Antes de ir a ver esta obra, me pregunté cómo lograría César Brie hacer de la última novela escrita por Fiódor Dostoievski, “Los hermanos Karamazov”, una obra teatral que contenga los ejes fundamentales de una historia de más de mil páginas. Y Brie no sólo logra realizar una tarea minuciosa y descomunal en una impecable síntesis de su adaptación, sino que le hace un verdadero homenaje a Dostoievski al enaltecer sustancialmente la profundidad de las problemáticas de esta gran obra. Esta maravillosa pieza teatral consigue con una estética muy singular e interesante, fusionar el estilo poético de Brie con uno de los escritores clásicos más importantes de la literatura, quien así como Shakespeare hizo crítica de la monarquía, este escritor ruso puso en cuestionamientos los valores del catolicismo y la moralina del momento histórico político y social de la Rusia del siglo XIX.
La puesta en escena es de una total creatividad que conjuga con arte singular diversos elementos. Por un lado, sigue la línea grotowskiana con una escenografía despojada ensambladas con muy pocos objetos teatrales pero pertinentes y muy cuidados (como las perchas del vestuario de los personajes que quedan colgando como una cruz después de utilizar la vestimenta, bancos donde se sientan los actores y desde allí entran y salen para actuar, tablas que se transforman en mesas, cuerdas que demarcan el espacio escénico y que se convierten en látigo o de unión entre los personajes y arneses de marionetas). La musicalización en vivo y los cantos a cargo de los mismos actores es sublime y acompañan la obra brindando otro toque de originalidad a la puesta que podríamos decir que conforma una suerte de coreografía majestuosa que, sumada a los muñecos en lugar de niños, construyen una composición estética sin igual.
El elenco mantiene un nivel muy parejo en sus interpretaciones, donde el énfasis lo podemos poner en una dirección de actores que hace de los cuerpos un lenguaje peculiar. Cuerpos que están atravesados por lo discursivo en una adaptación muy fiel al lenguaje de la época, y a su vez, los personajes parecen como hablados por esos discursos y por un texto que se encarna en sus cuerpos y lo declaman como abducidos por el mismo. Lacan definía lo Inconsciente como el discurso de otro que nos habla, somos hablados y pensados por Otro que nos precede. Y esto se hace carnadura en los actores como una verdadera y bella sinfonía donde todas las voces de la sociedad están presentes y debaten entre sí entre los protagonistas y en el mundo interno de cada uno de los personajes, donde no hay síntesis de la dialéctica si no apertura de agudas reflexiones que trasunta cada espectador al salir de la sala y lo interpela en su ética.
Cabe destacar la actuación brillante de César Brie en el papel de Fiodor Karamazov que interpreta magistralmente a un hombre rico y mujeriego, libidinoso y de una crueldad flagrante, excedido en todas sus pasiones, como mujeres, alcohol, ambición de poder, corruptor y corrompido, realiza una composición de tanta excelencia que logra que los espectadores empatizemos con este personaje, pese a su maldad. Casado en segunda nupcias y con cuatro hijos, uno de su primer matrimonio, Dimitri, el que está más identificado con su padre y el más sospechado de parricidio, y del segundo matrimonio, Iván, quién se define como ateo y es el más racional de todos, es quien más expresa su odio al padre. Los muñecos sin piernas nos hablan de la castración y del desamparo que muchos niños padecen en su infancia. Ese desvalimiento hace de Iván alguien que ha perdido su fe…, su fe en el padre y en Dios. En contrapartida de Iván, está Aleksej, muy creyente y de una inocencia muy puritana, con ideas religiosas y espirituales, su madre muere cuando él tiene cuatro años y a los veinte se va a vivir a un monasterio. A él, la religión lo salva. El cuarto hijo, Smerdiakov, es producto de una violación a una mujer discapacitada mental, a quien no lo reconoce como hijo y lo utiliza de sirviente. Los hermanos entran en una relación dialéctica en cuanto a sus posturas filosóficas y esto es lo más interesante, dejando al público con cuestiones muy intrincadas en un nivel de análisis muy profundo. Además, esta familia es el reflejo de los valores en conflicto de una sociedad –y de un mismo sujeto al decir de Freud en Psicología de las Masas y Análisis del Yo– donde las clases sociales están en compartimentos estancos y donde el dinero inviste de un poder omnímodo a quienes lo poseen. Grushenka (Gabriela Leda) y Katherina (Flor Micha) se lucen en sus papeles instalando una triangulación y una rivalidad siniestra en el seno de esta familia. Los actores representan a varios personajes y es un trabajo actoral muy arduo donde la mano de Brie es primordial para lograr este producto con su sello.
Hay un asesino y es uno de los hermanos, el que más desea vengarse de la degradación provocada por el padre. Freud interpreta que Dostoievski elige a Smerdiakov para cometer el parricidio, al que le atribuye el mismo síntoma que él padecía, la epilepsia, “como si quisiera confesar que el neurótico y epiléptico que en él había era un parricida”. (*). Sin embargo, todos los hermanos menos Aleksej sostienen una complicidad en su deseo inconsciente de asesinarlo. Los hermanos fueron abandonados de una u otra manera por su padre y si bien la obra, trabaja sobre el parricidio, deja traslucir una forma de filicidio solapado en la indulgencia paternal. De hecho, en el final de la obra, Dostoievski que había perdido a su hijo de 3 años, decide finalizar “Los hermanos Karamazov” con la muerte de un niño.
Aquí sobrevuelan los temas de la humanidad y los que aborda este autor con maestría y Brie respeta su espíritu: la verdad, la bondad, la maldad, los deseos inconscientes (pecaminosos para el catolicismo), la angustia de castración, los sentimientos de culpabilidad, el castigo, los traumas de la infancia… En relación a la cuestión edípica que refleja esta obra, Freud plantea que Dostoievski sufrió un trauma a los 18 años de edad cuando su padre murió asesinado en Siberia y que “el ataque -llamado histérico- es, pues, un autocastigo por el deseo de muerte contra el padre odiado (…) El síntoma temprano de los «ataques de muerte» se nos explica así como una identificación con el padre, tolerada por el super-yo con un fin punitivo. «Has querido matar a tu padre para ocupar tú su lugar. Pues bien: ahora eres tú el padre, pero el padre muerto.» Tal es el mecanismo corriente de los síntomas histéricos. «Y, además, ahora el padre te mata a ti.» (*)
Dostoievski y esta talentosa adaptación al teatro, nos deja reflexionando sobre las emociones que atraviesan la condición humana, la bondad, la religiosidad, la envidia, la competencia, la maldad y la cuestión de la muerte de un padre y la muerte de un hijo como auto-castigo. “La condena de Dostoievski como delincuente político fue injusta: Dostoievski tenía que darse cuenta de ello; pero aceptó el castigo inmediato que el zar (el padrecito) le imponía, como sustitución del castigo al que su pecado contra su verdadero padre le había hecho acreedor. En lugar de entregarse al autocastigo se dejó castigar por el representante del padre” (*) .
Dostoievski en esta obra pudo poner en palabras su propio conflicto psíquico confrontado a un padre cruel y violento, y al poco tiempo de escribirla, menos de dos meses después, murió de una hemorragia pulmonar ligada a un enfisema. Una muerte anunciada en Karamazov. ¿Habrá que matar simbólicamente al padre que detenta la omnipotencia para evolucionar como humanidad? Dostoievski y Brie en un ensamble de una inmensa exquisitez intelectual, artística, psicoanalítica y filosófica, nos conducen por ésta y otras cuestiones inherentes a la humanidad y al ser en el mundo.
(*) Dostoievski y el parricidio, S. Freud, 1927/28).
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