Fotos: Carlos Furman / Sol Schiller
En tiempos donde el amor parece morir de inanición pese a el hambre que desbordan el abanico de las redes sociales y las relaciones virtuales, en esta época donde ni se llegan a armar verdaderos vínculos ya que desfallecen por una suerte de dilución del deseo o por fobia al compromiso y sobre todo, por la dificultad de subjetivar al otro, Claudio Tolcachir se anima a escribir un relato donde el amor es el principal protagonista.
En un mundo donde parece que “todo da igual”, y las relaciones entran dentro del orden del mercado porque con sólo click se puede obtener (o creer) que se encuentra el “producto” buscado, (según diferentes parámetros de edad, estatura, intereses, etc. ), me resulta una propuesta transgresora que se hable del amor para poner en cuestión nuestros actuales paradigma. El impacto de esta obra radica en que es una historia de amor a través de Skype, dos soledades que se conectan a kilómetros de distancia geográfica, y algo que se empieza a gestar en ese intercambio desconociendo en principio, si podría llegar a tener algún porvenir ese tipo de relación.
¿Me elegís porque estoy lejos? Es una pregunta que suele aparecer frente a la fobia al contacto que se manifiesta cada vez más al momento de concretar un encuentro presencial (y frecuentemente, se constata que la mayoría pueden chatear meses sin jamás concretar un encuentro). Acaso, si estos dos seres se llegaran a encontrar un día cuerpo a cuerpo, ¿qué garantía habría que la química sexual exista entre ellos y no forme sólo parte de una fantasía proyectada en el otro sustentada sobre la base del intercambio por Skype? Estos interrogantes quedan abiertos, y la única certeza que trasunta la obra, es la de la posibilidad de construcción de un vínculo amoroso entre dos personas que comienzan a dejar de sentirse tan solos y a lanzarse a sentir que el amor puede existir entre ellos. “Uno está enamorado cuando se da cuenta que esa persona es única”, nos señalaba Borges acertadamente. Y esa relación a distancia los tornó próximos en tanto pudieron re-conocer en el otro esa singularidad que los hacía únicos a los ojos del otro.
Con una puesta en escena original, ya que cada uno dialoga con el otro desde la computadora o el celular pero comparten el espacio escénico y hasta se superponen los cuerpos sin tocarse, Lautaro Perotti y Santi Martín se manejan fluidamente en el espacio como si estuvieran en lugares diferentes, y realizan una interpretación magnífica de sus personajes.
Es una obra que aborda un tema muy actual, ya que es cada vez más habitual que las personas se conecten por medio de internet o a través de viajes, y con más frecuencia deben viajar por motivos económicos y laborales y deben contactarse con sus familias por este medio. Esto arma nuevas subjetividades y nuevas maneras de vincularse donde el cuerpo no tiene protagonismo más que como un objeto de la fantasía del otro. ¿Cómo pensar la comunicación si del amor se trata, sin que el cuerpo esté presente? Otro interrogante que se abre.
Lo interesante de la obra es que no juzga a la tecnología sino que la toma como una práctica social actual que genera efectos. Analiza sus consecuencias sin atribuir un juicio de valor.
¿La utilización de estos medios puede coadyudar al desarrollo de una fobia para no tomar el riesgo que implica enamorarse, o bien, puede ser una nueva forma de abordar el amor donde el deseo y lo sexual advenga como efecto de un intercambio previo más profundo? La obra plantea que podría ser tanto una cosa como la otra, uno de los personajes, el argentino es más osado y el otro es un “gallego cagón”. Razón por la cual, el uso que se le da a los medios que nos ofrece internet, queda al gusto del “consumidor”, ya que es notable que existan muchas parejas que se conocieron por medio de diversas redes y sostuvieron una historia de amor, y otras que no resistieron ni el primer encuentro. Todo depende de cómo y para qué se quiera utilizar las redes, si para tapar la fobia, la soledad, la depresión y gozar de la inmediatez de tener a un otro (cualquiera) con sólo apretar un botón o, si existe el deseo de poder conocer y singularizar al otro para atreverse a amar, en una época que, como diría Tolcachir, donde “el amor es una revolución”.