“Perfecta Anarquía” es el título que lleva la puesta en escena de una serie de obras breves producidas en el taller de Entrenamiento y Dramaturgia para actores, de Andrea Garrote. Anarquía es un término con el que suele ser referida una situación que está falta de reglas o normas. De alguna manera sería el “caos”. Caos entendido como estado primitivo de existencia, sin ordenación ni formalización. “En el principio fue el caos…”
Se trata así de una propuesta de historias breves, con diversas temáticas, de diversos autores -algunos son textos propios de los alumnos, otros pertenecen a otros autores-, que se renueva cada cierto tiempo, y que arriba a escena como habiendo hecho lugar a la experimentación hasta hacer brotar de lo real el hecho artístico.
Mi reseña se refiere a la propuesta del mes de abril, que en este mes cambia. Sin embargo, existe un elemento u “objeto” que atravesaba todas esas obras breves y que intuyo que está presente en todas las series. Es más, intuyo que es probablemente el objeto que anuda la serie. Hablo de una mirada, de la mirada que en este caso pone la directora, Andrea Garrote. Objeto que no está en la escena, pero sin la cual la escena sería otra y que nos recuerda lo que en su homenaje a Margarite Duras, dijo Lacan: “Mirada es algo que se despliega a pinceladas sobre el lienzo, para hacerlos deponer la vuestra ante la obra del pintor”. Es decir, la mirada de la artista es la que compone la obra artística con la que engaña a nuestro ojo gozoso dándole algo bello a ver, para que dejemos de fisgonear y empecemos a ver…
En el caso de las obras presentadas en abril, esa mirada supo presentar una nada que atravesaba todas las escenas, y que está muy presente en nuestra vida cotidiana, aunque nadie la vea. Como atravesando “la insoportable levedad del ser” -evocando a Kundera- se presentan con una pátina de cotidianidad momentos en que toda la existencia se pone en duda, en los que se experimenta lo efímero del ser, su condición más volátil, y en los que sin embargo parece que “la vida sigue”, porque, de lo contrario, lo que se vuelve insoportable ante la finitud es la inexorabilidad del tiempo. Así por ejemplo, se habla de forma anecdótica, como restándole peso, del descubrimiento de la elección sexual en un encuentro con lo real; o, hay quien pela una mandarina, esperando el fin del mundo.
Algo está ahí presentado evidentemente para hacer ruido; o, mejor dicho. para hacerse oír. Una pregunta, una interpelación ¿Qué nos pasa ante lo que nos recuerda nuestra finitud o vulnerabilidad? ¿Cómo transitamos esos momentos? ¿Qué mecanismos de defensa se activan? ¿Qué eficacia puede tener esa respuesta?
Esa nada que parece sordamente y con tanta pesadez atravesar las escenas, resulta muy patente cuando asistimos a una escena con unos jóvenes “NI-NI’s”: Ni trabajan, ni estudian y esa nada parece tragarselos.
En otra escena entre dos hermanos psicoanalistas, la cotidianidad sirve para interpelar y advertir, desde lo cómico, acerca del abuso que se hace a veces, de ciertos discursos que tienen una gran potencia transformadora, provocando así que se desgasten y terminen perdiendo su filo cortante para abrir paso a la verdad. Es decir, que terminen quedando en nada. Ya sabemos el valor que le dio Freud a lo cómico y que retomó Lacan con el chiste: abrir paso a cierta parte de una verdad que de otra manera causaría un malestar que le cerraría su paso.
Finalmente, en otra escena, la cotidianidad se ve conmovida por un supuesto evento extraordinario que nos da otra vez la idea de lo vulnerable de los modos de vidas contemporáneos, que muchas veces penden de la eventualidad de lo extraordinario.
En síntesis, en Perfecta Anarquía el teatro nos di-vierte; es decir, se vierte o se escancia como agua que humedece la tierra, para hacer lugar a la serie-dad de las preguntas fundamentales de las que se ocupó siempre el buen teatro, aquella serie de la que tal vez alguna lógica que nos oriente, se pueda extraer.