Fotos: Guillermo Matta
Cuatro movimientos para una sinfonía combina, de manera armónica y en un lenguaje muy poético los cuerpos que hablan como significantes que encadenan las palabras a las acciones, en una condensación muy creativa con la música, el canto y la visualización de los videos de fondo. Apenas ingresamos a la sala, la escenografía consiste en los videos de fondo y una voz en off, una gran mesa con mantel blanco y con la comida servida con reminiscencias del film “El festín de Babette”, deliciosos vinos con que convidan a los espectadores y milanesas calientes recién salidas del horno. En la misma mesa y como un elemento que hace a la escena, está el eximio musicalizador Demián Velazco Rochwerger que acompaña la obra con mucho arte. Esta entrada ya en sí excita los sentidos, allí donde la madre le pasa la receta de la milanesa en los videos de fondo y su voz en off a su hija Agustina que se pinta las uñas de los pies, a la vez que cocina, elucubra auto eróticamente -cual ama de casa aburrida- una serie de fantasías que invisten así de libido la actividad gastronómica erotizando el espacio de su cotidianidad.
Los videos que aparecen de fondo por momentos están disociados de lo que pasa en la escena, como otro relato o un sub-texto del texto otorgando un toque de humor a toda la obra.
El despliegue de los cuerpos por separado y cuando Matthieu Perpoint inter-juega con Agustina Sario, hace de esta obra, una obra de arte apoteósica que huele bien, tanto que, como dicen los españoles “huele que alimenta”.
Cada uno de los elementos nos remite a un orden metafórico y metonímico donde se deslizan las posibles interpretaciones, como el horno prendido y con luz, con la comida dentro cocinándose que, según las escenas de la pareja, pueden ser significadas como el “horno interno”, en alegoría al vientre femenino o como “estamos en el horno”, o “están ardiendo de deseos”. A su vez, es aquello que sale del horno como símbolo del vientre materno: la creación.
Este signo nutricio torna a la obra en un emblema femenino de lo que se “cocina” en un vínculo de pareja incluyendo a los hijos. Hay una escena de un video que habla la hija y donde solo se ve la boca, los dientes y la lengua. Cabe señalar que la zona oral es dominante en toda la obra, si bien se agudizan todos los sentidos. En esa escena, la niña se pregunta sobre los deseos y si éstos nos pueden llevar a un lugar peligroso. Es muy interesante cómo la niña se responde delegando en los adultos el lugar del “supuesto saber” sobre qué es lo bueno y lo malo y cómo los niños necesitan que ese límite sea marcado por los padres.
El mejunje color marrón con el que Agustina se embadurna el cuerpo haciéndose milanesa, tiene resonancias de lo anal, pero sobre todo ese acto de hacerse comestible habla del deseo de in-corporación en el amor, la pulsión oral en su máximo exponente: la introyección, comernos al ser amado y dejarse devorar por la pasión con desmesura… “Veni Mat que te quiero comer a besos” dice Agustina desplegando la fantasía de ser ella el objeto de deseo erótico pulsional del hombre, de convertirse en milanesa y ser comida por él.
La cabeza y el cuerpo del pavo real que ella dibuja es la representación de lo fálico y del cortejo de la pareja que hace alarde de “sus plumas” con su canto y con su baile para seducir a su mujer. Una escena de alto voltaje erótico danzando con el pavo real, representación del “macho”.
La escena donde Agustina se pregunta y se cuestiona qué relación hay entre la actividad culinaria y la actividad sexual. Allí se despliegan interrogantes del orden de la curiosidad femenina: ¿Qué relación hay entre la comida y la sexualidad? ¿Por qué uno dice “me la comí” cuando alguien logra engañarlo? ¿el que come rápido, coge más rápido?, ¿Y por qué decimos “tengo piel con alguien que me gusta”? Y Matthieu cierra las preguntas con tres palabras que definen muchas veces la lógica masculina: “porque me gusta”.
Cuatro escenas, cuatro movimientos de una misma sinfonía donde pueden estar cada uno en lo suyo o en una pelea donde uno “se tira la pelota al otro y ninguno se hace cargo” hasta que uno (por lo general es el hombre que se “hincha las pelotas” y la suelta y en una juego donde se utiliza la masa que fue amasada previamente por la mujer… Toda una metáfora digna de verla en una imagen más que elocuente.
Matthieu y Agustina: una pareja productiva, nutricia y que pueden parir –además de hijos- una obra muy original como estos cuatro movimientos para una sinfonía de a dos que culmina en el orgasmo de los cuerpos que hacen el amor y se funden en la desmesura, en el exceso… Imágenes oníricas de aquello que se cuela en los sueños de lo que se encuentra reprimido. Cuerpos que expresan el juego de la seducción del amor y el deseo, y una figura muy potente y de una peculiar belleza con Agustina teniendo en sus brazos todo el cuerpo de Matthieu como una madre que ha parido a ese hombre.
Emblema viviente del acto creativo pariendo en cuatro movimientos hedonistas la sinfonía amorosa de algo nuevo gestado en conjunto. Allí donde la pulsión está en crudo como reflejo onírico de lo Inconsciente, Agustina y Matthieu tienen el arte de poder hacerla pasar a estado sublimado en una forma única de conducir la pulsión. El ensamble final de las imágenes, de la danza, de los cuerpos desnudos y sus movimientos con la música, es una composición estética muy bella plena de poesía.
¡Surrealismo dionisiaco de la cotidianidad!