Acerca del trabajo como ganancia.
El pasado 1 de junio se presentó en Barcelona, en el marco del 3er IBERfolk, Peteco Carabajal junto al grupo que forma con sus hijos: Riendas Libres. En la charla a posteriori que mantuvo con nuestra corresponsal, el reconocido artista ahondó sobre su manera de trabajar y sobre todo sobre su manera de trabajar con otros. Se opuso en ese sentido al empuje propiciado por la industria discográfica a la emergencia de fenómenos: jóvenes cantantes que alcanzan una gran repercusión masiva en muy poco tiempo. ¡Disfruten de esta profunda y reflexiva charla!
Además de ser un artista enorme, vos sos también un artista, o una persona, muy comprometida con lo social, con lo político. ¿Tu compromiso social y político responde a tus inquietudes como artista o a lo que te define como persona?
El compromiso se va adquiriendo, me parece a mí, de a poco en el camino. Hay algunos que los toman al compromiso y hay otros que no. Yo no condeno ni critico al que no, pero yo personalmente me doy cuenta de que hay un compromiso que debe ser asumido, y así lo hago en lo posible.
¿Y por qué crees que ese compromiso ha de ser asumido?
Porque pienso que el artista, el que siente como artista, sabe también que tiene la suerte y la cosa pesada de ir un poquito hacia adelante en esa visión artística que tiene. Pero esto que no se tome como que los artistas somos adelantados y que la gente está atrás. No, es una forma de decir. El artista tiene esa posibilidad de ver un poquitito más, aunque sea sólo un poquito. Y si vos tenés esa posibilidad de ver un poquito más ¿por qué no lo vas a tomar como un compromiso el mostrarlo con la mayor claridad posible?
En ese sentido vos has explicado que tu proceso creativo es un proceso de maduración: a medida que vas viendo lo que pasa, te vas enterando, vas sintiendo cómo te atraviesa eso, hasta que de eso emerge algo para decir.
Más o menos. A veces hay determinados temas que surgen de pronto. Ahora no te sé decir qué, pero a veces algo pasa que te empuja a escribir, a hacer una melodía, a armar lo que sea. Y otros temas van madurando despacito, una historia se va haciendo. Son dos procesos distintos el de la música que el de la letra. La música puede salir en un ratito, en un toque. Un día uno se sienta con la guitarra y aparece algo. En cambio, la letra lleva más tiempo: hay que pensar el tema, el tema sobre el que uno quiere hablar, qué quiere uno decir.
Es decir, ¿no necesariamente cuando vos tenés la música sabés qué historia vas a contar con esa música?
Claro, yo por lo general no soy de escribir letras solas. Aunque últimamente me estoy animando a escribir. No animándome, sino que lo estoy haciendo: escribir en momentos en los que no tengo la guitarra. Por supuesto que siempre lo hago imaginando la música que ya conozco o una posible música. Pero ahora, como escribo en el celular, aunque no tenga música, lo escribo porque si gusta la idea. Después con el tiempo puede crecer o no. Tengo un montón de líneas anotadas, que las puedo ir tomando o no, según cómo va creciendo la idea total de un tema. Y ahí se ve que hay otros factores que intervienen en la letra que no intervienen en la música. Interviene la idea y la ideología, esa convicción que te decía, saber para qué estás queriendo hacer una letra, saber a quién se la querés dirigir, cómo te involucra a vos en esa cosa.
Claro tu ideología te da la lente o la mira con qué hacer la lectura de las cosas.
Muchas veces también puede pasar que a vos se te ocurra algo que crees que es interesante y después lo empezás a ver y te das cuenta que no está claro que los sea. Y entonces pensás: ¿A quien le interesa eso? ¿A quién le interesa que yo esté enamorado? ¿A quién le interesa que yo quiera bajarte la Luna?
¿Vos crees que en este momento la música popular argentina es realmente popular en el sentido de que le cuenta a la gente lo que le está pasando? ¿Hay conexión en este momento entre la música popular y lo que le pasa al pueblo?
Creo que no, y creo que eso se ha perdido hace tiempo ya. Se ha ido perdiendo así rápidamente como está ocurriendo todo en el mundo. La globalización ha tenido mucho que ver. Entre otras cosas, ha creado nuevos discursos que han facilitado que eso ocurra. De pronto la industria es la que marca lo que se escucha, las tendencias, este hoy. Hay una expresión que para mí es como el símbolo de la globalización y a la vez para mí es la peor expresión que se pueda incorporar para usar, que es “a la gente le gusta”. Es decir, ante un cuestionamiento, te contestan “Sí, pero … a la gente le gusta”, “Sí, pero … la gente paga la entrada”, “Sí, pero … la gente lo ve”. La gente, como masa…
¿Tiene entonces hoy el artista su mayor desafío en qué o cómo hacer para superar esa homogenización, el “para todos los mismos”? ¿Cómo hacer para darle, o devolverle, “a la gente” la música que le era genuina, que era suya, su música, la que le representaba?
Bueno, esa es mi labor en la vida. Una de las cosas principales es no hacer caso totalmente a la idea de los productores. Para eso, uno tiene que saber qué es lo que está haciendo. Tiene que tener conocimiento de lo que está haciendo, para que no sea cuestión de que venga cualquier productor de pacotilla a decir “terminá, grabate esto”, sin que uno le diga “no, pará.”
Vos sos parte de una generación que cuando volvió la democracia, tuvo la función, o asumió la función, de devolverle a la gente el folclore, que había sido apropiado como símbolo de lo nacional, y ustedes hicieron todo un esfuerzo para que fuera popular además de nacional. ¿Qué te acordás de aquella época? ¿Qué diferencias hay con esta? ¿Qué podemos aprender?
Para mí han sido momentos gloriosos. Los recuerdos de esa época son gloriosos, porque ha sido la etapa linda de mi vida, la de los veinte y pico de años. En el ‘76 yo tenía 20 años, entonces cantaba con Los Carabajal. Empecé a cantar con Los Carabajal y ahí empecé a trabajar en la composición; pero como los Carabajal ya venían con su historia -habían sido creados por mi viejo y por Agustín, y por Kali y Cuti; o sea, yo ya entré en un conjunto que ya tenía una historia-; de a poquito empecé a introducir otra cosa en la composición aunque lo hacía con mi viejo, porque él tenía la apertura y a me enseñó la apertura, porque él era completamente despierto y abierto a las cosas.
Nosotros íbamos pasando sin llamar mucho la atención. En buena hora que en ese momento se iba pasando y yo iba pasando. Ahora me doy cuenta y a veces incluso me río y pienso “ya no pueden hacer nada”, porque como dijo el Diego “ya lo tienen adentro”. Pero en aquel momento fue pasando de a poco. Por ejemplo, para mí el tema “La mazamorra” es un manifiesto muy importante, de la idea, de la ideología, de la tradición, de la evolución. Y fue hecha en el año ’82 u ’83. Nosotros Los Carabajal, ya en ese momento largábamos esos temas, pero como te digo pasaban desapercibidos, nadie se impresionaba, ni nada. Y así hemos pasado todo ese mal tiempo. Y después en el ’84, ’85, ha habido mucha, mucha, juntada entre nosotros, que era el despertar de la democracia cuando el Chango, León Gieco, Celeste Carballo, la Negra Sosa con su disco en el Opera, Charly, De Usuahia a la Quiaca, Teresa Parodi, Tarragó, … Fue un momento glorioso, y bueno yo formé parte de eso.
¿Y qué enseñanzas podemos aprovechar de ese momento? Si bien este es otro momento, la gente está igualmente alejada de la música folklórica, como en aquel momento. Muchas de las letras de tus temas son totalmente actuales, la historia de alguna manera se repite, aunque con otras formas, pero parece que siempre son los mismos lo que pierden. ¿Por qué ahora la gente no se conmueve? ¿Qué hicieron diferente ustedes, que tuvieron ustedes diferente como generación que pudieron conmover tanto a la gente?
Bueno. A nosotros nos empujó un poco una fuerza de despertar, de volver de una pesadilla. No sé. Creo que ha sido un despertar de muchas cosas, en el rock también.
Y después en los 90 viene toda otra cosa: De pronto alguien da una línea, marca una línea, y después todos, o mucha gente, va detrás de esa línea, y empiezan a tratar de imitar eso. Creen que va por ahí la cosa. Y en los 90 pasó mucho la individualidad, o sea, todo el mundo solista, todo el mundo diciendo: mis temas, mi banda…. ¡Y eran compañeros! (risas) Antes eran compañeros, se hacían conjuntos. A partir de los ’90 fue el tiempo de los solistas. Y también ha habido un par de cosas que han hecho que aparezca la cultura “el nuevo rico”. El éxito repentino de Soledad, ese fenómeno que ha pasado en la música argentina, ha hecho que los productores -y los artistas-, hayan buscado lograr el mismo impacto de Soledad en pocos meses, en vez de hacer el camino lento de lucha de años. Y desde ahí hasta acá ha seguido lo mismo, porque ha venido Soledad, Luciano Pereyra, Abel Pintos, y cada vez se hace como más tentador eso de triunfar a los 16 años. Está ocurriendo en todos lados. En el fútbol también, triunfar a los 16 años sin haber hecho el camino, el camino lógico, algo al menos de ese camino.
¿El camino que falta es el de la propia vida, de llenar de vida o de experiencia la vida? ¿Con qué te nutrís como artista si te falta recorrido?
Por eso es que hoy en día, después de veinte y pico de años de hacer un proyecto solista en los que cada disco ha sido una propuesta, y por los que recibís comentarios como “Che, el disco Borrando Fronteras, ¡qué joya!“, ¡Che, el disco Encuentro, para mí es lo más de la historia!”; y si vas a cada disco, ves que cada disco ha sido un eslabón, un escalón, un paso; todo un trabajo de años, de veinte y pico de años … pues hoy, después de todo eso, yo mismo he decidido darle un corte a mis cosas de solista y volver a ser parte de un grupo. Soy ahora de “Riendas Libres”, y trabajamos por igual con mis hijos en todo sentido, cobramos lo mismo, discutimos, y nos ponemos de acuerdo. Volver a ser parte de un grupo no es de la boca para afuera. A ver si prende el ejemplo, que la gente se dé cuenta también de que es bueno.
Cuando murió Jacinto, habiendo experimentado ya grupos, los Carabajal, Los Santiagueños, Santiago trío; yo no tenía ganas en ese momento de volver a armar un grupo, y de ser yo el director del grupo porque en todas las experiencias no hubo un director. Yo venía haciendo cosas, proyectos. Y además León Gieco siempre me decía “cuándo vas a cantar vos tus propios temas”. Claro todo el mundo cantaba mis temas, menos yo. Así que ahí me hice cargo de mi propia historia y la construí con discos, con trabajo, con grupos, con sonidos, no sé. Cada disco ha sido una propuesta. Pero, bueno, hoy siento que ya he hecho de todo. Por supuesto que voy a seguir poniendo todo, pero ahora para Riendas Libres.
¿Por qué Riendas Libres? No creo que sea un nombre al azar…
Vos sabés que le íbamos a poner Riendas Sueltas, pero nos llamó un muchacho de Tucumán diciendo que él tenía un grupo que se llamaba Riendas Sueltas y nos mandó el registro del nombre. Así que sí o sí lo teníamos que cambiar. Riendas Sueltas era un poco jugando con esa expresión popular de la Argentina de “dar rienda suelta a las cosas”, pero nos gusta más “Riendas Libres”.
¿Y qué propuesta musical simboliza?
Es la comprensión de nuestro paso por la vida, de nuestro lugar que es la Tierra; a la vez la Tierra en el Cosmos. Tratar un poco de aportar la experiencia de vida y también la energía nueva de los chicos en letras que no pasen por el simple hecho de “a ver si puedo gustarle a más mujeres o si puedo encontrar un público femenino que se cope y me siga y sostenga el grupo y sostenga mi riqueza” (risas).
Por ejemplo, yo te digo una cosa. Ahora mismo en este momento, estamos terminando una canción al sol. Sólo nos falta una estrofa. Al sol que nos da la vida. Imagínate que por un segundo se corte, que alguien apagara el grifo de energía que viene del sol. Un minuto que cierre y ¡Chau, morimos, desaparece todo! La gente habla de Dios pero no se da cuenta que Dios está ocurriendo constantemente. Está en este momento ocurriendo. Si nosotros como humanidad nos pudiéramos sacar un poco la idea de ese Dios a semejanza del humano, porque ahí está el grave problema de la humanidad, ese el lastre que tenemos los latinoamericanos que yo me doy cuenta que los europeos no tienen, el creer en Dios. Ellos están más cerca de la historia, de esa historia que se cuenta, digamos… Pero en Latinoamérica, hoy en día podés escucharlo a Macri decir que ha sentido una voz. Y mira para arriba. Mira para arriba como que alguien de arriba alguien lo ha hablado a él (con énfasis en “él”). Y para que él diga eso tiene que haber un oyente que puede creer eso. Ahí está el grave problema de la humanidad.
¿Cómo vivís este momento Argentina? ¿Es la misma historia que ya vivimos?
Mal (alargando los sonidos). Suponiendo que Macri pierda ahora, que gane cualquiera, Cristina o Alberto Fernández, o Massa o Urtubey, va a ser muy difícil remontar esta vez a este país. Y si gana Macri va a ser peor (con énfasis), vamos a tener que olvidarnos que fuimos país, que tuvimos patria y que tuvimos la historia que tuvimos, héroes… No sé, todo.
Hay mucha gente muerta en vida. Yo, me doy cuenta. A mí me gusta andar y ver. Vos fijate que las ciudades son condicionantes para el ser humano. A un tipo en el campo vos lo vas a ver laburando, con una mirada vivaz. En cambio, en las ciudades vos los vas a ver, al de Buenos Aires, por ejemplo, que andan dubitativos, no son solidarios, no les interesa nada, no creen en la política… No les interesa nada, pero son los primeros que están todo el día frente al televisor … ¡Son los más maleables!
El problema es que, a la solidaridad, en este momento, se le ha pervertido su significado. Es decir, hay mucho mensaje subliminal, y no tan subliminal, que transforma el sentimiento que lleva a querer compartir con el más vulnerable, a vivirlo como “me lo están sacando”.
Ese verso no me lo van a hacer a mí. Y seguramente a vos tampoco. Pero sí, a mucha gente se lo están haciendo creer. ¡Es alarmante!
Sí claro, por eso es importante entender cómo fue que en otro momento se pudo convocar a la gente y la gente se sumó, y tuvo ganas de luchar; y en cambio ahora están así como “perdidos”, como vos los describís.
Bueno, en todo el mundo está pasando que está ganando la derecha.
¿Y por qué crees que pasa eso?
Porque son ciclos de la humanidad también
¿La humanidad necesita que vuelva a gobernarle el fascismo? ¿Realmente?
Yo pienso que el pueblo, como pueblo, no tienen una capacidad de pensamiento, como si fuese un individuo. El pueblo es una masa. Después individualmente, como estamos hablando ahora, entre la gente nos ponemos de acuerdo. Pero después… es una masa. ¿Andá a saber cuánta gente tiene ese pensamiento, que no se dan cuenta de que son dominados por la televisión?
Los que no se dan cuentan, son muchos. Y en ese punto hay que entenderlos, no juzgarlos, e intentar llegar con un mensaje que haga que esta gente se despierte.
Son muchos. Por eso yo no tengo tanta confianza de que ahora en las elecciones se va a cambiar la cosa… Porque si vos ves Facebook pareciera que todo el mundo ya está harto de estar mal. Sin embargo, hay mucha gente que lo sigue apoyando…
Quizás hay mucha gente que cree que es necesario estar mal porque antes vivimos o permitimos que vivieran una fiesta, que ahora hay que pagar. En España también se escuchan estos mensajes. ¡En el mundo! Frente a ese tipo de mensajes la gente no protesta, porque se siente culpable.
Sí, pero suponiendo que hubiera habido una fiesta. ¿Si Argentina no pidió para hacer esa fiesta? Si de hecho hicimos lo contrario, los argentinos dijimos: Ya está. Ya te pagamos. No aparezca más por acá FMI. La Argentina no pidió para hacer esta fiesta. La hicimos entre nosotros. Entonces, ¿a quién hay que pagarle?
Buena pregunta Peteco, y si no tenés más que añadir, sólo me queda agradecerte tu tiempo y generosidad para responder.
Peteco recupera el valor del trabajo y del tiempo de trabajo frente al fenómeno. El fenómeno nos pone frente a la inmediatez, en lo que sucede aquí y ahora y sin mediación. El trabajo por su parte, ese trabajo que revaloriza Peteco, supone una mediación en tanto es lo que ocurre justo “en medio” de un tránsito o trayecto que es necesario recorrer para elaborar un producto. Trayecto en el que ocurre la “trans-formación” de lo que en un comienzo no tenía forma alguna y también la “trans-formación” de quien o quienes lo elaboran.
Cuando un trabajo es genuinamente una actividad humana de producción -con énfasis en lo humano- y se despega del mero yugo que obliga al padecimiento; algo pasa de un deseo a un producto. Al principio sólo están las vibraciones de un deseo de crear algo, construir algo o producir algo, que con sus ecos despiertan la imaginación. Una imaginación creadora que trata de dar forma a un vacío, en tanto la forma que se imagine realizará lo que hasta entonces no se sabía qué era o podía ser. El trabajo así entendido, puede tratarse de una actividad de sublimación y en ese sentido de una actividad humana, en tanto facilita que algo de lo in-humano pueda pasar a lo humano. En ese punto es más cierto que nunca que el trabajo dignifica.
Por otro lado, el trabajo puede implicar la renuncia al goce – entendido como aquella satisfacción que hace mal al sujeto- ya que requiere de un tiempo de espera que produce un aplazamiento de la búsqueda satisfacción inmediata. Es decir, con frecuencia el sujeto se hace daño, se mortifica, intentando llenar un vacío, cubrir lo que le falta, con objetos que nunca pueden llegar a llenarlo o cubrirlo, a veces lo intenta en forma casi frenética. En ese devenir frenético e infructuoso, el vacío se vuelve infinito para ese sujeto, un vacío que nunca se podrá llenar, y con esa imposibilidad infinita se eternizan su frustración y su dolor. La posibilidad entonces de aplazar esa búsqueda de satisfacción puede hacer emerger un deseo, porque la espera permite que tome cuerpo que algo falta. Ese deseo que emerge es motor o vela que impulsa al sujeto, lo “hace andar”. Y en ese movimiento, entra lo vivo y el sujeto se anima y gana para sí un ánima.
Resulta además que cuando se hace con otros puede implicar la posibilidad de transferir cierto saber-hacer que sólo puede trasmitirse de un sujeto a otro mediante una transferencia de trabajo y gracias a un trabajo de transferencia en el sentido psicoanalítico. Es decir, se puede hacer un trabajo en conjunto por el que cada uno aprenda o se nutra gracias a un trabajo con los vínculos. El trabajo puede ser entonces posibilidad de existencia de lo común.
En contraposición a esta función creadora del trabajo y transformadora del propio trabajador, los discursos de la época prefieren enfatizar el sentido de padecimiento del trabajo insistiendo en el origen etimológico de la palabra, el tripalium que era un instrumento de tortura o yugo, asimilando de esta manera al trabajo con una pesada carga que somete. Dicha connotación no es ingenua, obviamente. En la época en la que ya no hay trabajo para todos, porque lo que no hay son sueldos para todos como consecuencia del afán de acumulación del capital y que el capitalista ya no necesita de la fuerza del trabajador para obtener un plus de ganancia, se tiende a la precarización del trabajo y la propagación manipulativa de discursos que enfatizen el valor autélico del trabajo, es decir, aquella actividad que se hace no por la retribución que puedan conllevar, sino porque hacerlo hace sentir bien. Típicamente se trataría de las actividades de voluntariado. Precarización o altruismo, la cuestión es pagar cada vez menos por el trabajo.
La deriva que cobra esta realidad hacia la aspiración a convertirse en fenómeno o “a pegar un pelotazo” o “a meter un centro y a la olla”, se ve entonces muy facilitada. Si el trabajo es un padecimiento por el que hay que pasar, cuánto más rápido mejor. Una deriva que es además funcional al sistema ya que permite la acumulación de riqueza de una manera fácil y rápida. La cuestión es volver a recuperar que en el trabajo no sólo puede haber un sueldo sino una ganancia para sí. El tiempo de trabajo no es un tiempo perdido o una pérdida de tiempo como hace pensar la cultura de la inmediatez, sino un tiempo ganado. Se trata, justamente, de ganarse la vida.