En el marco del BAFICI asistí al estreno de Baldío y se percibía la emoción del público que iba a ver una película cuya protagonista, la exquisita actriz Mónica Galán, no iba a estar entre los espectadores porque estaba enferma y dejó su tratamiento para terminar el rodaje, y lamentablemente, Mónica falleció en enero y en el mes de Febrero de este año, se terminó la postproducción. Baldío ganó el premio concursos INCAA 2018. Por todo esto y por el prestigio de la directora que tiene un recorrido superlativo, la sala estaba llena y se respiraba una gran expectativa en el público, ya que además, Inés Oliveira Cézar logró juntar un elenco de actores de primer nivel. Resultado: la película superó todas las expectativas. No solamente hizo lucir en todo su esplendor lo mejor de su protagonista, sino que los llamados “roles secundarios” NO fueron secundarios, y se destacaron tanto como el rol protagónico. Para hacer justicia, debo nombrar a todos quienes brillaron frente a la cámara: Leonor Manso, Rafael Spregelburd, Mónica Raiola, Lalo Rotavería, María Figueras, Gabriel Corrado, Nicolás Mateo, Martín Pavlovsky, , Agustina Muñoz, Nahuel Viale, Dalila Cebrián, Alberto Suárez, Luis Brandoni, , Ronnie Arias, Cecilia Dopazo.
Mónica Galán encarna maravillosamente a Brisa, una actriz que está en pleno rodaje con un director desconsiderado en un rol que se destaca por sus matices, Rafael Spregelburd tiene el gran talento de generar rechazo con un personaje frío, algo pedante, y que le importa muy poco el otro, y más bien lo único que parece interesarle es que la película salga sea como sea. Lo más destacable es que Spregelburd logra que los espectadores en lugar de detestarlo, tengamos una cierta empatía frente a su deseo que SU película se realice y que si bien es muy desalmado con el dolor que se trasluce en la actriz protagonista (Brisa), consigue hacernos sentir cómo cada uno de nosotros, en muchas ocasiones, por querer concretar lo que deseamos, pasamos por alto al otro. Esto está expresado con mucho sentido del humor en su trío con Lalo Rotavería (su asistente) y María Figueras (vestuarista), personajes que nos hacen soltar carcajadas que ofician de descarga en el espectador que en medio del drama que vive el personaje principal, matiza los golpes duros que recibe la vida cotidiana de Brisa. Rafael Spregelburd no lo puede expresar mejor: “En la película dentro de la película, Mónica actúa con una peluca rubia escandalosa allá, Raffaella Carrá, e interpreta a una criminal peligrosa; maneja una banda de contrabandistas de poca monta que ocultan fajos de billetes en muñecos de trapo. La naturaleza del crimen es imperfecta, los muñecos a veces son maniquíes y a veces son peluches, los malandras son extras y gesticulan todos al unísono, y el hijo adicto al paco a veces es cariñoso y a veces es Satán. El género es imposible: la actriz falta a las jornadas, pierde el vestuario de continuidad, le cambian las líneas a cada rato. Y sin embargo, la película es un éxito; la vida, altamente improbable, es un enigma. Filmé esas jornadas fascinado, envalentonado, confundido: era evidente –yo aún no me daba cuenta– que la historia que se contaba era una trampa. Directora, guionista y protagonista tejían en secreto, como un clan familiar en íntima ceremonia, un ritual enorme, matriarcal, sin reglas claras, abierto a la humanidad en su conjunto”. Y esa humanidad está mancomunada en cada uno de los personajes de la mano experta de esta dirección impecable con cada uno de los actores, en los planos fijos, en los encuadres de las ventanas, en la cámara atrás en el auto tomando la mirada de la protagonista por el espejo retrovisor y el perfil de la amiga. Y así podría continuar señalando un minucioso seguimiento de la cámara que por momentos pone distancia y en otros, cercanía pero siempre está atenta a cada detalle en cada una de las imágenes en blanco y negro jugando con sus contrastes y cada escena está impregnada de múltiples sentidos y de una emocionalidad intensa.
Como si viviera un mundo paralelo que, más se parece a una ficción pero es la vida misma, Brisa padece un sufrimiento inmenso por tener un hijo adicto (Nicolás Mateo) a quien se vio obligada a internar en varias ocasiones debido a que se escapaba de los hospitales y no lograba dar continuidad al tratamiento psicoterapéutico, y su trabajo se encuentra afectado por esta situación personal. Ya en la película presentada en el BAFICI el año pasado, “La otra piel” que tenía como protagonista a María Figueras y Rafael Spregelburd, Inés de Oliveira Cézar, indaga sobre esos mundos paralelos que hacen al universo de la cotidianidad y al mundo del artista.
La sensación de incertidumbre al no tener conocimiento si su hijo estaba tirado en un baldío o vaya a saber dónde, y el sentimiento de impotencia de esta madre, sumado a los intentos fallidos de sacar a su hijo de la marginalidad, y de no darse por vencida en querer ayudarlo, es el eje de la problemática que desarrolla la película. Es también su acierto y su originalidad. No es el adicto el que atrapa la atención de los espectadores sino la desesperación de una madre que ama a su hijo y trata de hacer lo posible y hasta lo imposible, por ejemplo, cambiar la actitud del padre para lograr que apoye afectivamente a su hijo. Aquí Gabriel Corrado compone con maestría a un padre desentendido que volvió a casarse y tiene otra hija, y que sigue con su rencor intacto, como si no hubiese pasado quince años de estar separado de la madre de su hijo. Un padre que no opera como corte entre la madre y el hijo, y que la condena a la soledad más absoluta.
Otra visión interesante es que el hijo no está ubicado en el lugar del “loco” sino más bien de quien adolece como un esclavo (adicto proviene de addictus: el que es esclavo de sus deudas), y todo el énfasis está puesto en el vínculo emocional con su madre y en la crítica social acerca de la falta de asistencia en la que los adictos y sus familiares se encuentran en nuestro país, sin una red de contención por parte de las autoridades que deberían dar amparo a quienes están a la deriva viviendo en condiciones de indigencia.
Baldío está escrita por la directora con Saula Benavente, y es un guión que cabalga entre el universo de la marginalidad donde vive su hijo y el del arte de una actriz que funciona como una línea de fuga frente a tanto dolor. Pero aparte del arte, cuenta con una amiga interpretada con una sensibilidad extraordinaria por Mónica Raiola quien compone a una amiga entrañable, esa que siempre está en los momentos duros y que no duda en buscar soluciones para consolar, contener y alimentar la esperanza, aún cuando parece que todo está perdido. Otro papel descomunal, es el de Leonor Manso que encarna a otra madre de un adicto y que puede comprender y acompañar el dolor de Brisa. Una escena que casi no requirió de palabras para decir todo lo necesario en un momento trágico: “no estás sola, te comprendo, estoy a tu lado”; y una actriz de la talla de Manso habla desde la mirada y con su gestualidad. Sin embargo, se trata de un guión que contiene diálogos sumamente potentes, y a su vez, maneja de manera muy equilibrada la tensión emocional de esos silencios que dicen tanto como los parlamentos. ¿Qué hacer como madre frente al sufrimiento de un hijo? ¿Hay algo para hacer cuando quien sufre nos implica desde lo más íntimo de nuestro ser? ¿Existe una manera de acompañar, de estar y de contener, pero al mismo tiempo, de dejar al otro que pueda hacer por sí mismo su recorrido para lograr crecer? Estas son los cuestionamientos que deja abierta como una herida que no cicatriza en el personaje para que cada espectador la revea como parte de un flagelo social que nos toca muy de cerca a todos. La tristeza de Brisa se refleja en su mirada ya que, pese a su éxito personal como actriz, siente que su vida se le escurre en un terreno vacío que sólo puede llenarse viendo que su hijo puede salir del baldío en el que por momentos parecen desaparecer ambos.
En este aspecto, hay un tratamiento de la composición de los personajes donde se trasluce la visión de la directora y que hablan de su formación como psicóloga y sus años de análisis personal, así como de su trayectoria como cineasta. Inés de Oliveira Cézar recibió numerosos premios por su filmografía que data desde el 2001 con su primera película “La Entrega”, “Como Pasan las Horas”, escrito en colaboración con el dramaturgo Daniel Veronese, “Extranjera” (2007), una versión libre de «Ifigenia en Aúlide» de Eurípides, “El Recuento de los daños” (2010), basada en la tragedia de Edipo que se estrenó en Berlinale y en La Maison de l’Amérique Latine en París (2010), “Cassandra” (2012) y “La otra piel (2018).
No cabe duda que “Baldío” es merecedora de ser premiada como una de las mejores películas del año.