Incendio de la Iglesia católica en Francia: Notre Dame
Por Catherine Baccelliere Harrysson
Corresponsal en París
Desde hace algunos años, todos los días intento, como lo sugiere Flaubert, observar. Intento aprender a observar y ver la belleza en las cosas que observo.
Desde hace años visito Notre Dame de Paris , vivo cerca de la isla de la Cité, frecuento casi naturalmente la increíble belleza de esta Catedral. Esta joya absoluta del arte gótico acompaña a los parisinos como un consuelo, como una evidencia y como una promesa.
Hoy es vital para mi escribir algunas líneas evocando el incendio del pasado 15 de abril 2019.
Notre Dame de Paris es un símbolo de Occidente.
Aunque el país no sea cristiano sino laico, aunque los franceses ya no sean más cristianos, Francia es cristiana. Es la hija predilecta de la iglesia católica el siglo XIX. La literatura el arte toda y la historia de Francia están atravesadas por la religión católica. Las venas de Francia son de sangre azul, como diría mi tía Luisa, y de sangre católica.
Algo superior vino a perturbar el calendario de los chalecos amarillos, el gran debate nacional, las conferencias mediáticas y absolutamente cinematográficas del presidente Macron, el Brexit, de la vida anecdótica y de la vorágine todos los días en la ciudad.
Es la metafísica que “baja” en medio de los combates políticos para afirmar su tragedia y restaurar la solemnidad.
El incendio nos conmociona, todos estamos agitados; y yo veo en este incendio materializarse otro, ese incendio lento y penoso que la Iglesia católica en tanto institución que se está viviendo desde hace décadas en Francia, la pérdida de la fe, el misticismo y toda comunión. Una Iglesia católica ausente de las vidas y los valores más simples de sus fieles. La evidencia es clara: las Catedrales en Europa se han convertido en museos.
Los espinosos casos de pedofilia, tan comunes ya y la profunda desconexión de la Iglesia católica que da la espalda a la lucha de los homosexuales, a la legalización aborto en países católicos como Argentina, al uso del profiláctico y a la igualdad de géneros. La penosa alianza de la Iglesia y su silencio ante las dictaduras de ayer y hoy. Y pare usted de contar porque la lista es larga y se propaga como el fuego. Esa capacidad; ágil y tan falaz de la Iglesia católica resuena en las llamas de Notre Dame y se hace cenizas de manera desconcertante frente a los temas y las luchas más fundamentales de la sociedad. Su incapacidad se acompañar. Su capacidad eterna de juzgar.
Notre Dame significa “nuestra dama” y me pregunto si esa dama es la Iglesia católica como tal, aquella que se quedó congelada en el tiempo y que no evolucionó porque es la representación del Superyó freudiano atacando con mandatos severos y rígidos el “YO” de la sociedad occidental que está en la búsqueda de transformar el Inconsciente colectivo cuestionándose aquello que lo reprime sin permitirle crecer y repensar sus paradigmas. Si partimos desde aquí, y vamos más allá, sí, podemos pensar que la comunidad católica lleva años apagando incendios y la tragedia de Notre Dame en París es solo una cristalización en el plano material. Algunos vemos incluso un signo.
¿Podrá esta ser ésta una oportunidad para que la Iglesia se cuestione sobre ESE, su incendio más profundo? ¿Para que los católicos del mundo se unan para reconstruir no solo la catedral sino un discurso que es obsoleto y proclive a un conservadurismo pacato? ¿Podrá la Iglesia católica resucitar, reformarse, sublimarse, reconstruirse desde sus cenizas? ¿Queda algo?
Observo las respuestas de mis amigos más inteligentes ante estas cuestiones y ellos me dicen: “Por mí, que no resurja. Que se quede hecha cenizas. No necesitamos religiones”.