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AL DIVÁN ANDREA GARROTE – Por Dra. Raquel Tesone

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Andrea Garrote nace en Buenos Aires, es actriz, dramaturga, directora y docente. En 1994 junto a Rafael Spregelburd funda la compañía El Patrón Vázquez. “La Modestia”, “La Estupidez”, “La Paranoia”, “Buenos Aires” , “Todo”, «La Terquedad», » Tres finales» son solo algunas de sus obras estrenadas con las que hasta la fecha han realizado diversas giras por Latinoamérica y Europa representando a la Argentina en los más prestigiosos Festivales Internacionales del mundo. Escribe “La Ropa”, obra que fue representada por más de una docena de compañías en Argentina, Colombia, Uruguay y España. Escribe y dirige “La Dama o el Tigre, en los días humillantes”, “Siempre Tenemos Retorno”, “Niños del Limbo” y «El combate de los pozos». Ha publicado sus obras y varios artículos sobre teatro.

Es autora de la serie «Mi señora es una espía». Dirige “Los borrachos” de Antonio Álamo y “Nadar perrito” de Reto Finger, entre otras. Desde 1996 dicta talleres de actuación y dramaturgia para actores en Argentina, Latinoamérica y España. Los talleres se realizan todos los años en el ciclo Perfecta Anarquía en dónde muestran su producción. Como actriz ha trabajado en teatro con Javier Daulte, Rubén Szchumacher, Matías Feldman, Vivi Tellas, Laura Yusem, entre otros y en varias películas: » Relatos Salvajes», «El patrón radiografía de un crimen» entre otras y series. Por su trabajo como actriz, como directora y dramaturga ha recibido numerosos premios y nominaciones: Trinidad Guevara, Teatro XXI, Teresa Constantini, María Guerrero, Florencio Sánchez y Premios de Teatro del Mundo. Ha sido jurado de premios de dramaturgia y producción artística.  Es titular de la cátedra Dramaturgia dos y tutora de los proyectos de graduación de la Carrera de Dirección escénica de la Universidad de las artes.

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Actualmente en cartel, es la protagonista de la obra de su autoría “Pundonor” y co-dirigida por ella y Rafael Spregelburd.

Por Dra. Raquel Tesone

Supongo por todo lo que escribís que ya has pasado por un diván…

Yo me analicé muchos años y también hice diván, y me pegaba unos cuelgues muy buenos. La primera vez que consulté tenía 14 años, lo que sucede es que el psicoanálisis entró en mi casa desde muy chica. Mi hermano estudió psicología, y mi otro hermano también, uno es lacaniano y el otro gestáltico.  Yo soy la más chica, y mis hermanos fueron mis aperturas y son los dos muy geniales. Luego la mamá de mi mejor amiga era psicoanalista y era un personaje. Todas las noches estaba despierta y nos hablaba desde un lugar muy desfachatado del psicoanálisis.

Y a los 14 años, ¿cuál fue tu motivo de consulta?

Fue la época de mayor angustia de mi vida,  una angustia deforme típica de la adolescencia y al mismo tiempo, sabía que había otras lecturas de las cosas, y necesitaba saberlas ya. Y yo ahora, Doctora, venía a consultarla (risas), porque sé que hay personas que pueden decir en un momento: “bueno, el mundo es así y listo”, y hay otras, a las que les cuesta pensar que el mundo es así y listo. Yo sigo preguntándome, angustiándome, indignándome. Preguntas que me fui formulando en mis últimas tres obras de teatro. El teatro es una de las formas más amorosas y certeras que tengo de pensar el mundo. Es un lugar de absoluta vitalidad y felicidad, pero como se puede ver en mi obra Pundonor, siempre hay una pregunta que se va repitiendo y es: ¿qué hacer? En mi obra Niños del limbo, hay una profesora de literatura del barrio, se le metían unos ex-agentes de inteligencia que planean un atentado y ella contentísima, colaborara con el caos, sirviendo un mate, calentando café, y la cuestión era qué pasa con la clase media que vive en su mundito, esto en los finales de los ’90, hasta que la realidad se les termina metiendo. Podrás imaginar la cara de ella de darse cuenta de esto… En mi otra obra, Combate de los Pozos, era un grupo de diputados que se quedaban encerrados en el Congreso, infames, vulgares, una especie de prostitución de la clase política, parecido a una reunión de consorcio que están en la rosca, pero sin brillantez, y luego esos mismos actores se transformaban en un grupo que querían sacar un segundo número en su revista sobre ciencias políticas y entraban en crisis, el primer número fue un fracaso, los artículos eran buenísimos, pero la revista era ilegible, no tenían dinero ni para pagarle al de las empanadas, mientras iban hablando sobre el bien y el mal, y tenían charlas cada vez más filosóficas y más inservibles para la vida (risas). Y ahora con Pundonor, pienso que la tercera es la vencida. Acá ya le discuto a Foucault sobre qué hace el intelectual si igual está inserto en el sistema, y con su lenguaje reproduce el sistema, y Claudia, el personaje que dice que estudio todo esto porque quiso encontrar la hendija, los intersticios para salir de esto.

¿No crees que Pundonor justamente sea la hendija? ¿No hace honor a Foucault que cada uno de nosotros desde su lugar de poder y saber, arme un dispositivo para encontrar ese intersticio desde su práctica social, como él mismo proponía? Desde tu rol de dramaturga y actriz, estás ofreciendo una respuesta a una demanda social hacia quienes nos preguntamos lo mismo, y esa podría ser una de las razones por la cual las entradas estén agotadas dos meses después del estreno de la obra.

Puede ser… pero también hay una parálisis del saber, como cuando el personaje dice: “Si fuera más ingenua podría ser militante de un partido político y nunca pude”. Y es verdad, nunca me pude entregar a eso, lo que sucede es que siento que la gente me gusta más grupalmente, en el teatro, el juego teatral, amo mis grupos de alumnos, y me gusta mucho lo que hago… Ahora esto que decís de Pundonor… Hay una pregunta con una respuesta implícita.

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Sos vos la que está diciendo que conoces bien las preguntas de Claudia Espinoza, (el personaje de la profesora), vos quien demandó analizarse desde chica para no enloquecer frente a las angustias que te habitaban confrontándote con el mundo, y sos vos la que está pudiendo hacer con tu arte y talento algo por el mundo.

La gente que me dice que esta obra la necesitaba, que es una obra necesaria, da cuenta de este efecto. Y estoy gratamente sorprendida y agradecida con estos comentarios. Me dicen que es una obra inmensa…

Y lo que dijo Rafael Spregelburd en la entrevista de tu libro y de tu actuación. Si hasta Mauricio Kartun te elogió, y Kartun no regala elogios a nadie. Entonces me parece que tu angustia está transformada en tu obra, tu hacer es un acto creativo.

Sí, pero la salida es individual, es de Claudia y me pregunto qué pasa en las apuestas a la aventura conjunta.

¿Y estas devoluciones de tu obra no forman parte de una aventura conjunta? ¿Y este encuentro? ¿No será acaso que te da miedo hacerte cargo de tu poder?

Podría ser… Siempre fui muy reacia al medio visual, fue una elección de tener un perfil bajo frente a la televisión, y no me arrepiento, porque a mí me gusta más el teatro, el escenario. Y si tuviese que asumir una situación más pública ahora, quisiera hacerlo desde el lugar de poder dar una palabra, un pensamiento. Quizás recién ahora…

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Quizá recién ahora te das cuenta que no estás impotente frente a tu angustia y que podés hacerla producir. ¿Será la angustia de poder? Y ahí es donde Foucault viene a interpelarte y vos, ¡le das un zapato en la cabeza! (la foto de la obra Pundonor nos muestra un zapato en la cabeza del filósofo francés Michel Foucault)

(Risas) ¡Y Foucault es pelado como mi papá! (Risas) Pero no, mi papá nada que ver, sí, era un pelado simpático que nos hacía pensar, pero no era un hombre de teoría, ni de academia. Y elegí esa foto que está tan simpático Foucault para ilustrar la obra. (Silencio). ¡Mirá a dónde voy! Mi padre era muy interesante porque era muy contradictorio, él quería algo más convencional para sus hijos, pero él no lo era. Cuando era joven se escapó de su casa para viajar con su moto pero a nosotros después nos predicaba desde un lugar un poco conservador. Vivió experiencias feas con los curas, y no los soportaba, pero sin embargo, nos hacía ir a la Iglesia, tenía que ir a misa, a un colegio religioso, y yo discutía por qué, cómo podía ser lo mismo matar que no ir a misa, o me decían que me iría al infierno, y después él me decía: “a mí me encantaría ir al infierno” y se mataba de la risa. Era muy amoroso con sus hijos pero una figura de autoridad total y muy convencional. Siempre cuento anécdotas con él, nos hacía pensar todo el tiempo. Planteaba un problema, si las reglas de ese juego convenían o no convenían, y yo estaba con el cubilete por tirar los dados, pero había que pensar acerca de eso. O me decía que agarre un libro de la biblioteca, “El discurso del método” y se lo tenía que explicar a mi papá.

Foucault se cuestiona las reglas, lo que es correcto o incorrecto, normal o anormal… Y tu padre con el juego de cuestionar las lecturas, ¡¿crees realmente que no tiene nada que ver con Foucault?!

Diste en la tecla porque siento que esta obra en el personaje de Claudia está más mi papá. Yo soy más parecida a mi mamá, en cómo hablo, hasta en mis dolores de panza, o en mi amor por la docencia, pero si Pundonor… tiene ese humor de los Garrote, que con algunos de mis primos habíamos dicho de renunciar a esa ironía, porque esa ironía es una agresión.

Tu obra contiene mucha ironía y nos da un zapatazo a todos. ¿Cuándo escribiste Pundonor?

En 2016. Sí, mi papá murió antes.

Una obra donde podés repensar el legado de tu padre.

Si, además el Proceso, en mi familia hubo desaparecidos y exiliados.

Tal vez tu padre se hizo más conservador porque en la época de la dictadura ser poco convencional tenía su costo.

Si fue así, no creo que fuera algo consciente, quizás inconscientemente sí. Lo que siempre estuvo planteado era la cuestión de por quién y para quién está hecha la ley.

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Justamente de eso habla Foucault con su obra“La verdad y las formas jurídicas”.

(Risas)  (Silencio)

Y parece que desde niña en ese mundo de grandes te hacías un montón de preguntas, con una mamá docente, con un padre que con sus contradicciones te hacía pensar, y con esos hermanos geniales, ya te armaste una visión del mundo con un universo interior muy rico.

Pero sin embargo mi padre decía: “pobrecita Andrea que es chiquita y que es mujer”.

Ese es tu motivo de consulta: darte cuenta que sos mujer y no sos pobrecita.

¡Sí!

Entonces, ¿cómo tener poder? Ahora hay que darse cuenta que ya no sos chiquita y que como mujer podés encontrar la hendija para no quedarte “empobresitiada”. Esto implica apropiarte de tu saber y de tu poder, al decir de Foucault.

(Risas) ¡Tengo que ponerle el taconazo a ese otro pelado: a mi papá! (risas).Y el afiche de Pundonor lo hizo una mujer y en la obra se cuestiona la condición de una mujer… Y sí, en la obra estoy con tacos. La imagen de la pollera en la obra sale de una pesadilla de mi madre que estaba en bombacha y era un sueño horrible, y lo tomé. Mi mamá lo contaba divertida pero para ella era angustiante. A mí el tema de la locura siempre me aparece, suelo pensar en algún personaje que no está corrido. El otro día fue un grupo que se juntan el camarín, y se armó un debate entre los que decían que Claudia estaba loca y todo el resto decía que no estaba loca, justamente en la dirección en la que el trabajo con Rafael, queríamos que la taba no se dé vuelta para ningún lado. El final nos producía mucho conflicto porque tenía que poder ser y no ser.

¿Qué será ser mujer para Andrea Garrote? ¿Qué será estar al desnudo con todo lo mujer que es? ¿Mostrar todo su poder y no ser ni loca ni pobrecita?  

Según uno de mis hermanos, yo no era ninguna pobrecita y los estaba manipulando a todos (risas). Siempre había muchos puntos, y siempre estoy hablando de eso, de que una situación está hecha de muchos puntos de vista.  Para mi hermano yo en realidad era mala y tenía más poder que todos.

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Si tener poder, significa ser mala, entonces había que hacerse la víctima, la pobrecita… Entonces, ¿cómo construir tu subjetividad femenina y tu punto de vista? Desde la perspectiva de tu papá, ser mujer es ser pobrecita, para tu hermano, una mujer con poder es mala y manipuladora, y desde el punto de vista del sueño de tu madre, una mujer en bombacha podría representar una mujer erótica o castrada, algo que parece estar ligado a la locura. Justamente abordas en tu obra a Foucault que trabajó exhaustivamente el tema de la historia de la sexualidad y de la locura, con un personaje femenino que seduce, hace reír con su ironía, y a la vez, nos da un zapatazo por la cabeza para hacernos pensar.

El terreno de la seducción no lo puedo entender, como si fuera sólo femenino o masculino, porque hay diferentes maneras de desplegar y vivir la seducción. No sé qué es ser mujer, la pregunta sobre qué es ser persona es más fácil, pero qué es ser mujer o qué es ser hombre… Me parecen preguntas que implican la deconstrucción, al revés, no es eso, no es aquello, todos deberíamos sacarnos varios adjetivos de encima. La obra termina con este ser o no ser, una apoteosis sartreana como un rezo, yo sabía que ella tenía que hacer un acto performático al final porque era lo único que podía decir que está loca o está haciendo algo para zafar de que la vean como loca. Si se hubiese hecho la loca, no la verían como loca. Para mí eso es el teatro, ella zafó porque se puso a actuar… ¡Y yo creo que yo zafé cuando me puse a actuar! (risas)

Si, exactamente, eso te ayudo a deconstruir todos esos puntos de vista, el de los hombres de tu familia, tu padre y tus hermanos, y ahora hay que construir a esa mujer que es tu gran pregunta.

Y ésta buenísimo que pueda surgir esta pregunta. Y me vine con una campera verde.

(Risas) Dejamos acá con el detalle de tu hermosa campera verde.

DEL OTRO LADO DEL DIVÁN

La personalidad de Andrea cabalga entre una gran fortaleza y una ternura infinitamente profunda, lo que le otorga una belleza muy particular. Ella aún no ha terminado de descubrir-se en todas sus dimensiones -que son múltiples- para lograr darse cuenta de todo lo que hace para que ese mundo que la interpela y al que cuestionó desde muy pequeña, pueda transformarse.  Andrea bien podría ser una muy buena política, pero como ella bien señala, ni siquiera pudo ser militante, porque descree de todo lo establecido. En principio, su demanda de análisis desde su adolescencia ya nos habla de su búsqueda personal desde el trabajo de pensamiento y desde el anudamiento con lo emocional. Tiene la valentía de romper con lo instituido y en consecuencia, hacer una dramaturgia de vanguardia que haga quiebre con los géneros teatrales convencionales y que conjugue la tragedia y la comedia, lo absurdo en interjuego con lo real, lo intrapsíquico con lo vincular y social. Sin embargo, esto a Andrea no le alcanza porque no se termina de hacer cargo de su poder, hay un lugar de “pobrecita” donde se sitúa a nivel Inconsciente pero del que desea correrse. Es en ese sentido que Rafael Spregelburd se instala como su interlocutor válido operando en una combinatoria impecable con ella ya que representaría en su imaginario el símbolo del “hermano” genio que la habilita en su saber y en su poder; requerir su mirada para la co-dirección de Pundonor, es una confirmación de esta fratria. Signo de la impronta femenina con la que está en conflicto debido a que la enfrenta con las contradicciones que vienen del lado de la figura paterna: ser mujer es ser “chiquita” (achicarse) y “pobrecita” (ocupar un sitio sin apropiarse de su poder: empobresitiarse). Pundonor es una obra donde la elaboración del duelo del padre se hace producción y donde se expone como mujer siendo re-conocida por los hombres, como los nombrados en la entrevista, los célebres dramaturgos Kartun y Spregelburd, aunque ella se esconda detrás del personaje de Claudia. Este personaje se permite “desnudarse”, y Andrea retoma el sueño de la madre que se hace carne en la escritura de la hija. Texto donde convierte la angustia de su madre en una pregunta: ¿hay algo de lo femenino que se puede mostrar sin correr el riesgo de quedar estigmatizada como “loca” y sin que provoque angustia de castración la diferencia? ¿Puede ser lo femenino un valor tal que sentirse mujer pueda ser algo vivido sin pudor y como un honor? Estas son algunas de las preguntas de Pundonor -hay muchísimas más en la obra- que retornan durante la entrevista.

Andrea sabe bien lo que no es y lo que no quiere ser, ni será. Andrea dice no saber qué es ser mujer pero hay un enigma que se resuelve en su escritura y en los personajes que le permitieron encarnar a las mujeres que no se anima a ser por temor a ser tildada de loca. Hay en ella una mujer que sabe la mujer que es a nivel Inconsciente y hay una mujer que ya deconstruyó todo lo necesario para llegar a ser quien es. Esa mujer tiene un gran saber y poder, sólo necesita hacerlo consciente y hacerse cargo de este proceso singularizándose para seguir construyendo su subjetividad femenina y devenir la mujer que desea ser.


   

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