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Entrevista a Hernán Cucuza Castiello – Por Flavia Mercier

Un cantor de barrio.

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Hernán, vos empezaste en el tango de chiquito, a los 5 años ¿Te venía de familia? Y, aunque te viniera de familia ¿Que atrapa del tango a un pibe de 5 años? Más en esa época que no era común que los pibes estuviéramos cercanos al tango.

A mí el tango me llegó a través de mis viejos. La música funcional en casa era el tango. En la radio, o con discos. Yo siempre digo que, probablemente el 70% de los tangos que hoy me sé, los aprendí de los 5 a los 8 o 9 años. Y en paralelo, en esa época empecé a cantar en las peñas de tango, y tuve la suerte que, aunque ya estaban todos veteranos, pude cantar con Floreal Ruiz, Goyeneche, Rufino.

¿Y cómo hace uno para pararse al lado de alguien como Goyeneche? ¿Pura inconsciencia y ahora cuando lo miras en retrospectiva te asusta?

Sí, yo pienso que si ahora me dicen que la semana que viene tengo, ya no que cantar, sino solamente que subirme al escenario con Goyeneche o Floreal, creo que estaría toda la semana sin dormir. De pibito yo sabía quiénes eran, pero, no tenía la dimensión de lo que eran que puedo tener ahora. Con lo cual fue una suerte porque los pude tratar con una cosa inocente, si se quiere. La verdad es que fue lindo vivirlo así. Ahora me pasaría otra cosa, me quedarían otras cosas y aprovecharía otras sensaciones.

¡Me encantaría que El Polaco estuviera vivo y poderlo invitar ahora a El Faro a cantar o para tener una charla con él!

Poder hacerle un tributo, un tributo en vida.

Totalmente. De hecho, se lo hicimos. Lamentablemente no en vida. Por suerte sí pude invitar a El Faro a otros cantores que admiro como Juan Carlos Godoy, o Alberto Podestá; y poder construir, si bien no una amistad porque esa es una palabra muy grande, un cariño. Sobre todo tuve la suerte de disfrutar del cariño de ellos hacia mí.

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Vos sos muy de hacer tributos, a los que ya nombraste, a Grela, a Gardel, … Y no sólo en el tango. Le hiciste un tributo a Spinetta. ¿Por qué? ¿Cuál es la importancia para vos de hacer un tributo, de recordarlos, de hacerlos presente cuando ya no están?

Lo que pasa es que yo además de cantor, soy público, y bastante melómano. Y como cantor yo estoy hecho por Goyeneche, por Grela, y también por Spinetta y Charly García. Yo nací con el tango, pero mi adolescencia transcurrió con Don Cornelio, Charly, Soda Stereo y Los Abuelos de la Nada. Yo fui a ver en vivo más a Los Abuelos de la Nada, o a Los Visitantes, que a Pugliese. Entonces es coherente que yo tenga esa pata puesta en el rock. Y la admiración es total porque yo siempre destaco que, independientemente que a mí me guste Spinetta o Charly, ellos tienen un costado muy tanguero. Por ejemplo, “No soy un extraño” es un tango. Y hay mil cosas de Spinetta que son un tango. Por eso siempre he intentado juntar el rock y el tango.

Hay algo en el rock, al menos en el rock argentino, muy tanguero.

Totalmente, yo creo que tanto el tango como el rock nacional te hablan como un argentino, y quizás, más concretamente como un porteño. A mí al menos como porteño me parece que el tango es de las músicas que más nos pintan, desde ya, pero también el rock nacional. Hay una esencia común. Yo sé que las músicas toman de todos lados y se hacen una, no sé cuál es la fuente en este caso, pero al rock nacional yo le encuentro una personalidad muy nuestra, muy indivisible. Me atrevo a decir que son nuestras dos músicas porteñas más populares y más representativas.

Soy un convencido que el tango tiene rock o que el rock tiene tango. De hecho, ahora presento en mayo en La Trastienda, la “Menesunda Tangolencia Rockera”. Y cuando yo hago las menesundas, que generalmente las hago en vivo, siempre convido a los rockeros, viste. Y me pasa una cosa: todos los rockeros que vienen -te nombro algunos: Manuel Moretti, Juan Subirá, Palo Pandolfo, te puedo nombrar un montón-; todos son apasionados del tango y cuando yo los convido a cantar algún tango, dicen: “No Cucu pará, cantar tango es otra cosa.” Es decir, siendo yo fanático del rock y que siento como una devoción hacia ellos, siento por parte de ellos un respeto y un cariño para el tango que realmente a mí me conmueve como tipo del tango y como tipo del rock.

¿Y cómo llegaste al rock?

Por mi hermano. Así como llegué al tango por mis viejos, llegué al rock por mi hermano mayor. Siempre cuento que, así como por mis viejos yo escuchaba a los cinco o seis años a Enrique Campos y Tanturi, o Ángel Vargas con D’Agostino; venía mi hermano y ponía Almendra, Los Beatles, o Deep Purple. Y entonces, fue también un ejercicio medio inconsciente el pasar tranquilamente de estar escuchando tango a escuchar Deep Purple. Siempre digo que mi hermano me salvó un poco la cabeza y me enriqueció el oído musical, haciéndome escuchar música que quizás si fuera por mi viejo no hubiese escuchado nunca. Y bueno, de esa mezcla de experiencias que me transmitieron mis viejos y mi hermano se armó esta Menesunda que hoy hago. La Menesunda viste que es la mezcolanza en “el lunfa” (lunfardo).

¿Y qué te conmueve más de cada uno? ¿Qué es aquello que te desgarra más cuándo cantas un tango o cuando cantás un rock?

Bueno, si se quiere, buscando un común denominador, quizás las cosas que más me conmueven son aquellas que no te puedo explicar del todo bien, las que pasan por adentro realmente, esas que hacen que se te muevan las entrañas o se te ponga la piel de gallina. Puede ser un acorde mayor, que sé yo, algo de la música difícil de explicar.

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¿Es la música o es la letra? ¿O las dos cosas?

Y, cuando pasan las dos cosas, es maravilloso. Yo canto algunos pocos tangos por la letra. O, mejor dicho, los canto más por la letra que por la música, y viceversa. Pero la gran mayoría de los tangos los canto por lo que me pasa con las dos cosas.

¿Qué tango te cuesta cantar porque “te parte”?

Garúa. Garúa es un tango que me representa mucho, tiene incluso que ver con mi viejo, porque era su tango preferido. Y cuando lo empecé a cantar me empecé a dar cuenta de lo que era Garúa. Ahí se conjugan, justamente, la poesía y la música: “Hasta el botón se piantó de la esquina. Sobre la calle la hilera de focos, lustra el asfalto con luz mortecina. Y yo voy como un descarte…” Esa conjunción de la poesía de Cadícamo con la música de Troilo es letal.

¿Y cómo te fue “moldeando” en tu forma de cantar, o cómo te “afectaron” estos grandes con los que has compartido escenario?

Inicialmente quizás fue más inconscientemente, pero luego ya fue más consciente. Por ejemplo, como cantor, busqué aprender de Gardel que es lo más, y de mis cantores favoritos que son Goyeneche, Juárez y Floreal. Fíjate que todos tiene algo común. No sólo es el cantar sino es el fraseo, desmenuzar un poquito las letras. Uno viene un poco de ahí, al menos por el gusto. Pero yo, aunque pudiese cantar igual que Goyeneche, no lo haría porque sólo sería un imitador de Goyeneche. Está bueno tomar algunos elementos, pero aportar a lo ya escrito. Eso al menos es a lo que uno aspira, a aportar, si se quiere, su sello y de alguna manera reescribir los tangos. Siempre dije que Goyeneche no era sólo cantor, Goyeneche era autor.

¿Por la manera en que los interpretaba?

Por lo manera en que uno entiende un tango cuando lo canta Goyeneche. O Floreal Ruiz, o Osvaldo Peredo, viniendo más para estos tiempos. A mí me ha pasado que he escuchado mil veces un tango y me cae la ficha recién cuando se lo escuchó al Polaco.

Contame un poco cómo empieza este romance con El Faro y con el público de El Faro.

El romance con El Faro empieza antes de empezar a cantar en El Faro. Yo soy vecino, vivo a dos cuadras. Y anteriormente a ser vecino, mi viejo que era tachero, paraba acá, allá por los años ‘70. O sea que entre mi viejo y El Faro había una historia previa a la mía como cantor. Y después tuve la suerte de venir a vivir acá cerquita, cuando yo ya cantaba tango. Y pasando por aquí a tomar el bondi o por alguna otra cosa, miraba adentro del bar, y pensaba: “Este bar, de 1931, ¡qué lástima que no haya tango!”. Hasta que un día entré con una carpetita y les propuse empezar a hacer tango. En el 2006 no me dieron bola. Volví a pasar en el 2007 y ahí empezó todo.

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Pero, ¿por qué sentiste ese: “¡qué lástima que en este bar no haya tango!”?

Y, porque todo te lleva “ahí”. Desde luego lo que es un bar y lo que es este barrio. Estamos en Villa Urquiza y Parque Chas, barrio tanguero indudablemente y los bares a mí me llevan, por más que yo no viví esa época de esplendor de los bares con el tango, no sé si por una herencia ancestral, o por lo que le van contando a uno, me retrotraen a esa época. Y este bar que es de 1931, a uno lo emparenta muchísimo con el tango. Me parecía que el lugar en sí era muy tradicional, con mucha raíz, y bueno, el tango para mí tiene que ver con eso. Y esencialmente, como vecino, quería arrimarlo a los vecinos, sinceramente. El ciclo se llama: “El tango vuelve al barrio.”

¿Acercarlo a los vecinos para mantener vivo el bar o para devolverles el tango?

Las dos cosas. Igual fue algo más visceral, fue algo más de sentirlo, no de pensarlo. Pero, bueno, por una cosa estoy haciendo la otra y viceversa. Yo en lo que sí pensaba era en hacer una cosita un poco más directa. Como estás viendo no hay escenario, hay como una igualdad entre el que canta, el que toca y el que escucha. Si se quiere, podríamos pensarlo como un símbolo.

Y bueno, fue maravilloso. Empezaron a venir los vecinos, los conocía en su gran mayoría. Y después pasó que se corrió la bola, como pasa a veces cuando se corre de boca en boca, pero en este caso fue de boca en boca y de corazón a corazón. Porque después llegaron vecinos de otros barrios y de otros países, no porque los trajera un ómnibus de turismo, sino porque la cosa fue trascendiendo.

¿Qué sensación tenés, cuando cantás así, al lado de la gente? Casi parece una peña.

A mí como cantor me gusta esa sensación más íntima. Y sí, vamos a decir que es una peña. Una peña de lujo, si cabe, porque vienen grandes músicos, consagrados, pero también vienen, y está bueno, los que están haciendo cosas nuevas en el tango.

Y este “estar a la par” que sos capaz de sentir con la gente ¿Fue lo que te llevó a escribir Tibieza como un estar a la par con quien lo está pasando mal? ¿Qué hay de vos en “ese” que se queda a un peldaño, que es “bastante”, o un segundo tranquilo?

Inicialmente la tibieza está identificada con la mediocridad, cuando sentís que te faltan 5 para el peso. Una sensación que, en algún momento, antes o después, todos hemos tenido. Ese tango yo lo escribí para cajonearlo, nunca pensé en mostrarlo. Esto es como ir al psicólogo. Nadie quiere que se sepa lo que hablas con el psicólogo. Pero después quiso un certamen de cantores que me presentara con este tango y ganará.

Hace poco vi la última película de Almodóvar, “Dolor y Gloria”, en al cual su personaje, un director de cine, en algún momento dice respecto a un libreto que relata uno de los episodios más duros de su vida: “Lo escribí para olvidarlo”. Algo así como escribir para desprender un momento duro, una vivencia dura.

Literal, tal cual. Pero siempre digo que es el tango perdedor que más alegrías me dió.

El tango perdedor que más ganó. ¡Qué paradójico!

Como tantos tangos. Lo que pasa es que es una historia que nos toca a todos.

¿Y qué te pasa con el público cuando cantás este tango en momentos como éste en el que son muchos los que se pueden sentir así?

Generalmente canto Tibieza cuando me lo piden, quizás por esto de no querer mostrar. Pero cuando me lo piden, lo hago. Y creo que me lo piden porque en Argentina siempre tenemos cierto temor, aun cuando estemos bien.

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¿Y querés devolverle el tango a la gente, porque ves algo aliviador en el tango?

Y sí. Viste cuando te dicen: “Yo no escucho tango porque el tango es triste”, primero como si la tristeza fuese una mala palabra y segundo, porque el tango es triste, claro, pero también es melancolía, es verdad, es un montón de otras cosas. Por eso digo, devolverle a la gente el tango me parece que es devolverle sus recuerdos. Como a la gente que viene a escuchar tango la pasás por diferentes sensaciones, la pasás por ende por un montón de momentos de su vida, pasado, presente. Y también quiero devolver el tango al barrio porque yo creo que tengo esa cosa de juntador compulsivo.

Hay algo que vos ves que es importante en el lazo, en mantener el lazo social.

Totalmente, ya de por sí me pasa con un equipo de fútbol. Si yo soy de Atlanta y vos sos de Atlanta, a mí eso ya me acerca. Y con el tango pasa lo mismo, pero más fuerte. Yo para Año Nuevo tomé una costumbre. Bueno, en realidad uno no inventa nada, sino que esto ya pasaba antes y yo lo retomé. Me refiero a eso de juntarse en la vereda para una fiesta. Eso lo vengo haciendo también. Y la gente me dice si no tengo miedo, con las cosas que pasan, y la policía y los choreos. Puede pasar, pero no lo pienso, no estoy en guardia. Al contrario, me encanta que venga gente que no conozco. Yo pienso que en ese momento están ahí por una cuestión, algo que los congrega.

Tu otra gran pasión es el fútbol, como la de muchos argentinos. Vos que las tenés ¿Que les encontrás en común? ¿En qué nos definen ambas como argentinos?

Empecemos con que yo tuve la suerte de ser uno más de ambas, pero también de poder participar. Ser apasionado del fútbol y jugarlo, ser apasionado del tango y cantarlo. Es decir, yo hoy por hoy soy amigo del Chino (Laborde) y de Ariel (Ardit); pero antes fui público de La Fierro o de Ariel con El Arranque. Los iba a ver. Y con el fútbol me pasó algo similar. Yo fui hincha antes que jugador.

Y ahora sos amigo del “Diego”.

Y bueno, con Diego hay una historia linda que se construyó a través de su hermano, del Turco. Yo jugaba con el Turco, y Diego nos venía a ver de pibe, y se hizo como un lazo. Como te digo, tuve la suerte de ser público y terminar siendo parte de la cosa. Del tango y del fútbol, representativos a ultranza de lo argentino, de lo porteño, porque los dos tienen su raíz en lo popular. ¡Qué cosa de locos que hoy se juegue sin visitantes! ¡Qué despropósito! Es como si tocara Pugliese y no se pudiera ir a verlo.

¿Para quién toca o juega si lo hace sin público y sólo lo podemos ver en la tele?

Ni eso ya. En la tele te enfocan las tribunas no el campo de juego. Siempre es lo mismo: el miedo a que la gente se junte. Y tanto en el fútbol como en el tango, se trata de eso para la gente. Algo de lo popular, de lo masivo (como lo inclusivo, como lo que no excluye). Y yo al menos con el tango estoy intentando que vuelva a serlo.

Claro, hay que buscarle la vuelta para que las experiencias populares no se vacíen de contenido. En el fútbol, por supuesto que atendiendo a la violencia que lleva a jugar sin visitantes, sin desconocerla. Pero intentando entender y trabajar el verdadero foco de la violencia, que no está en la cancha. Ahí, es donde se expresa como un odio al otro. Pero hay que entender por qué se genera y desde dónde emana, para evitar llegar a que el mayor clásico de la historia del fútbol argentino se juegue en otro país y en otro continente, incluso. ¿Qué sentido tiene ese partido así jugado?

La pucha, ahí se muestra pero que la violencia empieza en otro lado, ya lo sabemos. Un día de furia, un mes de furia, un año de furia, son años de furia contenida.

¿Y de tu experiencia en el exterior qué me podés contar? ¿Hay algo distinto que sentís cuando cantás para tu gente acá? Aunque fuera te van a ver muchos argentinos, atravesados por la nostalgia y debe ser también muy conmovedor.

Yo he viajado poco, quizás incluso he buscado viajar poco. Poco, pero muy lejos. Viajé a Hong Kong, a Corea del Sur; y a Europa. Me parece que hay una cuestión con el idioma que me hizo sentir “más cómodo” cantando en Barcelona o Valencia. Cómodo porque pienso que la letra en el tango es tan importante, tan sustancial, que, aunque una música pueda conmover como a mí la de Los Beatles sin entender inglés, me parece que en el tango el que no entiende el idioma se pierde una parte muy grande. Aunque cuando canté en otros lugares, sentí una simpatía y un respeto del público, por las que al final me sentí cómodo. Nunca tan cómodo como cantar acá, porque es una comodidad que tiene que ver con ser de acá, con las raíces de uno. Hay cosas que son intransferibles. El tango no es solamente un género musical, es una forma de vida.

Por ejemplo, mi hijo Mateo que ahora tiene 21 años, era un nene cuando se empezó a tocar acá en el 2007. Y claro, Mateo se crió acá y en los ensayos en mi casa a los que venían violeros. Y, aunque podía haber sido otra cosa, al final salió violero. Y toca fenomenal. Y Mateo no escucha tango, él escucha tango solamente cuando toca conmigo, pero si no, él escucha otra cosa, rock, sus cosas. Pero el tango ya lo tiene incorporado, ya no tiene que escuchar más tango. Desde pibe él escuchó todos los tangos, desde los discos, al vivo acá o a los ensayos en casa, y Mateo como guitarrista de tango parece un tipo de 40 años y tiene 20.

¿Porque tiene la vivencia desde pequeño, muy intensa, que hacen 20 años como 40?

Y, yo creo que eso es intransferible. Obviamente que uno tiene que estudiar, pero yo creo que las cosas más importantes son las que no se estudian, son las que ya te vienen en el “Toddy” (chocolate en polvo, para hacer leche chocolatada, bebida muy típica de la merienda argentina, al volver de la escuela). Por ejemplo, acá cantó Rubén Juárez cuando Mateo tenía unos 7 u 8 años.  Y cuando cantaba el Negro, Mateo estaba debajo de una mesa, mirándolo, y yo creo que esa imagen se le fijó de alguna manera en la cabeza, tanto a él, como a mí que lo miraba a él a su vez.

Claro porque eso lo que le deja no sólo es la imagen sino toda una atmósfera que se respiraba ese día, y eso le deja un afecto en el cuerpo, algo que afecta al cuerpo.

Y sí, capaz que le quedan más los olores, los sonidos. Puede ser que de una situación así no te acordás puntualmente, pero me parece que se te mete por un montón de lados. Yo lo converso con vos ahora y a mí se me pone la piel de gallina, porque cuando vino el Negro fue para mí como una especie de señal buena, de bautismo, porque él vino en el 2008, un año después que empezamos y yo al Negro Juaréz lo admiré siempre, de antes de conocerlo. Fue maravilloso cuando vino.

Bueno Hernán, ¿querés añadir algo más? ¿Te quedó algo más por decir?

El tango nunca me ha defraudado. Me ha defraudado la gente, me han defraudado los políticos, pero el tango nunca me la hizo pasar mal.

Entonces, después de estas palabras, sólo queda decir ¡Muchas gracias Cucu!

Me traslado del centro a El Faro para entrevistar a Hernán ‘Cucuza’ Castiello. ¿En qué otro lugar entrevistarlo, si no? Y viajo así al barrio, ese al que Cucuza le devolvió el tango y al que hizo volver al tango, cuando éste parecía estar siendo alejado de sus fuentes. El Faro representa la apuesta personal de Cucuza por volver a las fuentes, una vuelta a lo propio, suyo y de cada uno que se acerca, y del tango que allí se re-crea, o se re-escribe -como él dice-, con cada nueva interpretación de cada artista. Apuesta a modo del que cree que algo se puede esperar que suceda, y que para mí lo define como artista.

“Juntador compulsivo” como él se autodefine, Cucuza es un “armador in-nato” de lazos, porque sabe “hacer lugar”, y hacer lugar al lazo. Armador como el que arma un equipo e in-nato como lo que nace de dentro de sí, a Cucuza le nace armar equipo. Y lo hace sin intentar convencer, sino dejando que cada uno encuentre lo que le convoca a ese encuentro con otros, con la música y con los artistas. Sin escenario ni puesta en escena. En acto y no en puro “acting”. Como el que no se olvida que fue público antes que cantor, o hincha antes que jugador, o que ese barrio es el suyo. Desde lo que le es verdadero de sí mismo para sí, que es con lo que re-escribe cada tango que interpreta. Y por prudente que sea al expresar esta idea, quizás por temor a resultar pretencioso, no se equivoca ni un ápice. Efectivamente lo re-escribe en tanto le da un sentido propio que proviene de una lectura de lo que es verdadero para sí en ese tango, y así su interpretación de la letra de un tango es singular y hace resonar “otra cosa”, diferente de la que puede hacer resonar otro artista.

Cucuza Castiello cree que lo más importante para un artista es lo que le viene con “el Toddy” – leche chocolatada-. Símbolo del afecto con que una madre espera al hijo cuando vuelve de la escuela. Ejemplo de lo que una experiencia íntima tiene de inabarcable con el significado que dicta el diccionario para las palabras; y de cómo se construye con sensaciones que afectan al cuerpo una lengua con un sentido singular para cada uno -por el cual me veo obligada a explicar el Toddy para aquellos que no lo bebieron en su infancia-, y que puede ser común para quienes comparten una vivencia.

Y en este punto no es nada casual en el devenir artístico de Cucuza, su Menesunda Tangolencia Rockera, nombre con la que Hernán Castiello no sólo le hace un homenaje a Spinetta que definió la Tangolencia, sino a otra de nuestras más geniales artistas, Marta Minujín, sin olvidar la resonancia que la palabra tiene en “el lunfa”. No es nada casual esa confluencia, porque esa poesía urbana que tiene el rock de cantautores como Charly, Spinetta o Cerati, son muy propias del tango. Ambas poéticas -o lírica urbana como definió “El Flaco” Spinetta a la Tangolencia Rockera- son expresiones de lo popular y ambas se expresan con la lengua popular: el lunfardo. Lengua singular con la que ningún otro pueblo que el argentino se puede expresar porque es nuestra manera de hablar construida a lo largo de nuestra historia. Nacida del entrecruzamiento del habla criolla y el hablar de los inmigrantes, fue primero código velado entre presidiarios para escapar de la vigilancia del “otro”, que luego se transformó en forma de expresión de la gente de la calle, o sea, del pueblo. Significante que en nuestro país adquiere una significación muy distinta a la que adquiere en otros países (en España, por ejemplo, el pueblo se refiere al lugar de orígen del que salieron los ancestros para poblar las ciudades), y que se refiere para nosotros a los “menos favorecidos”, según el sentido que adquirió en nuestro devenir histórico.

¿A qué viene tanto rodeo sobre la significación de las palabras, los matices que adquieren sus múltiples sentidos, y tantas puntualizaciones con guiones y comillas para enfatizar esa multiplicidad de sentido? Para intentar transmitir algo de aquello a lo que Cucuza se refiere cuando dice que es lo viene con “el Toddy” y que para él es esencial en un artista, en tanto lo constituye como tal; aunque podríamos llamar lo “potencial” en tanto es lo que contiene su potencia como artista para afectar a otros.

Lo que Hernán Cucuza Castiello intuye respecto de la potencia de un artista resulta estar muy orientado y ser muy orientador. Lo que viene con el Toddy es ese lugar común de la lengua común que resulta en un espacio habitable en tanto es un lugar de encuentro posible. El único, quizás, donde se puede armar un lazo que aloje en estos tiempos líquidos, como los definió Bauman, en que las relaciones se cortan a golpe de click, o con la total displicencia con la que un dedo cambia de pantalla; y en los que los significantes son apropiados por la lógica del mercado para ser bastardeados.

En tiempos de grieta y de ruptura no encontramos cómo hablar al otro sin que se arme lo defensivo y esto es quizás porque intentamos convencerlo con discursos, con argumentos sobre ideales, y todo esto termina confluyendo en el siempre peligroso juego de las identificaciones que pueden disparar lo peor del amor narcisista y del odio al otro. Si alguna posibilidad de encuentro es posible será solo haciendo lugar a la singularidad de cada uno, si no, no será encuentro, será pegoteo. Y por eso es tan valiosa la apuesta de Cucuza por hacer que el tango vuelva al barrio, que el artista actúe a la par que la gente, que los tributos sirvan para traer de vuelta lo aportado por otros artistas, y por encontrar puntos de confluencia entre todas las artes que expresan lo común a todos sin quedar borrados por una lógica del “para-todos lo mismo”.

Termina nuestra entrevista y justo llega el Negro Falótico con quien Cucuza se pone a charlar, no a chamuyar. Aquí, en El Faro, no hay lugar para los chamuyos. Y mientras ellos charlan, “de golpe”, como si una sensación me golpeara el cuerpo, algo del lugar me afecta, algo me aloja. Miro por la ventana mientras saboreo el último sorbo de un feca en ese bar habitado por la resonancia de las charlas de tantos tacheros y de tanto gotan, y viendo pasar un bondi por la avenida, me dejo llevar, y yo que llevo ya una semana en esta ciudad, me siento volviendo, o llegando, como dice el tango de Troilo cuando se pregunta ¿quién dijo que me fui? Y entonces escuchó resonar las estrofas del tema de Charly que hace un rato mencionó Cucuza: “Acabo de llegar, no soy un extraña. Conozco esta ciudad, no es como en los diarios, desde allá…”

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