Basada en un libro de Roberto Arlt que no llegó a terminar interrumpido por su muerte en 1942, intitulado “El desierto entra en la ciudad”, Pompeyo Audivert realiza una adaptación libre que rescata la modalidad poética e sarcástica con que Arlt trataba la realidad trágica del ser humano.
Al comienzo y muy de a poco se comienza a comprender que hay una multitud que sigue al César con cuatro personajes principales: un mendigo, un abogado, un sacerdote y un bebé, Seres condenados a obedecer un mandato con roles bien definidos: víctimas y victimarios. La dialéctica del amo y del esclavo de Hegel y su relación de interdependencia está muy desarrollada en esta obra. Lo más interesante es que Arlt y Audivert no contextualizan esta problemática, no es parte de un momento histórico-social sino que esa atemporalidad le otorga el carácter de lo que constituye al humano como tal, el poder preguntarse dónde está, para qué está en este mundo y por qué sentirse condenado a continuar con un destino que parece ya marcado de antemano.
La puesta en escena es impecable en todas sus dimensiones, la escenografía es impactante y la iluminación crea el clima necesario como para que los personajes, donde se destacan en la maravillosa interpretación a Daniel Fanego, Roberto Carnaghi, Juan Palomino y Mosquito Sancineto, puedan lucirse en sus composiciones. Personajes que hacer resonar en los espectadores interrogaciones que retomó con las palabras de Audivert: “¿no será que siempre estamos naciendo y muriendo, reencarnando una y otra vez en otras máscaras? ¿No estamos siendo abducidos por una mecánica histórica siniestra a unos quehaceres absurdos, a una farsa que nos ausenta de nuestra verdadera identidad, de nuestro sentido de ser en el mundo?
Y estas preguntas nos tocan de manera potente porque son constituyentes del sujeto sujetado al Inconsciente y al discurso del Otro que nos puede alienar y llevar a vivir una farsa. El “coro” al estilo shakesperiano es un recurso utilizado para mostrar la necesidad de seguir a un líder como si fuera un dios y darle el poder de nuestros destinos. Y aquí cabe otra pregunta, ya que aún a sabiendas que ese líder puede usar ese poder que se le otorga para un fin que puede llegar a ser destructivo: ¿por qué se lo sigue a ultranza? ¿Será acaso producto de una modalidad infantil y primitiva para eludir el hacernos responsables de nuestros actos al delegar a otros ese poder?
Audivert nos muestra, con humor e ironía, que el poder no es sólo de un líder sino de los medios masivos de comunicación que los sostienen y promueven la repetición de slogans de un discurso alienante.
El principio y el final tienen un broche interesante que nos deja pensando sobre nuestras angustias existenciales, la búsqueda del sentido de la vida y además sobre quiénes somos y hacia donde nos dirigimos como sociedad. Es una obra que impacta por lo que metaforiza pero tiene momentos donde resulta densa, quizá por la complejidad de los temas que aborda, y porque en algunas escenas parece perder su rumbo y su ritmo, y la dinámica teatral se ralentiza. Pese a esto, es una obra muy recomendable ya que nos muestra que es el arte que hace que el ser humano se desaliene de los dispositivos de poder, instituyendo nuevos espacios de interrogación como esta obra teatral de Audivert. El poder de generar algo nuevo como este hecho artístico, nos hace formularnos preguntas y logra como efecto que se pueda poner en tela de juicio gran parte de de las creencias prestablecidas. Es al sentir éste aire de libertad teatral que se desencadenará otros espacios de pensamiento colectivo.