Pilar Gamboa es una gran actriz con una prolífica trayectoria ya que viene haciendo una carrera promisoria. Sus últimos protagónicos fueron dos éxitos de taquilla: en cine, “Cómo funcionan casi todas las cosas” dirigida por el genial Fernando Salem, película que batió todos los récords de cómo funcionan casi todas las películas ya que hace más de una año que está en cartel; y en teatro, “Vigilia de noche” de Daniel Veronese que, luego de su formidable suceso en el Teatro Picadero, comenzó su gira recientemente. Trabajó en numerosas e importantes obras de teatro y cine y, además en televisión (“Farsantes”, entre otros), y además recibió, entre otros, el premio Teatro del Mundo a la mejor actriz en el 2007 y en el 2010 fue ganadora del premio mejor actriz en competencia internacional del Bafici 2010 por su papel en la película “Lo que más quiero” de Delfina Castagnino. Pilar aceptó la entrevista para EL INCONSCIENTE con mucho entusiasmo y se acercó a mi consultorio empezando a hablar con la naturalidad y la consciencia de tomar una sesión de análisis, y así empezó…
Te cuento qué me motiva a venir. En la medida que voy creciendo y avanzando en la vida, me hago cada vez más preguntas y son esos períodos que parecieran, a simple vista ser una crisis, donde se siente que uno se descentra, se llena de preguntas y hay que recalcular. Me cuesta contestar quién soy aunque, no sé si uno se llega a conocerse profundamente, pero intento todo el tiempo el autoconocimiento. Conozco mi síntoma, trato de entender quién es uno y donde está ubicado el deseo, eso me ocupa mucho tiempo en mi cabeza…
¡Qué buenas preguntas para empezar! Quién soy y qué deseo…
¡Es que uno es tantos…! Una tía mía me dijo hace poco – y entiendo el lugar desde donde me lo dijo, algo así como: “deseo que sigas así, no cambies nunca”. Y me dije: “¡qué deseo raro ese!”. Yo le deseo a la gente que cambie siempre… Tengo 36 años y no paro de cambiar, de estar en movimiento. A los 28, 29 años viví una crisis muy importante para volver a reencontrar una identidad; y hace poco, otra. Me parecen vitales estos momentos de repensarse a uno mismo y mirar donde estás parado, sino la vida pasa y te arrasa, y por ahí pasó el tiempo y no pudiste siquiera averiguar algo tan básico – y complicado al mismo tiempo – como quién sos y qué querés. Cuando uno actúa es más fácil, te decís: “okey, hago de ésta mujer que es así y quiere esto” y es divertido, porque es un juego, pero la función termina… Bajás del escenario y al volver a tu casa, te preguntás “¿Y yo? ¿la vida de uno? ¿esa vida, hacia donde va?”. Yo no trabajo la actuación desde un costado muy psicologista, no pienso cómo fue la infancia de los personajes que hago, diría que soy más lúdica, trabajo más desde la energía teatral. El teatro es el sostén de todo. Y mi relación con la actuación es más parecida a un juego, como juegan los niños cuando juegan a inventar mundos y personajes. No me formé en la escuela de la memoria emotiva, la conozco poco. Diría que la única memoria emotiva que utilizo para actuar es la de la propia vida, del propio recorrido. No pienso en mi abuela muerta para llorar (risas), no me hace falta buscarlo en el recuerdo, la muerte ya está en uno, la rotura de corazón ya está en uno… La memoria emotiva es la de mi propio recorrido de vida. Igual esto es lo que a mí me pasa cuando actuó, no juzgo para nada otros métodos; cada actor se agarra de las sogas que quiere y puede para actuar y, todas son válidas si se cuenta la ficción. ¡Y eso es tan interno y peculiar! Yo siento la alegría de la infancia cuando actúo, como esa alegría del cuento de infancia donde uno no se preguntaba si ese cuento habría sido verdad.
Lacan decía que la verdad está en la ficción.
Totalmente, y yo hace un año que tengo una analista lacaniana…
¿Y la actuación, será tu camino para encontrar la verdad sobre quién sos?
Seguramente. Puede ser. La ficción es sincrónica con la propia vida. Eso es increíble. Pero a la vez la ficción no puede responder todo, porque podes descansar ahí y no hacerte cargo de quién sos, y sólo descansar en eso. Y no. Exige un trabajo personal por fuera. A la vez no puedo dejar de reconocer que el teatro, que es el lugar donde más experimento como actriz, tiene una sincronía espeluznante con los momentos de mi vida. Hace poco leí un reportaje a Augusto Fernandes que decía que los personajes eligen a los actores, como si los personajes andan por ahí, en el mundo de la ficción y son ellos los que buscan a los actores. Me pareció muy pintoresca esa manera de verlo, como si existiese un mundo paralelo, el de la ficción que anda circulando por ahí y tiene una vida propia. Me gustó mucho esa manera de explicar lo inexplicable de lo sincrónico. Bueno, eso pasa mucho con la literatura, uno lee un libro y siente que ese personaje está en algún lado, por eso da tristeza terminar un libro que te gustó. Porque esa gente, esos personajes que te acompañaron, en algún lado tienen que existir.
Hay una indagación constante en relación a tu ser que te llevó a la actuación y a sentar sentada en un diván. No parece que no te querés hacer cargo de quién sos porque sino no te formularías siquiera esta pregunta. ¿El arte te lleva a des-cubrir quien sos?
Claro, es una soga… ¡Y hay que ser tan valiente para descubrir lo horroroso que puede llegar a ser uno! A veces, es tan feo verlo o que alguien te lo diga. ¡Pienso en los vínculos amorosos y me parece tan importante saber quien es uno! Sino siento que todo es efímero, no porque tenga que durar mil años una relación, pero creo que las relaciones terminan pronto y son lábiles, porque la gente se conoce poco a sí misma. Todo queda en un plano muy superficial.
Y si uno se conoce poco a uno, mal puede llegar a conocer al otro y hasta puede salir corriendo si uno encuentra algo horroroso de uno en el espejo que nos ofrece el otro.
(Risas) ¡Exacto! Siempre fui muy vehemente y muy tajante, ahora puedo ver más los grises. Antes cuando alguien me irritaba mucho, pensaba que esa persona simplemente no veía el mundo como yo, y entonces listo, punto, me irritaba por eso. Ahora me pregunto por qué, ¿no habrá algo mío espejado en ese otro? No es simplemente eso de no tener piel, qué significa eso, el otro es un ser humano tan igual como yo. Y este espejo aparece siempre y en todos los ámbitos, en el amor, con los amigos, con el teatro, a uno le pasa algo para aprender de esa experiencia siempre. Ahora en “Vigilia de noche” estoy interpretando a Charlotte, esa mujer rota, pidiendo que la quieran, queriendo salir de ese vínculo tóxico y no pudiendo, mendigando afecto. Y me preguntaba cómo voy a componer a esa mujer si yo soy mucho más sana, a mi no me pasa eso, yo no armo vínculos tóxicos, y de pronto, me sale bárbaro (risas).
El teatro te lleva a analizarte.
Si, y también hay zonas de Charlotte que no tienen que ver conmigo, pero también ahí en la diferencia, uno se constituye y uno se encuentra.
¿Y en la diferencia con quién, vos te constituiste?
Y creo que con mi mamá, uno trabaja para diferenciarse de esa figura, igual después termina siendo gracioso porque haces todo para diferenciarte, y de golpe repetís cosas y te terminas viendo en ese espejo.
Lo mismo le llamaba la atención a Freud. Los pacientes en las primeras entrevista criticaban a sus padres y, al poco tiempo, comprobaba que ellos hacían lo mismo que aquello que detestaban de sus padres.
(Risas) Es sintomático, claro. ¿Qué es la familia? ¿Esa estructura que se arma? Es un poco perversa la institución (risas) y por algo tanta producción teatral de familias disfuncionales, ¿no? Estoy reconciliada con mis padres, porque pienso que hicieron lo que pudieron con las herramientas que tenían y no estuvo tan mal. Son gente buena, tuve una infancia linda, algo que me parece vital. Las personas que no tuvieron una infancia linda tienen que poner mucho esfuerzo extra. Sanar esa herida de los primeros pasos sin amor, deja una rotura, una marca, y siento que es más difícil. Tuve una familia amorosa, y una familia al fin. También por suerte uno llega a ese momento de la vida que se da cuenta de que no puede culpar más a sus padres. Ya está. Veo gente de 40 que sigue pensando que todo el mal es por culpa de sus padres y me parece un espanto eso. Hay que dar vuelta la página y poner el foco en uno. “¿Y vos, quien sos?, ¡basta con tus papás!” Es obvio que el psicoanálisis tiene eso de cuestionar a los padres y no está mal pensar en esas energías que crían seres humanos, ver la falta, pero también hay un momento en donde uno ya no puede poner más el foco ahí. A mi me daba mucho miedo el análisis, eso de pagarle a alguien para ver mis angustias, me resultaba una actividad muy burguesa. Tenía prejuicios sobre eso. Recién hace poco que estoy constante en mi análisis, a mí me cuesta la constancia. Toqué fondo y necesité volver a centrarme. A veces uno cree que puede solo, pero no podía sola. Es como una obra de teatro, la mirada del director es fundamental. Lo comparo todo con el teatro, habla tanto el arte y tiene reglas espectaculares.
Para mí el psicoanálisis es también un arte, el arte de construirse con otro, en ese sentido, se recuestiona a los padres para no repetir aquello que nos hizo daño.
Si, para mi también es un arte que se construye colectivamente, de a dos. Hoy puedo entender que hasta es importante pagar el análisis, y que era un prejuicio eso de que iba a hablar de mis angustias de chica clase media trabajadora. Vengo de una familia donde el sacrificio está bien visto. Es de una generación eso, es cultural, eso que las cosas cuestan. Mi mamá es española, mi abuela vivió la Guerra Civil española. Es difícil disfrutar del ocio sin culpa.
¡Y cómo vas a invertir en hablar y pensar en vos! Parece un lujo eso.
(Risas) Sin embargo, mi mamá siempre nos dijo a mi hermana y a mí que hiciéramos terapia. De hecho ella hizo algunas materias de psicología y todo.
Pero vos querías ser distinta a tu mamá, así que no ibas a darle el gusto.
(Risas) Por eso, y uno empieza a crecer y dice: “mi mamá en esto, tenía razón”. Y también aprender de la diferencia, de poder disfrutar muchísimo del ocio y que no dé culpa. Hubo amigos que me fueron enseñando este camino. Esteban Bigliardi, por ejemplo, un actorazo. El me enseño mucho a disfrutar. Nos conocimos estudiando y haciendo teatro, durante muchos años seguidos, y me acuerdo que siempre me fascinó su manera de disfrutar la vida, de ver el mundo. Me cae la ficha de cuánto aprendí de él, él me decía: “ahora tenés este trabajo que no te gusta (todavía no ganábamos plata con la actuación ni el ni yo), juntá plata y renunciá. No es grave. Mientras tanto siempre seguimos ensayando y estrenando, disfrutar esa forma “liviana” de verlo, me enseñó muchísimo. Disfrutar el presente, eso. Aprovechar todo. Lo pequeño. A mí me emocionan las pequeñas cosas, me conmueve ver que floreció mi planta, lo chiquito, el detalle.
Y como actriz se nota que acentúas el detalle y sos muy sutil.
Me gusta perseguir lo sutil, no lo subrayado. Es una forma de histrionismo. Pero el histrionismo en la actuación puede ser un arma de doble filo. A mí no me gustan los actores grandilocuentes que no le dejan nada para pensar al que mira y que dan todo servido. Y en general ese tipo de actores son histrionicos y magnéticos, pero hay que tener cuidado ahí, en lo grandilocuente. Uno lee un cuento de Raymond Carver y cree que no pasó nada, y cuando lo terminás de leer, sentis que te pasó de todo con una imagen nada más. Lo sutil de lo pequeño, no de las grandes cosas. Quiero seguir descubriendo lo chiquito, lo más chiquito. Esa es la belleza para mí. No tengo grandes sueños, no soñé nunca trabajar en televisión, o hacer cine. Empecé a actuar y me fasciné. Descubrí una vocación, descubrí algo que no voy a dejar de hacer nunca, tenía 18 o 19. Me daba mucha intriga la ficción y todo ese universo pero pensaba que lo abordaría desde lo universitario, desde lo intelectual. Así fue que hice unos años de Letras y todo. Pero en la primera clase de teatro descubrí que lo mío era poniendo el cuerpo. Y recuerdo producir algo en los otros, risas por ejemplo, y sentir una plenitud total de vocación.
De niña ¿te gustaba generar esos efectos en los otros?
Era buena imitadora, mis familiares me pedían imitaciones. Pero era bastante tímida igual. Pero bueno, siempre intentando agradar de todas maneras a los demás. El karma desolador de los actores, me parece.
Parece que la pregunta de quien sos viene por el lado de diferenciarte en ser aquello que le agrada al otro, o mejor dicho, lo que crees que desea el otro, y poder enfrentar algo del horror personal que todos tenemos para quererte con lo que no es tan agradable ni para vos ni para el otro. Quizás seguis siendo esa niña que provoca algo y que tiene un ángel de niña.
Siento que es un arma de doble filo. No soy consciente de ese ángel… Siento que esa niña está en mí y a veces quiero soltarle la mano. Porque muchas veces me hace ver el mundo un poco románticamente, entonces me desilusiono y sufro. Sufro con los vínculos. Siento que hay algo de esa mirada infantil que tengo que despedir, ¿no?
¿No sería como despedirte de vos en lugar de hacerla crecer a esa niña contra aquello que se espera de ella?
Si, y amigarme conmigo, porque sino sería ser otra persona.
Dejar de imitar a otra y no ser vos, y si sos esa niña que sueña con ese universo romántico, ¿porqué no?
Hay algo de lo más ingenuo que hace que me afecte mucho todo. He sentido que estaba en un vínculo que, en el contraste con el otro, me llegué a preguntar: “¿no éramos todo aquello que decíamos ser?” (silencio) No. Cuando voy para atrás, me digo: “esto no lo vi”.
Retomemos tu pregunta: ¿No será acaso que vos no eras todo aquello que podías llegar a ser? Quizás tenías que descubrir algo tuyo.
¡Y no sabes cuánto más tenía que ver de mi! (risas) Y en ese sentido, agradezco muchísimo todo lo que aprendí con cada vínculo amoroso. Pero si el otro no se conoce mucho a sí mismo, te va generando inseguridad. Y es así que uno se descentra mucho tratando de agradar al otro y de hacer todo bien. Y se pierde de uno mismo, del propio deseo. Será que el deseo es como una linterna que hay que saber apuntar para que ilumine bien.
Ya que haces análisis lacaniano, te cuento que Lacan dijo que “el deseo es el deseo del deseo del Otro» y estamos en el punto donde esta niña deseaba agradar a otros. Hay un brete, ¿Cómo se sale?
¡Ayudame vos! (risas)
Te estoy ayudando a que vos pienses como salir de ese descentramiento que produce el deseo de ser el deseo del otro. Tus preguntas, quien soy y qué deseo están enlazadas.
Deseo no ser el deseo del otro y sin embargo, la actuación en ese sentido apunta a agradar, porque uno está ahí para ser mirado y para ser deseado también. Uno no se sube al escenario para que la gente se vaya, uno se sube al escenario para convocar la mirada.
¿Y si dejas eso para el escenario, y no para la vida? Por algo todo lo comparas con el teatro, allí aparece tu verdad: en la ficción de vivir todo como en una obra de teatro.
Si… ¿Y si lo dejo en el escenario? Por eso me parece vital conocerse de manera individual, que uno le pueda decir al otro “esto es parte de mi miseria y me quiero modificar”, y que el otro tenga las herramientas para hacer lo mismo, que no sea una lucha de tener razón o poder. Ver la grieta de uno y del otro puede ser algo bueno también, pero para eso el otro tiene que querer ver… Estoy agradecida a mis relaciones por todo lo que aprendí y crecí, estoy en el camino, afirmada en el presente… con el trompo girando aún.
Parece que estas aprendiendo a hacer girar tu trompo y que nadie te lo gire… Mientras quieras agradar a otro, le das a otro un poder sobre vos, y ya empezás a tener ese poder cuando buscas quien sos y cómo dejar de ocupar el lugar del deseo del otro.
Y el deseo del otro es incodificable, esto de tratar de satisfacer el deseo de otro es erróneo siempre. Además, es un acto egocéntrico lo que depositás en la idea de lo que desea el otro. No quiero codificar lo que el otro quiere porque terminas equivocándote seguro y manipulando el agua para tu molino. Ahí el silencio en general, es la carta que usas en esos casos y el silencio es para no exponerse. Y no sé si sirve.
Y parece que no deseas callarte más.
¡No! ¡Sabes las cosas que estoy aprendiendo! Charlotte dice: “yo lo único que me compro es ropa interior de seda natural, no tenés idea de lo que hice por este hombre. Yo no soy de las que se quiere mucho, y el trata de abrir esa herida mía, la herida de la inseguridad”. Y eso me hizo pensar mucho en todo…
Y parece que esa sos vos, quien puede pensarse y quien puede cuestionarse. La inseguridad está en esa niña que deseaba agradar y por eso, queda pegada al deseo del otro. Esa demanda de amor y ese deseo hoy apunta a ser amada más allá de a quién le pueda agradar o no. Estas buscando hacer crecer a esa nena con tu trabajo de análisis y con la ficción del teatro donde se aloja tu verdad.
Si, en eso estoy.
Dejamos acá.
Del otro lado del diván
Luego de esta entrevista, me quedé pensando que uno de los aspectos esenciales que hace de Pilar una excelente actriz, es que sigue siendo una niña jugando con sus personajes. Escucharla hablar es escuchar a esa niña que desea agradar pero que en el camino de su crecimiento, interroga su deseo hasta sus últimas consecuencias. Y es allí donde Pilar se enfrenta con la paradoja a la que me lleva la conceptualización de deseo en la teoría de Jacques Lacan y, quizás por eso que nos resuena de Lacan, ella eligió un analista lacaniano, o al revés… Las cuestiones acerca del ser y del deseo son desplegadas desde el comienzo de la sesión, y en todo análisis que se precie – freudiano, lacaniano, kleiniano, winicottiano…tanto como cualquier corriente del psicoanálisis – ese encuentro con el propio deseo, es una cita ineludible. Ahora bien, la paradoja lacaniana, es que si bien el sujeto del Inconsciente está sujetado al Inconsciente del Otro y se constituye en el deseo del otro, o lo que sería en términos de Freud, el narcisismo de los padres sostiene el narcisismo de los hijos, y es a partir de esa alienación primordial, inevitable y necesaria en el desarrollo del cachorro humano, que el “yo puede advenir”. Así también, como señala Pilar, uno se constituye y uno se encuentra en la diferencia con el espejo del otro. La paradoja o el brete – del que me pide ayuda para salir – sin advertir que ya está saliendo cuando se formula éste interrogante, es: cómo lograr esa des-identificación con el otro si se aloja en el otro el germen del deseo. No ser el otro para Pilar y no acceder al deseo de ser su deseo, la descentra de sí porque su deseo la reenvía al otro y la paradoja es centrarse en hacer que su deseo se sostenga en la diferencia con el otro. En sus vínculos, conocerse es una especie de “defensa” para no caer atrapada en la captura imaginaria que ejerce ser el deseo del otro. Esta cuestión la acompañó desde su tierna infancia. Desde niña, Pilar encontró un lugar donde su ser y su deseo se anudaron: el teatro. Ella se distingue en el mundo de la actuación con los personajes que la habitan y en ese mundo, encuentra su “pilar”, aquel que la sostiene en la ficción y en su búsqueda de verdad. Sus personajes la eligen desde el instante en que ella se permite ser interpelada por ellos, infalibles protagonistas de su verdad. Al escuchar a Pilar comparar su vida con el teatro, recordé una frase escrita por Milán Kundera en su novela “La insoportable verdad del ser” donde decía algo así como que la vida era una obra de teatro sin ningún tipo de ensayo. ¿Será esto mismo aquello que Pilar está aprendiendo? ¿Acaso, tendrá que soportar y respetar la profundidad de su ser sin acceder a soportar (por agradar) la verdad de los vínculos efímeros con otros?
This iis a great post thanks
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Thanks You Jake K!
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