Por Dra. Raquel Tesone
En esta obra Venus está desnuda mirándose en el espejo de su hijo Cupido. En el mito romano Cupido es el dios del amor y la atracción sexual y en el mito griego es Eros y su madre es Afrodita. Velázquez en este cuadro habla de lo que Freud teoriza muchísimos años después: Narciso y Edipo. El Complejo de Edipo y el narcicismo en su doble sentido (apuntalamiento de los progenitores en su hijo y viceversa). El hijo es quién observa la belleza de su madre (¿o de él mismo? el rostro está desdibujado expresamente) en el espejo en que él mismo sostiene, y allí es donde ella reconoce su ser femenino. Cupido apuntala el narcisismo y satisface su deseo de ser él (el dios del amor) quien capture la belleza de su madre Venus.
Tuve la dicha de ver esta magnífica obra intitulada La Venus del espejo de Diego Velázquez en el Palais Royal de Paris donde estaban expuestos algunos célebres cuadros de Velázquez. Luego de pasearme con admiración por las obras cuya impronta religiosa y monárquica es flagrante (de tanta magnitud como su talento), caso Las Meninas, La infanta Isabel y otras, me topé en una habitación con esta gran obra donde aparecía -desnuda y de espaldas- la misteriosa Venus. Me quedé alucinada durante mucho tiempo envuelta e inmersa en una absoluta epifanía que sólo puede generar la obra de un gran artista. Además de ser un bellísimo cuadro, es aquí donde, a mi criterio, Velázquez pasa de ser un eximio pintor a transformarse en un verdadero artista de la putísima madre (o mejor dicho, de la excelsa Venus). Si bien, se considera a Las Meninas como su obra maestra, Velázquez, logra realizar La Venus del Espejo en un momento de su trayectoria donde ya es reconocido en el mundillo del arte. El se anima a romper con todo lo que venia realizando a pedido por el rey, (o por sometimiento al poder de la Iglesia y a la monarquía que era quienes le daban de comer), sin perder en absoluto su dignidad como artista plástico. Pero una vez legitimado, se atreve a hacer el primer desnudo de la época. ¡Y qué desnudo! El debería haber podido intuir o suponer que iba a ser considerado pecado carnal en el siglo XVI y que, seguramente, hubiera caído bajo la censura si hubiese realizado esta obra cuando no célebre como artista consagrado. Pero Velázquez supo ganarse un lugar de poder, y en su autoretrato -que era parte de esta exposición-, su rostro denota una marcada y fuerte personalidad; su mirada es tan profunda y desafiante que trasmite un enorme respeto. Por esto, es posible que la curia y la monarquía se hiciesen bien los boludos haciendo caso omiso de este desnudo y lo dejaran pasar sin chistar.
Es en este acto que Diego tuvo el coraje de animarse a ser, y a ser quién era en su total magnitud. En este hecho artístico, Velázquez representa sin tapujos los deseos incestuosos y las fantasías constituyentes del sujeto humano y consigue hacer de ello (y del Ello), arte. El espejo nos remite al estadio del espejo como formador del yo de Lacan.
Eros le hizo hablar a Velázquez de su deseo desde su inspiración edípica; ese deseo de ser el deseo del Otro, de un Otro que nos refleja en un espejo y que nos con-forma como sujeto sujetado al Inconsciente. Podríamos pensar que Eros llamó a Velázquez, y en comunión con Psique, le hizo cincelar con su pincel, lo que es a mi gusto, es su más maravillosa obra de arte.
Un formidable contrapunto entre Picasso y Dalí, me reenviaron a volver a reflexionar sobre Velázquez y este cuadro al visitar el Museo Picasso en Barcelona. Allí tuve el placer y el lujo de ver la exposición de algunas de las obras de ambos. Uno parecía emular al otro, en una suerte de competencia absurda, ya que tanto Picasso como Dalí, se expresaban -aún poniendo igual título a sus obras- como dos genios muy diferentes, cada uno con un sello propio donde la originalidad de cada uno conserva aristas muy peculiares que no admiten puntos de comparación. Lo que me tomó por sorpresa, fue descubrir una serie de cuadros donde ambos reconstruyen, con un toque de prodigiosa ironía, las Meninas de Diego Velázquez, y obras que aluden al clero y a la monarquía. Esto lo hacen con arte, y con todo respeto (hacía Velázquez, digo, y no hacia la Iglesia ni a los reyes de España, de los que claramente se burlan abiertamente en muchas de sus obras expuestas y de manera muy caricatural). El mismísimo Dalí llegó a afirmar que el único pintor español que pueda llamarse artista, fue y será Diego Velázquez (es decir, se excluía a él mismo).
Picasso escribió “¿Y si pusiera esta un poquito más a la derecha o a la izquierda? Yo probaría de hacerlo a mi manera, olvidándome de Velázquez. La prueba me llevaría de seguro a modificar la luz o a cambiarla, con motivo de haber cambiado de lugar algún personaje. Así, poco a poco, iría pintando unas Meninas que serían detestables para el copista de oficio, pero serían mis Meninas”. En efecto, sus Meninas son detestables y ese fue su acierto: la ruptura de paradigmas y el poder dar nacimiento a otros nuevos movimientos de creación y se cagaron en el Nombre del Padre, tanto Picasso como Dalí al recrear e interpretar con ironía, las obras de su maestro. Incorporarlo y matarlo, armando su propias reglas. Y así fue también como Velázquez logró hacer este primer desnudo creando algo que para la época era una transgresión.
La palabra autonomía, proviene de auto-nomos, que significa lograr inventar nuestras propias leyes, no creer que se es la ley, sino instalar nuevas y ser autónomos para crearlas. Así el filósofo Cornelius Castoriadis señalaba que para poder cuestionar la sociedad que vivimos, debemos advenir a una reflexión subjetiva que repiense las reglas para promover otras con autonomía. Esto es lo que nos enseñan estos grandes artistas.
Aquí vemos como lo hicieron Picasso y Dalí cuando deconstruyeron «Las Meninas» de Velázquez dando lugar a otra obra:
Volviendo al tiempo presente, ya llegada a Buenos Aires, en una muestra en el MACBA, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, realizada por el relanzamiento de la revista “El Gran Otro”, me encuentro con un cuadro de Raúl Zuleta, artista plástico contemporáneo y caricaturista. Zuleta también toma en broma a Las Meninas con una nueva versión que podemos apreciar aquí y que habla por sí misma:
Para hablar de Las Meninas, tendríamos que escribir un artículo aparte. Retomando al filósofo, Michel Foucault, él ha dedicado un capítulo intitulado justamente «Las Meninas» en su libro “La palabras y las cosas”, donde analiza cómo se articula el conocimiento con la representación en función de quien contempla la obra.
Desde mi contemplación, giran dos interrogantes: ¿podríamos pensar que un artista es aquel que escucha el llamado de Eros; y en vez de quedarse sosteniendo el espejo donde refleja a Venus -corriendo el riesgo de caer en la tentación narcisista- logra sublimar y poner en escena sus fantasías? Afrodita en el mito griego (Venus en el mito romano) envío a Cupido (Eros) a que lanzara una flecha a Psique para que se enamore del hombre más horrible por competir con su belleza. Cupido al ver a Psique, se enamoró tirando su flecha al mar, esta obra ¿podría simbolizar la fantasía de Eros de ir al encuentro de la belleza de Psique y transferir ese amor de su madre a otra mujer, superar al padre y hacer de su Edipo, arte?