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PUNDONOR – Dramaturgia y Actuación: Andrea Garrote Co-Dirección: Rafael Spregelburd / Andrea Garrote – Por Dra. Raquel Tesone

 

pundonor Foto :Sandra Cartasso

pundonor Foto :Sandra Cartasso

Esta obra teatral es la mejor clase de Foucault que tuve en toda mi carrera universitaria y una de las mejores clases de teatro; Andrea Garrote está a la altura de los unipersonales más notables de nuestros más grandes artistas, tales como Cristina Banegas en “Los caminos de Federico”, Rafael Spregelburd en “Spam”, Pepe Cibrián en “Marica”, Diego Velázquez en “Escritor fracasado” o Marilú Marini en “El día de una soñadora”, por nombrar a quienes  dejaron una huella imborrable en mi Inconsciente. Y como si esto fuera poco, Andrea Garrote nos ofrece como plus, un curso de dramaturgia con un texto inteligente con una incisiva dosis de cáustico humor y, a la vez, contiene una lucidez intelectual revulsiva logrando abordar un tema altamente complejo como es la filosofía de Foucault. Lo más destacable es que nos enseña su filosofía generando un clima de suspenso en el espectador y desatando carcajadas por la situación “aparentemente” patética en la que se encuentra su personaje: la profesora Claudia Pérez Espinosa.

La composición de la protagonista es refinada en la utilización de todos los recursos teatrales que exaltan su talento y potencian su presencia escénica en múltiples sentidos. Allí es donde se puede visualizar la combinatoria impecable que Andrea y Rafael Spregelburd realizan en la co-dirección donde se exprime en su máximo esplendor la solidez con que se maneja esta brillante actriz en el escenario. La apropiación del espacio escénico es inmediata haciendo ingresar a los espectadores a su “aula” y consigue hacernos sentir sus “alumnos”. Muestra de esta especie de transferencia, es haberme sorprendido de encontrarme a mi misma  contestando algunas de las preguntas que lanzaba con ironía socrática a sus supuestos “alumnos”. Los guiños de complicidad con el público que sigue de cerca a Spregelburd y a Garrote, se traslucen en cada detalle, desde cómo se instala la protagonista en esa suerte de diálogo con el público, hasta en los cambios de dinámica en la actuación, pudiendo provocar en el público una intensa conmoción emocional (e intelectual) en un pasaje que nos lleva de la risa al llanto, sobre todo en el final de la obra.

foto sandra cartasso

Sandra Cartasso

Luego de un incidente que le costó una licencia “psiquiátrica” -y esto no es un dato menor en la investigación de Foucault sobre la locura-, la profesora regresa a dictar cátedra logrando poner en cuestionamiento aquello que se considera como “loco” en relación a la idea formada (forjada) de normalización. Y es justamente, esta circunstancia que, al tiempo que la deja expuesta y la fragiliza, acciona como disparador para hacer detonar las premisas de mayor hondura con las trabaja la filosofía foucaultiana. Por eso cabe remarcar que lo que parece patético en la protagonista de esta historia, es aparente, porque si bien se trata de mostrar una imagen que no es políticamente correcta de ser exhibida por una profesora universitaria (aquí lo femenino se pone en el tapete),  sin embargo, es esta ruptura con la imagen la que permite anudar el saber filosófico. Es en este punt d´honor donde la delgada frontera entre lo que dignifica y no, se rompe a punto de perder la dignidad que se trasunta desde una imagen que hace ruptura como un espejo que estalla en pedazos, siendo precisamente este quiebre lo que va a dar lugar a la aparición de la subjetividad que singulariza su saber. Ese pundonor quebrado finalmente posibilita que los alumnos / público comprendamos a fondo, en vivo y en directo, cómo armamos la idea de “verdad” y naturalizamos aquello aceptable o no socialmente en base a la manipulación tejida por las redes de poder. Cuando dice: “…vamos a desplegar cómo funciona en el sujeto la maquinaria del poder y de qué manera lo moldea convirtiéndolo en un engranaje que reproduce a su vez la maquinaria. El sujeto es moldeado y moldeador”, aquí el personaje se ofrece como objeto de estudio.

¿Y cómo logra transformarse en el propio objeto de estudio para su clase?

Garrote se pone en la piel de Claudia Pérez Espinosa, la corporiza al punto tal que nos la hace “ver” hasta creer que asistimos a la clase de una Doctora en Sociología que hace jugar su imagen de profesora universitaria entrecruzándola con el discurso filosófico y demostrando que la imagen es una trampa tendida por el poder para apresar nuestros cuerpos y controlarlos. La escena donde saca una cantidad de cosas que tiene en su cartera, además de ser de un humor desopilante, nos habla de cuántos objetos inútiles nos venden como indispensables para rellenar la cartera de toda dama que desee ingresar al universo del orden de lo “femenino”. Tal como cuando se pregunta por qué usa zapatos de taco y “¿qué dicen? Dicen: he aquí una mujer con un desarrollado sentido de la responsabilidad civil, que exalta su feminidad aceptando caminar sobre una base no natural, devenida en un in-a-na-tómico fetiche como signo de sumisión al mercado”.

pundonor Foto :Sandra Cartasso

pundonor Foto :Sandra Cartasso

A través de ponerse como ejemplo, está peculiar profesora, nos enseña la relación entre el saber y el poder y al escucharla una se pregunta por qué un profesor no debería exponerse como objeto de conocimiento para que cada uno desde su saber pueda cuestionar su lugar de poder. ¿Y quien dice que no puede ser así y qué eso justamente implicaría romper el molde que nos moldea y nos modela sin dejarnos ser ni apropiarnos de nuestro propio saber? ¿Y qué es el saber? La profesora nos explica que el saber “no es más que lo que un grupo de gente comparte y afirma que es la verdad. Y es a través de esta verdad que el poder define lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, el poder controla nuestros pensamientos y nuestra voluntad aplicando un proceso de normalización”. Entonces, ¿por qué tratar como “loca” a quien otorga singularidad a su propio saber repensando los conceptos de verdad desde lo más subjetivo? Este interrogante me ha interpelado cuando tuve la oportunidad de haber ocupado ese mismo lugar dentro de una Institución psicoanalítica siendo profesora de distintas materias, entre ellas “Sujeto, alienación y cultura” y en una Universidad dentro de la cátedra de “Psicología Social”. En ambas cátedras tuve el lujo de preparar mis clases de Foucault que era uno de los autores del programa de estudio. Aquí es donde encontré un punto de identificación con este personaje en sus cuestionamientos: ¿cómo enseñar a Foucault asumiendo un posicionamiento singular desde el lugar de poder que uno ocupa dentro de la institución? ¿Ejemplificar con anécdotas personales o situaciones vividas en diversas instituciones, es un desvío ilícito para abordar el objeto de conocimiento?  Sin embargo, poder jugar con mi propia subjetividad me ha permitido abrir el debate entre mis alumnos y que se produzca un trabajo de pensamiento productivo. Durante esas discusiones, se desplegaban insólitas argumentaciones y a veces muy picantes, y solía fantasear que si Foucault presenciaba esa escena, aprobaría con placer que se pueda cuestionar el saber institucional dentro de la misma institución. Quizás por esto mismo es que en esta nota, al igual que el personaje, me encuentro relatando algo de mí como un efecto de la misma obra teatral que eyectando el saber foucaultiano te cala hasta las huesos y nos lleva a repensar el propio atravesamiento del lugar de poder/saber. Así lo desarrolla la profesora Peréz Espinosa: “…hoy en día ese saber-poder no lo tiene dios, lo tiene el mercado y sabemos que lo mejor es dejar libre al mercado para que solo lo controle la mano invisible. Hoy por suerte sabemos de la mano invisible. Estoy hablando de una mano invisible. Somos como los antiguos egipcios que creían que su faraón era hijo directo del sol, y debemos honrar la deuda que nuestro propio acreedor pidió y gastó por nosotros porque la especulación financiera es sagrada cuando siglos atrás se llamaba usura y era pecado…”. Fue al costo de renunciar a mi puesto dentro de una institución que planté que si dábamos cátedra de “Análisis institucional”, ante los conflictos que presentaba la crisis económica del país y que nos afectaba teniendo que reducir los programas y el tiempo de estudio, no era coherente resistirse a ser ayudados en una intervención institucional por parte de un asesor externo. No fue aceptada mi propuesta ya que los miembros de la institución se resistían a buscar otra hendija por donde salir más airosos que degradando la calidad de la formación sumiéndose a las leyes del mercado. La disociación entre el discurso y la experiencia se me hacía evidente. Y esto es uno de los tópicos que desarrolla la obra de Andrea Garrote, allí donde su personaje dice: “yo quería hacer un trabajo de campo, o sea, estas experiencias, para esbozar una posibilidad de acción, no quedar girando en falso en la teoría, me interesaba hablar de una ética política poética…”. Yo también. Por eso me retiré de algunas instituciones y por ese motivo perduro en otras que me lo facilitan. Y por esto mismo creo necesario relatar mi experiencia docente en esta nota, así como directora de una revista que opera como estimulante de una experiencia, al decir de Claudia, poética ética y política.

 

Otro de los aciertos de la obra es la modalidad irónica con la que el personaje se desenvuelve para graficar conceptos sumamente complejos, funcionando como el resorte que desata las carcajadas en el público, como cuando dice “…el conocimiento nos da la sensación inversa de que nos trasladamos a vivir en una muñeca más grande y luego comprobamos que estamos adentro de otra y de otra y que no se puede ir abriendo al medio a todas hasta salir de estas siniestras muñecas, porque no hay conciencia humana por fuera de las mamushkas porque la conciencia está hecha de ellas. Ni siquiera la palabra mamushka existe realmente, es matrioshka”.

Hay un momento que los espectadores parecen reírse nerviosamente del sin salida en el que estamos todos inmersos dentro de un total estado alienación social (y siendo conscientes de esto), y es la protagonista que lo denuncia y, paradójicamente, es a partir de esa denuncia que nos muestra el intersticio desde donde podemos zafar de la trama hilada desde el panóptico donde nos controlan en esta sociedad disciplinaria. “Hay fuerzas que sujetan al sujeto: el lenguaje, el poder, el mercado, el inconsciente”. Y Freud nos señala que si hacemos consciente lo Inconsciente instalado desde la transubjetividad, podemos acceder a des-sujetarnos de aquello que nos gobierna.  La profesora nos plantea este gran desafío al manifestar que “…es el lenguaje el que dispone de vos, simple ser humano. ¿Creés que has fundado todo el sentido? ¡Ja! Mirá, eres un producto y, ¿un producto de quién?”. Claudia Pérez Espinosa para reintegrarse luego de su licencia, cuenta con mucha comicidad que iba a desayunar a sacarse selfis para subir a las redes y probar que no estaba loca. Ahora bien, me pregunto ¿lo loco no es tener que probar con una imagen y en una interacción con otro virtual, que está “todo bien”? ¿Puede estar “todo bien”? ¿No será acaso, ese mismo rechazo al conflicto vital, a las emociones que nos conectan con el otro, aún las que no nos gustan, lo que nos hace seres en proceso de involución y sujetos sujetados no solo a nuestro propio Inconsciente sino a un sistema alienante? Entonces, ¿cabe transgredir para liberarse o mantenerse en los márgenes? Estos interrogantes que hacen a la filosofía de Foucault se ponen en escena en esta magnífica obra: “Ser rebelde, no implica ser libre. El rebelde está en diálogo con la orden. Desobedece, ergo: está atascado al sistema. ¿O acaso nosotros no luchamos solo las luchas que el sistema admite que luchemos?”

Esta obra es de un lujo descomunal a todo nivel (emocional, intelectual, teatral, actoral, y más), pero sobre todo porque es la prueba viviente que sí existe una hendija desde donde podemos salir de la alienación social: Andrea Garrote y Rafael Spregelburd lo hacen desde su lugar de poder y saber teatral abrazando a Foucault, yo desde mi lugar de psicoanalista y directora de la revista, ¿y vos? ¿Qué podes hacer con “…esa conciencia, esa cosa que piensa nos tentó, nos sedujo, nos creó hábitos, nos esclavizó y nos convirtió en algo menor, algo que trabaja para ajustar los tornillos de la jaula en la que nosotros mismos somos las rejas. ¡Foucault, señores, un santo, un sádico! Pasen y vean; somos el campo fértil para el desarrollo de una idea loca y catastrófica que nos gobierna la mente mientras nos entretiene con el espectáculo de nuestra propia extinción”?

Vos podes, en principio, ir a ver esta obra que te hará pensar donde encontrar tu intersticio, como diría Foucault a partir de tu práctica social, organizando dispositivos que deconstruyan los paradigmas que nos dominan para construir otros que nos humanicen y nos liberen.

Un verdadero homenaje a Foucault y al teatro de vanguardia argentino.

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