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Tiempo de responsabilidad – Por Flavia Mercier

Retorno del fascismo y otras formas de odio

Por Flavia Mercier

¿Qué le pasa al sujeto que se somete sumisamente, sin ofrecer resistencia, a ser un engranaje de la máquina social como denunció Marx? O peor aún ¿A ser el centinela de la sociedad disciplinaria que le somete a él mismo, como describió Foucault? ¿Qué miedos tan ancestrales –ya estaban en la caverna de Platón-, se despiertan en él, ante el que, justamente, desafía –o no puede someterse, simplemente- a ese destino? ¿Qué hace que se convierta en la boca que repite las manipulaciones de discurso de un sistema voraz que se lo fagocita? ¿Por qué siempre creemos que a mí no, que eso sólo le va a pasar a los otros? ¿Por qué olvidamos aquello de Niemöller que nos advertía que si no salimos a defender a los otros ya nadie quedará cuando a quien vengan a buscar sea a nosotros, a cada uno de nosotros, ‘a mí’? ¿Qué pasa con ese espejo que no funciona y no vemos ‘a mí’, ahí, en el lugar de ese otro?

¡Cuidado con el lobo!, nos advertía un cuento infantil. ¿Lobo está? ¡Qué viene, qué viene!, decía un juego de niños. Pero el lobo ya está entre nosotros y esto no es un juego de niños ni un cuento infantil. De hecho, la moraleja ya la conocemos y sin embargo nada se detiene.

Hace ya tiempo que se advierte del riesgo de fomentar o de plegarse a un discurso del odio. No voy a decir nada nuevo diciendo que hay un discurso que fomenta el odio, el odio al otro, basado en el miedo al otro; o peor aún, basado en el horror por la existencia del otro. Lo que preocupa enormemente es que, aun conociendo ese discurso del odio y sus consecuencias, se abraza el mismo sin pudores.

Hace poco me decía alguien muy preocupado por el avance actual de la intolerancia y el consiguiente retroceso en derechos fundamentales que esta trae, que no se creía las elecciones de Brasil: “No puede ser que los negros voten a un racista, no puede ser que las mujeres voten a un machista, no puede ser que los homosexuales voten a un homófobo…” ¿No puede ser? ¿Seguro? La historia dice que no es la primera vez que los totalitarismos surgen del voto popular… “Pero ahora hay historia, deberíamos haber aprendido algo de la historia…”, pueden decir alguien… deberíamos… pero…

Deleuze y Guattari dicen en el “El Anti Edipo” que Reich nunca fue mejor pensador que cuando se rehusó a explicar el fascismo por otra explicación que no sea el deseo: “no las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta perversión del deseo gregario”. Y recuerdan que, en ese sentido, todavía queda sin responder el problema fundamental de la filosofía política que planteó Spinoza “¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si fuese su salvación?

Para Deleuze y Guattari el campo social está inmediatamente recorrido (es decir, sin mediación, ni sublimación, ni transformación por ninguna operación psíquica) por el deseo, que, a su vez, es su producto históricamente determinado. Retoman en este punto las tesis de Foucault, según las cuales somos todos sujetos de discurso y que nuestro deseo está producido por las relaciones de poder.

El discurso, en los términos en los que lo analizó primero Foucault y más recientemente muchos otros, promueve el sometimiento de los individuos al hacer circular modelos de familia, de ciudadanos, de trabajadores, ‘de éxito’; sirviendo así de soporte a unas determinadas relaciones de poder que, en el marco de un determinado saber, legitiman esos modelos como verdaderos.

En resumen, desde que en la Modernidad el Liberalismo planteó que el estado podía ser un contrato entre individuos libres, libertad que cada individuo podía alcanzar por la vía del conocimiento objetivo -ese que desde la Ilustración sólo puede aportarnos la ciencia en oposición al oscurantismo religioso del medioevo-, y que esa misma ciencia alumbró una técnica que permitió la revolución industrial, y con ella el ascenso de la burguesía como clase dominante en contra de una aristocracia absolutista, y la formación de una clase obrera convencida por el romanticismo de su libertad y sus derechos; surgieron dos dilemas, uno para el estado naciente, otro para el capitalismo naciente -y en el fondo, el mismo-: ¿Cómo controlar “la masa”, cómo disolver la “resistencia”?

El liberalismo y la Ilustración sembraban así de paradojas al mismo estado y sistema económico que alumbraron. Según Foucault la solución a este dilema la trajo la peste que provocó “esquemas disciplinarios”. El ordenamiento de la reclusión que requería la peste para su control imponía no sólo el aislamiento de los enfermos sino todo un sistema de vigilancia que incluía la parcelación de la ciudad en distritos de vigilancia sobre la que regía toda una jerarquía de poder -desde el síndico del barrio al alcalde de la ciudad- que velaba por el cumplimiento de unas normas de conducta. ¿Cómo expandir esa disciplina hasta todos los confines de la sociedad? La respuesta la trajo la invención de una máquina perfecta de vigilancia: el panóptico de Betham. Diseñada como prisión perfecta y “humana”, porque no necesitaba recurrir a los castigos físicos para disciplinar, basaba su eficiencia en dos principios fundamentales: la vigilancia debía ser visible e inverificable. Es decir, la arquitectura panóptica ponía en el centro del espacio una torre de vigilancia visible desde todos los ángulos, tal que cada recluso recordara la presencia vigilante, sin que pudiera verificar cuando efectivamente era vigilado. De esta manera el control se convertía en auto-control. Nacía el “Gran Hermano”.

Esa disciplina de vigilancia se extendió a cada institución (escuelas, hospitales, centros de salud metal, medios de prensa, …) mediante los discursos que antes explicamos para ‘crear’ individuos que se controlaran solos. Porque el poder ya no se ejerce por la fuerza, ni siquiera se puede pensar como una sustancia que alguien posee o ejerce sobre otro, sino que estamos en una red de relaciones de poder que lo instrumentan a través de cada ciudadano que está en una posición de poder sobre otro. Por eso es necesario que el discurso promueva una verdad, para que someta por la vía del deseo. El modelo que promueve es deseable, tiene atributos deseables. Todos deseamos ser así y nos comportamos como conviene a aquellos que más se benefician del status quo de esas relaciones de poder, gozando incluso de cierta ilusión de libertad individual… para exigir que el otro se comporte ‘como se debe’.

El objetivo de las disciplinas o tecnologías de poder ya no sólo es lograr la docilidad de los cuerpos, sino su utilidad en el marco de la sociedad capitalista. Entonces cuando para la acumulación del capital resulta necesaria la “acumulación de hombres” como decía Foucault se construye un discurso sobre el trabajocentrismo que promueve el “self-made man”, discurso que en un perfecto ejercicio de gatopardismo ha ido cambiando para mantener los efectos. Y cuando al neoliberalismo le interesó achicar el estado y un hombre-consumidor, el discurso promovió un individuo autónomo que se hiciera responsable de sí mismo, para así legitimar el desamparo en el que dejaba a muchos, y reforzar el valor de cambio del trabajo igualándolo a una moneda.

Y en ese punto Deleuze y Guattari tienen razón, la historia es contingente, sucedió como sucedió, pero pudo haberlo hecho de otra forma o pudo no haber sucedido. Ningún hecho histórico es malo o bueno por sí mismo, ni explica el devenir histórico. En ese sentido el discurso del odio está siempre latente ahí. Preguntémonos entonces, ¿Por qué, en determinado momento, las huestes humanas en gran masa se pliegan a él?

Todos adolescentes

En el psicoanálisis se habla de la imposibilidad de integrar las pulsiones en la adolescencia. El sujeto experimenta un aumento de tensión pulsional que desborda la posibilidad de control del yo, tal que el deseo se experimentaría sin objeto definido, procediendo entonces el sujeto a evacuar la tensión pulsional mediante descargas parciales en distintos objetos. Y así hasta alcanzar la madurez, en la que el sujeto sería capaz de encontrar una manera de sublimar sus pulsiones descargándolas, por ejemplo, en un trabajo; o encontrar un objeto amoroso hacia el cual orientar su deseo.

Sin embargo, lo cierto es, que el capitalismo nos sumerge a todos en una adolescencia sin salida. En una sociedad líquida como la que describió Bauman, con vínculos líquidos o que se evaporan con demasiada rapidez a golpe de click, y en la que toda certeza ha caído y la inestabilidad es lo que impera, no parece haber ni objeto amoroso ni sublimación posible.

Por otro lado, en el discurso capitalista, el sujeto cree ocupar el lugar del amo con lo cual niega su castración; o sea, su límite. Se engaña y ‘se cree’ que todo lo puede. Niega el límite negando lo imposible. Vivimos en los tiempos del todo es posible y si no lo logras, es culpa tuya (millones de libros de autoayuda están para hacernos ver cómo querer es poder). En ese punto al sujeto sólo le quedan los ‘artilugios’ que la técnica no deja de producir, para satisfacer su goce. Un goce que por definición nunca se satisface, siempre hay un resto. Devoramos artilugios a modo de objetos parciales, en un goce bobo que no hace más que aumentar esa tensión imposible de colmar. Con lo cual la demanda aumenta, pide más artilugios, algo que colme ese vacío, y el sujeto se aliena cada vez más.

Para Deleuze y Guattari el discurso del capitalismo tiene una lógica esquizofrénica. Todo es posible, no hay cortes ni límites, no hay barreras, sólo un constante flujo deseante que se acopla con extrema facilidad a todas las representaciones de posibles objetos de deseo que el capitalismo ofrece. Un goce sin límite, sin ley, sin castración. Un goce que se le impone al esquizo como un imperativo de goza ya, y goza todo el tiempo.

Ahora bien, Lacan ya nos advirtió que este discurso locamente astuto, está destinado a reventar, y así lo expresaba:

Muy astuto, pero destinado a reventar, en fin, es el discurso más astuto que se haya jamás tenido. Pero destinado a reventar. Porque es insostenible… una pequeña inversión simplemente entre el Sl y el S (tachado) que es el sujeto… es suficiente para que eso marche sobre ruedas, eso no podría correr mejor, pero justamente eso marcha así velozmente a su consumación, eso se consume, eso se consume, hasta su consunción.

De hecho, ya está reventando… el afán de acumulación de riqueza del capitalismo ha superado ya hace años la biocapacidad. Hace tiempo que para mantener el estilo de vida de una persona de los países industrializados, muchas otras personas tienen que ceder su parte del pastel: entregar lo que producen sin ninguna retribución a cambio, ganancia que se acumula cada vez más en círculos cada vez más pequeños. La tan mentada concentración de la riqueza.

En tiempos del infocapitalismo o del capitalismo financiero global, ya no son necesarios lo hombres para acumular riqueza. La riqueza hoy se acumula y se multiplica por extraños algoritmos a través de la red, que ha permitido vencer las barreras de tiempo y distancia y permite emplear una mano de obra globalmente disgregada por un trabajo cada vez más segmentado, por el cual se paga marginalmente cada vez menos. En este contexto, un discurso del odio al otro que justifique porque debe ser excluido como castigo puede ser instrumental.

La pregunta que cabe entonces es: ¿qué nos hace sujetos de este discurso de odio?

¿Y si el lobo estaba dentro nuestro?

Hobbes, decía que “el hombre es un lobo para el hombre”, por lo cual el Estado debe ser coercitivo para dominar una naturaleza humana destructiva.

Freud descubrió la pulsión de muerte o el Tánatos; y Lacan dijo que nada explicaba mejor el nazismo que el goce de ofrecer a otros en ofrenda sacrificial a un Dios oscuro, ese Otro de nosotros mismos que más negamos, pero del cual sentimos su demanda. O sea que hacemos pagar a alguien por nuestros pecados, malos deseos… O simplemente por aquello que no supimos parar, o aquello de lo que nos sentimos culpables de haber contribuido sin saber que éramos sujetos de discurso.

Y así el otro, el extranjero, el pobre, queda cada vez más excluido, más incomprendido, más acechado. Lévi-Strauss proponía la piedad como una vía para “tolerar” la diversidad. La consideraba una fuerza innata en el ser humano que puede ser capaz de “identificación con todo ser vivo y, por tanto, que sufre”. Parece muy humano el identificarse con el que sufre; pero sin embargo implica una serie de operaciones no tan innatas que incluyen la dimensión imaginativa y simbólica. Para identificarse con quien sufre, hay que poder ver-se como alguien que sufre, y en concreto capaz de ese sufrimiento. Y esa operación, más en los tiempos que corren, no es sin mediar, no es in-mediata. No se incluye esa visión de sí mismo sufriente, castrado, sin mediación.

Más bien es más fácil que se precipite lo contrario. Identificarse con el marginado es algo que horroriza. Y sí encima el discurso se plantea en términos de él o yo, si el significante ‘solidaridad’ se pervierte significándola como sacrificio -lo que le doy al otro lo pierdo yo- la identificación se produce por la vía negativa, la del odio. Ese otro es un enemigo para mí … y eso explica muchos ‘retornos’

¿Cómo salimos de esto?

Ha llegado el momento de responsabilizarse cada uno de su deseo. Eso justamente es lo que se aprehende en un psicoanálisis. Dejar atrás esa posición adolescente. Es una cuestión de ética. Asumir nuestro límite y mirar al otro en tanto potencia de lo múltiple y no desde la identificación, porque es en la no-relación en la que se hace lugar al otro, en tanto se hace lugar a la diferencia de lo que lo, y nos, inscribe como otro.

Y decir que quienes estemos en posición de hacerlo asumamos una responsabilidad subjetiva respecto de nuestro deseo es también decir que debemos asumir una responsabilidad en lo público. Freud y Lacan nos enseñaron el camino -como muy bien nos señalaba Ezequiel Achilli en su editorial de hace un tiempo-, dándole la palabra a aquellas a las que se ponía a dormir bajo hipnosis, no retrocediendo nunca ante el sufriente, y diciendo no a los canallas.

No se puede decir cualquier cosa y repetir cualquier barbaridad, porque no se puede dar consistencia a un discurso de odio que nos arrastra a todos a la barbarie.

Hay que estar en la defensa de los derechos, no se puede tolerar el recorte de derechos. Porque hoy son los míos, mañana son los tuyos. U hoy son los tuyos y mañana son los míos; y si no los defendemos pasará lo que dijo NIemöller, “… después vinieron por mí y para ese momento, ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”. Y, porque, como decía Lévi-Strauss, bajo la opresión se pierden la moral y la autoestima.

Razón suficiente también para defender los espacios de cultura y el derecho a la educación, porque sirve para salir de la pérdida de moral y de autoestima. Cuando recibió la Concha de plata como director, en el festival de cine de San Sebastián, Benjamin Naishtat, dijo que «… la cultura dignifica, es parte de la dignidad de un pueblo. Y la dignidad no se negocia«; porque, recordemos que, dignidad, según nuestro diccionario “es la cualidad del que se hace valer como persona”, por lo cual intentar degradar o arrebatar la dignidad de un pueblo es pretender que no sean personas. De ahí a la barbarie, el trecho es muy estrecho.

¡Sí! Deleuze y Guattari tienen razón: la historia es contingente. Pudo haber pasado como pasó o de otra manera, dónde pasó o en otro lugar, cuándo pasó o en otro tiempo; y pudo no haber pasado… Por eso todo pequeño gesto vale la pena y hay que seguir teniendo espera-nza. Esperemos que podamos hacer lugar a la diferencia.

Bauman, Z (1999) Modernidad líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.
Bauman, Z. (2005). Amor Líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. México DF: Fondo de Cultura Económica
Deleuze, G. y Guattari, F. (2007). El Anti Edipo. Capitalismo y Esquizofrenia. Buenos Aires: Paidós
Foucault, M. (1970). L’ordre de discurs. Paris: Gallimard (Traducción castellana: El orden del discurso, (2a. ed.). Buenos Aires: Tusquets, 2002).
Foucault, M. (1975). Surveiller et punir. Paris: Gallimard (Traducción castellana: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión (2a. ed., 6a. reimpresión). Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 2015).
Foucault, M. (1976). Histoire de la sexualité, I: La volonté de savoir. Paris: Gallimard (Traducción castellana: Historia de la sexualidad, I: La voluntad de saber (2a. ed., 3a. reimpresión). Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 2014).
Foucault, M. (1984). Histoire de la sexualité, III: Le souci de soi. Paris: Gallimard (Traducción castellana: Historia de la sexualidad, III: La inquietud de sí (2a. ed., 6a. reimpresión). Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 2015).
Lacan, J., (1999). Los cuatros conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario XI. Buenos Aires: Paidós. (1973). Le Sèminaire de Jaques Lacan. Livre XI. Les quatre principes fundametaux de la psychanalyse. Paris: Éditions de Seuil.
Lacan, J. (1972). El discurso capitalista. Fragmento transcripto de la conferencia que pronuncia J. Lacan en Milán el 12 de mayo de 1972 sobre el tema: «Del discurso psicoanalítico». Aparecido en la revista «Psyché», donde S. Rodriguez agradece a R. Sciarreta y a J. Grandinetti el haber posibilitado la ubicación de este texto. Reich, Psycologie de masse du fascime, (tr. Cast. Ed. Bruguera, 1980). En Deleuze, G. y Guattari, F. (2007). El Anti Edipo. Capitalismo y Esquizofrenia. Buenos Aires: Paidós

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