¡Qué mejor para atravesar un verano europeo que visitar la colorida ciudad de Berlín! La excusa siempre perfecta es: La Bienal de arte contemporáneo, la isla de los museos, un típico snichzel, la catedral y sus jardines, pasando por la puerta de Bradenburgo, o bien, perderse en la inmensidad de uno de los lugares con más historia de Europa.
Me encuentro frente a la iglesia de souvenir de Berlín, aquella catedral de estilo neorománico que fue destruida durante la 2da guerra mundial y que los berlineses no reconstruyeron, como muestra y huella para el recuerdo. Allí en Berlín hay un lema subrepticio que sobrevuela esta ciudad: «prohibido olvidar ». ¡Un encanto de lugar!
Camino por el pulmón de la ciudad, el parque Großer Tiergarten, donde me encuentro cara a cara con la torre Siegessäule y pocos minutos después la puerta de Bradenburgo me espera radiante. A pocos metros se encuentra la academia de Bellas Artes, donde puedo obtener una vista panorámica de la Plaza París.
Berlín es un lugar que invita a caminar y recordar. La obra de arte en memoria de los judíos muertos en el holocausto es una cita obligada, me veo rodeado de paneles de losa de gran altura que se convierten en un laberinto. El arquitecto Peter Eisenman fue quien la creó y dejó a libre interpretación su obra, ya que una imagen vale más que mil palabras. En ese laberinto se puede sentir la impotencia, la asfixia y la sensación de sin salida, como si los paneles se nos vinieran encima.
En la isla de los museos, es recomendable sacar la entrada para ver todos, pero el más impactante e imperdible sino cuentan con un día entero de inmersión en el interior de los museos, es el museo egipcio que cuenta con una de las colecciones más antiguas del mundo (en la bella Ciudad de Torino hay un museo egipcio que cuenta también con una colección muy importante), y con solo apreciar el
Busto de Nefertiti, ya vale la pena ingresar a ese universo de antigüedades extraoridinario.
Por último, tomar un tren y recorrer el barrio Charlottemburg con su bella arquitectura, sus finos y delicados restaurantes, y finalmente, mi visita al castillo de Charlottemburg me deja sin palabras: una perla en el oeste de la ciudad, donde camino por un jardín estilo francés, repleto de flores y puentes. Desde allí puedo adentrarme en la historia de este bello espacio arquitectónico creado en homenaje a la reina Sofía Carlota de Hannover. En su interior me siento deleitar con la segunda colección más grande de arte clásico francés fuera de Francia. La colección de porcelanas quedará grabada en mi retina por siempre.
La riqueza tanto histórica como cultural que me brindó Berlín, me da ganas de visitarla tantas veces como sea posible y esta será, sin dudas, la primera de unas cuantas visitas más.