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“Todo es Edipo”: ENTREVISTA A EDUARDO ROVNER Por Dra. Raquel Tesone

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Eduardo Rovner es una célebre y reconocido autor y director teatral; nombrado recientemente “Personalidad Destacada en el Ambito de la Cultura”. Recibió innumerables premios, entre los cuales está el premio Casa de las Américas; primero y segundo Premio Nacional de Dramaturgia; galardonado como “Embajador de la creatividad argentina en el mundo” por la Universidad de Palermo de Buenos Aires; premio Argentores en cuatro oportunidades; premio ACE; Teatro XXI; Konex…. Es autor de más de 50 obras, entre ellas “Volvió una noche”, “Cuarteto”, “Compañía”, “Lejana tierra mía”, “Teodoro y la luna”, “La mosca blanca”, “Los Velázquez”, “El hombre lobo”, “Te voy a matar, mamá”, “Tinieblas de un escritor enamorado”, “La musa y el poeta”… Muchas de ellas fueron representadas en diferentes países: Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Perú, Puerto Rico, Costa Rica, Cuba, México, Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Finlandia, República Checa, Eslovaquia, Israel, Australia. Cierta cantidad de sus obras ya fue traducida al inglés, al checo, al eslovaco, al francés, al alemán, al finlandés, al portugués, al polaco, al italiano, al rumano, al esloveno y al croata.

Eduardo me recibe en su casa con calidez y cordialidad, tiene varias bibliotecas llenas de libros y su departamento está decorado además con muy buen gusto y bellos objetos artísticos, todo esto, refleja su personalidad que dieron como resultado un encuentro maravilloso.

Un gran honor para mí ser recibida en tu casa por un dramaturgo tan célebre en el mundo. ¿Te sentís tan apreciado en nuestro país como en el exterior?

Si, te voy a dar la primicia, el lunes 6 la Legislatura me nombra Personalidad Destacada en el Ámbito de lo Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, estás invitada al acto. Hay que ir temprano, porque como fui director del San Martín, ya me confirmó mucha gente que van a venir. En Facebook puse una invitación donde escribí: “orgulloso” y abajo puse que me gustaría que me acompañen y esperaba tener 200 respuestas y tengo más de 1.000 de personas que ni siquiera conozco.

Y esta condecoración luego de recibir tantos premios, ¿sigue siendo importante?

Sí, siempre importa. Cuando uno empieza a escribir, hay un motor que se genera en las ganas de pertenecer a un ámbito que uno admira, a un grupo, al mundo teatral, y también tiene que ver con trascender. Más universalmente, te diría que es con tener un lugar en el mundo, quizás, universalmente y psicológicamente.  Esto con esfuerzo y talento se va desarrollando y se cumple o no se cumple. Y al principio, el tema de los estímulos como son los premios, es muy importante. Cuando yo gané el premio Casa de las Américas, me dije: “esto es lo más a lo que yo podría aspirar”, y después vinieron cincuenta premios más. En ese momento recibir el premio hispanoamericano más importante, era algo que no lo podía creer. Hay una anécdota muy linda con ese premio. Me llamaron del Correo Central, estaba en casa tomando un café con uno de mis hermanos, y me avisan que yo gané el premio y me largué a llorar, y le digo: “¡¿me lo repite?!”, y yo seguía llorando, y la mujer me dice: “no es para llorar, es para reír” (risas). Y mi hermano se preocupó y me dijo: “es una buena noticia”. Allí tiene que ver con el cumplimiento de un sueño, pero llega un momento que uno siente que el sueño se cumplió, que el camino está hecho y que todo lo que viene, ésta frase no me gusta: todo lo que viene, es yapa. Estoy en una etapa de mi vida que todo es yapa. Encima a los treinta años yo era un ingeniero exitoso, y músico, psicólogo social, y desarrollaba todo muy bien. De repente, se me dio por escribir y la gente me decía: “¡vos estás loco!”.

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¿Y cómo te volviste así de loco?

(Risas) Desde la adolescencia me la pasé leyendo teatro. El teatro tiene una característica muy importante que es la acción. El discurso no es teatro, el discurso es narrativa. Cuando era chico me regalaban las novelas de Salgari, Jack London, y una novela tiene acción pero tiene mucha descripción y cuando llegaba a esa parte, yo me aburría, todas las descripciones me las salteaba, como que me preguntaba: “bueno, ¿pero qué pasa?”. Un día llegó a mis manos un libro de teatro, y ahí no me aburrí más.

Como en tus obras, siempre pasa de todo, y son atemporales, como las obras de Kafka.

En Praga se está dando una obra mía que se llama “Volvió una noche”, no te la pierdas, eh?

¡¿Me tengo que ir a Praga?! Claro que me encantaría volver a esa bella ciudad, pero el dólar está subiendo…

(Risas) ¡No! Yo te la mando por mail. Vos sabés que como se da hace años, fui a Praga muchas veces y como unas diez veces, a la casa de Kafka. Inauguré con el Embajador Argentino, la primera estatua de Kafka en Praga, porque vos sabes que en la República Checa, a Kafka no lo querían, hasta hace poco no lo reconocían, porque él escribía en alemán, era muy culto. Cuando vos lees “La metamorfosis” o “El proceso”, son atemporales, porque la fantasía de convertirse en bicho, ¿no es universal?

¡Y al revés! Algunos de mis pacientes vienen sintiéndose una oruga y terminan metamorfoseados,  desplegando sus alas para poder volar.

¡Qué interesante! Y hablando de los checos, hay un novelista muy famoso checo que es Ian Neruda, y es divino, pero Pablo se llama Neruda por Ian, el apellido de Pablo no es Neruda. Se lo cambió por él.

No sabía esto.

Nadie lo sabe. Trata de conseguir libros de Ian Neruda.

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Lo haré con gusto. ¿Y vos pensás que el hábitat hace al escritor? Existió un Kafka o un Ian Neruda porque nació en Praga, esa bella ciudad atemporal, o ¿Existe un Rovner porque nació en Argentina?

Eso lo incluye pero me di cuenta que hay algo más. El origen del escritor es algo que lo hace escritor y el hábitat también.

Señalo el habitat, porque hablando de Kafka, él rompió con el mandato de origen del padre de ser abogado y se convirtió en escritor.

Es que el escritor es el que siempre rompe mandatos. ¿Qué padre quiere que su hijo sea escritor? Un padre quiere que el hijo sea ingeniero, médico, en otro tiempo tenían razón, ahora es un caos. Para mí es bárbaro que el joven que vino a sacarme las fotos Damián, se dedique a la fotografía, porque tiene el mismo valor que un ingeniero. Yo soy ingeniero por mandato, porque con eso podía ganarme la vida; de los cuatro hermanos, tres fuimos ingenieros y uno arquitecto. Igual con una mezcla entre lo técnico y lo artístico, el mayor es pianista, el segundo es cantante lírico, el tercero es escultor, y yo toco el violín.

El más difícil de los instrumentos.

No sé si el más difícil, pero es el más ingrato. Tengo un violín precioso y quise volver a tocar, tenía un sonido espectacular, pero mis dedos ya no daban. Es ingrato porque si tocas mal el piano, no molestas a nadie, pero si tocas mal el violín…, yo llegué a tener miedo que me tiren algo por la ventana (risas). ¡No me soportaba escuchándome! Los cuatro hermanos nos reuníamos a hacer música y mis padres tenían amor por la música, eso que mi padre de profesión era tenedor de libros, pero le encantaba la literatura y escribía muy bien, hacía narrativa. Creo que influyó en mí porque él me leía Pushkin en ruso, no entendía nada, pero para mí era música y todos me dicen que soy musical al escribir. Cuando escribo una obra, la leo como si fuese una partitura, buscando los movimientos. Y lo otro que influyó fue el origen. Mis padres nacieron en una zona que dependiendo de la época, quedaba en Rusia o Rumania, se llama Kishinev (para los rusos) y Kichinow (para los rumanos).Y esto del origen, lo descubrí cuando fui director del San Martín porque invité al Embajador de Rumania y él me dijo que conocía otros autores de teatro de allí, y que era el lugar que más teatros tenía y siempre están siempre a sala llena. Y eso no lo sabía. Y a pocos kilómetros de Kishinev, nació Ionesco. Esto no es místico. La influencia del origen con la cultura se transmite por los padres. Cuando escucho la música que escuchaba mi mamá, uno siente otra cosa, y siento el ritmo de la escritura. Respecto al habitar, yo me voy a Cariló a escribir, y en todas las caminatas, se me ocurre algo, y puedo escribir acá, pero el contacto con la naturaleza te lleva a otra profundidad. Creo en las raíces de los árboles, acá en la ciudad estás conectado con lo social. Si estoy nervioso, salgo y abrazo un árbol. No me animo a generalizar, eso me pasa a mí. Otro te dice: “dame cuatro paredes y un whisky y me pongo a teclear”.

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¡Bukowski! (risas). Y de tu madre no me hablaste, ¿no tenías buena relación?

No fue buena. Mi analista me decía, cuando me analizaba que la relación con mi viejo era estupenda, él me llevaba a todos lados y jugábamos. Hablo en pasado, no es que no quiera analizarme ahora, me analicé muchos años y hace algunos años tuve un conflicto con uno de mis hijos, y volví a consultar para saber cómo manejarme. Trabajar en análisis me ayudó a repensar mi relación con mi madre. En “Volvió una noche”, trato el tema de una madre que volvió de su tumba, para ver si su hijo cumplió con los mandatos que le había dejado. Y la obra es un éxito en todo el mundo, y ahora puedo decir: “gracias, mamá”.

La reviviste en una obra para procesar tu relación con ella.

Pienso que toda obra es un intento de reparación. Es que uno deja de ser hijo, cuando escucha a los padres. Mientras no escucha a los padres y se escucha a sí mismo es hijo, a cualquier edad. “Volvió una noche” se creó luego de diez años de la muerte de mi madre, yo tenía 26 años cuando murió, y cualquier problema que tenía, ya sea con las mujeres o en el trabajo, la culpa era de mi mamá (risas). Un día estaba acostado en la cama y me imaginé que se me aparecía, no como algo misterioso, y me decía: “hace diez años que me morí, ¿por qué no me dejas descansar en paz?”. Y desde ese momento fue la primera vez que la escuché y pude escuchar que su necesidad era descansar en paz. Hasta ahí la miraba desde mis necesidades. Y hablando de los misterios, conocí en uno de mis viajes a una crítica húngara, Silvia Husar, y me dijo que ofreció esta obra y que les interesaba hacerla en el Festival Ionesco en Kishinev, y ella me lo ofreció sin saber que mis padres nacieron allí. Me dan deseos de llorar porque es inexplicable. Tengo mucha resistencia a lo místico y ahí está el ingeniero. ¿Te imaginas? ¡“Volvió la noche” la madre muerta en Kishinev!

(Risas) Y eso hace que tus obras sean famosas en el extranjero también ya que es un tema universal la relación madre/hijo.

Famoso como autor en Argentina no lo soy, como autor es muy difícil que seas famoso, soy reconocido en el medio teatral y cultural, pero la gente no te conoce, y yo no aspiro a eso. Lo que sucede es que el estilo de mis obras, tienen mucho que ver con el estilo centroeuropeo. En el estreno de “Volvió una noche” me decían. “usted es uno de los nuestros”. En el ’91 como director del San Martín, invité a Arthur Miller a dar unas charlas, y hablando de la crisis del teatro, algunos la atribuían a la televisión, al cine, los videos, internet, todo lo que compite con el teatro. Y al final, Miller dijo: “todo eso es verdad, pero Tennessee Williams, Alvin, Eugene O’Neill y yo (tenía el derecho de incluirse), escribimos para la gente”. No sé para quienes escriben los jóvenes hoy, creo que hay jóvenes que escriben para ellos y para una élite, entonces, a la gente acá no les llega, no van a ser reconocidos por una cantidad de gente sino por un tipo de gente que accede a ese saber. Por eso se dan en todo el mundo cien veces en cada lugar. Shakespeare a todos les llegaba, porque más allá de los reyes y de la lucha por el poder, los conflictos entre los personajes, son los que tenemos hoy, contados de una manera bellísima. A mí me pasa lo mismo, llego fácilmente a un público y a otro es más difícil. Pero ¿sabés que pasa, Raquel? El teatro no es uno solo, el teatro son muchos: teatro de revista, el comercial, el de entretenimiento, y dentro del teatro de arte, está el teatro de Av. Corrientes, los teatros off, los teatros off-off, los off-off-off (risas). ¡Hay de todo! Y no todos tienen un público no totalmente diferente pero cada tipo de teatro llega de otra manera a determinada gente. Es como vos decís, una obra como “Volvió una noche” que estuvo diez años en la República Checa y once años en Montevideo, y tres temporadas en Estados Unidos, toca un tema universal. A cada lado donde va, se queda años, si hasta en Finlandia se dio varias veces. Acá la hizo primero Mabel Manzotti en La Plaza y después Norma Ponds. Pero sí, anduvo mejor en otros países.

Respecto a la obra “Compañía” que está actualmente en cartel y que para cubrirla te pedí el libro porque los diálogos eran muy potentes, ¿Cuándo lo escribiste pensaste que anticiparías un tema muy de estos tiempos como el poliamor?

En parte si, y en parte no. “Compañía” tiene por lo menos, trescientas puestas en todo el mundo, pienso porque es fácil de hacer, tiene tres actores. Te decía que en parte no me había dado cuenta mientras escribía de algunas cosas, y con tu nota de la obra te dije que vos apreciaste cuestiones que yo no las hubiera imaginado. Por ejemplo, el monólogo de Magda pega muchísimo, es como que replantea todo lo que pasaba en esa pareja, y yo no lo sabía. ¿Sabes en quién pienso mucho? En Pichon-Rivière, éramos amigos y trabajé con él, y él quiso dirigir la primer obra mía, y él decía que el artista es un ser que se anticipa. Me di cuenta de la fuerza que tenía ese monólogo final mucho después que lo escribí.

Magda es el agente de cambio que viene a denunciar una disfuncionalidad pre-existente en esa pareja.

Exactamente. En principio, me atrajo mucho la idea de este “ingenuo” que empieza a contar naturalmente a su esposa que se acostaba con otra, después me apareció la escena de la violencia que me encantó, eso de de atar a alguien para convencerlo de que las cosas serían mejor así. Ahí estaba plasmado lo que hizo el proceso militar en nuestro país, la escribí para esa época, porque esa obra ganó el Premio Municipal en el ’91 o en el 90. Y después con Magda, me jugué hasta el fondo, sin creer mucho en lo que decía Magda, yo no estaba convencido y hasta hoy leo eso y me hace ruido, pero la gente sale conmovida. Hoy en día se toma el final que yo escribí y no entendía, como algo posible. Una vez escribí una escena que Pichon-Rivière leyó y me dijo: “¡esto es Edipo!”, era un personaje que se quería arrancar los ojos. Yo le dije que no lo pensé nunca, y Pichon me contestó: “mejor, sino no lo hubieses escrito nunca” (risas). Hoy está de moda en el teatro mostrar la familia disfuncional pero qué familia es más disfuncional que la de Edipo. Se casa con la madre, mata al padre, ¡¿qué venimos a descubrir?!

En tu caso, descubriste lo que podía pasar con Edipo en este momento social donde hay un intento de reunir el deseo al amor rompiendo con el pacto monogámico donde el deseo corre el riesgo de disociarse del amor: la mujer madre y la puta afuera.  El problema es que actualmente, no sólo no se asocia el deseo con el amor, sino que todo se disuelve como dice Baumann cuando habla de amores líquidos.

Pienso que el intento de juntar el deseo al amor es porque en el amor se cree en la monogamia. Entonces, ¡hablemos de la monogamia!

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Te escucho.

¡No, no, yo de eso no sé nada! (risas) Tengo tres matrimonios, yo he aprendido viviendo, porque si vos me preguntas si estoy de acuerdo con lo que dice Rovner en “Compañía”, te digo, no sé si estoy de acuerdo, digo: “¡qué pelotudo!” (Risas). ¡Porqué no se la jugó y listo! Tener la aventura, ir a la casa, y entender que ella es la mujer y no la amiga a quien le puede contar sobre su aventura o jugarse por la aventura. Pero al hacer la obra era inconsciente que esto podría pasar pero hoy día, ya no hay una verdad, hay una Iglesia que se está cayendo, hay instituciones religiosas que ya no funcionan y esas son las que mantenían las reglas de la monogamia. Creo que es un momento de transición en el que pasa de todo. Yo tengo 65 años, no soy ningún pendejo y me adapto fácil. Mi abuelita nos miraba y nos decía: “locos” pero no se ponía mal. A mí me pasa lo mismo, hoy las cosas son así, son impredecibles, pero no me pongo mal.

Y tus obras rondan sobre lo impredecible…

Es que el primer sorprendido tengo que ser yo, sino no la escribo. Pensá que yo pasé de la ingeniería a la psicología y mi relación con Pichon-Rivière, y con Ana Quiroga que somos muy amigos. A mi la escuela de Psicología Social, me marcó y me cambió.

¿En qué sentido?

El hecho de centrarme en los vínculos. Mi primer obra en el año ’76 se llama: “Una pareja” y como subtítulo: “¿Qué es mío y qué es tuyo?”, pero no a nivel material sino a nivel psicológico. Esa obra la quería dirigir Pichon, pero ya estaba enfermo y no iba a poder tener ese trabajo, pero nos reunimos varias veces trabajamos en la dirección juntos. Yo dirigí “La mosca blanca”, y ahora en cartel hay otra puesta que me gusta mucho más que la que dirigí yo.

¡Qué humildad!

No es humildad, uno sabe sus limitaciones. De dramaturgia yo creo que sé mucho, ahí no soy humilde. La dirección de actores la hago bien, sin dudas, pero la puesta me cuesta, la iluminación, tengo buen gusto, pero no voy a tener el vuelo que domina un director. Y como te decía ya en segundo año de la escuela de Psicología Social me di cuenta que todo pasaba por el vínculo, y antes de esto, yo estaba metido en mí mismo. Y a esto se ha vuelto actualmente, a ese individualismo. Es una época que se hace muchos monólogos y los que hacen monólogos es porque no escuchan, no es teatro, lo natural es el diálogo, en el monólogo te escuchas a vos. Ahí es donde rompo con una regla de la dramaturgia que es el protagonista y el antagonista, y yo creo que cada uno es protagonista, lo que hay es lucha de objetos de deseo. Para darte un ejemplo, Otelo es el protagonista, el antagonista es Yago que es quien lo convence que Desdémona es infiel para que Otelo la mate. Sin embargo, podemos pensar que el protagonista bien puede ser Yago, porque está enamorado de Desdémona, y ella no le da bola. La obra se podría llamar Yago. Todo lo podemos ver de esta manera, y así podríamos decir que el protagonista de Hamlet es el fantasma del padre. Vi una puesta en Europa Central, donde el padre no sólo aparece en la primera escena, sino que aparece cada tanto, mirando lo que pasa, y en el final cuando Hamlet muere el padre se tira sobre el cadáver del hijo llorando porque se da cuenta que la culpa de todo la tuvo él. Si el padre no le hubiese contado lo que pasaba con la madre, no se hubiese armado todo ese quilombo y no moría el hijo. Entonces ¿quién es el protagonista? El padre. Pichon decía en joda “si un amigo de Hamlet, le hubiera dicho: “che, Hamlet por qué no te dejas de joder con tu vieja y tu tío. ¡Déjalos vivir tranquilos”. El quería buscar una verdad que era la del padre. Te vas a reír con esta anécdota de Pichón, él me decía que quería escribir una obra de teatro que se llame: «¡Finishela, Hamlet! (risas). Y esto es porque en cualquier obra hay conflictos, pero no de personajes, hay conflictos de objetos de deseo. Esto implica un trabajo diferente para el autor, porque de esta forma, a cada personaje le tengo que dar entidad de protagonista, en mis obras, todos tienen sus razones.

Por eso en “Compañía” si bien es el marido que puede provocar celos con la entrada de otra mujer a su esposa, vos planteas que es él quien puede tener celos del vínculo que se gesta entre ellas dos.

Por eso cuando Magda le está haciendo masajes a la esposa, me dije: “¡esta no me la pierdo!”, esto le tiene que dar celos a él. Como director, la mujer atada quisiera que tenga expresiones de placer cuando la otra le hace masajes.

IMG-20180514-WA0007Ingresas en la complejidad del psiquismo humano, porque lo que estás mostrando es que el poliamor no evita los celos, no elude el sentimiento de traición de los protagonistas, y eso hace interesante tu obra. Se anticipa a la idea de que la lucha del objeto de deseo, puede destruir el deseo, ya que en una sociedad de consumo, se propone al otro como un objeto de deseo reemplazable y fácilmente descartable.

El tema es que los sentimientos existen y no los podes eludir, la cuestión es cómo cada uno los maneja. Puedo tener ganas de matar a alguien, y después de hacerte cargo de esto y de tantos años de análisis, vivo queriendo matar a todos (risas). Salgo con el coche, y quiero tener un tanque y pasar por arriba de un colectivo (risas). Y respecto a la lucha del objeto de deseo y el amor, si el objeto de deseo no se singulariza, eso ya no es amor. Y lo que hay que entender es que igual todo es Edipo. Entonces, lo que hay que tratar, es de no salvarse de los sentimientos, sino de ser conscientes y saber cómo manejarse con lo que uno siente. Así es como se sostienen los vínculos.

Después de esta charla, ya siento el placer de haber construido un vínculo con vos. Muchísimas gracias por tu tiempo y voy a leer “Volvió una noche”, porque debe ser una genialidad. 

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