ocultando su costado bestial y mostrándose como un cordero. “El cuerpo hace lo que quiere pero el corazón pide pista”, ésta frase condensa el mecanismo de disociación entre cuerpo y mente, y es el argumento usado como justificación para dar rienda libre al cuerpo (en el abuso y en los abandonos) sin que la mente tenga aparente intervención. En este sentido, el libro de Veronese y en cada una de las palabras de sus protagonistas, apunta con absoluto acierto a desplegar las diversas aristas de un discurso ambiguo que sostiene la personalidad de cada uno de los personajes con una inmensa hondura psicológica.
Respecto al rol de la madre, se refleja la inconsciente complicidad que suele existir en estas situaciones, no sabiendo cómo proteger a su hija por falta de recursos psíquicos y de recursos económicos para la subsistencia de ambas, María Onetto le otorga el toque justo para provocar en el espectador la empatía y el rechazo al mismo tiempo, algo muy complicado de lograr actoralmente. La Dra. Puche señala que se trata de “una madre negadora pero a la vez colaboradora de la situación abusiva por la que atraviesa la hija. Esto nos indica que no hay límites en la sexualidad”. Esto se refleja además en su relación con el vecino, interpretado magistralmente por el gran actor Diego Velázquez, quién se insinúa tanto con ella como con la hija de manera indistinta. “Es que ésta madre sabe que esa conducta es inmoral, y siempre envía a la hija al cuarto, como única medida de protección que aplica” – agrega la Dra. Puche. María Onetto encarna de manera impecable a esa madre y a una mujer que se siente un cordero frente a su pareja, pero que a la vez, de forma pasiva forma parte activa en la escalada de violencia.
La violencia se vehiculiza tanto en los cuerpos como en lo discursivo, desde los “diálogos” o mejor dicho, monólogos encimados y ensordecedores hasta en los silencios tensos que trabajan a los personajes por dentro. Aquí es donde María Onetto da muestras de una sensibilidad fina hasta en los mínimos detalles de su actuación, y es admirable la dimensión que ha podido otorgar a la complejidad que implica la composición de su personaje, desencadenando múltiples y encontradas emociones en los espectadores.
Los corderos logra una dirección de actores que saca lo mejor de un elenco de primer nivel. Es una pieza teatral que aborda en profundidad la temática de la violencia familiar y social sin juzgar ni digitar. Daniel Veronese consigue este efecto sin perder en ningún momento los toques de humor que caracterizan sus obras donde logra hacernos reír de lo más patético del ser humano. De esta manera, permite conmovernos al tiempo, de mostrarnos cómo solemos naturalizar nuestras pequeñas o grandes violencias cotidianas, para identificarlas y neutralizarlas a partir de esta toma de consciencia. Veronese, es un director que impacta la psique sin violencia y, aunque nos implique con la temática de la violencia, lo hace a través de darnos el placer de disfrutar de estos grandes artistas que brillan en el escenario comprometidos con una problemática que requiere urgente tratamiento en nuestra sociedad. Obras que permiten repensarnos.